1

Enciendo todas las luces exteriores de la casa. Salgo a la calle y me encuentro con vecinos que no conozco. Algunos corren dando señales de alarma. Hay mucha agitación y siento pánico. Necesito un arma. Nunca hemos tenido en casa.Mi padre las aborrecía. ¿Por qué todos tienen una? Me tranquilizo alguien me acerca un fusil. No es una mano amiga. La mano no tiene rostro, es simplemente una mano. Escucho gritos y disparos. Hay una cerca perimetral, siento que me protege. «Ya vienen, ya vienen» dice una mujer que corre y se aleja. Todo está muy iluminado. Se oye un rumor lejano. Parece un río desbordado. Pienso en Luisito y Mercedes. ¿Quién los cuida? Busco mi casa pero ha desaparecido. Estoy en medio de un descampado solo con mi fusil. «Ya vienen» grita alguien. Las luces ahora se alejan y el rumor se hace ensordecedor. Un tumulto de barras bravas pasa sin verme, me escondo en una zanja, el barro me cubre. Entonan una marcha guerrera, y enarbolan bastones de metal. Llevan enormes pancartas que no puedo leer. Quiero correr, resbalo y caigo en medio de un gran estruendo. Me descubren. Me rodean. Estoy perdido, estoy perdido, estoy perdido…

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Los latidos son tan fuertes que Federico Gutiérrez siente miedo. Trata de respirar profundo sin moverse demasiado. «Si Mercedes se despierta querrá saber qué me pasa». Él no podría explicarle. En ocho años de terapia aun no encontró las respuestas para interpretar sueños como este. Se obsesiona con las imágenes que, como un eco, parecen repetirse. Sabe que esta no es la primera vez y eso lo angustia. «Es una persecución, eso está claro. ¿Pero de qué huía? Tengo que averiguar de qué estoy escapando». Estira la almohada para sacar unas arrugas y continúa su cantinela: «Quizás no sea una persecución». Aún es de noche y el cuerpo se rinde nuevamente.

—-

Suena la alarma del celular, casi sin transición Federico despierta, estira la mano y lo apaga. No necesita ninguna amortiguación, sale del sueño y se dirige hacia el baño. La rutina es precisa, meticulosa, el tiempo adecuadamente administrado. En quince minutos el joven ingeniero ya está listo. Baja a desayunar confiado en que todo estará dispuesto.

Rosita se levanta temprano y prepara el desayuno de la familia. Diríase que es invisible, apenas un suspiro de la mañana. Desde el nacimiento de Luisito los acompaña. Se mudó a la casa cuando sus hijos, ya crecidos, pudieron andar solos. Algunos de ellos volvieron a Perú y cada día, antes de abandonarse al descanso, sueña con el reencuentro. En silencio escucha las angustias familiares. Ella siempre está. Recibe los elogios con una sonrisa, porque esa es su obligación y se da por bien cumplida.

Federico, paladea el último sorbo del jugo de naranjas, se despide de Mercedes y antes de salir se dirige a Luisito, que tiene prueba de matemáticas y finge estar afiebrado:

— Andá tranquilo, lo que estudiamos juntos te alcanza.

Último beso y a la calle. Cruza la barrera de seguridad del country con precaución, un grupo de obreros de la constructora de Claudio, su vecino, se han concentrado dificultando el tránsito. Algo reclaman. «Por qué carajo no se van a protestar a la empresa. Qué tenemos que ver nosotros». Se promete hablar con él para que haga algo. Mascullando maneja hasta la fábrica. Las imágenes del sueño no lo abandonan. Se detiene en un bar cercano. Pide un café y mientras espera trata de ordenar los retazos de sus recuerdos. Ninguna relación encuentraentre los disparos, la fuga y su vida. El aroma espeso del local lo adormece. Se abandona al ocio blando. Mira la hora y resignado retoma el camino a la empresa. Allí el guardia de la entrada le sonríe. Se siente seguro, ese es su territorio. En ocasiones, al llegar, se pregunta cuál es su verdadero hogar.

Sabe que antes de comenzar la jornada podrá tomar otro café bien preparado. Rita lo estará esperando, dejará la bandeja junto a la correspondencia y se alejará regalándole el suave contoneo de sus caderas. Al llegar a la puerta ella levantará la vista y quedará un instante en suspenso, mientras lo mira. No hará falta más.

— Buenos días, Federico. Le dejé sobre el escritorio una carpeta con un informe de calidad. Viene con la “infaltable” esquela azul del gerente de producción —agrega su secretaria para que no queden dudas. Espera algún comentario, pero su jefe en realidad no está allí. El joven aún no ha podido despegarse del recuerdo de sus sueños.

— El ingeniero Martínez Paz pide que lo lea, y en media hora lo discuten. —insiste Rita, y no sonríe al decirlo. Sabe que es un mal comienzo.

2

Hoy el café no tiene sabor a bienvenida. Conoce a su secretaria; ella lee todo antes de entregárselo, la esquela azul la puso sobre aviso. Filtra los asuntos rutinarios y burocráticos. Le ha dado un poder que nadie imagina. Un gran poder.

Federico se concentra en el informe. De todos modos, tiene el café preparado por Rita. Pero no siente placer, la rutina sabe a dificultad. La fabricación del nuevo modelo sedán cuatro puertas se ha vuelto un problema. Las inspecciones de calidad arrojan desviaciones fuera de lo normal. Lo peor viene de los proveedores de partes. Dentro de la fábrica ha logrado estabilizar los controles y hay buenos resultados. «¿Qué está sucediendo?» repite para sí, preocupado. Se trata de las mismas empresas de siempre. Es más, los valores más bajos vienen de una autopartista subsidiaria. La decisión de compra es de otra gerencia. Es la peor situación, debe controlar la elección de otros que están por encima suyo.

Gira el sillón y pierde la mirada en el parque. Al comienzo solo percibe un bulto azul; luego enfoca la mirada y reconoce al viejo jardinero. Se distrae y lo observa podar los rosales que tanto admira el director. Lentamente, con amor, limpia la maleza, corta las ramas galgas, fumiga y remueve la tierra. Federico se sumerge en un tiempo blando. Los pensamientos se desvanecen y casi se diría que su diálogo interior se ha silenciado. Del café solo queda el aroma, como una evocación de lo que fue. El instante se hace infinito y, de pronto, un golpe de viento, un pájaro sorprendido y un movimiento brusco del jardinero rompen el hechizo.

No tiene excusas. Frente al espejo de su baño privado, ajusta la corbata y revisa que el saco no tenga arrugas ni pelusas. El enjuague bucal completa la preparación. Regresa a su escritorio, levanta el informe y se resigna. Conoce de sobra al ingeniero Rodrigo Martínez Paz.

La secretaria lo anuncia y, como le corresponde a un gerente educado, no lo hace esperar. Lo recibe la pulcritud obsesiva del despacho con aroma a lavanda.

—Adelante, Federico. ¿Un café?

Durante la espera realizan la acostumbrada danza de amortiguación social. Preguntan por la familia, se interesan por algún tema de salud y cumplen con el ritual previo. Evitan entrar de lleno en el tema espinoso. Disfrutan al mirar los jardines, que se extienden hasta los galpones de la primera línea de producción.

—Bueno, parece que ya revisó el informe. Deme su opinión —invita su jefe mientras limpia una mota de polvo inexistente en el cristal de su escritorio.

Sin apresurarse, y con mucho tacto, el gerente de calidad pone en evidencia las dificultades que parecen provenir de la gerencia administrativa. Sabe que está apuntando contra el poder real dentro de la corporación en la Argentina. El directorio y la gerencia general están en manos de funcionarios que, en realidad, operan a nivel internacional. El hombre de confianza de la empresa, y verdadero cerebro, es el contador Andreas Elmo Mastronello, que ha concentrado la suma del poder del grupo bajo la figura anodina de gerente administrativo.

—Según esos datos, parece que tenemos un problema —dice Martínez Paz, dejando escapar un suspiro apenas audible.

El ingeniero gerente de producción, con aparente calma gira su sillón para observar por el ventanal que está a sus espaldas. Federico espera satisfecho y piensa que le ha dado elementos a su jefe para la sorda lucha que este mantiene con otros gerentes. También evalúa hasta dónde lo pondrá en riesgo para su beneficio. Hace tiempo conspira ayudado por su secretaria. Busca el sillón de Martínez Paz, que poco entiende las cuestiones técnicas. «Típico burócrata de corporación» piensa el ingeniero en calidad. Un ganador por mérito de familia, educado en los mejores colegios y con una elegancia natural que no se aprende, sino que se respira desde la cuna. Sin mostrar sus sentimientos, el joven gerente de calidad espera satisfecho, pero no aguardaría con esa sensación de victoria si viera la sonrisa de su jefe, que continúa:

—Muy bien, Federico. Excelente trabajo, y bien presentado. Tenemos que ir a fondo en este tema, ¡hay mucho en juego! —exclama, volviéndose el gerente de producción.

El clima entre ellos parece distendido y hasta teñido de cierta complicidad. Con una sonrisa, luego de una pausa amable, retoma la conversación, mirándolo con aire de autoridad.

—Tenemos que hacer una buena presentación. Quiero que quede claro cuál es el objetivo. Y permítame decirle que tenemos que cortar por donde haga falta.

Federico comienza a preocuparse. El ingeniero parece dispuesto a enfrentar a Mastronello y, a pesar del «tenemos», está claro quién se hará cargo de hacerlo. Su jefe prosigue con seguridad:

—Lo discutiremos con el directorio. Anímese y haga una presentación contundente. Estos son tiempos difíciles y las grandes decisiones requieren audacia y temple.

El gerente de calidad ha tejido una reputación sólida, es responsable y creativo; ahora Martínez Paz le está cediendo el centro del escenario. Parece la coyuntura esperada con paciencia. Pero no se engaña, además lo coloca en la primera fila, de cara a todos los riesgos, y eso también es parte del juego. No se amilana, este puede ser el momento; la corporación es su tierra de oportunidades.

La fábrica ya había emigrado en dos oportunidades. Con cada regreso de la empresa a la Argentina, llegaban nuevas generaciones de profesionales. Federico se siente un ganador, es parte de la nueva corriente. Los gobiernos de turno promovieron el retorno, entusiastas, con ofrecimientos de facilidades para radicar la inversión. Pero él tenía claro que el mercado mandaba. Aunque las condiciones económicas o políticas cambiaran, los gerentes eran los responsables de sostener una empresa exitosa. Cada nueva oleada de jóvenes ejecutivos llegaba con el ímpetu y la ambición necesaria para proyectar las utilidades hacia el infinito. Lo sabía y no dudaba. El fracaso de algunos ha sido el combustible que alimenta la rueda del triunfo y perpetuó el giro de los triunfadores. «En las capacidades personales descansa el secreto del éxito», se repite a menudo, cuando los desafíos lo abruman.

Satisfecho, reconoce el momento para retirarse de la reunión y, mientras desanda el retorno a su oficina, siente cierta inquietud que se filtra por una grieta de su confianza. El futuro de otros podría depender de su informe. Su respuesta significaría la cancelación del contrato con la subsidiaria. Y una consecuencia directa de sus recomendaciones. Ellos eran el principal cliente de la autopartista, y eso podía condenarla a la quiebra. Tendría que pensarlo bien, allí trabajaba su hermano.

3

Cuando la puerta se cerró, Martínez Paz sonrió satisfecho. La primera llamada fue para el gerente administrativo, Andreas Elmo Mastronello.

—Ya puse a Federico a trabajar en el tema. Esperemos.

Luego escuchó con atención durante un tiempo. Sabía de memoria todo lo que le diría su superior. Le insistiría, nuevamente, con las mismas argumentaciones. Él sí conocía con precisión a cada subordinado y saboreaba anticiparse a sus movimientos. «El zorro acecha cada escondrijo de los conejos», pensó. Mientras su jefe hablaba, se imaginó omnipresente. Al contador le costaba dar la razón, pero él sí llevaba los hilos de sus marionetas. Aun así, Rodrigo cauteloso, se cuidó de contradecirlo y respondió resignado:

—Espero que estés en lo cierto. Pero no sé si tiene pasta.

Con paciencia atendió la extensa explicación de su jefe y, con el fin de acortar la conversación, le respondió:

—Tenés razón, esperemos.

La siguiente llamada de Rodrigo fue al celular de Rita. Hablaban todavía cuando Federico regresó a la oficina y, antes de cerrar la puerta, le hizo una seña cómplice. Ella lo recibió con sonrisa pícara y le indicó que esperara. Sin más preámbulos terminó la conversación: «Rodri, esta noche hablamos». Luego de cortar no se apresuró, reunió varias carpetas con temas que ya había resuelto en nombre de su jefe, pero que de todos modos él tendría que firmar. Se le acercó desbordando encanto.

—¿Cómo te fue?

—Depende cómo se lo mire. Me pasaron la pelota —respondió él tratando de enfocar a dónde estaba su desconfianza.

—¡Mejor!, ahora podemos continuar con lo planeado. Vamos a tu oficina y me contás todo.

Hacía tiempo que se rumoreaba un crecimiento de la empresa en Brasil. Los nombres para hacerse cargo de las nuevas operaciones eran las delicias de radio pasillo. Rita ayudaba a Federico con la obtención de información: era su topo. Por ella sabía que el ingeniero Martínez Paz, a pesar de ser el gerente de producción, solo manejaba bien las relaciones públicas.

«Al título lo tiene de adorno» había asegurado la secretaria de Rodrigo, «sin los conocimientos del ingeniero Gutiérrez, no podría dirigir la producción».

Se sentía seguro con la información que le suministraba su secretaria. Una corriente de intimidad y confianza los unía cuando le rozaba la mano al servirle café o al recibir una nota; o cuando ya la oficina había quedado atrás. Hoy estaba satisfecho sentado en su torre. Estudiaba las fortificaciones vecinas y trabajaba para acrecentar el territorio. Había escalado con paciencia y tesón en la pirámide del poder, pero aún estaba lejos de su meta. Había sepultado al niño inseguro con infinitos esfuerzos, y algunas pequeñas victorias lo abrigaban. Rita era su fetiche, la secretaria perfecta que lo cuidaba y, aunque con cuentagotas, le había revelado algunos placeres inconfesables. Deseaba muchos más y se preguntaba por qué ella se contenía. «¿Quizás para no depender completamente de mis deseos? ¿Temerá ser un juguete desechable?». En algún momento bajaría la guardia, estaba seguro, era «una chica simple, bella y provocadora, pero simple».

Disfrutó mirándola. Exultante, Rita hacía planes mientras recorría la oficina con una cadencia apasionada. Una música urgente la recorría. Federico ya no la escuchaba; las palabras eran un murmullo acompasado que justificaba su presencia. La detuvo con suavidad al apoyar una mano en su cintura. Ella se dejó detener y lo interrogó con la mirada.

—Sigamos el tema esta noche en tu casa. Llevo un chianti bien frío y vos preparás algo —le susurró él.

—Esta noche es imposible, tengo un compromiso. Cosas de familia, ¿viste?

Sinopsis.

Una multinacional automotriz decide trasladar la planta industrial de Argentina a Brasil. La operación se hace en el mayor de los secretos. Sólo algunos de los gerentes saben acerca del cierre. Una inesperada lucha de poder se desata entre los directivos que desean conservar sus puestos de trabajos en el nuevo destino. Pero los rumores son inevitables. Los pasillos hablan y la intranquilidad gana el ánimo de los empleados cuando el cierre comienza a tomarse en serio. La resistencia de los operarios es inevitable.

Elmo Mastronello, hombre fuerte de la empresa y Facundo Chacón, secretario general del gremio, serán los encargados de manejar el conflicto de acuerdo a sus propios intereses. Pero no serán los únicos que harán lo que sea necesario para granjearse un futuro mejor. Mastronello, contará con la ayuda de Rita, secretaria del gerente de calidad. La joven se revelará como una estratega pragmática y calculadora, dispuesta a todo. Incluso de poner en riesgo su propia seguridad. Federico, su jefe directo, es un soñador que ha proyectado toda la vida dentro de la corporación. Coloca su inventiva al servicio de la empresa, a la espera de ascender hasta lo más alto.Creará un robot y procedimientos revolucionarios para mejorar la producción, pero su tendencia a confundir la realidad con sus sueños le impedirán concretarlos. Entre pujas de poder y conspiraciones los protagonistas no podrán torcer fuerzas superiores a ellos. Las decisiones se toman lejos y las pequeñas historias serán solo eso, minúsculos destellos de un mundo que no considera la dimensión humana.

Alianzas y traiciones forjarán el destino de cientos de familias que dependen de ese trabajo. El poder y los nadies es una historia de ambición y miserias, donde las personas mostrarán cuán nobles u oscuras pueden ser cuando su futuro está en juego.

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