Marzo. 10. 2018, 18.30 PM

Todavía no sabía muy bien por qué, ni cuándo, ni cómo había tomado la decisión, pero allí estaba.

Sentada en un rincón algo oscuro del Café Escape, apartado del resto del garito, escondido entre estanterías colmadas de libros, y del que colgaba una lamparita redonda que proyectaba la débil luz sobre dos butacas mal puestas y una vieja mesa de madera carcomida, Dalila Oldsoul trataba de mantener la poca cordura que aún le quedaba, terminándose su Cola Cao caliente. Había recibido nada más y nada menos que una carta. ¡Una carta! ¡Ella, que no era nadie, ni nada!

Pero así era. Después, y sólo después, de comprobar tres veces que los datos del sobre, efectivamente, se dirigían a ella, lo abrió. El olor que se desprendió nada más hacerlo, invadió su mente de un aire infantil y familiar, cuando aún estaba llena de risas y sueños, cuando no tenía miedo y era feliz en la escuela, jugando con sus compañeros. Al cumplir los 13 años, poco después de mudarse a otro pueblo, todo su mundo se truncó cuando, la que había sido su mejor amiga, contó su «secreto», ridiculizándola en las redes sociales. Desde entonces, había vivido huyendo de todo, soportando las burlas de alumnos y el menosprecio, incluso, de algunos profesores. Había pasado de ser alguien, a ser nada. Sus padres, demasiado ocupados con sus trabajos, achacaban su timidez al cambio hormonal.

La intrépida voz que la había animado a asistir a aquel lugar, insistiendo en su cabeza que no podía pasar nada malo, estaba comenzando a diluirse. Entonces, sacó la misiva arrugada de uno de los bolsillos de sus vaqueros y volvió a leer.

« ¡Hola, Dalila!

¿Cómo estás? Haciendo limpieza en mi cajón, encontré tu dirección postal. ¡Cuánto tiempo ha pasado desde entonces! Me encantaría que nos pudiésemos reencontrar, y nos pusiésemos al día de todo, como cuando teníamos 10 años… ¿te acuerdas? He pensado que nos podemos reunir en ese sitio tan chulo donde celebrábamos los cumples,el Café Escape, mañana, a eso de las 18.30. No tengo ninguna información tuya aparte de esta dirección, así que, ¡espero que vengas!

Una buena amiga, impaciente por volverte a ver. »

La plica no llevaba remitente. Eran las seis y media de la tarde y ahora que lo pensaba en frío, quizá había sido mala idea acercarse hasta ese lugar. ¿Y si la habían tomado el pelo sus compañeros de clase? Pero aquello era imposible, ¡nadie conocía esa dirección! De no ser porque el anterior fin de semana sus padres se habían acercado a la pequeña casita en el campo para pasar unos días, jamás hubiese recibido el mensaje. Antaño, recordó, le gustaba recibir cartas de sus amigos del pueblo cuando se iba de vacaciones, así que, aquella debía de ser de alguna de sus buenas amigas, como había leído.

Los dos buses y treinta minutos que había durado el trayecto de ida hasta su antiguo pueblo, empezaron a anidarse en su vientre, y, súbitamente, sintió náuseas. Pero debía vencer el miedo.

Antes de seguir dando vueltas al asunto, una figura conocida saludó y se sentó a su lado. Dalila respiró aliviada.

Marzo. 22. 2018, 21.30PM

Raoul Santamaría descargaba su furia contra los sacos de kick boxing del polideportivo de su barrio. Desde que tenía 10 años había sido un niño bastante corpulento y grande para su edad, hecho que le había otorgado el título de “gordo tragón” delcolegio. Su tamaño y anchura habían continuado y aumentado con el paso de los años, de forma proporcional a los insultos, cada vez más crueles, del resto de compañeros. Fue en el instituto donde aprendió a defenderse de las voces que lo denigraban empleando la violencia.

Hasta tal punto había llegado, que sus progenitores decidieron que cada tarde se reuniría con un psicólogo especialista que llegara donde ellos no habían podido llegar y calmara la sed de venganza de su hijo. La terapia llevada a cabo, consistente en asistir dos días a la semana al Club de Boxeo Strike, había dado resultados más que óptimos, y Raoul se sintió arropado por sus nuevos amigos.

Parecía que la vida le había dado una segunda oportunidad, y todo marchaba como la seda hasta que ocurrió la tragedia.

La muerte de su amigo Wilson fue un duro golpe para los pocos amigos que le apreciaban verdaderamente. Al igual que él, había sido humillado toda su vida por su condición física. Todos los martes, a las ocho, Wil se reunía con ellos en el polideportivo para hacer boxeo, o, al menos, para intentarlo. Tenía sobrepeso, y unos 100 kg de grasa corporal no eran fáciles de manejar.

Aquella tarde, sin embargo, fue diferente. Los dos amigos habían quedado un poco antes, a eso de las siete y media, a la entrada del instituto, pues el polideportivo estaba en frente y les gustaba charlar en el trayecto. Wilson siempre era puntual, y a Raoul le extrañó que su amigo no estuviese allí a la hora acordada. Cuando lo vio llegar, a lo lejos, tambalearse moribundo, se temió lo peor.

Las últimas palabras que su agonizante amigo pudo exhalar resonaban como tambores tribales en su cabeza, tambores que no eran acallados por los fuertes golpes de sus guantes de boxeo:

“La oveja negra resultó ser la oveja blanca.”

¿Qué había querido decir con aquello? Sus compañeros a veces le apodaban cariñosamente “el chico de los refranes”, porque siempre que podía, los dejaba sin palabras respondiendo con uno. Esta era la forma que el joven tenía de recordar a su abuelo fallecido, su referente de vida.

En un intento por devolver a la vida a su compañero, Raoul marcó el 112 al tiempo que trataba de reanimarlo. El SAMUR llegó tarde, y, por si fuera poco, la policía le estaba investigando, puesto que él fue la última persona en verle con vida. Gracias a la intervención de su psicólogo y al abogado familiar, le habían dado un margen de 18 horas para recuperarse del shock e interrogarlo, tiempo que invirtió en el único lugar que podía calmarlo y que no estaba cerrado aún: el Club.

Mientras golpeaba y golpeaba, pensó que era más difícil contener las lágrimas de lo que pensaba.

Marzo. 23. 2018, 14.00PM

– Por favor, esto, Germán, ¿podría echar más sirope de chocolate a mi helado?- Alicia bajó ligeramente las gafas de sol que llevaba y, empleando su mirada más convincente, fulminó con ojos suplicantes al camarero del Taco Bell que la atendía.

El tal Germán no salía de su asombro. Mientras acercaba el recipiente con el helado al dispensador de sirope, se acercó un poco más de lo normal a ella, tratando de disimular y vislumbrar a algún conocido detrás de ese rostro. Al no conseguirlo, bajó la voz.

-¿Cómo ha sabido mi nombre? En mi chapa pone Juan.

-¡Ah, eso! Bueno, digamos que sé escuchar, y los de la cocina no paraban de llamarlo- restó importancia al asunto, colocándose de nuevo las gafas de sol y ladeando la cabeza hacia la tarrina de nata repleta de sirope de chocolate, su favorita.- ¡Mucho mejor! Mil gracias, ¡pase buen día!

Alicia Scarlett, graduada en criminología y especializada en el campo de detective privado, hacía tiempo en el concurrido restaurante. Cuanto más grande fuera el bullicio, menos atención la prestarían. Y eso era justamente lo que necesitaba.

Subió a la primera planta y se sentó en un rincón algo apartado del resto, iluminado por un gran ventanal que daba a la calle. Sacó su laptop HP de la desgastada mochila negra que llevaba en uno de los hombros, y se puso a mirar la prensa del día. La empresa para la que trabajaba, Omnia Veritas, se había puesto a disposición de la policía, quien requería sus servicios para investigar un caso especialmente interesante. Varios adolescentes de diferentes institutos habían muerto en lo que llevaba de mes, y, cuando los agentes creían haber hallado a los culpables, estos se negaban rotundamente, apelando a su inocencia, ofreciendo coartadas lo bastante convincentes como para replantearse de nuevo la investigación. Por lo que decía la prensa, las víctimas no padecían ningún tipo de acoso en sus institutos, más bien, eran excelentes estudiantes, chicos y chicas felices, populares entre los suyos. Los padres no se imaginaban cómo podía haber sucedido algo así, ya que no habían notado nada fuera de lo normal en el comportamiento de sus queridos hijos.

Sin embargo, hace un día había ocurrido el horrible milagro que esperaba. El hecho que cambiaba todo, la aguja en el pajar.

Ayer, sobre las diez de la noche, el SAMUR no pudo reanimar el enorme cuerpo de Wilson Rodríguez, de 18 años. El forense dictaminó que había sufrido una tremenda paliza, sin embargo, no había rastro de uñas, pelo o sudor, ni ningún otro tipo de prueba en su cuerpo que pudiese aclarar quién o quiénes habían sido los culpables de aquel acto atroz. La última persona que lo vio con vida, al parecer, fue Raoul Santamaría, un “compañero del club de boxeo donde Wilson trataba de empezar una vida sana”.

Esta última víctima sí que había padecido bullying, hecho que dio a la detective luz verde para comenzar con su trabajo, pues era especialista en este tipo de acosos, siendo famosa entre los suyos por no dejar ni un solo caso sin resolver al respecto.

La alarma de su móvil interrumpió su lectura. Tras echar una última ojeada a las noticias del día y anotar sus cavilaciones, Alicia tiró los restos de su consumición y puso paso firme hacia la comisaría de policía.

– –

La vida es un gran dominó, donde cada pieza tiene una función muy importante: provocar la caída de las demás. Por eso no podía permitirse ningún fallo, y sin lugar a dudas, este había sido uno garrafal. Se suponía que sólo iban a escarmentar al chico, nada más.

Intentó no perder la compostura, y tocó la campanita.

– Yan, prepárame la sauna.

Después de dos horas y media de sauna, con masaje oriental incluido, se sintió en condiciones para realizar la llamada. Con paso sosegado, se encaminó a su despacho. Abrió el segundo cajón de la gran mesa de nogal y sacó de su interior uno de los muchosmóviles de prepago que poseía. El dinero no da la felicidad, pero sí una infinidad de buenas herramientas.

– Hola. Sí, soy yo. No, tranquilo, es un error que todos podemos cometer. Sí, ya sé que lo sientes, Wilson era carismático. La droga que has usado se escapa de nuestro control, elimínala, os proporcionaré otras. No tiene mayor relevancia; te invito a cenar, acércate a las nueve y te paso el material. No hay de qué. Chao.

Tiró el móvil a la destructora y salió a la terraza. Los almendros ya estaban en flor, y hacía un estupendo día primaveral, que invitaba al senderismo. Tocó de nuevo la campana, y la misma mujer asiática, enjuta y silenciosa, acudió a la llamada.

-Yan, prepárame el caballo. Estaré fuera una hora. Para cuando vuelva, quiero que tengas el baño y la cena preparados: esta noche tengo un invitado especial. Ya sabes lo que eso significa.

Cuando se fue, la mujer asiática se dispuso, dócil, a preparar el baño. Se había preguntado muchas veces qué pasaría si, en esos momentos, cuando parecía ser libre, echaba veneno junto a las sales, para acabar con todo aquello de una vez por todas. Pero eso era imposible. Si existiese una máquina del tiempo capaz de viajar al pasado, ni todo el oro del mundo la hubiese convencido de volver a trabajar allí.

Una vez que hubo terminado el baño, bajó a la enorme cocina, y preparó la cena: sopa de tiburón de primer plato, trufas blancas con papas La Bonnotte de segundo, y fresas Arnaud de postre. Rellenó, finalmente, las dos copas de oro macizo con vino Cheval Blanc, una más llena que la otra. Vertió un poco de agua, a parte, en un vaso de cristal, y disolvió unos polvos blancos que extrajo de un compartimento escondido de su colgante. Cuando se aseguró de que se había disuelto completamente, vació la mezcla en la copa de vino más vacía, la del invitado.

Con el ánimo de quien ha recibido la noticia del fallecimiento de un ser querido, Yan subió al despacho principal. Dejó escrita, en papel desechable, una sola palabra: “DERECHA”. Estaba hecho.

A continuación, presionó un botón camuflado de una de las columnas de la habitación, y se abrió la puerta de un casi imperceptible ascensor. Yan pulsó el botón -1 y desapareció en su interior. Cuando volvió a salir, trató de no mostrar compasión alguna por los alaridos que escuchaba a su alrededor.

Odiaba su trabajo.

Abril. 3. 2018, 06.00 AM

Dalila se despertó súbitamente, con la espalda empapada en sudor. Tenía los ojos abiertos como platos. La cabeza le daba vueltas, y, por unos segundos, dudó de dónde se encontraba. Había tenido un sueño espeluznante. Seguía en su habitación, aún eran las seis de la mañana.

Fue al baño. Al irse a lavar la cara,un dolor punzante le paralizó los brazos; los miró: estaban llenos de magulladuras y arañazos, con heridas abiertas que dejaban ver un reguero de sangre brillante. Fijó su mirada, entonces, en el rostro del espejo. Parecía que hubiese envejecido cuatro años. Unas enormes ojeras grisáceas se habían establecido donde antes había dos ojillos verdes asustadizos, pero vivaces. La imagen que contemplaba ahora era oscura y salvaje: carente de esperanza alguna, como si hubiese sido obligada a cambiar de forma prematuramente.

Con un mal presentimiento, trató de recordar qué había estado haciendo el día anterior, en vano. No sabía ni siquiera qué temario habían dado en clase, ni la ropa que había llevado. Cada vez más nerviosa, decidió que lo mejor sería darse una ducha y calmarse, ¿quién sabe? Quizás no era más que otra pesadilla.

Ya en clase, esperó que el resto de compañeros no notase su palidez al escuchar a su profesora anunciando la extraña muerte de Claudia, la que había sido su mejor amiga, y las medidas que se iban a llevar a cabo en el instituto al respecto.

SINOPSIS

Las extrañas muertes de varios adolescentes, sin aparente relación entre sí, conducen a la detective Scarlett, criminóloga experta en temas relacionados con el acoso escolar, a buscar respuestas, empleando todos los recursos de que dispone. Pronto se verá inmersa en un caso de difícil resolución, donde la pregunta más acuciante es: ¿hasta dónde es capaz de llegar el ser humano por venganza?

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