El sol comenzaba a derretir la escarcha de las ventanas y las luces del interior se veían mas intensas. Cruzó la ausente calle en diagonal hacia el bar. Esa mañana, como tantas otras, poso su peso en el marco de madera, cuidando de no tocar con los dedos el bronce que la encuadraba, y la puerta vaivén se abrió; el aroma del grano molido, cítrico exprimido y bollería caliente despertaron involuntariamente sus sentidos. El vapor que desprendía la maquina de café envolvía a Rosa dándole un aire fabril. Ya le había dejado la taza del americano, negro y amargo. Sonrió, y su tono alegre del buenos días le auspiciaron a María una mañana tranquila – ¡Ya los días amanecen antes! ¡Se nota! – sin esperar respuesta, se dirigió hacia el extremo de la barra para acercarle la media luna de cada mañana.

Dejo el abrigo en un taburete y se acomodó en el mismo lugar de siempre. Ese, que de tanto elegirlo ya formaba parte de sus tenencias. Sus rincones. Sus espacios en los que el alma se sentía en casa.

Ubicada en un costado, fuera del paso; cerca de la caja registradora. De espalda a la puerta, reconocía el recinto a través de la imagen reflejada en el antiguo y descuidado espejo que dividía la cocina y las bebidas.

Era la primera vez que sentía la necesidad de hablarle, tuvo que retener su respuesta a saludo. Ella, que no pronunciaba palabra hasta haber acabado con el café y consumido el cigarro matutino, se encontró luchando con impulsos parlanchines.

Basta tener que estar atenta a repetir su monótona su rutina, para sentir la imperiosa necesidad de romperla, quebrantarla con una palabra, un gesto, un suspiro. Seguía conteniéndose. Él había sido claro. Podía recordar su figura frente al fogón repitiendo y acentuando “Nada fuera de lo común”. “Nada que pudiera ser recordado por lo diferente”. Otro cigarro se imponía, atinó a tomar uno… ¡no!, no era el día. Una colilla en el cenicero – pensó – pues eso, una colilla también hoy.

Su papel era hacer de ella, y que difícil resultaba en ese momento. Sabía, el tiempo se achicaba tomando impulso para expandirse. La ansiedad, las dudas; el miedo tejido en la conciencia de la complicidad, era su acompañante. Mirando al entorno se sentía una pieza de un tablero armado y estratégico e inmóvil , y al mismo tiempo temía ser la ficha de domino que podía acabar con todo.

Prefirio dibujar con el humo del tabaco el puente que la unía a su sueño. Intentó abstraerse a ese mundo que deseaba. Sumida en las fantasías notaba su respiración cuando divisó a Pepe acercándose a la barra, lo vio mientras de modo contundente eligió un periódico de la prensa del día, lo doblo en cuatro y dirigiéndose hacia la mesa soltó…- Lo de siempre Rosi -.

Otro que había adoptado un rincón del lugar , se dijo María que escuchaba el particular ritmo de su paso . La ultima mesa en dirección a los lavabos. Una panorámica perfecta para estar al tanto de la vida dentro del local. Apenas con alzar la vista por arriba del periódico mantenía el contacto con el ritmo de la mañana.

-Dos de tres – afirmó Pepe para sus adentros, mientras sorbía el primer trago del clásico carajillo. Así, seco sin una miga de harina. Un gusto del que había estado privado los últimos años. Ese día, le costaba mantener la atención en lo que leía. Cualquier ruido, voz, hasta los breves silencios lo desconcentraban. La temple, adquirida en los últimos años de vida dentro del perímetro del aislado del edificio gris, parecía haber desaparecido sin dejar rastro. La acción se acercaba y si bien no tenia nada que perder, la adrenalina y la ilusión de un legado inesperado, le habían devuelto el brillo de los ojos. Un brillo dado por perdido el día que supo que no se libraba de la condena. No le fue difícil esquivar las miradas. – Dos de tres- repitió otra vez un tanto ansioso de verle llegar finalmente. Era el último día de un comportamiento sostenido. Disfruto cada gesto, movimiento de Rosi, así la llamo siempre. Sonrió por lo bajo disfrazando su deseo.Un impulso inesperado de quien ya hacía tiempo vivía con la puerta del amor cerrada. Se conformó con el café entonado, el perfume a comida casera, sabiéndola reina de las placenteras horas transcurridas detrás de las letras hasta que el momento de volver al penal llegaba. Una semana ya, siete días de un silencio pactado. Entre las 7 y las 8 , así habían quedado. El mismo café, para ratificar que todo seguía según lo planeado. Los giros de la vida – esas palabras le trajeron imágenes a su mente y los ojos se oscurecieron entrecerrándose, humedeciéndose. Respiro hondo, apuro el fondo de la taza en el intento de recobrar su postura.

– Qué mania, que manía – escucho a Rosa que detrás del mostrador se dirigía hacia la campera que colgaba el perchero camino a la puerta. María la seguía con la mirada posada en las caderas mientras Pepe intentaba retener el meneo que tenía al andar como quién observa el paisaje mas premiado. Ya eran tres.

Gus se sentó en la mesa justo al lado de la puerta. Agradeció, el rayo de sol que se colaba a través de las hojas, froto sus guantes y sonrío a esa mujer que cruzada de brazos intentaba contener el calor. No emitió palabra. Lo miro directo y espero.

– Chocolate caliente y dos churros, por favor. En el mismo silencio giro sobre sus pasos y se abalanzó al ambiente cálido del interior.

Sinopsis

Atreverse, de eso se trata. De cambiarlo todo. Por revancha, por un sueño, por amor, por que la vida es corta y a veces solo se trata de elegir lo impensable. Personajes en un entramado que promete llevarlos a la gloria de ganarle a una vida cotidiana. Un logro que requerirá ponerse una careta y hacer de uno, siendo otro. Apegarse a lo acordado. Cuatro historias. Algunas compartidas y otras con el deseo de compartirse. Dispuestos a asumir las consecuencias si algo sale mal. Arriesgarse, amar y sobre todo, confiar.

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