EL TREN DEL DESTINO

Valladolid, febrero de 2015

La brisa cortante de la mañana le hacía apresurar el paso de aquel día de febrero. Aitana se dirigía al café de su barrio en el que desayunaba cada mañana. Al llegar al lugar notó una bocanada de calor que le hizo despojarse del abrigo con premura, notando una sensación placentera. Tras pedir lo de siempre, se sentó en una mesa y comenzó a leer el periódico. En unos minutos la camarera le trajo un humeante y aromático café, con un croissant recién hecho. Esos minutos de la mañana le embriagaban los sentidos. Además le gustaba el bullicio de la gente que charlaba en el café, a la vez que le entretenían los transeúntes que pasaban por la calle, los cuáles veía a través de un amplio y luminoso ventanal que daba al exterior.

Al momento el entorno circundante pareció congelarse a su alrededor. Creyó ver a un rostro conocido de su juventud. Era un hombre de unos cuarenta años, con el pelo moreno echado para atrás, con un abrigo de lino color ceniza y una bufanda a juego que envolvía su cuello, y lo que parecía ser un traje azul marino, bajo ese abrigo. Todo en él denotaba la elegancia propia de un anuncio de moda. Sus andares acentuaban aún más ese toque carismático que haría soñar a cualquier mujer. Entró acompañado de otro hombre que no conocía y se sentaron en unos taburetes de la barra. Él no percibió su presencia.

Los recuerdos emergieron en su mente y le hicieron rebobinar diez años atrás en el tiempo.

Era Román, un antiguo amor que tuvo durante un año y al que desde entonces no veía. Aunque la palabra exacta era “amante”.

Por aquella época, Aitana trabajaba en una empresa de seguros y él se pasó un día por su oficina con la intención de hacer un seguro a su nuevo coche. Sintió al instante una atracción que le provocó un rubor inusual y que él, tras percatarse, sintió cierto halago por ello. Fue a partir de ahí cuando Román comenzó a sentirse interesado por ella y empezó a corresponder esa atracción que pareció dominarlos y ambos intentaban disimular. Tras hacer el papeleo del seguro, se sintió aventajada pues tenía su dirección y teléfono. Pero, por supuesto, no tenía ninguna excusa para llamarle. Se despidieron sin más y ambos sintieron una punzada en el corazón que los entristeció, aunque siempre quedaría una lejana esperanza de volverse a ver, aunque fuera en un futuro remoto.

El día transcurrió en la oficina sin sobresaltos, y ella no podía dejar de pensar en Román.

La noche engullía la ciudad y las luces de neón chispeaban con múltiples colores que tras la ventana hipnotizaban sus retinas. El espectáculo hoy, le parecía de lo más encantador.

Al recoger los papeles y carpetas que había sobre la mesa, comprobó que alguien se había olvidado un carnet de identidad. La sorpresa le dejó perpleja… era el carnet de Román. No dudó un segundo en coger el teléfono.

—Hola, ¿Román?. Soy Aitana de la aseguradora. Te llamo para decirte que te has olvidado aquí tu carnet.

—¡Ah!, pues no me había dado cuenta—contestó él sorprendido—.Podemos quedar mañana, cuando tengas un rato de descanso, en el bar de al lado de tu oficina. Me he pasado hoy por ahí y preparan unos capuchinos deliciosos.

—Estupendo, pues a las 11:00 me pasaré por allí—sonrió complacida, no pudiendo disimular un atisbo de felicidad en su voz.

Así fue como se citaron esa vez. Aunque no volvieron a verse hasta pasados tres meses, pues Román tuvo un accidente. Se golpeó con otro coche en un aparcamiento. Aunque fue un golpe sin importancia, el coche quedó un tanto abollado. Fue entonces cuando dio parte a la aseguradora.

Tras hacer la documentación, le invitó a tomar algo y ella accedió con gusto. Poco después empezaron a quedar de manera esporádica y pasado un tiempo las citas se acortaron en el tiempo. Hasta que un día llegó el primer beso que marcó el inicio de una aventura.

Ambos estaban casados, y a pesar de estar ya en la treintena, se sentían como unos colegiales que faltaban a una de las clases injustificadamente. Solían quedar en un hotel a las afueras de la ciudad.

En cuanto a Román, su matrimonio hacía aguas desde hace un tiempo. Este nuevo amor era la válvula de escape que desataba sus pasiones más soñadas. Además, sentía que ella le comprendía. Se llevaban muy bien, se reían, hablaban de cualquier tema, y aunque eran de personalidades muy distintas, parecían complementarse a la perfección, ella más atrevida y habladora, él más comedido y silencioso.

Todo su mundo se reducía a una habitación de un hotel. Nadie les conocía en ese barrio. Además se cuidaban de entrar separados, para no levantar sospechas. Todo el remordimiento de esa relación empezaba al salir de la habitación, al volver a sus casas, al hablar con sus parejas como si nada hubiera pasado, al llegar la hora de acostarse y fingir que todo iba bien. ¡Qué pesada losa era la mentira!

Una noche él le hizo una proposición.

—Cariño, no podemos seguir así. Yo estoy decidido a dejar a mi mujer. No puedo con esta situación. No podemos vivir en esta mentira. Así no soy feliz—la dijo preocupado.

—Yo te quiero Román, a mí me sucede lo mismo. Quiero estar contigo y dejar de vernos a escondidas. Ya no sé qué excusa inventar para venir a verte. Creo que mi marido está empezando a sospechar algo.

—Deja a tu marido y vente conmigo. Marchémonos a otra ciudad. Yo ya no podría seguir viviendo aquí pensando que me voy a cruzar con mi mujer. Y los comentarios de la gente…

Román no tendría problema, pues su mujer estaba de viaje. Tenía todo el campo a sus anchas para marcharse y dejar una fría nota que quebrara toda una relación de varios años. En cambio ella, tendría que salir presurosa del trabajo y preparar las maletas antes de que llegara su marido del trabajo. Se sentía nerviosa, pero estaba animada con esa nueva vida.

Tendrían que abandonar los respectivos trabajos, ir a una ciudad desconocida y empezar de cero…pero juntos. Ahora el mundo se ensancharía, se saldría de esa habitación del hotel. Compartirían momentos en el parque, paseando por la calle, en una cafetería, comprando juntos en el supermercado. Ninguno de los dos tenían hijos. Quizás se lo plantearan. Habría que borrar el pasado y dejar que una nube negra lo cubriera con su manto, dejando paso a un nuevo resplandor.

Llegó la noche esperada. Habían quedado en la estación del Norte para coger el tren de las diez.

Román acudió a la estación a las 9:45. Llevaba de la mano una maleta pequeña. Como si quisiera dejar sus recuerdos en aquella casa, que en un tiempo le llenó de felicidad, pero ahora quería olvidar.

Ya eran las 9:55 y ella no había llegado todavía. Mil dudas le asaltaban, pensando que Aitana se había arrepentido. Su corazón latía desbocado y se sentía preso del pánico. A las diez menos dos minutos Román cogió el tren que haría cambiar su vida… con o sin ella.

Aitana no había acudido a su cita. Esta idea de abandonar a su marido y emprender un camino nuevo con Román era una idea que le producía vértigo. Disfrutaba en las citas con él, pero el hecho de dejarlo todo no cabía en su cabeza. Se sentía en una encrucijada y era, al fin y al cabo, una mujer de costumbres fijas. Desayunaba en el mismo café, compraba en la misma tienda, su trabajo también era muy rutinario… y la vida se reducía a eso, a la rutina. Y aunque se sentía feliz con su amante se sentía cobarde para todos esos cambios. El miedo le atemorizaba y la indecisión al final le venció. Su lucha interna le hacía pedazos. Era como una marea que subía y bajaba. Quizá el día que no cogió el tren cambió el destino, porque ya no volvieron a saber nada el uno del otro. No se llamaron. Ni él le preguntó, ni ella le explicó su decisión, que acertada o no cambió sus vidas para siempre, como un remolino que enmaraña lo que lleva a su paso.

Ahora, tras un intervalo de diez años llevando cada uno vidas distintas, su mundo se concentraba en esa cafetería.

Poco después, el acompañante de Román salió a la calle con su teléfono en la mano; le habían hecho una llamada. Ella presintió que esa era su oportunidad y sintió el impulso de ir hacia él, de saludarle, de explicarle. Diez años concentrados en unas frases, seguramente con un nudo en la garganta, quizás contando una excusa, quizás un sentimiento de arrepentimiento.

Aitana pensó en acercarse a él. Pero ¿y si él la rechazaba? Le podría echar en cara mil reproches, o hablarle con desaire, o manifestarle su odio por lo que pasó aquel día. Pero estaba decidida a comprobar su reacción. Un sentimiento de ensoñación le invadía como transportándole de la realidad a otro mundo, sin pensar en las consecuencias o en el gesto de él al verla. En ese momento se levantó de la silla y se dirigió hacia él. Su nerviosismo iba en aumento.

—¿Román?—dijo con un hilo de voz.

Este se volvió y la reconoció enseguida, no pudiendo disimular su asombro, aunque encubierto por un sereno júbilo que mostró en su sonrisa.

—¡Vaya! No me lo puedo creer. Ha pasado mucho tiempo. ¿Qué haces por aquí?

—Vivo cerca, vengo aquí cada mañana—contestó animada—. Lo extraño es verte a ti por aquí…

—He venido con un cliente a tomar un café. Esta cafetería nos pilla de paso. Vamos a visitar a unos compañeros de trabajo que tienen la bufete muy cerca de aquí.

Entonces sus miradas se cruzaron en un silencio infinito que pareció tragarlos. Sobraban las palabras, o puede ser, que faltaran montones para llenar diez años de vida que se escaparon en ese tren.

—Bueno, te habrás preguntado muchas veces por qué te abandoné—dijo preocupada.

—Sí, sufrí mucho con todo aquello. No te culpo por ello, imagino que a última hora te lo pensaste.

—Exacto. No tuve el valor de dejar a mi marido. Aunque me costó mucho tiempo olvidarte. Nunca sabré si hice bien o me equivoqué, pero en esos momentos sentía que mi lugar estaba con Alfonso. Espero que me hayas perdonado.

—Pues sí. Eso pertenece al pasado. Las cosas han cambiado y la vida continúa—afirmó Román como queriendo convencerse a sí mismo de lo que había dicho.

—Me alegro mucho de que estés bien. Sabes que te lo mereces—repuso mostrando un tono alegre.

—Yo también te veo muy bien. No han pasado los años por ti—insinuó él.

Aitana tenía una esbelta figura, que sabía explotar con encanto, pues aunque normalmente vestía ropa cómoda, en ocasiones, llevaba vestidos elegantes que le hacían presa de las miradas de los hombres, aunque no lo pretendiera. Su melena color miel contrastaba con sus ojos negros, enmarcados en un rostro de rasgos suaves y tez clara. Todo en ella transmitía serenidad. Eso fue lo que enamoró a Román.

Román echó un vistazo hacia la puerta.

—Ahí entra mi cliente. Espero que nos volvamos a ver—dijo esperanzado.

—Me alegraría mucho—sonrió emocionada.

Se dieron un beso en la mejilla y Aitana se dirigió a su mesa. Pasado un rato, Román salió del bar junto con su cliente, no sin antes acercarse a su mesa y despedirse.

Cuando acabó el desayuno fue a la barra dispuesta a pagar. Al mirar al suelo vio un colorido papel. Era una tarjeta. Por obra del destino nuevamente, creyó tener la suerte de su lado. En la tarjeta se leía: Román Vázquez Figueroa -Abogado –

Entonces Aitana se guardó con cuidado la tarjeta en el bolso.

SINOPSIS

Aitana se reencuentra con un antiguo amor de juventud en un café. El pasado vuelve a invadirla con un sentimiento de añoranza.

Han pasado diez años desde aquella aventura. Entonces le abandonó. Ahora un mundo nuevo surge ante ellos, decidiendo iniciar una relación.

El tiempo que los separó hace que las dudas surjan entre ellos, tras ocultar hechos del pasado que les hacen desconfiar el uno del otro. Acontecimientos, los cuales, pueden poner en peligro sus vidas.

El misterio les envuelve, aunque quieren darse una segunda oportunidad, a pesar de las contradicciones que los intentan separar.

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