El lobo de las sierras

El lobo de las sierras

Gabo Fernandez

23/03/2018

Rosario, Provincia de Santa Fe

20 de Marzo de 1953 – 9:45 am

El calor de la mañana agobiaba. A pesar de que en la granja había muchos árboles,

ese día el viento no soplaba y el ambiente resultaba pesado. Guillermo Brisoli se

encontraba trabajando temprano con los animales. Los 52 años habían dejado marca en

su piel. Su cara reflejaba más aventuras de las que quisiera contar. Pelo corto, costumbre

que no había perdido, aun cuando hacía varios años que había abandonado el

regimiento. Un ruido de motor lo sorprendió y lo distrajo de su tarea.

Un Mercedes Benz 170 sd negro se acercaba a la granja por el camino de tierra. Las

visitas no eran muy seguidas, por no decir que casi no existian. Guillermo dejó el

trabajo y corrió al interior de la casa. Se dirigió rápidamente a buscar el revólver bajo el

colchón, agradeció haberlo conservado por las dudas. Todas las armas que alguna vez

tuvo, ya las había desechado, no quería más esa vida. El auto estaba ya a pocos metros.

Pocas personas sabían dónde encontrarlo. ¿Quién sería y por qué? El auto se detuvo

bajo unos árboles y del asiento trasero bajó un hombre de unos 55 años, prolijamente

peinado hacia un costado, con uniforme militar.

El hombre miró hacia la casa.

-¡Sargento Brisoli!

-¡Hace varios años que no soy sargento, solo un granjero!

Guillermo se asomó por la puerta, llevaba el revólver bajo la camisa.

-Debo decir que no fue fácil encontrarlo.

-Esa es la idea de todo esto, la tranquilidad.

-Puede dejar el arma, nosotros estamos desarmados, no vinimos a hacerle nada.

Guillermo miró atento al hombre que tenía enfrente, de reojo miró al conductor del

auto, intentando descifrar el motivo de la visita. Si quisieran matarlo, lo harían sin

mediar palabras, pensó.

-Discúlpeme por no presentarme, soy el coronel Mario Herrera.

-Eso no me dice nada todavía. ¿Debería conocerlo?

-No, no debería. José Sarra nos dio el dato para encontrarlo, él lo recomendó para

el trabajo que voy a ofrecerle.

-José -pensó Guillermo-. Hacía tiempo que no sabía nada de él ¿Por qué mandaría

a alguien a ofrecerle un trabajo? Intentó mantener distancia en la charla.

-Ya tengo suficiente trabajo en la granja. ¿Para qué aceptar otro?

-¿Podemos hablar en el interior de la casa? –Sacó un pañuelo del bolsillo y se secó

el sudor.

-Le advierto que sea lo que sea no me interesa, estoy retirado.

Herrera sonrió levemente.

Entraron en la casa y Guillermo le ofreció la única silla disponible, no estaba en los

planes recibir invitados. En la pequeña mesa de madera había restos de comida de la

noche anterior. Había poca luz natural dentro, solo los rayos de sol que entraban por una

ventana abierta. El desorden era notorio.

-Disculpe pero es el único asiento que tengo.

-No se preocupe. No voy a quitarle demasiado tiempo.

Herrera tomó asiento y saco del bolsillo una cigarrera de plata.

-¿Le molesta si fumo?

-Para nada, adelante.

-¿Usted fuma?

-No. Los vicios no se llevan bien conmigo.

-Hace bien.

Herrera encendió un cigarrillo y dio unas pitadas, expulsó una pesada nube de

humo. El calor adentro era sofocante.

-Señor Brisoli no voy a dar vueltas con esto ¿Conoce el resultado de la segunda

Guerra Mundial?

-Todo el mundo lo conoce, no es ningún misterio.

-Así es, en parte tiene razón, pero no todo el mundo sabe la verdad.

-¿Qué verdad? Discúlpeme pero no lo entiendo. ¿Qué tiene que ver la guerra

conmigo?

-Digamos que tenemos cierta información que los americanos desconocen o por lo

menos no le dieron importancia. Una operación encubierta, que fue hecha con la ayuda

de nuestro gobierno.

-¿Operación encubierta?

-Así es, para distraer al mundo y sacar de Alemania, con vida, la cabeza de todo

esto.

Guillermo intentaba procesar la información pero no encontraba lógica.

-¿La cabeza? Perdón la insistencia pero sigo sin entender.

-¿Conoce Sierras Bayas? Es un pueblito tranquilo, sierras, buen clima, gente de

campo y obreros de fábricas. Muchas casas en el medio de la nada, mucho campo, sin

gente rondando, ideal para esconder alemanes.

-¿Trajeron alemanes a la Argentina?

-No cualquier alemán. Ya le dije, la cabeza de todo esto.

Guillermo escuchaba atento, pero no comprendía bien todavía. Herrera terminó su

cigarrillo, apago la colilla en el plato que estaba sobre la mesa. Se acomodó en la silla y

miró a Guillermo.

-Hitler.

-Eso es ridículo señor Herrera.

-No me lo diga a mí, dígaselo a los alemanes. Además no es el único, tenemos

informantes que han visto a Josef Mengele en Santa Cruz. Se han reportado casos de

bebes gemelos desaparecidos y creemos que están relacionados. Pero eso no es tema

nuestro por ahora.

-¿Y el suicidio? Encontraron el cuerpo de Hitler.

-¿Usted lo vio? Yo no. Encontraron un cadáver quemado, quien sabe. No hay

registros de ningún médico forense que lo confirme. Lo que nosotros sabemos es que en

1945 Hitler salió de Alemania en avión rumbo a España y luego en submarino hacia

Argentina. Se instaló en este pueblito junto a Eva Braun. La gente del lugar no tiene ni

idea. Hace varios años que vive en tranquilidad junto con otros oficiales Nazis, recibe

provisiones y atención de su médico personal Otto Lehmann.

-¿Está seguro de lo que dice señor Herrera?

-Totalmente, la Operación Feuerland ya estaba planeada desde hace tiempo,

incluso creemos, con ayuda del gobierno norteamericano, aunque es difícil de

comprobar por el momento. El cuerpo encontrado era de un doble, Hitler cruzaría el

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