El mar tiene sed

Texto para Concurso

Algunos textos.

I

―Tómate esto. Me han dicho que funciona ―aseguró Aisha.

―¿Cómo lo has conseguido? ―preguntó Anaan, tumbada en la cama.

La casa estaba en silencio. Las cortinas cerradas solo dejaban pasar un cuchillo de luz. El sol caía en la calle, pero ella sentía temblores.

―Tengo miedo ―dijo.

―¿Por qué? ―contestó la amiga intentando calmarla―. No te preocupes, nadie lo sabe.

―En esta ciudad hay ojos por todas partes.

―Con la sábana que llevamos encima, imposible que hayan descubierto quienes somos ―añadió con algo de ironía Alia, la segunda amiga.

―Son listos. Y fanáticos, que es peor ―aseguró Anaan.

―El farmacéutico es buena gente ―añadió la segunda―.He ido ahí en varias ocasiones y no lo noté indiscreto.

―Ya no hay buena gente.

―Te veo muy pesimista ―le reprochó la primera en hablar, mientras le tendía una cuchara con el jarabe que le había traído―. Ten.

Tras unos instantes de reticencia, metió la cuchara en la boca. Tenía un sabor amargo. Ya no había vuelta atrás.

―Es atroz lo que estoy haciendo. Yo…

―Más atroz es lo que te pueden hacer si lo descubren ―intentó convencerla Aisha.

―Te lapidarían en la plaza mayor ―se conmovió la segunda mujer―. Yo no podría soportar ver ese espectáculo.

―Son unos bestias ―dijo la primera―. Pero basta ―añadió―. De nada sirve que hablemos de ellos. Nosotras, tenemos que actuar.

Se volvió hacia la enferma en la cama:

―Tienes que tomarlo cada cuatro horas, durante tres días. Y dos veces al día, lo acompañas con estas pastillas.

―¿Qué…?

―No preguntes, corazón. No lo sé. Lo único que espero es que funcione.

Alia y Aisha escondieron las medicinas en la mesita de noche al lado de la cama.

―Nos tenemos que ir ―explicó una de ellas. Volveremos antes de que caiga la noche para saber cómo estás.

―Si al salir os cruzáis con mi tío, decidle que estoy durmiendo.

―No te preocupes. Le hemos dicho que estás malita y él no se atreve a entrar por su cuenta. Por eso se alegra que vengamos, así le podemos contar ―explicó Alia.

―El pobre… siempre ha sido tan cariñoso conmigo…

―Descansa ―aconsejó la segunda mujer dándole un beso de despedida. ―Nos vemos en un rato.

Las dos amigas salieron cautelosamente de la habitación.

―¿Está mejor? ―preguntó el tío inquieto al cruzarse con las invitadas en el salón.

―Está mejorando ―explicó Aisha―. Pero necesita reposo.

―Claro…

Y las miró con aire sentido.

Las dos mujeres reajustaron el velo para que no quedara ni una mecha fuera de lugar, y empujaron la puerta de la calle. Un sol despiadado lanzaba sus dardos. En la calle, tenían que andar con cuidado, las aceras lucían destripadas por las bombas, la calzada quebrada levantaba polvo a cada paso. Imposible andar con tacones, pensó Aisha con una leve sonrisa, rememorando los tiempos ―no tan lejanos― en los que andaba por el barrio, coqueta, maquillada y bien calzada. Pasaron delante del antiguo Café París. Los vándalos habían vaciado sus entrañas, arrasado los antiguos sillones de terciopelo, robado las elegantes mesitas de mármol «traído de Italia», se vanagloriaba Massud, su propietario. De la barra, solo quedaba un recuerdo. ¡Cuántas cosas había vivido ella ahí! Los encuentros con las amigas cuando salían los sábados por la noche. Fue incluso ese el lugar donde conoció a su primer novio. Su primer novio… ¿dónde estaría ahora? ¿Se habrá convertido en alguno de esos idólatras en uniforme? ¿Habrá dejado el país como prometía antaño? Trozos de vida pisados por el tiempo. Del bello establecimiento solo quedaba ahora un trozo del cartel en la destartalada fachada.

Soltó un suspiro de tristeza y volvió al presente. En estos momentos tenían una misión mucho más importante que cumplir: salvar a su amiga de infancia Anaan, evitar que cayera en las fauces de los mandatarios, policías, soldados improvisados, soplones. Toda una jauría que acechaba en cada esquina y que se arrojaban el derecho de decidir sobre tu vida o muerte. Para evitar toda sospecha, lo más prudente era volver lo antes posible a la sombra de sus casas.

―Parad ―ordenó una voz tras ellas.

Las dos mujeres, espantadas, se dieron la vuelta. Por la rendija del velo, distinguieron un hombre alto, con barba poblada, vestido de uniforme.

―¿Habéis pasado esta mañana por la farmacia de Nasser?

Ellas se miraron, sin saber qué contestar. El hombre, sin embargo, no esperó respuesta.

―Seguidme. Me lo vais a contar en el cuartel.

Con un empujón las puso en movimiento. El sol se ocultó de repente. La noche se hizo total en la avenida principal.

II

La noche oscura aprieta alrededor. Si no fuera por las estrellas, puntitos punzantes y lejanos, parecería que estamos solos. Nosotros, las estrellas, el mar… La barca se mantiene sobre el lomo de las olas. Si viene un temporal, un viento más fuerte, una brisa siquiera, nos vamos al agua. Quizás algún pez gigante, un tiburón hambriento nos estará esperando…

Anbar aprieta el niño contra su pecho para trasmitirle todo el calor de su cuerpo. Es pequeño, no se entera de nada, pero tiene frío, tanto frío que el llanto se le congela. Mira a su madre con sus grandes ojos claros…

Soy Anaan y lo he dejado todo. Todo. Como esta gente. Somos demasiados. ¿Hacia dónde vamos? ¿Cómo hemos acabado aquí?, compartiendo una barca, un destino… ¿y el mismo fin? ¿Cómo acabará todo esto? Las estrellas me pican con su luz de acero. Acallar los pensamientos es el mejor ejercicio. Pero pese al silencio, los miedos de cada uno causan un enorme estruendo.

El motor se ha estropeado. Vagamos por el agua y unos centímetros apenas nos separan de la líquida muerte. Único consuelo: me alegro de que mi padre se empeñara tanto en enseñarme a nadar. Quedan lejos los días en que pasábamos temporadas los tres juntos en la casa al lado del lago. Mi madre se quejaba ante mi padre: es indecente que las niñas naden, déjala en paz, argumentaba. Sin embargo, mi padre y yo nos reíamos con travesura y él persistió en su empeño. Y aquí estoy ahora, dispuesta a echarme al agua… ¿hacia dónde? Nadie se mueve. Cualquier movimiento de más nos puede hacer volcar. Paso mi brazo por debajo del de Anbar, para intentar reconfortarla. No sé quién de las dos tiene más miedo. Ella quizás, seguramente. El niño es su único objetivo; lo sé, me lo ha dicho. «Yo puedo morir, pero todo lo que espero es que el bebé quede a salvo»; me lo dijo esta mañana, casi como una súplica, como un deseo, como una petición…no sé. Y yo, quiero acallar los pensamientos; ellos, sin embargo, siguen y se tropiezan como las olas…

Nada alrededor… Y de pronto, un ruido, lejano… Varias personas se dan la vuelta para saber de dónde proviene. Quizás ha sido una ilusión. No, vuelve… menos lejano… No se percibe nada, solo las ondas. Y una luz. Sí, una leve claridad acompaña el ruido… de un motor. ¿Será un barco? ¿Nos habrá visto? ¿Vienen a buscarnos?

(..)

Ilusionismo. Estamos perdidos. Es el fin. Apenas queda una garrafa de agua y tres latas de conserva. Somos catorce. Dos menos que cuando subimos. Cayeron al mar al intentar atrapar un pez. Se ahogaron…Pronto nos encontraremos con ellos. Es una certeza porque el mar tiene sed. Sed de vidas, de alimento, de historias. Intento calmarme, olvidar lo sucedido. Solo queda mirar de reojo los astros, esperar, desear que el dios ahí arriba no se haya retirado a dormir, desear que aunque sea con un ojo apenas abierto nos vea y lance una red para salvarnos… o un barco. Un barco sería suficiente, para llevarnos a tierra firme. Nunca he sentido tanto amor hacia la tierra. Poder pisar sin caer, sin ahogarse. Tierra firme, que no se mueve, que acoge, que protege.

El zumbido emerge de nuevo entre las cuchillas del mar. Se hace más cercano, más lejano, más…

(…)

Nuestro capitán grita hacia ellos: «Aquí estamos, aquí estamos. Vengan. Vengan», repite.

Creo que nos han visto. Una ola de vértigo me levanta el estómago. ¿Es así? ¿Es cierto? ¿Estamos a salvo? Aprieto fuerte el brazo de Anbar y ella esboza una ligera sonrisa. No se quiere hacer ilusiones, leo en su mirada, pero no quiere perder la esperanza. Su sonrisa se alarga, y la mía también, cuando llega a nuestros oídos la voz de la embarcación cercana. «Os hemos visto», grita. «No os movais, vamos para allá». La nave de rescate se aproxima. La alegría es demasiado grande. La gente se levanta de golpe. Nuestro frágil zodiac se desequilibra. Veo cuerpos que caen. Me asusto, intento agarrar el brazo de alguien que ha resbalado hacia atrás. Oigo los chillidos sofocados. Se está ahogando. No puedo hacer nada. ¿Si me lanzo al agua? Pero antes de que pueda decidirlo, me giro y veo que Anbar ha caído de espaldas con su hijo. Grito de horror. « ¡¡Anbar!!» Oteo y no veo donde está, la oscuridad es impenetrable. Tiro la toalla que me envuelve y me lanzo al mar. Hay varios cuerpos, pero en estos momentos solo me interesa el de Anbar, el suyo y el del niño. Estoy asustada, pero el miedo me da fuerzas. Fuerzas inútiles porque no veo ni siento nada. De pronto, su voz: «Sálvame…sálv… me… sal…», me grita. Me dirijo a pocos metros, hacia el lugar de donde pienso que proviene el sonido. Nado y me sumerjo. Abrir o cerrar los ojos es lo mismo, todo es oscuro.

Y de pronto, percibo el cuerpo del bebé. Lo agarro y subo a la superficie con él. Respira. Tose, pero respira. Me parece que yo misma he recobrado la vida. ¿Y la madre? ¿Qué hago con el niño si tengo que buscar a la madre? Dejar al niño en el barco es una locura, en cualquier momento podría caer de nuevo. Y nadie lo va a cuidar. En estos momentos cada uno intenta salvarse. Todo ha ocurrido tan rápido. En pocos minutos o segundos, quizás. No lo sé. El motor que viene a buscarnos se ha arrimado. «Una mujer se está ahogando», grito, manteniendo a la vez al niño a flote. Un hombre me tiende la mano para atrapar al bebé. Lo coge. Yo puedo subir las escaleras solas. «Una mujer se está ahogando», vuelvo a gritar. «Varios miembros de nuestro equipo se han lanzado al agua», me explica. «Esperemos recuperarla, junto con los demás». Aunque está a salvo, no quiero dejar al crío solo. A la vez, tengo que recuperar a Anbar. Me lanzo entre las olas nuevamente. Grito su nombre. Hay otras voces, de personas que se embarcan en la nave de rescate y otros que… dios mío, ¿cuántos terminarán en el fondo del mar? « ¡Anbar!», chillo de nuevo. Anbar me responde con un profundo silencio. Tan hondo como el mar. ¿Se la ha llevado las ondas? No es momento para llorar, aunque la emoción me estrangula la garganta. No, me digo, respira y sigue. «Anbar, Anbar, ¡Anbar!», repito y repito, «vuelve, estamos a salvo». Nado… me topo con nuestra embarcación. Ya no hay nadie a bordo. Por un extraño reflejo subo como puedo; la ropa me pesa toneladas. Agarro la bolsa de viaje. Me sumerjo de nuevo en las olas hasta llegar a la proa salvadora. Llamo a Anbar varias veces. Por si acaso, porque nunca se sabe, porque no puede ser que haya ocurrido esto. Subo las escaleras. Extenuada, como todos los demás. Empapada de dolor y emociones. Anbar… «¿Dónde está el niño?», pregunto. «En el camerino, a salvo», me contesta un muchacho. «Estamos todos», declara alguien. «¿Y Anbar?», pregunto. «Lo siento», me contesta con voz desolada uno de los rescatadores. El motor se ha puesto en marcha. Las hélices arañan el agua. Miro, observo, escruto el mar, por si Anbar apareciera.

Nada. Las luces del puerto aparecen al doblar un cabo. «Anbar, que dios te bendiga», susurro.

III

―Señor Abasolo, ¿ha leído las noticias?

La reunión para revisar los objetivos había concluido y Edu, el Responsable de Marketing, se removía algo impaciente en la silla, ansioso de abordar el asunto que le inquietaba.

―¿Acerca de qué? ―preguntó Pierre mientras ordenaba la carpeta con los datos examinados.

Eran las seis de la tarde y el cansancio comenzaba a hacerle mella. Más que cansancio físico, notaba un vago hartazgo, que no sabía cómo definir con exactitud. Le venían a la mente el encuentro con Milena, una candidata que había conocido por las redes de contacto. Le había parecido maja, pero no era el tipo de mujer que buscaba. Buscaba pareja, pero hurgar en las redes o en los bares tenía un cariz humillante que no le agradaba. Igual, era mejor esperar que la suerte se presentase, dejar actuar el azar…

―Me refiero a las noticias acerca de toda esa ola de inmigrantes que están llegando a nuestros países.

La voz de Edu le sacó de su ensoñación.

―Claro que he leído. Llevan meses hablando de lo mismo ―contestó Pierre intentando agarrarse de nuevo al hilo de la conversación.

―Sí, es una pena, desde luego ―añadió compungido Edu. Dejó pasar unos segundos para asegurarse de que su interlocutor le escuchaba, antes de añadir―: Se me ha ocurrido una idea.

―Escucho ―concedió serio el jefe apoyando las manos cruzadas sobre la mesa.

―Proponemos que nuestra empresa flete unos barcos para el rescate de esa pobre gente.

―¿Qué tenemos que ver en esto? ―se extrañó Pierre.

―Podemos hacer algo por ellos…

El presidente le observó a la espera, seguramente, de más explicaciones.

―En realidad, es una propuesta de todo el equipo de marketing.

Edu se enardecía al imaginar la escena.

―Las barcas pueden llevar una bandera nuestra. Esto se emite por las televisiones de todo el mundo y…

―Ni hablar ―le interrumpió el superior―. No se ofrece un regalo dejando la etiqueta del precio encima.

Pierre no sabía si lo que le estaba contando Edu, un empleado competente pero joven y a veces demasiado fantasioso, era una reverenda estupidez, un golpe genial o simplemente una propuesta que merecía ser examinada. En todo caso, debía colocarle los pies en el suelo.

―Pero…

―Además, no es nuestro terreno. Haremos una donación a alguna ONG que opere en este asunto. Eso sí podríamos hacerlo.

Edu sopesó un momento el asunto.

―No es mala idea, desde luego… es buena materia para difundir en redes sociales… « Laboratorios Summum en ayuda…» ―dijo con aire ensoñador, imaginando el titular.

Pierre lo taladró con la mirada y el empleado se interrumpió.

―Lo hacemos. Y punto. ―Y tras un instante de reflexión―, es más, ¿en qué estado están los almacenes de Sandon?

Pierre mismo se sorprendió con su propia sugerencia. Hablaba y él mismo era espectador de lo que su mente estaba tramando.

―Eh… no estoy muy al tanto, pero me consta que bien. Puedo preguntar al departamento de logística.

―Buena idea. Verifique que todo esté en orden. Los pondremos a disposición de un grupo de refugiados.

Pierre no daba crédito; las palabras salían sin que él las pensara y a la vez, una vez que estaban emitidas, le parecía que tenían sentido.

―¿Cómo? ―Edu no pudo evitar su sorpresa. Le vino a la mente una foto que podrían difundir para publicitar la iniciativa, pero como intuyó que no sería de pleno agrado del jefe, se mordió la lengua y fue a lo práctico―. Pero… eso no se puede hacer así como así, hay que pedir permiso a las Autoridades, el Estado es el encargado de regular el flujo…

―Lo sé perfectamente ―interrumpió de nuevo Pierre, con voz suave pero firme―. Como le decía al principio, leo las noticias. Bien, haga sus pesquisas para ver en qué medida es factible. Yo, consultaré con nuestro abogado.

(…)

IV

Mi niño, me paso los días buscándote. Recorro y recorro los mismos sitios, voy aquí y más allá. No estás. Entonces, desesperada, me escondo abajo tras una roca y empiezo a llorar. Aquí no hay agua, aquí hay lágrimas. Pienso que quizás me equivoqué, no debimos irnos de esa manera.

(…)

No sé ni cuánto tiempo viajamos en aquella embarcación… un día, dos, tres… en un espacio tan pequeño, sin horizonte, no sabes ni cómo pasan las horas. Nos perdimos hasta que vimos un barco de rescate. Y lo que iba a ser una salvación fue lo que me llevó a la muerte. Aquí estoy, mi amor, en el fondo del mar donde te busco y busco porque te solté de mis brazos antes de caer… y no sé dónde estás. Haría cualquier cosa para tenerte a mi lado. Te seguiré buscando entre peces, rocas y arena. Te quiero, amor mío. Y te encontraré.

RESUMEN – SINOPSIS

Una historia sobre personas que no están donde anhelan estar:

Anaan ha quedado embarazada de su amante, pero se ve obligada a abortar. Dada las circunstancias, tiene que huir del lugar. Sin embargo, sufre por la separación de su antiguo amor. (Texto II y II)

Pierre, químico y dirigente de una empresa de productos químicos, busca una mujer a la que amar. A la vez, no cae en la cuenta que esos mismos agentes que produce pueden contribuir a las armas que han destruido la región de origen de Anaan. (Texto III).

Anbar ha tenido que dejar a toda prisa su país devastado por el conflicto. Se va con su hijo pequeño, pero ella muere en la travesía. Sin embargo, no renuncia a buscar a su pequeño en el fondo del mar. (Texto IV).

Mezcla de realidad, sueños y ficción.

Amor y deseo. Y un homenaje a tanta gente que ha se ha ahogado en busca de una vida de mejor. Las contradicciones entre lo que hacemos y las consecuencias que puedan tener…

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