SINOPSIS
María y Antonio son normales. Muy normales. Tan comunes, tan corrientes, o, mejor, tan universales, que tienen un audímetro, cumplen lo que augura el horóscopo y podrían calcular cuándo van a morir. Tienen un hijo y María está embarazada por segunda vez, cumpliendo con la estadística: van a tener 1,2 hijos. Una niña, como la mayoría.
Mediocres
MARÍA
– Normal. Muy normal.
» María. Me pusieron María. Simple y llanamente. Como a toda mi generación. Como mi madre Maricarmen. Como mi abuela Mariantonia. Pero a secas, María a secas.
» Estoy en paro desde hace meses. En búsqueda activa de empleo de administrativa en el sector servicios. Cumplí treinta y siete años hace como tres meses. Mido metro sesenta, peso sesenta y tres kilos y me gustaría perder alguno. Calzo un 38, pero suelo pedir el 37 por costumbre, aunque me apriete un poco, porque no me hago a las nuevas tallas. Me pasa lo mismo con el pantalón. Soy miope, pero reconozco a quien tengo que reconocer. Sé que debería cepillarme los dientes tres veces al día, pero lo hago una y media. A cambio, procuro ir al dentista cada año. Compruebo la fecha de caducidad de los alimentos antes de comprarlos o de consumirlos, no fumo, tomo café a diario y soy más bien estreñida.
» Vamos, que soy una persona normal. Muy normal. Tengo la necesidad de que me aprecien, pero soy crítica conmigo misma. Tiendo a ser disciplinada por fuera, pero insegura por dentro. Creo que compenso mis debilidades, aunque a veces dudo sobre las decisiones que tomo. Prefiero los cambios a las limitaciones, pero hasta cierto punto. Y cuando leo estas cosas, o el horóscopo, me siento identificada. Soy escorpio.
» Perdí la virginidad con 18,2 años. Lo calculé, me acuerdo como si fuera hoy. Me he acostado con 6,3 hombres, contando lo que no se consumó. Yo me aclaro, que ya he dicho demasiado.
» El último, mi marido. Así que a la séptima va la vencida. Me atraen los ojos, las miradas. Ahí le concedo el poder de seducción a Antonio. Yo me dejé llevar. Nos presentaron unos amigos en común y nos fuimos gustando poco a poco, al ir conociéndonos, me atrajo su carácter y sus valores, más que su físico. A ver, que no está mal, pero tampoco fue un flechazo, amor a primera vista, enamoramiento adolescente, eterna primavera. Nada de eso. Fue normal, muy normal.
» Nos queremos. Nos tenemos mucho cariño y somos amigos. Para mí el amor es un poco eso: una relación estable, duradera, entre dos personas que se quieren. Y cuando se quiere de verdad, se es fiel.
» Mantenemos relaciones como una vez por semana. ¿Dónde? Pues en la cama, aunque también nos gustan el coche y la ducha. Usamos condones. Pienso en sexo media docena de veces al día, diría. Mi marido seguro que más.
» Nos llevamos bien, discutimos poco. Tomamos juntos las decisiones importantes. Nos casamos por la iglesia, más bien por la familia de él, cuando teníamos treinta y antes de tener hijos. Hay que respetar a los mayores.
María no lo sabe, pero morirá, algo mayor que sus padres, dentro de 44,2 años.
ANTONIO
Está orgulloso de ser un pensador independiente, de no aceptar afirmaciones de otros sin pruebas. Encuentra poco sabio ser demasiado franco. A veces es extrovertido, afable y sociable, mientras que en otras ocasiones es introvertido, precavido y reservado. Algunas de sus aspiraciones tienden a ser poco realistas.
– Hola, soy Antonio. No sé qué queréis que os cuente. Tengo treinta y ocho para treinta y nueve. Me gusta salir con los amigos, estar con la familia, ver la tele y el fútbol. Aunque no por ese orden. Soy del Real Madrid, como mi padre y mi abuelo. Como lo será mi hijo. Y un poco del Barça, pero eso no lo pongas.
» No me costaría hacer amigos creo, cualquiera puede hacerlo si lo intenta, me llevo bien con mis compañeros de trabajo, con los del gimnasio, pero para tomar unas cañitas, prefiero a los de siempre, a los del bar: los del bar de toda la vida y los amigos del barrio, a los del bar del barrio y a los amigos de toda la vida, que para mí es lo mismo.
» Claro. Claro que me gusta salir, beber, el rollo de siempre. No sé, un libro al mes, sin emborracharme jamás. Me gusta comer, también. Comer bien. Me dejo bastante pasta en comida, al final. Como demasiado y probablemente mal. Algo de carne casi todos los días y al año ya me meteré una docena de kilos de pasteles, entre cumpleaños y excepciones. Pero mi salud es excelente, gracias. Tengo el colesterol un poco alto, nada más. Soy miope, vale, no me gusta ir al dentista ni que me saquen sangre, pero dejé de fumar hace tiempo. Antes me echaba cinco pitis al día. Poco más.
» Soy tirando a bajito. Metro setenta y tres para mis setenta y cinco kilos largos. Con mis kilos, encantado, eso sí. Me preocupa más estar empezando a perder pelo, pero en general soy feliz y optimista. Satisfecho con lo que me ha deparado la vida. Lo único que me da pena es no hablar mejor inglés. Lo chapurreo. I speak English a little.
» Aparte, cualquiera puede mejorar su nivel de vida si se lo propone. Mientras sea honesto, que es a la larga la mejor estrategia, la gente será sincera con uno también. No es que crea que el dinero da la felicidad, pero, al final, no viene nada mal para el desarrollo personal y profesional. No derrocho, pero tampoco controlo demasiado mis gastos. Debo un buen pico de lo que gano y tengo mi dinero en cuentas corrientes y depósitos bancarios. No ahorro porque no puedo.
» Tengo un coche elegido a conciencia: consulté, probé tres marcas diferentes y negocié el precio. Me gusta conducir y me gusta correr. No voy a decir el modelo porque no procede, pero, vamos, es algo mejor de lo que corresponde a un asalariado, a un oficinista como yo, que trabaja mucho y cobra poco. Me lo merezco.
» El puesto que tengo no me apasiona, pero no me aburro, estoy tranquilo, relajado, me da seguridad y estabilidad, es un medio para ganarme la vida, un sufrimiento necesario. No me quita el sueño y no es de esfuerzo físico, pero sufro algo de estrés y dolores de espalda, aunque esto quizá sea culpa del colchón, que tiene más de trece años. Entré por contactos familiares y llevo en la empresa casi diez años. No me importaría que fuera un empleo para toda la vida, y menos con los tiempos que corren; estar en paro es la mayor desgracia, y la vivo en casa, pero, por pedir, preferiría ser mi propio jefe.
» ¿Mis valores? No sé. Tolerancia. Democracia. Igualdad. Orden. Paz. (Silencio). Yo estoy a gusto con personas de ideas y creencias diferentes. Por supuesto. Lo normal. También creo que se puede ayudar a los demás de muchas maneras, no hace falta ser Gandhi, tengo la conciencia muy tranquila.
Su tolerancia irá mermando, poco a poco, hasta que muera, con 74,4 años.
HUGO
María y Antonio, Antonio y María viven en una ciudad pequeña, la misma en la que han nacido, y son propietarios de su vivienda, en la que invierten más de la mitad de sus salarios. Nunca han vivido fuera de España, pero sí en otras 2,3 casas: las de sus padres, otra que alquilaron juntos nada más casarse y una que compartió María con otras dos chicas durante su verano en Londres. No piensan mudarse en los próximos años, están encantados con su casa, sus vecinos de hola y adiós, su barrio, los comercios, la ciudad entera.
– Es perfecta para tener niños.
Hugo nació hace dos años, dos meses y dos días. Está convenientemente vacunado, va alguna hora a la guardería y lo cuidan sus abuelos cuando es necesario, pero María se encarga de él la mayor parte del tiempo, como del 82% de las tareas del hogar. No le importa. Considera que Hugo es su responsabilidad, tiene más tiempo y más mano que Antonio. La colada, las manchas y la limpieza en general también son su terreno.
Ella lava la ropa de cama tres veces por semana y dedica dos horas y media a limpiar manchas: corporales, de grasa, fruta, sangre menstrual, aceite y, sobre todo, café. En casa se toman cinco cafés al día. Hace 22 coladas al mes, tres de ellas a mano, y un par de limpiezas generales al año, cuando cambia el armario de temporada. Gastan 1.650 euros en ropa: María más que Antonio y, a ojo, Hugo más que María. Antes iban a boutiques, pero desde que nació el niño a menudo caen en centros comerciales.
Gastan 499€ en el mantenimiento de su gato, aunque probablemente no lo saben.
Tienen microondas, dos móviles de última generación y dos teles, no lavavajillas. Priman el entretenimiento a aliviar de trabajo a quien se encarga de la cocina. Se las intentan apañar para compartir el mando, pero a menudo se separan: el salón para el fútbol y la habitación para las series.
– Culebrones, comedias, lo que sea –María no discrimina. Antonio tampoco.
Su gusto es tan común y tan corriente o, mejor, tan universal, que tienen un audímetro en casa. Cada miembro de la familia representa a cinco mil televidentes con que, sin saberlo, participan en las decisiones de programación de los canales principales, que dan tanto fútbol y tantas series generalistas que el presupuesto permite.
– Veo los partidos del Madrid, muchos de liga, todas las copas, los mundiales, los trofeos internacionales… casi todo lo que dan en abierto y algún evento de vez en cuando en el bar de abajo.
– Vamos, que los días que hay fútbol y echan la serie que estoy siguiendo, mejor tener dos teles que una discusión –interrumpe María.
– Ni que discutiéramos tanto.
– No, no, si nos llevamos bien, discutimos poco. Ya lo he dicho. Tomamos juntos las decisiones importantes, ¿no? –dice María, más o menos convencida.
– Compartimos opinión en las cuestiones importantes. Sí –Antonio se encoge de hombros.
– Decidimos juntos y convencidos, consensuamos y esperamos el momento oportuno para tener un hijo. A eso me refiero –dice María.
– Lo importante. Los valores, la moral. La familia, la paternidad, el sexo –continúa María. Antonio frunce el ceño en este punto–. Estamos de acuerdo en la importancia de la familia, con la idea de que un buen padre debe hacer todo lo que esté en su mano por el bienestar de los hijos.
– Eso sí, faltaría más –interrumpe Antonio–. Hugo todavía es muy pequeño, pero nos preocupa su salud, su educación, que fumase marihuana o que fuera homosexual–. Se hace el silencio–. Como a la mayoría de la gente –se justifica.
– El 40,4% de los españoles. Lo leí ayer en un reportaje –María pretende apoyar la versión de su marido.
– Pero, vamos, que tampoco es el caso.
Hugo mide 88 centímetros. Lo que le corresponde según la talla de sus padres. Nació a término, pesó tres kilos al nacer y fue alimentado con leche materna. Está en la etapa de la rebeldía, es un festival de “no quiero”, “no me gusta”, “es mío” y le ha cogido el gusto a las rabietas. Sabe quitar las tapas de los frascos, juega con piezas de construcción, puede vestir y desvestir a sus muñecos y cortarles el pelo, aunque su padre dice que es de niñas. Le encantan los globos, las pelotas y subir y bajar escaleras, pero no compartir sus juguetes con los demás. Come solo y acaba de decir adiós a los pañales, aunque a veces se le olvida ir al baño. Canta canciones enteras, reconoce colores básicos y cuenta hasta diez, dice su nombre, explica lo que hace en el día y contesta a las preguntas con entusiasmo, pero no sabe controlar sus emociones.
María se esfuerza en imponer límites con prudencia, aunque ya ha empezado a relajar los estándares. Está pensando en otra cosa: en quedarse embarazada de nuevo.
L.
Calculando días y coitos, María no tarda más de tres meses en quedarse embarazada. Antonio está encantado. Hugo, expectante. Nueve meses pasan volando.
Pero Antonio y María, María y Antonio solo van a tener 1,2 hijos, como la mayoría de los españoles. Una niña, como la mayoría: Lu.