La Memoria de las Máscaras

La Memoria de las Máscaras

Yo

No voy a decir ningún nombre, ni siquiera si soy hombre o mujer. Simplemente diré que soy una persona que vive constantemente bajo máscaras. No, no voy con un antifaz por la calle ni me lo cambio según el día o la estación. Mi máscara es mi propia cara, que se modifica según el momento. Tras los años se hace inconscientemente; es como respirar.

Ya no necesito pensar en ello, qué expresión debo poner ni para quién, qué debo decir y cómo. Sé a quién sonreír y a quién no, a quién gastar bromas, a quién reírle las gracias, ante quién actuar con total seriedad.

Tengo muchas. Para la familia, para los amigos, para la pareja y los vecinos, para los compañeros de trabajo, para los conocidos. Algunas se parecen un poco, por si se mezclan, pero no mucho.

Ni siquiera mi pareja lo sabe, aunque a veces parece que algo sospecha. Recién empezamos, me preguntó por qué cambiaba de cara según con quién estuviera. Le dije que no tenía por qué comportarme del mismo modo con todo el mundo. Al principio receló, pero después ha adoptado la misma estrategia. Sólo que no de manera tan acentuada como yo.

Las máscaras son mi vida. Me conforman, como los elementos al universo. Sin ellas no sé qué sería, como sería. En algún momento de mi vida me perdí. O quizá nunca he sabido nada de mí.

Tampoco hice mucho por evitarlo, ni por volver a encontrarme. No puedo y no sé si quiero. O si debo. Por ahora, aunque me pese, necesito esas máscaras. Contra todos. Contra mí.

Me niego a seguir los dictados de la sociedad; unos preceptos que creo incorrectos. Me niego a que me opriman, a que determinen mi camino. Yo soy quien dirige y decide, pero deben creer que sigo sus órdenes. Por eso me pongo mis máscaras. Para que crean que me tienen, que les sigo, que obedezco. Pero se equivocan.

Muchas veces pienso que la gente es idiota por dejarse manejar así. Por no rebelarse, por creérselo todo. Entonces me pongo de mala leche y dejo de pensar en ello. Bastante tengo con vivir bajo las máscaras.

No puedo ser libre. No sé como serlo. La sinceridad me da miedo y me duele. Me expone ante los demás, ante sus líos y mentiras.

Hace tiempo que no uso mi verdadera cara, ni siquiera para mí. Las otras son más cómodas. Protegen. Dan apariencia de fortaleza y seguridad. Me parece que con ellas no pueden hacerme daño. Con algunas parece que estoy a salvo de todo y de todos; mi intimidad, mis secretos no serán revelados a través de mis miradas o expresiones. Y tampoco me haré daño, los recuerdos solo están bajo mi verdadera cara y esa ya no la uso. No la quiero nunca más, y casi no me acuerdo de ella; no quiero recordarla.

No se nota; las caras y las expresiones son completamente normales, como si fueran de verdad. Tampoco se sabe que en lo más profundo de mi corazón hay envidia por no poder llevar siempre el mismo rostro, el de verdad. Por no tener que esconderme incluso de mí. Por no desear arrancarme la piel a tiras, o marcharme donde nadie me conozca ni sepa nada, donde poder deshacerme de esas pieles para siempre y poder formar mi propia verdad. Porque los otros rostros son espejos que recuerdan constantemente por qué hay que cambiar de máscara. Para no juzgar ni sufrir juicio. Porque todo el mundo juzga alguna vez. Porque juzgar condena, a quién es juzgado y a quien juzga y cree que debe juzgar. Porque todo el mundo juzga sin saber y sin entender y las máscaras también cubren los ojos, a la hipocresía, al dolor, a la falsedad. A través de la máscara no se ve lo malo de nosotros y en nuestra ceguera solo vemos lo malo de los demás. Las máscaras, no dejan pasar ni el daño, ni las lágrimas. No se puede llorar en público porque eres débil, no puedes mostrar tu dolor porque se abalanzan sobre ti para despedazarte por estar sufriendo. Nadie ayuda al fuerte porque creen que nunca necesita ayuda, porque no saben o no quieren saber que todos tenemos un límite.

Veo juicio y condena continuamente. Todo el mundo juzga los actos de otros aunque no les afecten. Has hecho mal a sus ojos y te dan de lado, sepan o no tus circunstancias, tus sentimientos, tus motivaciones. Sabiendo o sin saber la historia completa, deciden si una persona es digna de desprecio o de aprecio.

Bueno o malo, blanco o negro. Admiro a esas personas capaces de ver los grises y los matices de todos los colores. A veces, cuando una pasa por mi vida siento la tentación de sincerarme, de arrancarme mis máscaras de una vez por todas.

Pero, ¿para qué? A esa persona no le interesa y siempre queda el entorno al que estamos ligados. Siempre hay algo que te ata y no puedes arrancarte tu propia piel, esa que se ha formado máscara tras máscara.

Yo también lo hago, juzgar a otros, a veces. Trato con todas mis fuerzas de no hacerlo, pero no puedo evitar que algunas cosas me parezcan mal y me den rabia. ¿Dónde está la línea? ¿Dónde es tu opinión y dónde un juicio condenatorio?

Después del juicio la sentencia. No solo si se es bueno o malo, sino qué debes hacer para merecer su aprobación. Cambia esto, deja aquello. Ve por aquí, no vayas por allí. Haz esto o lo otro. Te hacen creer que tienes que seguir sus consejos porque es mejor para ti. Solo quieren convertirte en su marioneta, alguien que puedan dirigir según sus miedos y frustraciones para sentirse mejor, porque no son capaces de dirigirse a sí mismos.

Y tu desesperación te hace creer que los necesitas, que debes hacer lo que dicen, mientras que algo dentro de ti te grita que no cambies nunca. ¿Y si tienen razón? ¿Y si es mejor así, al menos a veces? ¿Y si eso que no quieres cambiar es lo que te está haciendo daño?

Sé que hablan de mí a mis espaldas. Por un lado me da igual, pero si no quiero que me juzguen es porque no se sientan bien con ellos mismos por el hecho de que no pueda defenderme.

¡Qué bien se siente quien juzga! ¡Qué fuerte y qué importante! ¡Son otros los que están siendo juzgados, otros los miserables y despreciables! ¿Acaso se cree que no comete errores, o que los suyos son menos graves que los de los demás? ¿Acaso piensa, que juzgar le hace más valioso, mejor persona?

Cuando se juzga parece que se esté por encima de la persona juzgada, parece que esa persona es inferior por haber hecho algo que decidimos que está mal. Nos creemos con derecho a decidir qué está bien y qué está mal.

Nos creemos con derecho a sentenciar y ajusticiar, a castigar a quien ha hecho algo diferente, sea lo que sea, nos afecte o no.

No me quiero, en absoluto. A veces es odio y a veces no, según me haya levantado ese día.

No amo a mi pareja. Ni quiero ni no quiero estar a su lado. Es solo otra máscara más. Apariencia de seguridad y normalidad; no preguntarme qué quiero y qué no. Hacer como que no me lo pregunto. Todo eso y sexo, que es de las pocas cosas auténticas entre nosotros. Eso y respeto.

¿Lo sabrá? Creo que he aprendido tan bien a cubrirme con mis máscaras que todo el mundo se las cree… incluso yo. ¿Cuál es la cara verdadera? Hace mucho tiempo que no lo sé… no es ninguna y lo son todas. Cada una tiene un trozo de mí, o de lo que creo que tengo por dentro.

Misma casa, mismos muebles. Lo mismo todos los días. No puedo cambiar nada porque necesito mucho dinero para eso. Y me quema esa visión, porque me recuerda demasiado a la mentira que es mi vida.

No es la primera vez que me caso. Me casé para escaparme de mis padres, pues por aquel entonces nadie se “independizaba” como no fuera casándose. Pero mi primera pareja era una persona muy influenciable, que se guiaba sólo por su familia y sus amistades. Al final, la última persona que contaba en la relación era yo, y me cansé. Apenas tres años después de casarnos me divorcié.

Me rogó y me suplicó, pero yo lo tenía muy claro. Ya tenía más que suficiente con que mis padres me hicieran daño como para que alguien de fuera también pisoteara mi vida, porque se creía que su familia estaba antes. ¿Y la pareja no es también familia? ¿Y los hijos cuando se tienen? Hay mucha gente así, que no se entera que no es antes ni después, ni por encima ni por debajo, sino en sitios diferentes, que la familia tiene un sitio y la pareja otro, y que no se deben anteponer.

¿Cómo es que hay gente que permite que otros manejen sus vidas? ¿Debilidad de carácter? ¿Falta de éste? Por lo que recuerdo de esta persona, creo que les resulta cómodo. Los quebraderos de cabeza los tienen otros por ellos. Aunque he visto en otras personas que es ceguera pura, les han enseñado eso y nunca se han cuestionado nada. Los desprecio, a veces más incluso que a mí.

Y después conocí a mi actual pareja. Vi desde el principio que era diferente, que nadie se metía en su vida, que tomaba siempre sus propias decisiones. Desde el primer momento establecimos los límites y ambos estuvimos conformes. No creo ni que tuviéramos ganas de entrar en el terreno del otro. Estábamos cómodos y la idea de unir nuestras vidas, o lo que dejábamos ver, surgió sin más. Así pues me case de nuevo. No mentí del todo; no es que no quisiera a la persona con la que me casaba pero tampoco la amaba. Llegué a engañarme con que podría llegar el amor. ¡Qué idiotez!

Menos mal que no tenemos hijos. Ninguno de los dos ha querido tenerlos porque ambos pensamos que es mejor no traer más infelices al mundo. Creo que tampoco su vida ha sido un camino de rosas; sé que hay cosas que no me ha contado ni lo hará jamás. No le culpo y tampoco quiero saberlas.

Creo que entre nosotros no puede ser de otra manera. El compromiso que hay no se basa en el amor, sino en que no hay otra cosa, ni queremos que la haya. Me parece que es tan incapaz como yo de querer, y no sé si se quiere llegar a ser capaz. Creo que al menos no se odia, pero la verdad sobre eso parece estar en algún lugar al que no puedo llegar.

Es como una especie de tregua en la lucha que cada uno tiene en su vida. Apenas hay discusiones, lo normal en dos personas que conviven. Recuerdo la primera vez que discutimos en la calle, y una anciana dijo “qué bonita pelea de enamorados”. Si es que…

No sé si vengo o si voy. Si busco o huyo de lo que quiera que haya bajo mis máscaras.

He perdido la ilusión que alguna vez tuviera; recuerdo perfectamente tenerla y que se apagara como la llama de una cerilla. Y supe perfectamente que nunca volvería. Es como si todo estuviera dentro de un hueco en el que cabe mi brazo, que no es suficientemente largo para llegar.

Odio esta “suciedad” consumista, que nos enseña que no seremos felices a menos que compremos abundantemente, a menos que tengamos lo último en moda y tecnología, a menos que hagamos lo que los medios de comunicación nos muestran que es bello y “guay”, que nos hace creer que necesitamos eso que vemos en las pantallas, en los carteles, en las revistas. Nos enseña que lo correcto es no pensar por uno mismo, que ya está todo inventado, que el único camino para sobrevivir es trabajar para que otros se enriquezcan. Que no basta con tener vivienda, ropa y comida; necesitamos estar comunicados, tener lo que todo el mundo tiene, tener más, cada vez más. Nunca es suficiente, nunca se agradece lo que ya se tiene, la familia, los amigos, el amor, la amistad. Si no tienes lo que la sociedad te vende, si no haces lo que se supone que debes hacer, no eres nadie.

Odio su hipocresía, su pretensión de cegarnos a todos. Y odio más aún a quienes se dejan felizmente.

¿Y qué es lo que no odio? Quizá, la puesta de sol cuando salgo a dar un paseo. Puede que los animales, que son más fieles y sinceros que cualquier persona que conozca. Ellos nunca te traicionan ni te abandonan, nunca te engañan ni están contigo por el interés. Son los únicos que permanecen a tu lado ya seas rico o pobre, feo o guapo, anciano o niño.

Me gusta pasear por la calle de madrugada. A veces he llegado de algún sitio a las tantas y me he encontrado todo cerrado, nadie fuera, ningún coche pasando. Durante unos instantes todo se detiene dentro de mí y es como si las máscaras no existieran.

En ese momento no hay ni odio ni rencor, solo paz. Me permito incluso pensar que podría llegar a ser así de verdad.

A veces he intentado contarle lo que me pasa a alguna persona que creía me podía ayudar, o al menos entender un poco. Pero todo lo que conseguí fue algún que otro: “sal y tómate un café o algo, que eso siempre anima”, o: “ve a que te vea un psicólogo”, pero no en plan allí encontrarás ayuda, sino con el tono de quien cree que te estás sumergiendo en algún tipo de trastorno mental y no sabe como decírtelo.

Aparte de eso poco más. A veces busco en mi interior por si queda algo de lo que una vez hubo, pero el odio es tan profundo, tan inmenso, que me es imposible ver si existe algo más que eso.

Sería tentador parar, borrarse. No ser. No tener nada que ver con nadie, con lo que se supone que soy y he sido. Nada es cierto, aunque los demás crean que sí. Al final, por mucho que nos empeñemos, la gente siempre piensa lo que quiere de nosotros. Hagamos lo que hagamos, lo que para nosotros es motivo de crítica para otros no lo es, y aquello que pensamos que no dará que hablar, hace que otras personas murmuren sin parar. Si alguien quiere criticarte lo hará, buscará el motivo hasta encontrarlo y si no, se lo inventará. Lo que una persona cree que es acertado, otra piensa que es un error.

¿Por qué sigo aquí? ¿Por qué no he acabado con todo ya? No lo sé, no sé qué es lo que me impulsa a seguir viviendo, a ¿seguir adelante? No sé si llamarlo así, no sé como llamarlo. No sé qué es la vida de verdad, ser persona, ser alguien. Sé que no es como la gente cree, tener dinero, conseguir logros, reconocimiento por obras y actos. Debe de ser algo parecido a conocerse, tener corazón en lugar de odio, amarse o al menos apreciarse.

Cuando miro a otros parece fácil de hacer. Hasta que lo intento y me doy cuenta de que a ellos les sale natural. De que ellos tienen cosas que hacen que les nazca del alma; familia, amor de verdad, amistades reales, ilusiones, objetivos, cosas que yo no tengo. Por eso nunca lo conseguiré.

Una parte de mí quiere, pero apenas lo intenta un poco todas las máscaras se le ponen en cima y se debilita hasta quedar en un rincón, ese rincón en sombras tan oscuro que nada se ve.

Sinopsis

No valgo nada. No soy nada. No he sido ninguna de las personas que he aparentado ser.

¿Quién soy? No lo sé, nunca lo he sabido. Mi vida, o lo que quiera que fuera eso era una mentira. No creo que se pueda llamar vida a tanta falsedad, a tanto desprecio hacia mí, a tanto odio hacia todos.

Voy a tirar este escrito por ahí, donde primero se me ocurra, por si a alguien le sirve. Quizá así logre sacarlo de mí y poder empezar de cero. No ser, para poder ser.

Me pregunto si hay esperanza para mí, o al menos un pequeño punto a que agarrarme. Quiero librarme de las máscaras, e ir construyendo poco a poco un nuevo yo.

Quizá la persona que lo encuentre lo queme en lugar de leerlo. Tambièn estará bien, quizá así desaparezcan por completo. Pensé en desaparecer yo, pero no sé por qué dudé. Quizá porque ese pequeño punto se abre ya paso entre las máscaras.

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