Capítulo l

Ya no tenía nada más que decirle. Al final, todo había terminado entre ellos. Dos días antes…

Aquel viernes había estado a punto de cerrar el trato de su vida, pero algo había salido mal. Durante el último medio año había estado imaginándose aquel encuentro. Hasta ese momento siempre se había encargado en persona de todos los detalles de cualquier reunión de este tipo. En esta ocasión la frontera del idioma le había llevado a delegar el tramo final de la presentación a un profesional ajeno a su empresa. Tentado estuvo hasta última hora de solicitar un periodo mayor de tiempo para preparar la reunión y formarse él mismo en el idioma, pero supuso que aquello le ofrecía más garantías. El culpable del error era alguien a quien no conocía, pero que le había costado el trabajo de los últimos seis meses. No podía decirse que estuviera arruinado, pero la frustración le hacía sentirse como si lo hubiera perdido todo.

En una ciudad que no conocía, rodeado de gente que hablaba otro idioma y con la sensación de que nada podía consolarle, entró en una cafetería que no estaba lejos del lugar de la desastrosa reunión. Se dirigió a la barra, y se sentó. Antes de que le atendieran, le llamó la atención oír una conversación que entendía. Era un hombre mayor que él, como de unos cincuenta y tantos, que machacaba a una chica con altanería, como si ella no fuera nada y él un dios que se hubiera dignado presentarse ante ella. La chica, que físicamente no destacaba pero que resultaba muy agradable a la vista, parecía totalmente hundida, abrumada.

—Mira, niña. No me vas a convencer, ni a mí, ni a nadie, de que no sabías a qué venías. Tú has aceptado venir conmigo, y eso significa que tienes que tragar por lo que yo te diga. Esa tontería de que confiabas en mí porque soy amigo de tus padres no cuela. ¿Un viaje a Japón, gratis? ¿En serio pensaste que te traía para que me ayudases con el informe? Tengo alumnos que estarían dispuestos a cualquier cosa con tal de hacer este viaje. Y por supuesto, muchas alumnas que estarían más que dispuestas a aceptar mis condiciones. Si te he traído a ti ha sido porque siempre me he preguntado si serías tan mojigata en la intimidad como en el pueblo…

Y seguía hablando mientras la joven parecía en estado de shock. Ella se había sentido afortunada por haber podido matricularse con Don Luis, un magnífico profesor de su universidad. Además, era de su mismo pueblo y amigo de sus padres. Ella lo recordaba como alguien sereno y centrado, cuando cinco años antes ella había asistido al entierro de la esposa de este junto a sus padres. La verdad es que si prescindía de sus recuerdos de infancia, de la sensación de estar con alguien “de la familia” y analizaba los hechos fríamente, ella empezaba a sentirse responsable de estar allí. Haber aceptado el viaje, no plantearse que por qué ella le hicieron sentir sucia. Se culpaba de haber alentado esperanzas en Don Luis. Y mientras la culpa seguía creciendo en ella, tanto por no haber adivinado las intenciones de su admirado profesor, como de haberlo contrariado con su negativa a compartir cama con él, que no ocultaba ya sus intenciones claramente sexuales, él seguía hablando, insinuando que ella en realidad siempre había deseado aquello pero que ahora se comportaba como una inmadura, y que él no estaba dispuesto a consentirle eso.

En ese momento de la conversación, en el que el hombre se mostraba especialmente cruel, Esteban no pudo aguantar más y decidió que aquello no iba a seguir así. La sensación de injusticia que experimentaba por haber visto sus expectativas frustradas por culpa de un inepto o un traidor habían llevado al límite su aguante, sintiendo crecer la rabia en su interior. Pero ahora, el hecho de sentir que se estaba cometiendo una injusticia aún mayor con alguien que parecía tan indefenso, lo impulsó a hacer algo que jamás se habría atrevido a hacer en condiciones normales. Tras presentarse con su mejor sonrisa, mostrándose sorprendido y encantado de coincidir con otros españoles y preguntarles sus nombres, le dijo al señor con toda corrección, que era un tipejo despreciable y que no tenía ningún derecho a tratar así a nadie. Aunque no se pudiera apreciar, Esteban sentía que todo su cuerpo temblaba, tanto por la ira acumulada como por la excitación de lo que él estaba sintiendo como un enfrentamiento. Don Luis no sabía cómo reaccionar ante aquel giro de los acontecimientos. Él se suponía protegido por el hecho de estar rodeado por personas que no entendían nada de lo que hablaba. Pensaba que aquello le daba total impunidad y que podía dar rienda suelta a su despotismo sin temer las consecuencias. Pero cuando aquel joven se presentó, se quedó sin saber cómo reaccionar. No podía saber qué era lo que él había escuchado de la conversación, y trató de mantener la compostura, respondiendo al saludo y presentándose a sí mismo y a su acompañante. Cuando escuchó el reproche y la acusación de Esteban, sintió cómo el mundo se caía a sus pies. Tras esto, Esteban se dirigió a Virginia, ofreciéndole su brazo a modo de salvavidas.

—¿Nos vamos?

Y ella aceptó. No sabía qué estaba pasando y vivió la intervención de Esteban con la sensación de que todo aquello era irreal. A su alrededor, el mundo parecía dar vueltas y cuando él le ofreció escapar de la pesadilla en que se había convertido su vida en esos momentos, solo pudo sentir un inmenso alivio.

Y salieron del local juntos, ella cogida del brazo de él, sin un rumbo definido, simplemente escapando del asfixiante ambiente que se había producido unos momentos antes.

Esteban no sabía bien cómo actuar. Deseaba protegerla, pasarle el brazo por los hombros para que pudiera refugiarse en su pecho si así lo deseaba, pero no se atrevía por miedo a que ella pudiera malinterpretar sus intenciones. Al final, cuando ella soltó su brazo para rodearle la cintura, él se dejó llevar.

Minutos más tarde, después de haber andado abrazados y sin rumbo, el joven decidió que debían parar en algún sitio, para poder hablar de lo que había ocurrido. Era la primera vez en su vida que no sabía qué decir, pero por fin se arriesgó a romper la magia.

Ella aún tenía los ojos rojos y las mejillas húmedas, pero daba la sensación de encontrarse serena. Cuando él propuso ir a algún lugar para poder hablar, ella pareció sentirse avergonzada. No tenía nada; ni alojamiento, ni pertenencias, ni dinero…

Esteban se apresuró a decirle que no tenía motivo para preocuparse, que él se haría cargo de todo mientras se arreglaba su situación. Ahora sentía la necesidad de cuidar de ella. Lo primero, era comer algo. Tanta emoción le había abierto el apetito. La mención de algo tan trivial pareció tener un efecto calmante sobre la tensión que ambos sentían, y decidieron que era una buena idea. Cogieron un taxi y fueron al hotel de Esteban. A ella le pareció bien, aunque no paraba de decir que no quería ser una molestia, y que Esteban ya había hecho bastante por ella. Una vez en el hotel, y después de elegir la comida, se pusieron al día mutuamente. Virginia era ocho años menor que él, vivían a unos quinientos kilómetros el uno del otro, él tenía su propia empresa y ella aún no había terminado sus estudios. El asunto que los había llevado a un lugar tan lejano de su país era, en el caso de él, cerrar un trato muy importante con una gran compañía, y en el caso de ella, una invitación de un profesor, que había considerado amigo de la familia, supuestamente para ayudarle a confeccionar un informe muy especial. Casi sin darse cuenta, hablaban como si se conocieran de toda la vida, y ella le soltaba un cariño, y él un preciosa. Esteban, tras la comida, insistió en que ella debía hacerse de una muda de ropa, pues estaba claro que, al menos hoy, no iba a volver a por sus cosas. A ella le pareció bien la propuesta, pero seguía sintiendo que él ya había hecho demasiado. Después de pasar por la tienda del hotel y comprar ropa interior, un vaquero y una camiseta, pasaron a la cafetería, y allí charlaron de impulsos, sentimientos, sinceridad, de ser responsable y de cómo entendían las relaciones y los compromisos. Él comenzaba a sentir que algo le revoloteaba por el estómago, y no era la comida. Nunca se había permitido sentir nada intenso por nadie, y aquello le cogió por sorpresa. Ella era tan tierna, estaba tan indefensa, y le miraba con tanta admiración, que a él se le olvidaron todos sus miedos a entregarse por completo. Y lo hizo.

Con todo el tacto y la ternura que le fue posible, le propuso que compartiera con él el resto del tiempo, incluida la noche. Sin obligaciones, sin precipitarse, respetando en todo momento el espacio y los deseos de ella, pero sin ocultar su esperanza de despertar juntos. Cuando terminó de decir todo esto, le pareció que el corazón le iba a saltar del pecho. No podía creer lo que acababa de hacer. Y sin embargo, se sentía más vivo que nunca. Ahora solo faltaba la contestación de Virginia.

Ella no daba crédito a lo que estaba viviendo. En pocas horas, había pasado de la ilusión de un trabajo importante para su carrera a ver como alguien a quien respetaba se convertía en un monstruo, experimentando un absoluto rechazo, tanto de su cuerpo como de sus emociones a un encuentro sexual con su profesor. Y ahora, sin tiempo casi para asimilarlo todo, sentía la necesidad, totalmente inexplicable y sin sentido, de compartir con un desconocido sus inquietudes y anhelos, además de sentirse fuertemente atraída por él. Pero esas sensaciones le resultaban agridulces, porque ella pensaba que Esteban no vería en ella nada más que una estudiante inmadura y no se atrevía a albergar ninguna esperanza de ser correspondida. Por eso, cuando él le declaró sus intenciones…

Tras unos segundos eternos, ella, con ojos llorosos, se le acercó y le besó en los labios, con ternura, con intensidad, temblando casi. Y luego, ocultó su rostro en el hombro de Esteban, dejando correr las lágrimas. Él no supo interpretar lo que ocurría y le preguntó que si le había molestado algo de lo que le había dicho. Ella, entre divertida y nerviosa, le dijo que la llevara a la habitación mientras le daba una palmada en el brazo como si le regañara. Ese viernes, los dos se entregaron en cuerpo y alma a la persona que, de alguna manera, les había salvado de sí mismos.

Capítulo ll

El día siguiente fue testigo de una metamorfosis. Él ya no era tan inseguro en lo emocional. Ella tenía claro cuáles eran sus sentimientos.

Cuando abrió los ojos, Esteban la contemplaba ensimismado, con una sonrisa de felicidad que le iluminaba el rostro y un brillo en los ojos que hicieron sentir a Virginia que estaba totalmente desnuda. Eso hizo que ella se ruborizara y no supiera que hacer o que decir.

Durante la noche, habían alcanzado un grado de intimidad, tanto en lo físico como en lo emocional, con una entrega y una generosidad casi rabiosa, abriendo sus corazones de tal manera que casi podía decirse que no había ya nada que uno no hubiera visto del otro. Sin embargo, Virginia, al experimentar la sensación de que miraba directamente a lo más íntimo de su ser, sintió un pudor que nada tenía que ver con la desnudez de su cuerpo, aunque la reacción automática de ella fuera taparse.

Él, entre divertido y sorprendido, le preguntó si le daba vergüenza, después de lo compartido la noche anterior. Ella, que se tenía a sí misma por una mujer liberal y sin complejos, le respondió que no era por su cuerpo, sino por cómo él la estaba mirando.

—Te miro con el alma.

Lo inesperado de la respuesta, la aparente sinceridad y la sonrisa serena con la que acompañó la frase hizo que ella se sintiera aún más ruborizada, y con una risa nerviosa que ni ella misma atinaba a interpretar, le propinó un “puñetazo”, que Esteban recibió, entre risas, como si le hubiese hecho muchísimo daño. Lo siguiente fue la mejor manera de darse los buenos días, con risas, bromas, miradas limpias y sinceras y con una entrega absoluta.

Cuando por fin terminaron con respiración entrecortada lo que habían empezado entre risas, se dieron cuenta de que necesitaban una ducha y un buen desayuno. Aunque el joven empresario barajó durante un instante el llamar a la recepción, para saber si tenían servicio de habitaciones, pensó que lo que en realidad le apetecía era que todo el mundo supiera que estaba con Virginia y que se sentía el hombre más afortunado y feliz sobre la tierra.

Los dos vivieron un sábado de ensueño, disfrutando el uno de la compañía del otro como si fuera el último de su vida.

Y al día siguiente:

Desde la recepción del hotel se decidió a llamarla.

—¿Diga?

—Hola, soy Esteban. Por favor, déjame decírtelo sin interrumpirme. Lo nuestro no va a ninguna parte. Yo no soy quien tú crees. Cuando regrese, no te llamaré, y espero que no me llames. Quiero que lo nuestro acabe con esta conversación. No tengo valor para hacerlo en persona, no después de lo que hemos vivido juntos. Perdóname.

—Lo supe desde el principio. Creo que haces bien, y créeme, te deseo lo mejor. Cuídate.

Tras unos segundos que parecieron minutos, Esteban colgó.

El caso es que no tenía ya nada que decirle. Al final, todo había terminado entre ellos.

Después de todo, la suya no había sido nunca una auténtica relación. Y ahora, por fin, se había dado cuenta. Y con el alma algo más aliviada, volvió a la habitación con Virginia, la joven con la que deseaba conocer el mundo se las emociones, durante tanto tiempo silenciado por él.

SINOPSIS

¿Alguna vez has mirado tu ciudad con los ojos de un turista? ¿Y tu vida como si fuera la de otra persona?

Esteban y Virginia nos llevan de la mano por una historia de amor que les hace crecer de un modo que jamás hubieran imaginado. Ellos son los guías de este recorrido por relaciones sinceras y de conveniencia, por costumbres dispares y formas de entender la educación que nada tienen que ver unas con otras. Un joven empresario y una universitaria que se conocen en Japón y que, a raíz de ese encuentro, cambian totalmente sus vidas.

¿Quién trata de evitar que Esteban triunfe con su empresa? ¿Logrará superar Virginia su delicada situación sin hacer daño a sus padres y a sí misma? ¿Es posible contentar a todo el mundo?

Déjate llevar por una historia en la que te sorprenderá lo mucho que damos por hecho olvidando que a veces no todo es lo que parece.

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