En las entrañas del monstruo.

En las entrañas del monstruo.

De muy joven pensé que el error eran los otros, hasta que un día me encontré por la calle con la que había sido la directora de mi escuela de primaria y me dijo: “Siempre fuiste bastante difícil». Aquellas palabras todavía me persiguen. Ya que en parte me sigo reconociendo en aquel niño. Recuerdo que cuando tenía siete años me llamó a su despacho, ya que me habían pillado cambiando los letreros de los lavabos. El de chicos en el de chicas, y viceversa. Como castigo la Sra. Ruhí me untó la lengua con esmalte de uñas. De eso hace más de cuarenta años y todavía puedo asegurar que conservo en el paladar el sabor de aquel repugnante producto sintético. Salí de aquel despacho sintiéndome el niño más derrotado y empequeñecido del planeta. Creo que mi intrincada y ambivalente relación con el poder empezó aquel día. Allí se gestó el fatalista-optimista en el que me he convertido.

Ahora escribo sobre cosas que me duelen, pero no tengo las armas de un escritor. Soy un aficionado con intuición. En mi caso, se trata de un diálogo constante entre la razón y el desconcierto. En definitiva, busco respuestas que me sirvan de asidero para mantenerme a flote. Y sobre todo escudriño todo lo que tengo frente a mis narices, para identificar el infierno, ponerle nombre y mantenerme a salvo. “El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos”. De no estar alerta, todos somos capaces de acabar siendo parte de ese infierno, podemos ser una pieza fundamental de la estructura que lo sostiene eternamente activo, sugestivo y ardiente.

“Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio”. Italo Calvino dixit.

Siempre me he preguntado, ¿cómo sobrevivimos a nuestras propias mentiras? ¿cómo conseguimos vernos de una forma tan distorsionada a la realidad? ¿quién podría resistir ver en un espejo -como en una secuencia de cine- las consecuencias de su maldad sin inmutarse? ¿Nos engañamos hasta el punto de creer que somos lo que jamás llegaremos a ser?

Para mí la imbecilidad es sinónimo de ceguera, indiferencia u hostilidad a los valores cognitivos. Creo que la prueba de una inteligencia de primer orden es la habilidad de sostener ideas opuestas en la mente al mismo tiempo y aun así mantener la habilidad de funcionar. Es decir, no creer en el sistema e intentar cambiarlo desde dentro, sin convertirte en un cínico, una víctima, un demonio o un imbécil. Que conste en acta, que a menudo no encuentro grandes diferencias entre lo que representa el paraíso y el infierno. “Escucha, hijo mío, dijo el demonio poniendo su mano sobre mi cabeza…” Edgar Allan Poe. Ya que, bien pensando existen paraísos que son la forma más perfecta de imbecilidad. En realidad nos dejamos seducir con bastante facilidad. De nosotros depende como consintamos que nos modele el sistema.

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