Mamá y yo estamos practicando sumas con un lápiz de color rojo. Me gusta el color rojo. Ahora vamos a sumar siete más tres y luego la suma de al lado y así hasta que terminemos las diez sumas, como todas las tardes de los martes. Después haremos diez restas y mamá se levantará a preparar la merienda. Me gusta sumar porque siempre que sumas dos números da el mismo resultado: cuatro más tres, por ejemplo, siempre da siete. Y si los vuelves a sumar una hora después, cuatro más tres, vuelve a dar siete. Y si mañana sumas cuatro más tres, dará siete otra vez. Me gustan las matemáticas, se me dan bien.

La lengua no me gusta. Los miércoles practicamos lenguaje pero mamá sabe que a mí no me gusta y que no quiero. El miércoles pasado íbamos a terminar antes de la hora, terminamos a las seis, pero no quise terminar antes y mamá me dio voces porque decía que no me entendía. Que si no quiero por qué teníamos que seguir.

Cuando terminamos de hacer todas las sumas mamá las corrige una por una porque así nos aseguramos de que están bien. Cuando en una suma, por ejemplo, siete más seis, pasas de diez, tienes que poner un uno en la parte de arriba que luego bajas a la parte de abajo y así se queda, el uno primero y después el 3. Da trece. Y eso también pasa siempre, lo hagas cuando lo hagas y donde lo hagas. Aunque hay personas que no colocan el número arriba y aunque les dé el mismo resultado está mal, así no se puede hacer.

Empezamos con las restas. Mamá coloca pinturas de color rojo para que las podamos hacer mejor. Si una resta es, por ejemplo, seis menos dos, mamá y yo juntamos seis pinturas rojas y luego quitamos dos y las colocamos en su caja. Después contamos juntos las pinturas que quedan, que siempre, si la resta es seis menos dos, son cuatro.

Hoy mamá habla muy bajito y tiene unas bolsas muy grandes e hinchadas debajo de los ojos. Miramos el reloj cada poco tiempo, me gustan los relojes en los que puedo ver los números y no me gustan los que tienen agujas porque no los entiendo. Me gusta que si por ejemplo, son, como ahora, las seis y veintinueve, luego, siempre, serán las seis y treinta. Estamos acabando las restas y ahora las vamos a repasar una por una, como la sumas, porque aunque sean restas da igual, también tenemos que repasarlas una por una.

Ahora mamá se levanta para prepararme un sándwich y yo me quedo mirando la puerta de la nevera. En la puerta de la nevera tengo pegado mi horario con lo que tengo que hacer todas las tardes. Mi madre me ha avisado que solo puede utilizarla mano izquierda porque la derecha la tiene vendada, así que abre y cierra la puerta del frigorífico con la mano izquierda, dos veces, una para coger la Nutella y otra para dejarla. Después lava el cuchillo con el que ha untado la Nutella en el pan de molde y me da el sándwich. Yo lo cojo y me siento encima de mi cojín en el sofá y vemos el mismo capítulo de los Simpson que todas las tardes. Siempre pasa lo mismo menos una vez que se apagó la televisión cuando llegó papá y a mí me empezó a picar el estómago muy fuerte y se me puso el nudo en la garganta y todo me daba vueltas.

El capítulo ha terminado y papá ya tendría que haber llegado. Siempre llega a las siete o como muy tarde a las siete y diez minutos. Me empieza a picar un poco el estómago pero mamá me explica, con los ojos humedecidos, que papá no tardará en llegar, que ya debería saber que eso no es exacto, que a veces se retrasa. Me recuerda que después de que llegue papá me tengo que lavar los dientes y duchar, y cuando termine, mamá preparará la cena. Hoy toca tortilla francesa como todos los martes. Los martes siempre toca tortilla francesa. Mamá me recuerda todo esto pero ya oigo a papá en la puerta y no le presto atención.

Papá entra y deja una botella medio vacía encima de la televisión, en la botella aparecen escritas unas palabras que no entiendo. Se acerca a mí y me revuelve el pelo y me dice, ¿qué tal chaval? ¿Puedes oírme chaval? ¿Por qué cojones no me miras a la cara nunca, eh? Mamá le dice que me deje en paz. Entonces la agarra del brazo que tiene vendado y se meten en la habitación. Oigo gritar a mamá, intento entrar en la habitación porque es la hora de la ducha y de lavarme los dientes pero no puedo, papá ha cerrado por dentro. Me empieza a picar el estómago pero recuerdo que mamá me ha explicado que me voy a lavar los dientes y a duchar y después a cenar una tortilla francesa. Decido quitarme la ropa en la puerta para poder cenar a la hora de siempre mientras mamá y papá gritan en la habitación. Cuando termino de desvestirme ya no oigo a mamá. Recojo la ropa y la doblo como ella me ha enseñado, primero el pantalón y luego la camiseta y las coloco al lado de mi cojín en el sofá. Quiero que salgan ya, el estómago me pica mucho y el nudo en la garganta se empieza a hacer grande.

De la habitación solo sale papá, mirándose las manos manchadas de color rojo y cayéndole gotas de agua por las mejillas. También tiene en la cara manchas de color rojo. El color rojo me tranquiliza. Viene hacia a mí pero no camina en línea recta. Me ve desnudo y me pregunta que qué he hecho. Me gustan sus manos de color rojo. Me tiende una para que la agarre, eso papá nunca lo ha hecho pero me gusta que lo haga si tiene las manos de color rojo. Ahora yo también tengo la mano de color rojo. Mi papá me dice que todo acabará pronto mientras subimos al coche. El coche, por fuera, también es de color rojo.

SINOPSIS

Un niño con TEA (Trastorno del Espectro Autista), tras el asesinato de su madre a manos de su padre, vivirá una serie de experiencias contadas desde su peculiar mirada. En su camino se cruzarán varios personajes, entre ellos, una adolescente proveniente de una familia desestructurada y su perro, con los que establecerá una entrañable relación.

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