DESDE EL CLUB RADICAL

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Se trata del Club Radical de Temuco.

Pero debes comenzar explicando que Temuco es una ciudad del sur de Chile que hace poco, el 24 de febrero, cumplió ciento treinta y siete años. Ese tema es importante en la presente novela.

El Club Radical de esta ciudad tiene una historia más bien reciente. Nació allá por 1938.

Es pertinente que anotes que ese año fue elegido Presidente de la República de Chile el profesor y abogado Pedro Aguirre Cerda. Desde entonces empezaron a proliferar en Chile los clubes radicales.

Debes decir que el Partido Radical tuvo siempre un estilo atípico en su accionar político. A sus militantes les gustaba la buena comida y el buen vino.

Pero, a esta altura, el Club Radical de Temuco no conserva la prosapia de sus años fundacionales. En primer lugar, los platos que hoy ofrece son suculentos pero carecen del refinamiento de antaño.

Los clientes de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado se afanaban en devorar las mejores parrilladas de todo Chile. Y no sólo parrilladas; también las más exquisitas merluzas fritas con puré picante o arroz a la valenciana. Obviamente, había otros exponentes de la mejor gastronomía chilena.

Pero no tiene sentido que entres en más detalles. Porque lo importante es que concurrían hasta el Club Radical de Temuco comensales de todos los sectores sociales; no sólo los de esta ciudad sino los de todas partes de Chile y hasta del extranjero.

Porque la fama de ese club trascendió las fronteras chilenas.

Las cosas han cambiado. La gente ahora es otra. El inmueble luce deteriorado. Se conservan las gigantescas lámparas colgantes de los otros años, pero parecen no alumbrar como antes. Los óleos, acrílicos y acuarelas de connotados artistas plásticos han debido ceder espacio a litografías baratas y anodinas. El ruido casi melodioso de los juegos de dados se ha visto reemplazado por la estridencia televisiva…

Pero por alguna enigmática razón, el Club Radical de Temuco no ha dejado de ser un espacio de conversación.

Y a eso querías llegar. Tu novela contará alguna de esas conversaciones. Porque –y, por favor, no es presumir– esos largos (y bien regados con vino tinto o cerveza) coloquios envuelven no pocos temas novelescos.

Dejarás para más adelante el análisis de la mencionada enigmática razón. Por ahora, has de centrarte en un personaje que, si bien es personaje, tuvo una existencia perfectamente real. Hablarás de Juan Pablo Ampuero.

Te sientes tentado de omitirlo, pero no resistes la tentación de contar que Ampuero está muerto. Se suicidó hace casi diez años.

Más adelante deberás escribir sobre su personal historia, la que en realidad, más que personal, es el compendio de relaciones interpersonales equívocas.

Lo que ahora contarás es que Juan Pablo Ampuero te entusiasmó con sus largos relatos –bueno, más bien con sus monólogos– sobre los misterios de Temuco.

Es que, al menos dos veces por semana, realizaba un periplo por casi todos los bares de la ciudad. Puede parecer exagerado, pero no evitas precisar que recorría, entre las seis de la tarde y las tres de la madrugada, unos nueve o diez bares. Obviamente, terminaba muy embriagado con la ingesta de vino, cerveza y tragos fuertes, pero aprendía sobre el Temuco misterioso, ése que no está a la vista.

–En Temuco –te decía– hay corrientes subterráneas en las que campean los recuerdos y los rencores.

Eres periodista y, por ende, curioso. Intentaste preguntarle si en esas corrientes no navegaban también recuerdos no rencorosos. Algunas añoranzas, qué sé yo, de amistad, de afecto, de cariño. Pero no permitió que le hicieras la pregunta y, una vez más, se enfrascó en un monólogo.

Te parece ahora pertinente que, gracias a tu privilegiada memoria, lo transcribas casi en su plena textualidad.

Lo dijo Pablo Neruda, que igual que yo, se metió en los vericuetos de Temuco, esta ciudad es otro Far West. Porque en las familias respetables, el jefe de hogar tenía que dormir con el revólver bajo la almohada. Es que los ladrones hacían nata; podrían estar en cualquier parte e ingresar en las casas a las horas menos pensadas. Casi todos habían llegado a Temuco desde Santiago y Concepción. Había corrido el rumor de que los colonos europeos que llegaron a fines del siglo XIX, estaban podridos en plata, lo que no era así.

Bueno, pero eso te lo puedo contar después. Los colonos que se dedicaron a la agricultura lo pasaban especialmente mal porque los cuatreros, llamados también abigeos, los visitaban con la mayor frecuencia.

Porque, ¿sabe usted amigo mío? los abigeos eran especialmente crueles. ¿Sabe por qué? No, no, no lo sabe; yo se lo voy a decir. Porque casi todos ellos habían sido combatientes en la Guerra del Pacífico, pero el Estado de Chile no les concedió pensión de veteranos de guerra, ¿sabe por qué? porque ellos ya estaban dedicados al robo de ganado y fueron enrolados a la fuerza para ir a pelear a esa guerra.

También habían llegado a estas tierras los faltes o buhoneros. Y le voy a decir, amigo mío, que son muy pocos los que saben que la comuna de Padre Las Casas fue fundada, varios años antes que Temuco, por los faltes o buhoneros.

Esa gente era más bien inofensiva, salvo cuando consumían aguardiente. Y no sólo la consumían sino que se la daban a los mapuches a cambio de corderos, y de otras cosas.

El monólogo de Juan Pablo Ampuero proseguía en términos de explicarte que tanto los abigeos como los faltes fueron un dolor de cabeza. Un escollo que impidió la buena convivencia social y, por ende, el progreso de Temuco.

Se te estaba olvidando decir que aquel monólogo tuvo como escenario el Club Radical de Temuco. En aquella circunstancia, el primer bar en que él y tú iniciaron un maratónico recorrido por unos diez bares, cantinas y hasta una cocinería.

Ambos terminaron a eso de la una de la madrugada en el más inconveniente de los estados físicos y anímicos.

También se te estaba olvidando precisar que aquélla fue la primera oportunidad en que acompañaste a Juan Pablo Ampuero en sus borracheras. Y debes enfatizar que las borracheras que protagonizaste en su compañía, por penosas que hayan podido ser, te enseñaron a amar a Temuco y a querer hurgar en sus misterios.

2

La experiencia cotidiana te ha mostrado que los misterios de Temuco son muchos.

Y te parece posible que se esté en presencia de una mitificación. ¿Por qué? Quizá si porque crees que es claro que los mitos pueden conjurar el caos.

Juan Pablo Ampuero te dijo que el muy ilustre vate Pablo Neruda, que vivió en Temuco desde su primera infancia, sostenía que esta ciudad es un Far West. Y es claro que el Lejano Oeste de EE. UU. tenía el sello inexorable del caos.

En Temuco circulan muchos mitos. Crees que no tiene sentido mentarlos todos. En el desarrollo de la presente novela te irás refiriendo a algunos mitos que debiste conocer en el Club Radical de Temuco. Bueno, en la obvia compañía de mi querido amigo Juan Pablo Ampuero.

Todo empezaba con la primera botella de vino tinto. Conversábamos fluidamente mientras la bebíamos. Pero, casi siempre desde la segunda copa de la segunda botella, Juan Pablo se enfrascaba en otro monólogo.

Nuevamente, transcribes para tus lectores ese decidor monólogo.

Lo que tú como periodista deberías saber es que el Pato Pinto no murió en el motel Real Sur.

Mira, aunque te parezca disperso, te debo decir que el Pato Pinto murió por orden del Cartel de Medellín.

Te parece que debes interrumpir el monólogo de Ampuero para dar a tus lectores algunos indicios ilustrativos.

Cuando este hombre habla del Pato Pinto se estaba refiriendo a Gustavo Patricio Pinto Cáceres, profesional y dirigente deportivo de Temuco, que en abril de 1991 fue encontrado en una de las habitaciones del motel Real Sur. Estaba desnudo y muerto. Su cadáver presentaba unas sesenta heridas punzantes y cortopunzantes.

Desde el día siguiente estallaron los rumores.

Que había sido una venganza de homosexuales, ya que se repetía que Pinto le trabajaba a los dos lados. O sea, se relacionaba sexualmente con mujeres y con hombres.

Otros decían que no. Que el asesino de Pinto había sido un basquetbolista negro de apellido Hilton.

En efecto, Pinto era dirigente del básquetbol temuquense y había contratado al estadounidense Matt Hilton para que potenciara al equipo de ese deporte, el Deportivo San José.

Pero desde que llegó a Temuco, los chismes arreciaron. Hubo quienes aseguraban que Virginia Soto, la esposa de Pinto, tenía clandestinos amoríos con Hilton. Desde esa óptica, parecía plausible decir que Pinto terminó por darse cuenta del adulterio, lo que motivó al basquetbolista negro a matarlo.

Los que difundieron esa versión –que no fueron pocos– perdieron de vista que la crueldad del supuesto homicida había sido a todas luces excesiva. ¿Para qué sesenta puñaladas? En Temuco, al menos los aficionados al básquetbol conocían a Hilton. Habían conversado en varias oportunidades con él y les parecía lo que se puede llamar un hombre normal, incapaz de realizar un asesinato, sobre todo, con semejante ensañamiento.

Bueno, pero es mejor que le devuelvas la palabra a Juan Pablo Ampuero.

La gente empezó a vomitar leseras, estupideces. Hubo también otros rumores. Se decía que el Pato Pinto le trabajaba a la diosa blanca, lo que era cierto. Pero no se reparaba en que eso no hacía comprensible ese homicidio tan demasiado cruel.

Y aquí, amigo mío, hay una clave de comprensión. A los que decidieron la muerte del Pato les interesaba que los rumores fueran muchos, porque eso les permitía despistar.

La Policía de Investigaciones estaba despistada. El jefe de la Brigada de Homicidios llegó a decir que el Pato Pinto se había suicidado. ¡Sí! ¡No pongas esa cara! ¡Sui-ci-da-do!

¿Sabes lo que argumentaba? Decía que el Pato se potenció con un psicoactivo, lo que le permitió autoapuñalarse sesenta veces.

RESUMEN

El argumento previsto se relaciona con las conversaciones, en el Club Radical de Temuco, con el poeta y narrador Juan Pablo Ampuero, quien fue mostrando paulatinamente al autor del proyecto de novela los muchos mitos de la ciudad de Temuco.

–En esta ciudad –decía– hay corrientes subterráneas en las que campean los recuerdos y los rencores.

En tal sentido, precisaba que Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura 1971, dejó dicho que Temuco era un verdadero Far West, ya que los colonos europeos que llegaron a la ciudad a fines del siglo XIX se veían cotidianamente amenazados por los cuatreros o abigeos. Se refería también a los faltes o buhoneros, acerca de los cuales son pocos los que saben que fueron los virtuales fundadores de la actual comuna de Padre Las Casas, situada al sur de Temuco.

En el Club Radical de Temuco –que, pese a la dinámica de los tiempos, no ha dejado de ser un ámbito de conversación– es siempre posible encontrar temas novelescos que, si bien pueden estar basados en mitos, no por eso dejan de ilustrar sobre la historia de esa ciudad.

Ese club no ha dejado de ser amable. Sus clientes no son los de antaño, pero los actuales tienen siempre alguna historia para relatar.

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