Hoy es la última noche de mi vida.

Mañana despertaré y se desvanecerá todo lo que conozco, el mundo se sumirá en la oscuridad del olvido y no podré hacer nada para detenerlo. Es imposible luchar contra mi propia naturaleza, la que he adquirido durante estos años escurridizos. No lo sé, creo que pierdo tiempo en lo que vendrá y de nuevo evito disfrutar de lo que sucede ahora.

¿Qué hay ante mí?

En mi mesa me acompaña un pequeño diario, con vagas anotaciones de lo que ha sido mi vida. Hay dos tazas de café, una con la cantidad de azúcar que me gusta y la otra sin azúcar, café amargo, enfriándose en su ausencia.

El ruido de fondo, tan cotidiano y monótono, adquiere un matiz irreal al ser empapado por el calor humano. La señal se había perdido en la insuficiencia de la empresa y ahora solo estaban hombres y mujeres en un café, expuestos a las presencia del otro. Conversando con susurros que provenían de todos lados.

Compartían sus historias sin prestarse atención, cada palabra dicha por uno se veía complementaba por la de la otra mesa, sin saberlo, creaban una historia juntos en su indiferencia. La misma vida los había traído a este punto sin que ellos prestaran atención. Es posible que aquí estén dos destinados a conocerse y enamorarse, luego perderse, y enamorarse otra vez. ¿Y cómo comprender semejante predisposición de la vida por unirnos con personas que se presentan ante nosotros como desconocidos y se terminan convirtiendo en una razón para vivir?

La majestuosidad con la cual esos momentos imprevistos se crean me sigue asombrando. Detenerse a pensar que has llegado a este lugar, empujado por circunstancias ajenas a los demás y que solo te pertenecen a ti, para dar con alguien, para vivir una experiencia o solo para morir, es extraño. Nunca imagine estar sentado aquí, bebiendo café caliente, acompañado por su ausencia y la lluvia.

Ni en mis historias, breves como nosotros, presencié sutil capricho del universo por querer unir a los amantes de palabras. Y es poético, para quien escribe y para quien es la musa, esta clase de encuentros donde uno está ausente, perdido en su vida, y el otro presente, perdido sin ella. Hay semejanza en mis relatos, es inevitable, todos están bajo su sombra anónima. Todos se resguardan inacabados, olvidados y cubiertos por el polvo de la imperfección. He intentado invocar los viejos sentimientos de aquel entonces, de esos días fríos, agitados y llenos de luces. Sin embargo, me cuesta a medida que pasa el tiempo.

La cafetería, invadida por desconocidos, esconde entre sus mesas un recuerdo que se me niega, comprimiendo mi corazón. Tengo miedo a las desconocidas letras que me acompañaran en esta noche incierta. Aún así estoy aquí, sentado, esperando que se me presente la oportunidad de darle sentido a este caos donde habita mi alma.

Hay dos muchachas hablando a baja voz en el mostrador, sus miradas caen de vez en tanto en mí. Me siento expuesto. ¿Saben algo que yo no? ¿O es acaso lo inusual de estar sentado con dos tazas de café? Quizás de eso se trata: lo extraño que resulta esperar un rostro anónimo. Una de ellas capta mi atención, en su interés hay recelo, como si estuviera haciendo mal en invadir la privacidad de mi vida.

Bebo un sorbo, luego otro y así hasta terminarlo. Le hago señas.

Ella duda por un momento, luego reacciona y viene ante mí.

-¿Podría volver a llenarla?

-Por supuesto, señor.

-Muchas gracias. ¿Puedo hacerle una pregunta?

-Sí, dígame.

-¿Hablaban sobre mí?

La joven, de al menos 20 años, se sonroja. Un mechón de su cabello rojizo cae por su frente.

-Disculpe, no era nuestra intención.

-Descuide. Tengo curiosidad de su curiosidad.

-Es que Joanne y yo comentábamos sobre su pedido.

-Dos tazas de café para un viejo solitario. Es justo. No se avergüence.

-No es solo eso, ¿me permite?

-Por supuesto, responderé a la curiosidad siempre que conozca la respuesta adecuada.

-Está solo. Es decir, todos aquí están acompañados por alguien más, nadie viene aquí solo, ya ni en las calles se ven un par de pisadas. ¿Me entiende?

-¡Claro que sí! ¡Pero se equivocaba, estoy esperando a alguien!

-Debe quererla mucho, tiene rato usted aquí. ¿O acaso ella se ha demorado?

-No lo creo. Solo que aún es pronto, ella se viste con la noche.

-Bueno, no quiero seguir de entrometida.

-Su amiga es Joanne, ¿y usted?

-Soy Sarah. Un placer, señor…

-Eliezer Mejías. Un gusto.

Estrechamos nuestras manos. Su tacto es frío, ajeno a la calidez del lugar. Vuelve a su puesto y Joanne juega con su mirada, en el lenguaje solo entendido por las mujeres.

Son jóvenes y hermosas. Sus corazones deben de estar llenos de promesas y sueños, alguna que otra fantasía sexual y de un indomable deseo por darle sentido a esta vida. A veces pienso en que yo perdí mucho de mis años de juventud por el desafortunado encuentro con los libros. Soy un ávido lector que leyó más de lo que vivió, tanto que la vida me resultó insípida, desprovista de un interés humano.

Mis manos duelen, la vejez me ha sentado mal. Ni siquiera puedo adivinar como llegué aquí al Café Novele, estoy seguro que dejé tras de mí a varios preocupados. Hace mucho tiempo que no salía por mi cuenta, y mis razones son suficientes como para haberlo hecho. No podía más con la sensación de ser un estorbo, de estar ahí ocupando solo un espacio, como un adorno sin gracia ni significado. Sé que hay días donde no soy yo, en mi forma completa, solo pedazos abandonados a la suerte. Pero hoy, Dios en su misericordia, me concedió la oportunidad de despedirme de lo que conozco, de este mundo que me abrigó durante tantos años y que siguió sin mí, sin que al tiempo le importa los pasos de un viejo.

Afuera llueve con fuerza, los transeúntes comienzan su carrera al resguardo. Estoy viéndolos convertirse en borrosas figuras a través de la ventana, no había notado el crepúsculo violeta que pintaba los cielos, el color hipnótico empaña la realidad de un profundo significado onírico. Esto parece el sueño de un extraño, y yo estoy en él no como el soñador sino como quien es proyectado por los deseos ocultos de quien duerme. Estoy fura de lugar, de época, de mi mismo. No soy quien recuerdo y lo que he olvidado de mí sigue pendiente de invocación. Creo que al leer el diario entenderé el significado de sentir que alguien me está soñando.

¿Qué me detiene? Las páginas están a merced de las yemas de mis dedos, el cuaderno de tapa roja espera ahí, como Lázaro aguardó en la tumba. Sin embargo, lo que yace ahí, muerto en la oscuridad, me aterra. Es posible que haya hechos de mi vida que merezcan el olvido, pero soy testarudo y quiero saber que aguarda más allá. Quiero saber donde puedo encontrarla en lo que ha sido mi historia, y aferrarme a ella y nunca soltarla.

¡Qué tontería! Mi error es creer que yo tengo manera alguna de invocarla con mis letras, leyendo mi historia solo puedo entender mi lado del abismo. Recuerdo ese sueño, fue hace mucho, recién nuestros labios se conocieron. Estaba yo de pie, detrás de mí resplandecían los cielos y los ángeles cantaban aleluyas a su creador, melodías que solo pertenecen al cortejo celestial. Delante de mí, separados por un hambriento abismo, ella, observándolo. Su sombra se proyectaba sobre la violenta marea sangrienta que anunciaba el final de los tiempos. Grité su nombre, tanto que perdí la voz. Nunca me escuchó.

Estoy seguro que en el diario está escrito todo sobre ella, la forma de su rostro, pequeño y blanco como la luna, los ojos entristecidos por el dolor que nunca le abandonó. La voz donde guindaban, en bajos tonos, los sufrimientos de un alma que nunca entendí.

La noche hace acto de presencia. Los vientos de la montaña arriban a las calles solitarias, sigue lloviendo, como si las cámaras celestes se hubiesen abierto para dar inicio a un nuevo diluvio. Y heme aquí, intentando salvar un pedazo del mundo antiguo. Puede que yo sea un profeta de arcaicas pasiones, y este vestido para ver el final. Sí, el momento es propicio, es momento de invocarla.

-¿Disculpe?

Mi atención, hundida en la profundidad de mis pensamientos, fue arrebatada violentamente a la realidad más cercana que tenía.

-Sarah.

-Sí. Es que…¿acaso nos conocemos? Me resulta familiar.

-No lo sé.

-¿Había venido aquí antes?

-Cuando era joven, mis mejores noches fueron aquí.

-Lo lamento, señor Mejías, no pude evitarlo.

-Hay encuentros inevitables y situaciones que tienden a lo inusual. Sin embargo, ¿no es acaso la vida un montón de situaciones extrañas?

-Eso creo. ¿Ese es un libro?

Su mirada cae al cuaderno, por reflejo, lo escondo de su interés, como si se tratara de una herida abierta.

-Lo lamento-se disculpó-. No es mi intención andar de chismosa. Debería irme ya.

-No, perdóneme, ha sido descortés. Los viejos hábitos nunca mueren. Por favor, siéntese. ¿Se lo permiten?

-Terminó mi turno. Pero usted espera a alguien.

-Ella ya ha llegado. Está aquí, aguardando dentro de estas páginas.

-La taza de café, el libro rojo y la musa ausente, ¿es acaso usted uno de ellos?

-¿De quienes?

-Un escritor.

-No le comprendo.

-Hoy en día es raro verlos, pero he escuchado de ellos. ¿Acaso no sabe?

-No sé muchas cosas, acabo de nacer hoy.

Sarah ríe, su sonrisa es hermosa, ilumina su rostro cansado. Me hace sonreír en mi inocencia, dentro de mí, oculto a la percepción de sus ojos. Mi corazón se acelera, y no puedo evitar pensar que los sentimientos no cambian a través del tiempo. Ella se sienta, sin apartar la mirada del café frío, dice:

-Los artistas han ido desapareciendo, mermaron uno a uno con el paso de los años. Ahora solo quedan «intelectuales».

-Eso suena horrible. Me he perdido de mucho durante mi encierro.

-¿Encierro?

-Es una manera de hablar. Entonces yo soy un escritor.

-Exacto. Son personas con temperamentos inusuales. Mi mamá solía hablar de mi abuelo: un hombre de corazón nostálgico. El era un pintor reconocido, pero perdió su fama ante la nueva oleada de talentos. Quedó atascado en el pasado, dijo mi madre, confinado a lo que no se puede deshacer. Él despertaba siempre a las tres de la mañana, lanzaba varios trazos al lienzo y volvía a dormir.

-Y en cambio yo, ordeno dos tazas de café.

-Sí, es interesante.

-¿Cuál es su hábito extraño, Sarah?

-Entrometerme en la vida de los demás-bromeó.

Reímos, atrayendo varias miradas. Sarah ordenó café para ella y mi taza volvió a cobrar vida. Ahora en la mesa habían tres tazas de café y solo dos sillas.

-Es curioso-dije.

-¿Qué cosa?

-Esperé este momento por largos años, siempre ahí, en la intención de surgir. Y ahora parece que no puedo dar más de mí, bloqueado por una enorme pared que me encierra en mi temor.

-¿A qué le teme?

-Perderme antes de recordar mi vida.

-¿Por qué no comienza ya? ¿Acaso interrumpo?-una sombra de vergüenza cubre su rostro.

-Mis ojos han decaído, estoy viejo, Sarah. Cuando terminé de leer este pequeño cuaderno rojo será tarde.

-¿Qué le parece si lo leo por usted? Es decir, se lo leo a usted.

-No lo sé.

-¡Vamos! Señor Mejías, si tengo razón y es un escritor, será una dicha leerlo.

-Nunca escribí nada más allá de este cuaderno, me avergüenzan las palabras aquí expuestas.

-No tiene que avergonzarse de nada. Estoy interesada en su vida, más porque la tiene escondida de todos. Eso lo hace apreciable. No sea malo y deje que Sarah lea.

-No.

-¡Por favor, sea caballero!

Su rostro se torna infantil, animado. Arrebata el cuaderno sin que yo pudiera hacer nada. Mis temblorosas manos se esconden en los bolsillos del pantalón, a merced del fatal destino. Una extraña leyendo mi vida. Si pretendía darle poesía a esta noche, lo había conseguido sin querer, sin imaginarlo de esta manera si quiera. Sarah aún no lo abría a pesar de su atrevimiento, esperaba mi aprobación, o mejor dicho, resignación. Podía ver en ella una parte mía. En su juventud ella experimenta la vida de una manera más dichosa, espontanea o incluso fugaz. En cambio yo, la melancolía acompaña mis andares, cada sentimiento está cubierto de polvo y cuesta reconocerlo. Quiero en parte recuperar eso, la inocente felicidad de quien ha leído rara vez. La verdad es que la lectura no solo expande los sueños del hombre, sino que comprimen su corazón hasta convertirlo en un débil latido. Leer entristece.

-Es por su bien, Sarah, usted nunca ha leído a alguien como yo.

-¿Cómo usted? ¿A qué se refiere?

-Veo en usted la belleza de la pureza, de quien apenas se da cuenta de su existencia. No veo dolor ni angustia, tiene al menos unos 20 años, ¿no?-ella asiente-Más todavía. No dañe su noche con los pesares de un viejo, déjeselos y viva, le regalo ese consejo.

-Señor Mejías, soy nacida de una generación testaruda. No creo que pueda detener mi marcha imparable-bebe café, cuidando de no apartar su vista de mí-. Nunca he leído a alguien, todos se afanan por publicarse de la mejor manera posible. ¿Quiere saber cuál es el malestar de mi generación? Ya no es el amor, ni la guerra o la filosofía de la existencia. Sino el engaño, cuidamos de ser diplomáticos al tratar a nuestros semejantes y terminamos siéndolo con nosotros mismos. Ofreciéndonos un trato amable para evitar pensar en eso que debemos pensar.

-Eso es triste-admití.

-Sí, por favor, no crea que su sufrimiento solo por pertenecer a otra época es más grande que el mío. Todos cargamos nuestra cruz. ¿Qué le parece si hacemos un trato? Yo leo su vida, y le cuento la mía. Tal vez hallemos semejanzas que nos conviertan en más que desconocidos.

-Eso es alentador, pero ella…

-Dudo que le moleste.

-No tiene ni idea.

-En ese caso, lucharé con ella porque quiero conocerla. Quiero saber que mujer es capaz de hacerlo venir en esta noche y hacerle esperar.

Sarah lo dice en serio. En su expresión no encuentro dudas ni bromas. Es ella manifestándose con el poder que solo pertenece a una mujer. Es la naturaleza de Eros imponiéndose ante los amores idílicos, reclamándolos como suyos.

-Sarah, no permita que ella inunde sus venas ni acabe en su corazón. Sé que en esas páginas hay algo más que palabras. Mis temores no pueden estar desprovistos de significado. Aunque no recuerdo lo que ha sido mi vida, estoy seguro que el oscuro lugar en el que habito, viejas amarguras y penas rondan por ahí, burlándose de mí.

-Está noche nadie se burlará de usted. Yo le protegeré.

-¿Cómo dulce niña?

-Compartiremos el dolor, de la única manera en que dos extraños pueden hacerlo: leyendo.

Los truenes ofrecen una maravillosa orquesta, la lluvia golpea con fuerza la ventana. El frío comienza a colarse por debajo de la puerta, de las mesas y pellizca a los clientes. Hay quienes desisten de las conversaciones y salen a la calle, a enfrentarse a ese duro invierno. Otros permanecen sin decir nada, sin saber como seguir lo que venían construyendo. Hablar con alguien no es fácil, requiere atención y rápida interpretación. Empatía y comprensión. Desalojar el ruido de nuestros pensamientos y absorber las palabras del hablante, de quien comparte su vida.

Solo queda de mi parte escuchar y atender. Porque lo malo de vivir es que cuando se hace, rara vez nos percatamos que lo hacemos, son los breves segundos antes de desaparecer que nos traen devuelta las pequeñas cosas, nos permite despertar del letargo sueño de la distracción moderna.

Sarah, enviada de los dioses, debes tener un templo en un bosque virgen, donde la lluvia y la noche te rinden tributo. Tal vez allí esté ella, crucificada en la luna, observando como nos conocimos y como compartimos una charla acompañada de café.

Porque si algo es cierto en esta vida, es que los mejores momentos, las pasiones más oscuras, los encuentros furtivos, están impregnados por el aroma del café.

ES DE NOCHE EN EL CAFÉ NOVELE, DOS DESCONOCIDOS CRUZAN SU CAMINO Y ENTRE ELLOS NACE LA OPORTUNIDAD DE COMPARTIR SUS HISTORIAS. ELIEZER Y SARAH SE ADENTRARÁN A LOS CONFINES DEL CONFLICTO HUMANO, SUFRIRÁN LAS VIEJAS PASIONES Y LUCHARÁN POR DARLE SENTIDO A LA VIDA QUE RECLAMAN COMO SUYA. MIENTRAS QUE CADA UNO, POR SU PARTE, LIBRARÁN UNA BATALLA MÁS GRANDE: LA PRESERVACIÓN DE SU IDENTIDAD.

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