Estaba sentada en el parque frente a su casa, bajo un árbol leyendo un libro mientras fumaba. La incomodidad que sintió en un principio era debido a que no era costumbre leer fuera de casa. La sensación desapareció cuanto la historia del libro comenzó a apoderarse de ella. En ese momento era la Inglaterra del 1900 y el desarrollo industrial, por el uso de máquinas a vapor había comenzado a cambiar el mundo. ¿Por qué Inglaterra se preguntó? ¿Por qué no Francia o Alemania? Se imaginó a los protagonistas, pero como no coincidían con la imagen que tenía de ellos en su cabeza los desechó. Aceptó a Inglaterra, continuando con la lectura.

Dos horas y media más tarde, al concluir su lectura miró a su alrededor y suspiró.

-¡A mi no me ocurrirán ese tipo de cosas!,– dijo en voz alta, sin percibir que a su derecha en otro banco, había un joven leyendo el periódico.

Creo que estas historias de amor sólo ocurren en libros. En esta época sería imposible que una pareja se conozca de esa forma tan particular y con sólo verse sepan que son uno para el otro. Me encantaría que algo así me pasara a mí. El amor es lo que quisiera ahora en mi vida– pensaba.

Mientras Evangelina seguía embelesada pensando y recordando la hermosa historia de amor que había leído, Juan la miró y sonrió.

¡Debe de leer a Kafka! pensó Juan. ¡No creo que estaría en esa nube en la que está ahora! ¿Qué le habrá causado el texto para ponerse en ese estado de éxtasis?

Sin darle más importancia al asunto, continúo leyendo su periódico muy interesado en una noticia en dónde figuraban las caras de algunos jugadores de fútbol y el titular del periódico decía que iban a sacarlos de la selección por una indisciplina, lo que para él era una tragedia. Juan era un aplicado estudiante de Literatura en una conocida universidad, pero tenía pasión por el fútbol. El primer regalo que le hizo su padre fue una pelota, le comentó su mamá, cuando niño.

Frente a ellos, no muy lejos, había un señor que cuando uno lo miraba, pensaba en un personaje. El sujeto tenía un peinado muy engominado, todo para atrás. Dándole a su cabeza un aire moderno, pero añejo por la forma en cómo vestía, como un “tanguero”. Este hombre tenía un cuaderno de dibujo sobre las piernas y un lápiz en las manos que ennegrecía sus dedos al trazar los rasgos de las personas que tenía al frente. Su frenesí al dibujar era tal, que parecía que iba a romper el papel .Pasaba el lápiz, luego el dedo, esfumando líneas, dándoles mágicamente tonos de luz a los personajes, sobre el cabello y los hombros. Por último dibujó el árbol que estaba detrás del banco de Evangelina.

Cuando de pronto la mujer vio acercarse al pintor que esbozaba una gran sonrisa.

¿Qué venderá?, –se preguntó Evangelina mientras trataba, inútilmente, de levantarse e irse antes que llegara el indeseado personaje.

— Mi nombre es Joaquín, pintor, dibujante, porque lo de la narración aún no me sale muy bien. Vengo aquí a dejarle a usted y a su compañero de parque, un pequeño recuerdo de este momento en que los he visto, atrapados entre las letras de la escritura. Bendito el que inventó la imprenta—pensó, mientras con la misma sonrisa le alcanzó el dibujo que momentos antes había hecho de ella y de Juan.

Evangelina, miró el retrato y le pareció lo más bello que había visto. Algo conocía de pintura y ese grafito era una maravilla, no sólo porque ella era la retratada junto a su desconocido compañero, sino porque estaba deliciosamente realizado.

-Mira, le dijo Evangelina al lector del periódico, un retrato nuestro.

Juan miró al pintor, a Evangelina y el dibujo que ella le mostraba y sin dar crédito a lo que veía, se vio igualito, como si se mirara frente a un espejo, pero en esta ocasión era en blanco y negro. Pudo apreciar el brillo del cabello de la chica, el árbol, el banco y sobre todo ese rizo qué sobre su cabeza caía, que odiaba desde que era adolescente.

-Muy bonito le dijo Juan,– ¿Pero ahora como hacemos? –¿Lo partimos por la mitad?– le preguntó sonriente al pintor.

-De ninguna manera caballero– le contestó casi ofendido a Joaquín, si el retrato ha salido con los dos, con los dos debe quedarse. ¡Hay veces en que las cosas salen porque el destino así lo quiere!– ¿Usted hermosa dama…¿ cómo se llama?-

-Evangelina, señor.

-Usted caballero, ¿Me haría el honor de decirme su nombre?-

Juan– contestó riéndose por dentro, por la exagerada forma de hablar del dibujante.

-Señorita Evangelina, permítame presentarle aquí al señor Juan, amante de los deportes.

Evangelina, que ya no sabía cómo reaccionar, le tendió la mano a Juan diciéndole –Hola, encantada de conocerte. Mientras pensaba– “Que chico más guapo, creo que ya me está gustando”.

Juan le devolvió el saludo. Pensó en lo hermosa que era aunque leyese historias de amor. Le pareció que tendría que él cambiar esa forma de pensar.

-Evangelina es un gusto conocerte– le dijo mirándola fijamente. Me agradan los deportes, es cierto, pero tampoco tanto. Lo que ocurre es que siempre me interesa la selección de fútbol. ¿A quién no? A fin de cuentas representa a nuestro país.

-Bueno, le dijo Evangelina, yo no conozco mucho de fútbol. Me interesan otro tipo de cosas. Como las carreras de autos de fórmula uno y tenis, que obviamente veo por televisión.

-Ya vieron, les dijo Joaquín, ahora se conocen y tienen en común los deportes y la lectura y dando una mirada de reojo al libro que tenía Evangelina añadió, ¿Tal vez a Juan le gusten las historias románticas? ¿Qué caballero, hecho como Dios manda, no muere ante los hermosos ojos de una mujer, como los que tiene aquí nuestra bellísima dama?–

Juan no respondió a esa pregunta y Evangelina se sintió ridícula, sonrojándose como cuando era adolescente.

-¡Ah!, mejillas encarnadas, símbolo de pureza y bondad. ¿No lo cree así caballero?–

Juan mirando a Evangelina y viendo su rubor, sintió pena por ella. Realmente es muy bonita pensó y repentinamente contestó:

-Por supuesto señor. Tal como usted lo indica, símbolo de pureza y bondad.

-¡Hay jóvenes, si yo tuviera su edad !!– dijo Joaquín, levantando la cabeza y añorando el pasado. Ustedes ya se conocen, saben que tienen algunos gustos en común, lo que venga sólo Dios lo sabe, así que el dibujo les pertenece a los dos. La decisión de que harán con él depende exclusivamente de ustedes.

-¿Se le debe algo por el dibujo?, preguntó Evangelina, un tanto dudosa porque tenía algo de dinero pero sabía que no mucho.

-Absolutamente nada. Los dibujos son inspiración divina. ¡Sólo para cumplir sueños! Igual podría haber pintado a la parejita del fondo, dijo, señalando a un par de tórtolos que estaban besándose varios bancos más allá. Pero el lápiz comenzó a pintarla a usted, bajo este hermoso árbol, por lo que le recomiendo que mejor se pase al banco de Juan ya que parece que el árbol quiere regalarle uno de sus apetecibles frutos y no vaya a ser que sea el más jugoso.

Evangelina, que no tenía la menor idea que estaba bajo un naranjo, levantó la mirada y vio una hermosa naranja justo sobre ella y siguiendo las recomendaciones del señor, se sentó al lado de Juan, quien miraba la fruta incrédulo.

-Gracias señor dijo Evangelina, tanto por el dibujo como por el aviso. No vaya a ser que me hubiese caído encima.

-Gracias a usted señorita. No creo que Dios hubiesen sido tan poco grato con permitir que tamaño fruto cayese sobre su hermosa cabeza, cuando podría darnos a los pobres, en especial a este, desayunar con tan prodigio de la naturaleza. Sin pensarlo mucho se subió en la banco y con un salto, se quedó con la naranja en las manos a la que todavía le faltaba un tiempo para madurar.

Juan, quien no salía de su asombro al ver el árbol frutal sobre el banco que había estado Evangelina, y al ver como saltó el señor Joaquín para apoderarse de ella.

¿Viste eso?– le preguntó Evangelina.

-Sí, le contestó Juan. Bastante ágil resultó el pintor.

Joaquín, quien estaba frente a ellos con una gran sonrisa entre los labios le dio la mano, despidiéndose.

-No se olviden que ustedes tienen que decidir quién se queda con el dibujo.. Dándose media vuelta continuó caminando hacia el fondo del parque, pensando en que había reunido a una hermosa pareja y que ya sólo de ellos dependía que floreciese el amor. Bueno, pensó–, misión cumplida. Los conocía del barrio. No es fácil encontrar a la persona adecuada, pero estoy seguro que ese retrato tiene que juntarlos. Los pintores podemos hacer encargos, pero no milagros. Consiguió que finalmente ese muchacho saliera el domingo de su casa, aunque sea a leer el periódico. Evangelina ha leído infinidad de libros sobre historias de amor que le han producido suspiros. Hoy le ha pasado lo mismo que a sus personajes y creo que aún no se ha dado cuenta.

Evangelina y Juan se miraron y comenzaron a reírse.

-¡El tipo parecía sacado de un libro de García Márquez!, le dijo Juan a Evangelina.

Evangelina, quería ponerse seria pero no podía. No paraba de reírse.

-Mira, dijo, cuando pudo ponerse seria nuevamente, no soy una experta, pero este señor es muy buen dibujante y, puso el retrato sobre el banco, entre ellos dos. Juan lo tomó y empezó a mirarlo con seriedad.

-Me gusta, le dijo. ¿Te has dado cuenta que también dibujó la naranja sobre tu cabeza?

-No, no vi eso le contestó Evangelina quién se acercó a Juan para ver el dibujo con el detalle.

-¿Crees que nos pintó más por la fruta para el desayuno, que por nosotros mismos?,– preguntó mirando fijamente a Juan.

-Ni idea Evangelina. Pero nos miró bien, el dibujo prueba eso. Yo no me di cuenta de que estaba dibujándonos. Es más, no me di cuenta ni de que estaba allí sentado frente a nosotros.

-Yo pensé que era un vendedor o algo así, cuando se acercó. Pero su forma de hablar, me impidió irme. Y comenzó a reír nuevamente.

Juan quedó embelesado con la risa de Evangelina. Era como la risa de una sirena de cuento de hadas. Y con mucho interés la miraba fijamente.

Creyendo que él estaba riéndose del momento de ella con el pintor volvió a mirarlo y se encontró con su mirada fija llena de sinceridad. Que hermosos ojos tiene, pensó Evangelina.

-Te invito a tomar un café Evangelina. ¿Qué te parece? Tal vez allí podamos decidir quién se queda con la pintura.

-Te acepto un jugo. No tomo café. Tal vez podríamos turnarnos el dibujo, una semana tú y otra semana yo.-Eso me parece complicado… ¿dónde vives?—preguntó Juan.

-Allí, le señaló, esa es mi casa. Frente al parque.

-Qué curioso dijo Juan, yo vivo en la otra cuadra. Jamás te había visto. Tal vez alguna vez, pero no presté atención, dijo sonriendo pícaramente. Evangelina sentía su corazón latir con fuerza y tenía una extraña sensación en el estómago. Juan también sentía lo mismo. Su corazón latía muy fuerte en su pecho, lo producía la cercanía de la bella mujer.

Caminaron conversando a lo largo del parque hacia el bar de la otra esquina. En la banca había quedado el libro de amor que estuvo leyendo Evangelina. El viento movía las páginas a su antojo. El sol brillaba más que nunca.

» SINOPSIS» Dibujar solo para enamorar y juntar personas solitarias. Esta pareja parece tener pocas cosas en común. Vidas solitarias por elección… o estarán dispuestos a cambiar su destino ?– Momento duros de un pasado tormentoso que que uno de ellos debe contar . Juan tiene un hija de un amor fugas, al cual la madre niega hacer el A.D.N. Lo enamoró solo para quedar embarazada y luego desaparecer. Hará lo imposible para descubrir su paternidad. La historia debe continuar…

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