Ciudad intempestiva

Juan Álvarez Castro.

La tarde se presentaba clemente, el bochorno retrocedía bajo el cielo azul de las cuatro de la tarde, atravesó el campo de fútbol que lucía desierto, era raro no encontrarse con alguien pateando una pelota, pero sus pensamientos eran otros, tenía que llegar hasta la casa de Marina, la compañera de quinto de bachillerato de su hermana en el colegio de monjas donde él cada sábado formado en la fila hecha a la fuerza, sobre todo en la parte de atrás, iba a escuchar la misa obligatoria. Cartier Molina su compañero de hilera lo había convencido de escurrirse hasta la quebrada cercana al patio de recreo, esconderse en los matorrales y esperar a que el rector o avellanos, el cruel profesor de su grupo dieran la orden general de partir. Al cabo de unos minutos cuando sus gemelos se encalambraban de tanto estar acurrucado vio como el grueso del pelotón se movió al compás del izquier, dos, tres cua….cuando se disipó la nube de polvo que dejó el grupo vestido de blanco de los pies a la cabeza, sintió la mano de Molina en su hombro que como santo y seña no convenido le indicaba que se arrastrara acurrucado para evitar miradas imprudentes, lo siguió confiado en su experticia de capador de clase y cuando alcanzaron la arboleda, al abrigo de una ceiba escuchó a su guía quien lo impelía a quitarse los tenis y las medias, atar los cordones y colgárselos en el cuello, luego se arremangó la bota de los pantalones y siguiendo a su tutor se metió en la acequia, se arrebujó bajo el cobijo que le brindaba la arboleda que crecía a lado y lado del riachuelo.

Recordaba sin aspavientos esta primera fuga, incursión de botánico reconociendo la variedad de plantas que crecían haciendo el cauce de aquellas aguas, su cómplice le iba haciendo ver ese múltiple y aparente singular mundo mientras él revisaba los helechos y se ensimismaba contando los soros que podía tener el anverso de cada hoja. El sonido de las campanas de la iglesia llamando a misa de funeral lo sustrajo del recuerdo de sus incursiones, la iglesia de San Lorenzo de Armero había llamado a duelo este día por lo menos seis veces, le resultaba inaudito que hubiera tanto muerto en un pueblo tan pequeño, sintió que la seguridad de su vida y la de su familia estaba en peligro, ¿Por qué estaba muriendo tanta gente? Se preguntó buscando respuestas consoladoras, pronto halló explicación recordando al carpintero que vivía por la doce con décima diagonal a la iglesia, el hombre se había cortado un dedo puliendo una tabla y muy orondo ante el hilo imparable de sangre optó por echarse café en la herida, luego buscó una telaraña y con ella envolvió su dedo sanguinolento apretando la venda con un pañuelo y así se dejó, dos días antes escuchó a su vecina contarle a su madre que el carpintero, su cuñado, estaba grave en el hospital con diagnóstico de tétano, por la tarde vio a su hermana preparando el uniforme de gala porque al día siguiente tenía que asistir al funeral del padre de Lastenia, su compañera de clase, allí supo que el carpintero había muerto, pero esto no consoló su necesidad de explicarse tanta mortandad. ¿Seis muertos de tétano en un día? Podía ser ´pero no, lo único cierto era que la evidencia de tanto muerto en una semana le hizo tambalear la seguridad de lo eterno que sentía dentro de su casa.

El jardín de la casa de Marina era grande, un acacio de flores rojas refrescaba la entrada a la estancia, abrió la puerta y traspuso la fresca vereda reseñada por margaritas, rosales y un limonero, la ventana de la sala que daba al jardín era golpeada por una brisa que batía las cortinas de seda que al recogerse dejaban ver el interior de la casa en penumbra, antes de intentar tomar el aldabón de la puerta escuchó un requerimiento, ¿Qué desea?, Buenas tardes dijo, ¿Está Marina?, ¿quién la busca?, soy el hermano de…..Hola! escuchó y vio emerger de más adentro la silueta de una mujer alta, de pelo corto y ojos negros inmensos, sus caderas grandes y su sonrisa lo arroparon dejándolo mudo pero no indiferente, tenía lo que después identificó como lo sublime propio de la verdadera sensación estética, no tuvo palabras sino la fuerza de una conmoción que le hizo olvidar que ella era grandota, sensacional y él un adolescente, esa aparición era como un poema leído en un libro de la biblioteca del instituto Armero, su colegio y el de sus hermanos mayores, no quería moverse, no entendía lo que ella le decía, allí vivía el deseo de que ese instante no terminara, estaba preso de esa aparición que le hablaba y le sonreía, estaba viviendo una experiencia única, esa aparición se apropió de él, lo avasallaba, estaba descubriendo lo bonito que por tal lo dejaba sin palabras, él no veía esta aparición, la estaba viviendo, en este momento sólo un ciego entendería lo que estaba ocurriendo.

Toma, le dijo ella mientras le entregaba el voluminoso libro de Don quijote, díle a Lucía que no se preocupe que lo tenga hasta cuando termine su trabajo, ¿quieres tomar algo?, ¡No gracias! Dijo atropelladamente y ella le sonrió, espérame aquí un momentico, acarició la imagen de Marina, no podía rechazar esta aparición, por más que quiso dejar de imaginarla no pudo, se llenó de ideas, pensó en los muertos de un rato antes y ni las razones que la idea de los difuntos le provocaban pudieron con la imagen de Marina. Ella lo sacó del ensimismamiento entregándole una nota para su hermana, le sonrió y le reprochó su timidez para no recibirle un vaso de jugo, él se puso colorado y se despidió, salió casi corriendo, no quiso voltear a mirar porque sentía su mirada sobre su nuca, sabía que se había quedado mirándolo debajo del acacio de flores rojas.

Antes de entrar a la casa hojeó el libro y quedó atrapado varios minutos ante las ilustraciones de Doré, el viejo famélico le pareció un ser de sueños, cada cuadro atacaba sus emociones, se sentía admirado, emocionado, de este lugar lo sacó su hermana Lucía quien le reclamó por quedarse parado allí mientras ella creía que se había perdido por la demora en volver, él le entregó el libro y la nota y desapareció inconforme de volver a sus cosas pues ya no era libre, Marina lo había marcado con el sello de su carácter hecho imagen que lo redimía de aquellas horas de tanta muerte.

Hasta el instante que tuvo el Quijote en sus manos y se quedó con la imagen de Marina para todos los días, la latitud de su vida estuvo definida por su razón. Era curioso el cúmulo de sensaciones que lo poseían, la alegría de la visíón estética de aquella tarde de tantos muertos no era solo un sentimiento, no era el espacio o el ámbito de lo vivido, era pura emoción como la de aquel sábado metido hasta las rodillas en el riachuelo, comparando los colores de las hojas, viendo la múltiple forma de las piedras en el fondo del agua heridas por los escasos rayos de luz que se colaban a través de la maraña tupida de la copa de los árboles, Era otro mundo, allí mirando las espirogiras el tiempo se les había detenido, Molina tan avezado para medir el paso de los minutos acababa de caer en cuenta de que sus compañeros hacía por lo menos dos horas que andaban por sus casas, rápido, le dijo, salgamos, le enseñó cómo secarse los pies con hojas, mire, le dijo, vinimos a dar abajo del veinte de julio, ¿Qué vamos a decir en nuestras casas?, pues la verdad le respondió él. No sea güevón le escupió Molina en su cara, nos mandaron a misa , si nos pillan por lo menos a mí me muelen a palo. Era verdad, ¿y si ya habían averiguado por ellos en la escuela José León que por esta época servía de albergue a los de los tres primeros años de bachillerato mientras conseguían un repuesto para el viejo bus que se hallaba varado ? Seguro Avellanos ya se relame dichoso pensando en que el lunes lo primero que va a hacer ansioso es llamarlos, ponerlos en posición de botellón y con “margarita” la vara de castigo, marcar el golpe en el coxis y amenazarlos, “si se ríen o lloran los llevo a rectoría”, Era necesario recurrir a la estratagema, urdir una excusa, apelar a los rizomas de la convicción juvenil y vencer a los padres y al sátiro maestro. De vuelta a la casa pasando por enfrente de la solitaria casaquinta donde vivía la familia de Coqui Peña, el hermano de Alma, reina de belleza del departamento y a quien nadie creía que hubiera ganado, los ricos del pueblo nunca creyeron que sus mujeres oficiando como chaperonas hubieran logrado semejante hazaña, consideraban a la niña la menos dotada de su entorno, se encontró con su hermano mayor que montado en la cicla de su padre iba recorriendo la ruta de sus pasos buscándolo por segunda vez, según le dijo.

Era calentano y propenso a ser sincero, no podía inventarse excusas, pero cada vez que pensaba en los sucesos de su reciente vida notaba que los hechos de su existencia tendían a repetirse como si el tiempo y los eventos que en él ocurrían estuvieran presos en un circulo de eternas repeticiones, según se lo dictaba su monólogo interior nadie le iba a entender el gozo recién vivido, quién entendería el placer de vivir la vida descalzo, rozando su piel con las hojas de las plantas creciendo libres al lado del arroyo, cómo explicar que era capaz de escabullirse de la fila escolar como un asaltante para huir por entre la cañada y embeberse de los aromas del monte, ¿cómo explicar esa nostalgia de río ,plantas, bejucos, abejas y colores naturales que ahora le apretujaban su respiración?, toda esa nostalgia era vida, era sentir lo bonito, era, oh! Sacrilegio, mejor que respetar la fila escolar, que soportar a Avellanos burletero con el palo en la mano presto a vengarse de él porque no sabía divisiones de dos cifras, y peor aún cuando ahora sabía que Dios estaba en esa naturaleza donde se había enredado y no en los largos sermones del cura. Decir eso le hubiera costado un encierro disciplinario corrector que ya había vivido cuando estudiaba con sacerdotes. Mientras su angustiada madre lo disciplinaba con un extenso regaño, y él le endilgaba al cura su demora pues “los había castigado encerrando a su grupo de clase en la capilla por indisciplinados en la misa”, nadie le creía tamaña mentira, ¡Qué hipocresía la suya!, pero estaba imbuido de tierra, agua, vegetación, olor a húmedo, imbuido de esa agua y esa tierra que le acababa de enseñar su poder mostrándole el miedo, y la vida conjugados como un todo inobjetable. Apenas pensó de soslayo en Cartier quien a esa hora pagaba su demora con tres ramalazos de cuero que le marcó su padre en las piernas mientras lo conminaba a preparar la carretilla de madera para llevarla el domingo al mercado mientras gritaba “Si llevo mercado en carretilla, a la orden”

Más que la mentira sabía que lo odioso era no defender su acción de explorador, pero de incumplimientos ya tenía suficiente, tres semanas antes, en la escuela José León Armero los grandulones de su curso, compinches de los profesores y del rector Vidal, habían montado un paseo. Los lambones del curso, los Triana y Holstein, hijo del matarife del pueblo ofrecieron los carros de sus padres para llevar la comitiva siempre y cuando fueran al rio coamo, los profesores querían ir a lumbí, pero se impuso el poder de los hijos de los agricultores y el del matarife cuyos padres donaron un chivo y la papa y la yuca para el paseo.

Hasta ese momento no entendía bien las cosas pero el evento que ahora recordaba habría de marcar los fundamentos de la orientación ética que debía recibir, de igual modo le fracturaría su sentido social y pesaría sobre su destino. El paseo fue programado para el viernes de la siguiente semana, ese día se montó en el camión de cabina azul oscuro de propiedad del matarife Herrera, adelante iban García, y Nayibe, su profesora de ciencias, bonita y deseada por sus compañeros de tercer grado y más ansiada por el inocultable deseo de sus colegas profesores, seguía al camión la camioneta de los Triana con el grueso de profesores montados en la cabina y en el platón del carro. Cuarenta minutos después lo puso alerta la algarabía de sus compañeros que gritaban, llegamos al Coamo, al Coamo, pare aquí, pero el carro siguió con rumbo a lumbí, los profesores habían urdido el engaño con premeditación, la algarabía aumentó, palabrotas inmisericordemente iban y venían, Holstein juró hacer devolver el carro en tanto llegaran, pero al suceder ello la profesora Nayibe coqueta se deshizo en justificaciones, les mostró las bondades del lugar y se ofreció a bailar en la caseta con ellos. Todo fue melosería y los cabecillas ante tanta posibilidad accedieron, luego en corrillo dieron rienda suelta a sus anhelos que se avivaron de lujuria cuando vieron a las maestras vestidas en trajes de baño bebiendo ron a pico de botella, y ellos ansiando verlas dentro del agua para lanzarse y nadando por debajo rozar con sus manos las piernas de ellas, cuando eso sucedía las profesoras pegaban gritos contenidos y sonreían, esos excesos se los permitieron a los grandulones, a Varón, a Pacho Cuca, a Holstein y a los hermanos Triana quienes quedaron atrapados y a merced de sus profesores quienes los remataron incitándoles a apagar la rebelión que aún rondaba en el espíritu de los adolescentes como él. Media hora después todo era felicidad. Él y Cartier no entraron en el juego, no se metieron al rio, no recibieron comida y ansiaban irse de allí, jamás se recuperaron de tal cinismo y engaño, más tarde aprovecharon el dolor de cabeza que aquejaba a la saporrita quien aburrida quería huir de sus colegas, salieron con ella a la carretera y se montaron en una flota del Rápido Tolima que los devolvió al pueblo y que generosa pagó la maestra, El martes porque los eximieron de clase el lunes siguiente, escucharon las proezas de sus compañeros que en corrillo narraban sus triunfos, adobaban sus palabras con explicaciones gráficas y con palabrotas, el que menos había abejorreado a las maestras que se habían emborrachado abandonadas por los maestros a los que ya les había ganado la borrachera, Holstein, los Triana y los otros cuatro incluido el tatareto Rivera les gastaban trago, sin embargo la estantería se les cayó porque, según ellos, al rector, el cucarrón Vidal, en medio de su jartera le entró la lucidez y devolvió a los estudiantes en los carros anunciando que los profesores se quedaban en el balneario, no sin antes nombrar a Hugo como encargado y responsable del retorno estudiantil, le dijo vaya mijo y le dio una palmada en el trasero mientras anunciaba que el lunes no había clase, y allí se armó la barahunda pues cercaron a Hugo y le gritaban “A Hugo se lo come Vidal, se lo come Vidal” y Hugo se agarró a puños hasta que apareció Vidal y calmó la algarabía, mandó a la víctima a la rectoría y ordenó que el resto de la escuela en general tenía uno en conducta, él se retiró con Cartier a la orilla de la acequia mientras le decía a su amigo, “¿Y a Vidal quien le califica la conducta?”

Dando es como se recibe, le había dicho su madre, y unos años después esta sentencia se la escuchó a Francesco de Asís en la película de Liliana Cavani, en la práctica esos profesores no sabían cuánta desconfianza habían sembrado en él, nunca más pudo creer las promesas a ojos cerrados. Muchas veces dudó de la autoridad incluso cuando entendió en la universidad la validación de un argumento a partir de la autoridad, se había exiliado de los cotidianos sociales, hecho que ya se manifestaba abiertamente en él esta semana de tantas muertes, de tanto llamado a muerte en el campanario de la iglesia y se ponía en peligro su sentido de lo eterno cuyo centro era su casa, Ahora era un incrédulo solitario, entre metafísico individual y soñador político.

Por la noche, atosigado de muerte y creyendo que al día siguiente todo sería novedoso, sin un muerto más, recordó a la amiga de su hermana, ¿Ahora qué le ocurre , por qué no come? Era la voz de su mamá, no tengo ganas balbució y se paró del comedor sin pedir permiso, fue a la pequeña biblioteca y cogió dos tomos de la enciclopedia Vergara y leyó sentencias en latín, si de latinajos se trata le dijo su madre vaya al baño y báñese la boca y a acostarse, pero es temprano dijo, Roma Locuta, le respondió ella levantando su dedo índice derecho, dejó los libros en donde los había retirado y segundos después sacando la lengua le preguntaba al espejo ¿Y quién soy yo?. …..

SINOPSIS

La ciudad intempestiva es Armero, ciudad sacudida y arrasada por la lava del cráter Arenas del volcán nevado del Ruíz el día trece de noviembre de 1985. Es el trasegar de un adolescente debatido en el amor dual , amor que conducen a los protagonistas dentro de la ciudad a estar como ella fuera del tiempo. Es un recorrer la vida de adolescente teniendo como escena la vida diaria y las calles y lugares de la ciudad agroindustrial pero muy premoderna. En esa ciudad están, por supuesto, lugares como los café Hawai, Colombia, Ancla y bares como el de Feliza. Doble moral supuesta, conocimiento y fracaso de vida son el centro de la novela.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS