– Las cajas de seguridad de un banco son como los nichos de un cementerio, nadie debería abrirlos, salvo la familia.

Pensé que el cerrajero tenía razón, y que no nos iba a gustar lo que podíamos encontrar en alguna de esas cajas. Hay sorpresas que es mejor no abrirlas, y las cajas de seguridad de un banco cerradas durante años son una de ellas.

La intimidad puede ser un legado, pero nunca debería ser forzada por desconocidos.

La primera vez que entré en el recinto de las cajas de seguridad pensé que, efectivamente, era un cementerio. Un cementerio de cosas atesoradas y/u olvidadas. Son ese tipo de olvidos que deseamos, pero que vienen muchas noches a visitarnos. Dicen que esos olvidos, bajo cuatro llaves, son más olvidos, aunque uno nunca puede estar seguro de eso porque los cofres de la conciencia no cierran nunca herméticamente.

Cuando alguien quiere guardar dinero o joyas alquila una caja de seguridad; cuando quiere guardar un secreto también. Y en este banco, según mi experiencia, nuestros clientes tenían muchos secretos que guardar.

Quizás algún cliente romántico podría esconder en una caja de seguridad una foto de su amante, o las cartas de antiguas novias, lejos de los ojos curiosos de su esposa. Quizás drogas para consumo propio o incluso para su venta. O billetes procedentes de una operación en negro que podrían desconocer sus familiares. O algún objeto fuera del alcance de la policía…

Nuestros clientes eran, sin duda, mucho más sofisticados en sus secretos que este tipo de aficionados. Y tanto el Director como yo lo sabíamos perfectamente.

Con el tiempo he aprendido que los clientes de una oficina bancaria son un reflejo del director de la sucursal. Un joven listo, elegante y sin muchos escrúpulos abre cuentas a jóvenes listos, elegantes y sin muchos escrúpulos. A nuestros directores los he seleccionado yo, aunque ellos sólo lo intuyan. Por tanto, sus clientes tienen mi impronta. Y yo guardo cosas muy especiales entre mis secretos.

La fusión estaba levantando demasiadas alfombras, y las cajas de seguridad eran un fleco más de una de ellas.

Yo me opuse desde el principio a esa operación de fusión. No soy un inocente; sé que nuestra situación es muy complicada y que no podemos seguir solos como banco, pero para mi “departamento”, desnudar el banco ante nuevas miradas supone demasiados riesgos. Tendríamos que estar limpios, y no lo estamos. Aunque nadie lo está, y estas cosas oscuras siempre se esconden bien en los bancos. Los balances de los bancos están hechos para camuflar. Pero yo vivo de evitar los riesgos.

El mercado se cerró de repente en agosto del 2007, a raíz de la crisis de las subprime. En unos días dejamos de tener acceso a nuestra financiación y eso provocó que cerráramos todas las líneas de crédito de nuestros clientes. No podíamos prestar dinero porque no teníamos. Préstamos, descuento de papel, créditos y negocio de extranjero, lo restringimos todo y eso provocó que nuestros clientes se vieran en nuestra misma situación. No tenían dinero para devolvernos los préstamos. Ahogamos a los clientes

Si antes teníamos solo un problema de liquidez, ahora lo tenemos también de solvencia, porque nuestros clientes están presentando concursos de acreedores gracias a nuestros cortes de liquidez. Y de rentabilidad, porque no prestamos dinero y, por tanto, no nos pagan intereses. El Banco de España aprieta con nuevas tasaciones para que actualicemos los valores de nuestra cartera de inmuebles, y cada valoración es un nuevo mazazo para nuestra cuenta de resultados. Estábamos muertos, hasta que llegó esta fusión. Nos ahogaron los clientes.

Lo llaman fusión porque suena menos agresivo de cara a los medios, pero es una absorción. Si le llamaran absorción habría un ganador y un perdedor, pero como el perdedor acaba en el estómago del ganador, no interesa que se sospeche que el pequeño pescadito ingerido puede estar podrido, porque podría ser una larga y dura digestión. Y eso no le gusta a los mercados.

Ellos son los ganadores y deciden los siguientes pasos. Nosotros ejecutamos sus órdenes esperando que con tanto movimiento de falda no se nos vea nada.

Ahora han decidido que nuestra oficina principal se integra en la suya, y han provocado que tengamos que desenterrar cientos de posibles cadáveres de nuestras cajas de seguridad en dos semanas.

Si tú llamas a los clientes y ellos vienen y sacan sus cosas no hay problema. El problema viene con los clientes con los que es imposible contactar: no contestan, no vienen o no existen.

Nuestro futuro profesional va a depender de cómo realicemos esta transición, pero nosotros, el Director y yo, nos jugamos más…

Habíamos abierto la caja nueve y la treinta y siete, y sólo habían aparecido escrituras antiguas, una cubertería de plata, unos pendientes de oro y algunos legajos. No esperaba sorpresas en esas cajas.

Cuando la gente tiene algo de valor en una caja, y la llamas para decirle que si no viene la abriremos nosotros, acude rápidamente. El problema son los otros.

Tengo todos los problemas identificados, aislados. Sé qué cajas pueden contener dinamita. Lo único que debo hacer es que tengan una detonación controlada.

El cerrajero tiene instrucciones mías de salir del recinto de la caja fuerte cada vez que revienta una caja. La deja entornada y desaparece. Solo quedamos el notario y yo. Y me sobra uno, pero hay que aparentar legalidad.

Una caja de seguridad es una habitación enorme de hormigón, acorazada, con una puerta blindada con una hoja de sesenta centímetros de grosor de acero con catorce anclajes. Alrededor de la habitación hay un pasillo de unos cincuenta centímetros que tiene en cada esquina un espejo del techo al suelo que permite ver todo el recorrido, para detectar posibles intrusos. La caja de seguridad permanece abierta solo en horario de oficina. Cuenta con apertura retardada, combinación, video y dos llaves que custodian dos empleados diferentes del banco. Una vez dentro de la caja fuerte, el habitáculo está lleno de pequeños nichos de distintos tamaños, entre quince por quince y sesenta por sesenta centímetros, con profundidad de sesenta centímetros cada una de ellas, y con dos llaves por caja; una la custodia el banco y la otra el cliente. Sencillo. Es como una matriusca rusa, pero gorda y blindada.

Ahora tocaba la sesenta y dos, la caja fuerte de D. Juan Pinilla, promotor inmobiliario desaparecido en extrañas circunstancias. Hace unos meses, diez años después de su desaparición, un juez declaró su fallecimiento. Su mujer, Ana, y sus hijos, renunciaron a la herencia cuando vieron que las deudas superaban los activos e intentaron seguir con sus vidas. Su padre les dejó un apellido maldito en el mundo de los negocios. Decidí hablar con su hijo:

– Buenos días, ¿José Pinilla?

– Sí, ¿quién llama?.

– Soy Alberto Requena, del Banco Oriental. Le llamo porque su padre tenía una caja de seguridad con nosotros. Hace años que no pagaba la comisión anual, pero, como deferencia por la relación que tuvo con nosotros, y siguiendo las instrucciones del Director, no les hemos requerido nunca ese importe. Ahora, en cambio, motivado por la fusión con el Banco Capital, vamos a cerrar nuestra oficina principal y hay que abrir todas las cajas de nuestros clientes. Si ustedes no vienen a abrirla, un notario dará fe del contenido y lo trasladaremos a otra caja en otra oficina del Banco Capital.

– No recuerdo que nuestro padre nos dejará ninguna llave de caja de seguridad antes de desaparecer. Por otra parte, nosotros hemos renunciado a todos los derechos de herencia y jurídicamente no somos propietarios de lo que contenga esa caja. Mi padre estaba arruinado cuando desapareció, así que no creo que haya nada de valor en ella. Y tampoco creo que encuentren nada con ningún valor sentimental para mí. Lo siento, pero no veo cómo puedo ayudarle.

No tuve suerte tampoco con su hermano ni con su madre.

Las llamadas las hice yo, como siempre cuando se trata de temas sensibles. Oficialmente no tengo ningún cargo relevante en el banco, de hecho, mi nombre no aparece en el organigrama. Desde el principio expliqué al Director que soy más de abonos que de cargos. Soy como un asesor de seguridad. El jefe confía en mí y yo me gano cada día su confianza. Soy una persona leal. Conozco todos los secretos y actúo para que la maquinaria no chirríe nunca. Un banco es una institución muy grande que debe permanecer siempre en el anonimato, y yo me encargo de engrasarla constantemente. Todos en el banco me conocen y saben el sutil poder que ostento: reviso las auditorías internas de los empleados, sus correos electrónicos, los gps de sus teléfonos corporativos y tablets, sus whatsapps, sus cuentas, sus tarjetas y sus reconocimientos médicos. Conozco sus costumbres mejor que ellos. Lo sé todo de todos… y eso les da pavor. Hago el mismo trabajo con los clientes importantes, pero ellos lo desconocen.

Obviamente, yo he elegido al notario que debe dar fe de lo que encontremos en las cajas. He estado una mañana repasando informes y datos de cuentas y deudas de todos los notarios de Madrid. No son pocos los que nos deben dinero. En estos últimos años todo ha cambiado mucho. Los notarios se relacionaban a diario con los promotores y constructores, muchos me decían que estaban viendo cómo personajes mediocres se hacían multimillonarios delante de sus narices. Algunos de ellos entraron en el negocio del ladrillo con sus ahorros y endeudándose en compra de inmuebles y solares, y eso los arrastró irremediablemente hasta nuestros días, gracias a la crisis, con una bola de reo hecha de ladrillos y con otra de deuda. Digamos que…les cuesta andar.

El Director me pasó una lista con varios nombres de notarios endeudados con nosotros, pero yo busco algo más; que una persona tenga deudas no la hace sensible a mis necesidades. La sensibilidad está más cerca del miedo que del dinero.

Las tarjetas son una fuente importante de información: retiradas de efectivo o pagos en determinados locales, a altas horas de la madrugada, pueden dar pistas de pequeños deslices: alcohol, prostitución o drogas, pero eso lo puede encontrar cualquiera y no asusta a nadie. Leer un extracto de visa para mí es como leer un electrocardiograma para un médico. Encuentro costumbres, vicios, gastos a deshoras, compra de vuelos o gastos en paraísos fiscales. Un médico puede intuir un futuro infarto, ya pronóstico la muerte social con mayor efectividad.

Cuando uno está corto de efectivo es capaz de cualquier cosa. Revisando operaciones veo un notario que sale por las noches al casino, compra fichas con su tarjeta de crédito, y al día siguiente tiene un ingreso en efectivo en su cuenta. Cualquiera podría pensar que es un ganador, pero yo sé que es un perdedor, un comprador de fichas que las canjea luego para ganar un mes de vida a su ruina. Compra fichas, se pasea por las mesas aparentando interés por apostar y al cabo de media hora vuelve a canjear las fichas por efectivo en la caja central del casino como si hubiera ganado. Así vuelve a casa con algo de liquidez cada noche. Podría sacar del cajero a crédito, pero sabe que las alarmas de los bancos saltan pronto con esas disposiciones, y le cancelaríamos la tarjeta de crédito. Además, así se ahorra las altas comisiones por disposición a crédito. Que un notario lleve esas rutinas es inmoral. La crisis debería respetar las clases sociales.

Sigo buscando: observo que uno de ellos paga recibos en una cuenta residual de un colegio a nombre de un niño que no tiene su apellido. Veo que tiene un domicilio diferente al habitual de las otras cuentas. Busco en el ordenador con los apellidos del niño y me aparece la madre como cliente. Tenemos su carnet escaneado y es joven y guapa, y además vive en el mismo sitio donde está domiciliada la cuenta secreta del notario. Bien. Lo reservo a un lado de mi escritorio.

Encuentro un notario que ha pedido cuatro reestampaciones de su tarjeta de crédito en el último año. No es normal, y lo que no es normal debe tener una razón.

Llamo a la oficina. Cuando ven mi número y mi apellido en la pantalla del teléfono sé que se asustan. He oído que me llaman “Ojos de cielo”. Soy como “asuntos internos” para la policía: muy incómodo como enemigo y por eso todo el mundo me adora.

– Banco Oriental, buenos días, le atiende José López, ¿en que puedo ayudarle, Sr Requena?

– Si yo fuera un cliente que llama y me sueltas todo ese rollo ya habría colgado. Pásame con el Director, anda.

– Sí, señor, le paso.

Odio la musiquita corporativa de las grandes empresas…

– Buenos días, Sr. Requena, ¿en qué puedo ayudarle?

– Háblame del notario, el Sr. Gris.

– Es un buen cliente, mantiene con nosotros un plan de pensiones, una póliza de crédito, una hipoteca de su casa de Ibiza…

– ¿Tú crees que soy idiota? Tengo el mismo acceso que tú a su ficha de cliente. Quiero saber más. ¿Por qué ha pedido varias reestampaciones de su tarjeta de crédito este año?

– Bueno, es un tema personal y no está confirmado, pero los compañeros creen que es por algo…

– Pues defíneme “algo” inmediatamente.

– Dicen que el Sr. Gris es homosexual, pero yo no lo creo porque está casado y tiene hijos…

– Tú eres muy tonto…

– Y que le gusta salir con jovencitos. Que hace fiestas con ellos, se los lleva a su casa de la sierra, y en una ocasión nos llamo borracho porque le habían quitado la cartera y la tarjeta.

– ¿Y las otras?

– También, pero como era de noche llamó al servicio de cajeros para anular la tarjeta

– Gracias.

Sabe que no debe hablar con nadie de esto. Hace años que todo el mundo entiende que mis conversaciones son siempre privadas. No utilizo apenas el mail y casi nunca el teléfono móvil.

Seguí al notario durante una semana hasta que lo cacé con sus efebos. Un bar de ambiente en las afueras de Madrid lleno de jovencitos con hambre de billetes y de talludos con hambre de sexo prohibido. Una combinación con final feliz, o eso creen ellos. Un par de fotos en actitud cariñosa serán suficientes. A veces, enseñar la patita del lobo insinuante asusta más que ver al lobo completo. Si el golpe es demasiado fuerte, e intuyé que está malherido, suele reaccionar mal. Hay quien dice que el miedo inmoviliza, pero esos no me conocen…

En ocasiones un problema se convierte en una oportunidad. Que un señor notario de fe de algún objeto indeseado puede ser un problema. Que aparezca un objeto indeseado en una caja de seguridad y tener a un señor notario firmando que no ha aparecido ningún objeto indeseado es una oportunidad para limpiar las cajas con absoluto decoro.

Cuando el cerrajero dejó la puerta de la caja fuerte entornada y salió por la blindada de la habitación acorazada miré de reojo al notario. Él fingía que miraba sus papeles en la mesa improvisada que tenemos para que los clientes muevan sus pertenencias al sacarlas, o al meterlas en la caja. Tiene sesenta años y la apariencia de un notario: introvertido, con gafas de presbicia, entradas, zapatos castellanos, traje azul oscuro y corbata granate. Lleva dos alianzas, supongo que porque ha cumplido ya sus bodas de plata. Nadie hubiera adivinado su afición oculta, salvo por esas manos finas, delicadas, blancas con venas azules y con las uñas con un ligero brillo. Un hombre se define por su discreción y el brillo en las uñas es indiscreto y afeminado.

Entreabrí levemente la puerta y observé la caja atentamente antes de tocar nada. Recuerdo bien a Juan Pinilla y no era una persona desordenada. Lo que yo vi era, sin duda, producto de la precipitación…

Vi de reojo como el notario se frotaba nervioso la cara con una mano mientras golpeaba la pluma en la mesa con la otra.

SINOPSIS

La oficina principal de un banco que se fusiona se traslada, y todas sus cajas de alquiler, que están en el sótano, deben abrirse. Desgraciadamente para el banco, no todos los propietarios son localizados. Un notario deberá dar fe del contenido de algunas de estas cajas, ante la ausencia de sus dueños. El contenido de una de ellas llevará a nuestro protagonista a un viaje por un pasado reciente de lujos, secretos, excesos, política y poder.

Historias que convergen en el subsuelo apuntando lo que sucedió en la superficie, donde la carrera de la banca por crecer provocó la crisis del sector, el despido de miles de empleados y la ruina de miles de ahorradores.

Una historia contada en la voz de un narrador que conoce todos los entresijos del banco y que trabaja para que la imagen de la entidad quede siempre impoluta, utilizando para ello todos los medios a su alcance, que en una entidad bancaria son muchos.

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