JULIA
Las arrugas de su rostro delatan la morfología sinuosa del dolor. Eres hermosa. Podrías tener una existencia apacible y aun así prefieres la soledad del viaje.
Espero mientras observo como tu mano da toques rítmicos al ratón, como oculta el auricular del teléfono. Me gustan, son grandes, poderosas. Te levantas, estiras la espalda ¡que delgada eres!
Sentados frente a un café, me cuentas. Interrumpes las frases para observar a través de los amplios ventanales a los diversos compañeros de trabajo que se acercan a desayunar o que entran a esa hora a sus respectivos trabajos. Parece que no eres consciente del tiempo que transcurre cuando miras e intentas imaginar qué historias rodean sus vidas. Cuando vuelves a mí no sé por qué pretendes que crea que eres otra mujer distinta a la que yo imagino. En la escucha pienso lo bien que me haría estar a tú lado.
Me duelen los tobillos, no encuentro la postura con tanta almohada. Acetaminofen, celecoxib, tramadol o morfina… Cóctel maravilloso ofrecido por cortesía del hospital, aunque no hay nada comparable al preparado por uno mismo en casa.
¡Qué buena sensación jugar de nuevo con el equipo! Tengo jodidas las rodillas, pero he aguantado bien ¡Los tobillos parecen dos huevos!
Unos días en el hospital y saber que a partir de ese momento tendría que sostener mi miedo y el de mi madre.
En los continuos reposos de mi adolescencia en hospitales, mi madre se enganchó a los ansiolíticos. Su disculpa, el insomnio. Tardó en admitir que no me podía cuidar por el miedo a que tuviera una hemorragia interna, le dejaba exhausta ¡A un chaval de doce años! ¡Pues ya éramos dos!
Fue mi padre quien me hizo compañía por las diferentes habitaciones del hospital. Son los nervios, me decía. Y cada vez que me lo repetía, no sentía miedo, sino rabia, rabia que descargaba sobre él sin piedad. Él, que guardaba silencio. Un padre paciente, un hombre hermético. Nunca me habló más allá de lo necesario ¿Se vació para no sentir?
“vamos, es tarde, no podemos estar más tiempo” lloraba sin consuelo y de un salto se metía en mí cama para demostrar que había espacio suficiente para que pudiéramos dormir los dos. Yo le abrazaba y escondía mi cara en su pelo, absorbía su aroma a manzana y la consolaba y me consolaba. Me quiere, ella sí me quiere, me decía cada día.
Pero los años han pasado…
Y ahora está Julia, tanto tiempo preocupado por resistir que no sé cuidar nadie. No me extraña que desde hace unos meses duerma en el sofá, mi piel exhala enfermedad, no hay espacio para el deseo.
Julia una compañera de trabajo…
¡No aguanto más! A por la morfina. Cruzo el pasillo, una delicada brisa arropa mi cuerpo, la colonia de Julia invade el espacio. Me extraña. Siento un cosquilleo en el cuello, una caricia en la mejilla. Un bienestar desconocido me invade, me abrazo. Si esta sensación persiste puedo llegar a pensar que es la felicidad. Mi cuerpo se vuelve liviano y regreso a la cama.
Unos hilos de luz inciden en mis ojos, me desperezo. Compruebo que puedo apoyar los pies sin dolor. Respiro tranquilo.
Me asomo por la escalera, veo a Julia tumbada en el sillón. Bajo y me aseguro en cada escalón.
Julia duerme desmadejada. Sus dedos tocan con delicadeza el suelo y su cabeza está doblada en una incómoda postura. Pronuncio su nombre. Vuelvo a repetir su nombre un poco más alto. Julia. Llego al sillón, le aparto un mechón caído en la frente, su piel está fría. Miro con rapidez detrás de mí. Alargo la mano y acaricio su rostro, la llamo, Julia, y siento que es la primera vez que lo pronuncio de otra manera. Mi voz susurra su nombre, tantas como le acaricio.
Un enfermero le pincha el brazo.
¿Estaba enferma?
Niego con la cabeza.
Cuando me quiero dar cuenta también me pincha a mí.
-Soy hemofílico
Me extraña la sorpresa de su rostro.
Se la llevaron.
ENRIQUE
Dos manchas caminan en el blanco inmaculado de un pasillo que les enmarca y limita. Enrique sujeta por los hombros a su mujer que parece desvanecer a cada paso. Les espero, y en la espera, noto mi sangre licuada que se espesa conforme él avanza.
Su voz se escucha mucho antes de que entre en la sala de video. Llena todos los espacios. No hay resquicio por donde poder huir.
Constato el débil abrazo de Enrique, recibo el beso ausente de la madre. Nos sentamos.
-Cuando viene Elena (A su mujer)
-No sé
-Llámala para ver por dónde anda
La mujer revuelve en su bolso, pero pronto olvida lo que busca.
Se vuelve hacia mí
-¿Qué te han preguntado?
– No ha venido nadie
– Jodida vida…
Un médico se acerca. Nos levantamos, me refugio tras ellos con pudor.
-Pueden pasar
– ¿Vamos? Le dice a su mujer
La madre se levanta como si se acordara de algo y sigue las huellas de Enrique. El cuerpo de Julia está en una sala descompuesta en brillos metálicos, tapado por la vencida espalda de Enrique que solo nos deja ver sus pies.
– Gordi
El médico se aproxima cauto. La rigidez de Julia ha enraizado en el cuerpo de Enrique, en su cuello, en su pecho, en sus brazos, en su corazón, nadie podrá quitarle el cuerpo amado de su hija.
Se gira y me mira, conforman una piedad. La rigidez se ha instalado en su mirada.
ELENA
Fuiste el éxito de dos fracasos. Naciste fruto del tesón y el sacrificio. Detrás de ti no queda nada. La saga familiar termina contigo, por primera vez estás sola. Estás obligada a crecer.
Que solitario es el camino cuando sabes que solo hay amor para ella. Cómo de insoportable es el dolor cuando ha sido el centro de todas las atenciones. No fue fácil entrar, pero no te diste por vencida. Anidaste en su corazón.
Sus padres se tambalean por el impulsivo abrazo de Elena que irrumpe en la sala. Enrique deja con cuidado el cuerpo de Julia, se gira para rechazar el gesto de cariño. Mira con dureza a Elena que anegada en lágrimas intenta disimular los efectos de una noche alcohol.
-Lleva a tu madre a casa
No es consciente de la reacción de su padre ante el impacto de ver el cuerpo de su hermana. Su mirada turbia me interroga, pero solo tengo ojos para ver la sensación de vergüenza en el rostro de Enrique.
-Quiero verla
Enrique le tapa con su cuerpo a Julia
-No, es mejor que lleves a tu madre casa.
-Déjame verla y me voy
La madre le toma la mano.
-Vámonos, ella no está aquí.
Elena no va a salir de la sala. Enrique rodea los hombros de su mujer, y así, abrazados, escondidos los rostros, salen.
Ahora sí estamos los dos estamos frente a Julia. Elena le coge la mano, es lo que hubiera acariciado yo, esa mano huesuda, larga, de uñas anchas. La mantiene unida a la suya igual que cuando eran niñas, cuando le protegía de los chicos mayores en el patio del colegio, de los castigos de las monjas, de la falta de amor de su padre, del miedo de su madre. ¿Y a mí? ¿De qué me protegía? ¿De mí?
Arropa su mano entre las suyas como si quisiera bombearle calor. Como si el gesto pudiera prender la vida.
DANI
Subidos a mi coche, Enrique espera en silencio.
-Te llevo a casa, si quieres mañana vamos a recoger el coche.
Conduzco despacio, necesito pensar ¿Qué sabrá de nuestra relación?
Recuerdo nuestro primer encuentro. Mi madre animada por el vino les contaba con total familiaridad sus continuos desvelos desde que nací. Cuando dejó espacio a la conversación, la madre de Julia nos habló con orgullo de su trabajo como profesora de infantil, de su amor por los niños, cómo les enseñaba las primeras letras, los primeros juegos, los problemas habituales con los padres, los miedos. Mi madre cortó el tema de conversación “A mí me daría mucho asco quitar la mierda a niños que no son míos” La comida continúo, pero de otra manera.
Los hijos ¿somos responsables de la conducta de nuestros padres? ¿Repetimos conductas? ¿Cómo luchar contra lo aprendido?
Cuando salía con mis compañeros, no venía, si teníamos que comprar, no íbamos juntos, con el tiempo nos acostumbramos a ir cada uno por su lado. Estábamos en casa, pero fuera, cada uno hacía su vida. ¿Por qué Julia lo aguantó todo?
Miro a Enrique, intento adivinar cómo es su matrimonio. Aparco en la puerta del garaje y entramos al jardín. El coche de Julia está bajo el manzano. Es un coche nuevo, comprado hace poco más de un año. Abro la puerta, Enrique entra el primero. Las llaves del coche están en la entrada, pero entra hasta el salón. Observa el orden dispuesto por Julia. El libro abierto encima de la mesa, las gafas, el tabaco, los pendientes. Enrique se los guarda. Ocupa el mismo hueco que su cuerpo ha dejado en el sillón.
-¿Cómo supiste que estaba muerta?
-No lo supe hasta que me acerqué
– ¿Estaba en el suelo?
-No, en el sillón.
-Los ojos ¿Los tenía abiertos?
-No
-Entonces estaba dormida.
Respiro con profundidad, estoy mareado.
– Julia no era feliz contigo.
Guardo silencio
-Deberías vivir solo, pero es algo que no se aprende o no se acepta.
ENRIQUE
Espero en el semáforo. Miro a Julia que está seria, parece enfadada.
-¿Cuando vuelve mama?
-Seguro que mañana ¿Pero estamos bien solos? ¿No?
-Sí
-¿Y ella viene o se queda en el hospital?
-No, la traemos a casa
-¿Va a dormir conmigo?
– No, es una pesada y no te dejaría dormir
– Prefiero estar sola en mi cuarto
– Te voy a contar un secreto, pero no debes decírselo a nadie.
Julia muda su rostro y me mira atenta.
– ¿Serás capaz de guardar el secreto?
Julia afirma
-Es muy fea
Julia sonríe abiertamente
-¿Sí?
-Feísima
-Pobrecita
-Tendremos que cuidarla mucho porque no la va a querer nadie.
-Vale
Corro paralelo al río, tropiezo con ramas. Dos padres me siguen de cerca. Grito a Julia y Elena que floten, que se dejen llevar, que no se cansen. En la carrera valoro la posibilidad de que naden hacia un recodo más tranquilo del río, angustiado les ordeno que se acerquen hacia esa orilla. Julia bracea con fuerza, pero Elena está asustada, no me escucha y sigue arrastrada por la corriente. Mi niña lucha por salir, me sumerjo en el agua, pero este impulso será mi condena.
Julia gira la cabeza para ver dónde está su hermana, está lejos, se hace más y más pequeña. Duda si regresar al rio, pero soy yo, su padre, quien se lo impide. Nos miramos desesperados. Bajo los ojos, no quiero que advierta en ellos el miedo por obedecer mi parte animal.
Los otros padres siguen a Elena, la vegetación les impide avanzar con la misma rapidez. Uno de ellos se lanza al agua, logra alcanzar a Elena que la sujeta entre sus brazos. Son arrastrados con fuerza por la corriente ¿Por qué me siento ofendido?
Julia, sentada en la orilla recupera el aliento, yo estoy obligado a seguir. Siento los arañazos de las zarzas, de los arbustos, mejor, el dolor paraliza que la cabeza juzgue mis actos, solo necesito tiempo para enfrentarme al delito.
Se aferran a un tronco preso entre las piedras del rio. Una madera fuerte retiene sus cuerpos. Un respiro, una bocanada de esperanza. El otro padre grita que no intente nada, vienen con cuerdas para sacarlos del rio. Llego agotado, vencido. Me tranquilizan, mi hija está viva, pero no les escucho, solo oigo el zumbido desagradable de la culpa. Y así será.
Mi cuerpo vuela hasta golpear en el suelo donde giro golpeándome con piedras y ramas. Soy consciente del dolor, puedo morir, nadie me lo impide.
Las nubes están detenidas, como yo. Escucho pisadas que bajan. Veo unas caras próximas a la mía. Siento frío en los pies, los froto, no tengo los zapatos. Giro hacia los lado para ver dónde están, pero estoy rodeado de sombras que me aconsejan que no me mueva.
ELENA
Camino por el pasillo en busca de mi padre.
Si lloraba en clase, sabía que me subían con mi hermana y me dejaban pasar el resto del día con ella. No me importaba que se enfadara conmigo, no quería estar sin ella, era como si me faltara el aire. Al final se habituó.
A la salida del colegio me agarraba con rapidez a su mano para ocupar mi lugar en el grupo de amigas. Me preparaba el desayuno, me enseñó a vestirme, atarme los cordones. Mi madre fue delegando en Julia todas esas tareas. Sus amigas, acabaron siendo mis amigas. Lo que ella estudiaba, yo lo estudiaba cuatro años después. Trabajé en los mismos empleos. Nunca pensé qué me gustaba a mí, quería la vida que ella vivía.
Yo sabía que mi padre adoraba a Julia, era la preferida de mi abuelo, mi abuela, que podía haber sido un buen apoyo para mí, venía muy pocas veces a nuestra casa. Y mi madre amaba a sus niños del colegio.
Mi padre descansa en una de las camas del boxes de urgencias. Me siento a su lado, parece dormido así que espero a que llegue el médico.
Las dos desde la escalera del jardín miramos divertidas el baile de tu marido con su hermana. Me agarras la mano, me extraña porque soy yo quien busco siempre tu calor. Siento que estamos fuera de escena ¿Por qué pareces una invitada en tú boda? Luis se acerca y te abraza. Te das cuenta que no lleva el anillo de bodas. Le preguntas, se ríe, como si a ti te hiciera gracia lo que te va a contar. Se lo ha regalado a su hermana. Un detalle, estaba triste, se queda sola en casa de sus padres. Julia busca con asombro, entre los invitados, a su cuñada.
Me quedo a solas con él, cortado me pregunta si bailo, mi silencio es tan elocuente que desaparece. Julia regresa, lleva puestos los dos anillos en el mismo dedo, la holgura del anillo ajeno le incomoda.
SINOPSIS
La muerte inesperada de Julia es como una onda expansiva que modifica la vida de Dani, su pareja desde hace más de ocho años, de Enrique, su padre y de Elena, su hermana.
Tres voces que van desarrollando la historia de la novela y que a partir de la desaparición de Julia tienen que aprender a caminar solos, a enfrentarse a sus carencias, a conocer sus verdaderos sentimientos y admitir sus fracasos.
Cada uno necesitaba a Julia de una forma desesperada para estar en la vida. Dani es un cuarentón hemofílico preocupado desde su nacimiento por sobrevivir. Enrique vive con la angustia de amar a una sola hija, y acaba de morir. Elena ha estado desde su nacimiento a la sombra de Julia, solo bajo su protección ha podido ser feliz.
Y luego está la propia Julia. Cada una de las vivencias de estos tres personajes nos descubren como era ella, su mirada del mundo.
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