Relatos olvidados – Capítulo 10

Relatos olvidados – Capítulo 10

Alejandro Rojas

12/03/2018

Abrió con esfuerzo los ojos salados y puso las manos sobre la arena mojada. Sentía en el cuerpo el dolor de los golpes de las olas y la madera explotando. Su barco, y su tripulación, lo sabía, eran todos esos escombros que veía despedazados a su alrrededor. Se levató tambaleante sobre un brazo, goteó agua salada de todo el cuerpo y sacudió su cabeza. Aún tenía grabadas las últimas cosas que vió antes de hundirse en la negrura del olvido. Una tormenta que vino como un lagarto gigante invisible; rayos que parecían el tridente del cielo enojado, olas colosales y un viento que gritaba de hambre. Sus hombres volando por los aires, colgando su peso de las velas. Sus gritos de mando… No lo lograron esta vez.

Ninguna tormenta los había derrotado jamás y Yusuff sabía que esas olas y esa tormenta no eran de este mundo de hombres y barcos hechos por hombres. Buscó descorazonado con la mirada a su alrededor como quien busca entre los muertos una cara familiar y sólo encontró escombros. Se incorporó sobre sus dos pies con valor, aún desorientado y tambaleante pero con la absoluta seguridad de saber donde se encontraba. Frente a él, a varios metros de esa costa de arena plateada; custodiando como sentinelas sombríos, al lado de una abertura entre las rocas montañosas se alzaban cuatro pilares negros de más de doscientos metros de alto y veinte de diámetro, que brillaban un manto imponente, como mármol negro al sol. Un frío chorro de energía llenósus músculos y huesos. Avanzó hacia las montañas clavando sus pies descalzos en la arena fría y, poco a poco, se fueron haciendo colosales las figuras grabadas en esas inhumanas construcciones. Algunas de ellas eran figuras de hombres realizando tareas imposibles; algunos cargaban astros, otros devoraban castillos y pisoteaban ciudades. Yusuff sintió un frío sudor bajando por su cuello y recordó una historia que le había contado su padre un día, hace muchos años, pero guardó silencio y siguió escrutando las imágenes. En otras figuras un viejo hombre de propiedades colosales sostenía un libro enorme en cuya tapa se podía leer: «Bnei haElohim». Al verlo, el corazón de Yusuff se paró unos segundos… y la furia llenó su pecho de nuevo. Giró la cabeza hacia la abertura entre las rocas, y con toda su fuerza gritó hacia el corazón de la tierra mientras asía fuertemente el mango de su sable: – !He venido por el corazón de Og, último rey de los Nefilim! !Sépalo todo su pueblo! Y con el caminar de un tigre que huele la sangre, se adentró en las montañas.

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