El largo camino del regreso

El largo camino del regreso

Novela referente al viaje en su estado más crítico. Un llamado de alerta a jóvenes que se sientan atraídos por la aventura y la dromomanía pero que no cuentan con las condiciones o aptitudes para llevar a cabo la difícil empresa de un viaje sin regreso. En un segundo plano se presenta una crítica solapada al régimen comunista cubano que bajo leyes absurdas mantuvo a sus ciudadanos condenados a las fronteras de la isla de Cuba desde 1962 hasta 2013.

El protagonista, Mario Guanche Reys, especie de alter ego que brega en mi literatura, logra desertar de una misión en Madrid y se propone recorrer el mundo comunista narrando en primera persona los problemas propios de esas sociedades; así mismo, sus propios problemas de supervivencia y cómo no estaba preparado para aquella odisea.

El viaje en su forma más descarnada, los regímenes totalitarios y la importancia de la familia conforman la trinidad de esta novela casi autobiográfica donde la alusión a El Mejunje, bar&café inclusivo, (real) primera academia formal del protagonista, y sus problemas con el alcoholismo, muestran las ansias de este de regresar.

Esta novela forma parte de la secuela de libros que presenta Mario Guanche Reys a un editor de su ciudad y que este rechaza por la actitud anticastrista de Guanche. Del oficio, la palabra y otras historias de Guanche Reys; Errado Crónico; y Diario de un alcohólico; son parte de los volúmenes de la supuesta autoria de este escritor que utilizo para definir a los intelectuales contestatarios de mi país.

Fragmento:

(…) Otra vez he emprendido el camino del regreso a Santa Clara. La utopista del circuito sur desespera en este moskovish que parece salido de los restos de Rovno, mientras el botero recuerda uno de aquellos bolcheviques defensores de Stalingrado.

Extraña forma de escapar. Cada cuanto me ataca la nostalgia y regreso con los míos, a mis calles, a mi ciudadela.

260 Km. desde la partida hasta el encuentro. Y vamos a la gran velocidad de 80 Km/h…

Ser pilongo implica no olvidar, aunque te alejes demasiado. No sé qué tiene esta ciudad parecida al pueblo colgado del barranco que cita Joan Manuel, pues pende de una colina bajo un cielo que a la fuerza, nunca ve ni verá el mar; Aunque llore algunas veces sin avisos previos, conjeturas, ni otros servicios meteorológicos.

La ciudad de Marta y del Che dicen algunos. Ahora la de Marta, el Che y el Papa, cuentan otros.

Centro de una isla larga y estrecha, siempre me pregunto qué parte del caimán ocupa, anatómicamente hablando. ¿El corazón histórico? ¿Los pulmones de montañas? ¿El hígado infestado por alcoholes de alambiques? Algo propio ha de tener, ya que no tiene nada propio. Tal vez solo un intestino grueso con pedraplénica salida al mar de ajuste.

Km. 88 y ya me perturba tanto asfalto, yerbas encendidas y la escasez de un árbol a lo lejos…

… el Papa Juan Pablo II era polaco y vivía en El Vaticano. Vino a Santa Clara en el 98 y se fue después de haber bendecido a feligreses, a comunistas y a otros feligreses comunistas. Igual por la ruta de noreste los pilongos erigieron una estatua a su memoria.

El Che entró por esa misma ruta 50 años antes, exhibiendo un carácter guerrillero y un brazo fracturado en la contienda. Tomó la loma del Capiro, descarriló un tren y asaltó cuarteles. Luego se marchó a la cabaña y solo regresó a inaugurar alguna que otra industria.

Los pilongos aún se sienten de estirpe guevariana. Y aunque luego regresó para siempre a esta tierra, él nació en argentina, y murió en Bolivia, pero no vivió jamás en Santa Clara. Ahora vive en las estatuas que erigen en su memoria.

Km. 60 faltan 200 para que acabe el martirio moscovita del botero que tararea corridos mexicanos…

Yo soy gallo de pelea y no le temo a…

…Ay Jalisco no te rajes…

…Que lindo es Jalisco…

Que hambre tengo y no llegamos al Conejito…

¿A quién se le ocurre poner los centros de servicio tan alejados uno de otro?

También está Marta, una dama toda alcurnia, benefactora de la ciudad de mediados del siglo XIX que rige el parque, que a la vez rige la vida pilonguera.

Su dinero dispuso de un teatro ahora remodelado, pero que pasó años en ruinas; una estación de ferrocarriles donde jamás llega un tren a tiempo, un hogar de niños huérfanos y algunos lavaderos desparramados junto a los suburbios, que dieron vida a la mitología chismográfica de las santaclareñas reunidas entre sábanas y espuma. Toda alcurnia era la dama con un pasado oscuro, pues dicen los que dicen que ni santaclareña era.

Por ahí las cosas, el estadio se llama Sandino, el símbolo del equipo beisbolero es la naranja y el del básquet Los lobos. Lobos en Santa Clara… cuando no sean los vendedores de cerveza cruda.

Tantas estatuas, tantos lemas, y ninguno de ellos verdaderamente oriundo.

180 de camino y ese traqueteo feo que se escucha es el carburador que debe ser el mismo que pusieron una vez los soviets. Si el mujik este no se apura no llegamos ni para la «tercera guerra» mundial. Bueno no le llamare mujik porque al final me cobra el viaje en CUC. Y por los diez que cobra debiera tener una oferta de consumo, aunque fuese dispensada…

Casi llego ya a esta ciudad de paso. Entendida en música, literatura y otras artes. Ciudad cinéfila sin cines, de actores sin teatro, de músicos que emigran y desde la capital y otras fronteras, encienden una vela al santo de los robos de talentos; y rezan padres nuestros a Don dinero para abrirse paso en este mundo de pueblos inauditos como el de ellos mismos.

Plaza cerrada. De giros y mareos conceptuales, de discursos y sermones concebidos.

Plaza de edificios fantasmas, de barrios fantasmas, y algunos que otros ritos más espirituales.

En cuanto llegue iré al Mejunje con su oferta de trovadores, filings, sones y algún que otro trago compartido.

Ciudad alternativa de conceptos musicales. Santa Clara trovadicta. Sea por sus mujeres o por sus poemas. Está bueno jazz, que de Santa Clara es Pucho López. Y no importa que Metallica no cruce nunca el estrecho, si su sola presencia en rocanrolles la convierte en Metal City.

Faltan 70 Km. y me aferro a mirar esas señales al centro de la vía.

Añoro ver la ciudad como la veía desde el aire, desde el helicóptero en las noches de sargentería y vuelos. Cuando veía en el horizonte una península de luz que se alargaba como cola de lagarto ofreciendo un espectáculo de fuga.

Ingenuo de mí, por aquella época aún no habían reparado las luces de la vía que circunda la ciudad como toda una barrera.

Km 230. Dentro de poco veré el 259 punto autopístico que avisa al conductor que se detenga a echarse una cerveza en el camino.

Punto que anuncia la entrada a la pequeña urbe.

En el 259 he hecho buenas fiestas. He despedido a mis amigos y hasta he dado algún que otro beso a escondidas. Pero lo mejor es ir a ver las finales de Eurocopa, rodeado de fanáticos y bucaneros. Una bucanero… que delicia.

Y pensar que ahora llego y tendré que visitar a algunos conocidos, una sonrisa a los vecinos y el todo va bien, como esperan.

Esperar en la semana tantas noches aburridas y algún que otro partido del fútbol sabatino, ahora sin equipo de colegas ni admiradoras sin porras y sin penas. Despertar cada mañana y ver la avenida de árboles talados a medio tronco y banderas plegadas sin el viento a media asta. Saborear el café del Literario bohemiando con amigos y otros talentosos leguleyos diletantes.

250. Esto va rápido. No se desarmó como creía. Los soviéticos sabían hacer carros duraderos…

Tantas cosas me esperan por semanas, por el tiempo, que ayer he decidido escapar del enorme bloque de concreto que es la capital. No hay nada como la ciudad de uno, sobre todo para extrañarla desde lejos y tomarse una cerveza en su recuerdo. Y ahora que recuerdo… en Santa Clara no hay Polar, y la Manaca no me gusta.

− ¿Chofe, por diez CUC más regresamos aquí mismo? Gracias

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS