La obediencia debida

La obediencia debida

Pina Jaraquemada

19/02/2018

PRIMER CAPÍTULO

Villafranca de los Barros, 30 de Noviembre de 1907

Ha muerto el abuelo y ya no tengo quien me escuche.

En el despacho vacío, dentro de una caja negra con adornos dorados, tan lúgubre, reposa mi abuelo dismiuído y pálido. Pareciera que una sanguijuela ha absorbido la vida que le quedaba, y la sangre toda. Pobre abuelito. Pobre de mí. Desde ahora el silencio será mi compañero fiel, mi perro guardián, mi confidente.

Es noche cerrada y hace frío. A los chicos nos han mandado a la cama, los demás velan al abuelo. Bajo una manta de lana, escribo en la mesa de mi cuarto alumbrada por una vela. Concha duerme a mi lado con la cabeza llena de lazos blancos, ni siquiera hoy ha olvidado sus obligaciones mundanas. A los pies de su cama, en una silla, está colocada la ropa que se pondrá mañana para el entierro. Camisa y enagua blancas, vestido negro, medias negras. Las botas brillantes están colocadas en el lugar justo bajo la silla. El luto ha vuelto.

Me llamo Remedios J S. Tengo quince años y soy la última hija de una familia de diecisiete hermanos, aunque tres de ellos marcharon con Dios al poco de nacer. Como no los conocí, y nadie menciona sus nombres, ya no sé si mis pobres hermanos existieron o son fruto de mi imaginación calenturienta. No lo sé y ya no lo sabré, abuelo ha muerto. No me gusta hablar, para qué hacerlo si nadie me oye, ni siquiera Concha que es un año más grande y sólo quiere hacerse notar. Yo no, será que nací coja, y rara, y prefiero pasar sin ser vista.

Por eso, porque sé que la voz no saldrá más de mi boca y la pena se ha instalado en mí para no irse, he decidido esta noche, sombra que me acompaña, escribir mi historia. Pensarás que a mis quince años de niña la vida no puede tener suficiente enjundia, pero mi alma tiene muchos años, todos los años que se acumulan en el aire de nuestra casa. La mía es una historia montada con jirones de los recuerdos que me rodean. Batallas, intrigas palaciegas y viajes a ultramar, amores románticos, juegos y penurias se embarullan en mí como las piezas amontonadas de un rompecabezas. Puede ser que los entresijos de esta historia mía estén tan enredados que no consigas discernir entre ellos, pero procuraré armar el rompecabezas paso a paso, primero los bordes, luego uniré las piezas por colores, por texturas. Finalmente, con el silencio como compañero, conseguiré descifrar este enredo para mostrártelo orgullosa.

La muerte de mi abuelo ha desencajado los cimientos sobre los que crecí. Tienes que entender que mi nacimiento fuera apenas apercibido; que después de tantos hijos no quedase mucha curiosidad y el amor justo para no dejarme morir. Sé que no fui más que el fruto insignificante de una rutina que se repetía cada año desde que mis padres se casaron en 1877. Sin duda mi madre, pese a haber crecido entre algodones en la corte de Sevilla, no es ninguna damisela sin sangre.

A pesar de mi insignificancia, hubo alguien que sí se acercó a mi cuna de recién nacida y me tomó de la mano. El abuelo Felipe, para quien como militar, el deber y la obediencia a los superiores y a Dios eran ley inquebrantable. Y aunque primero fue el deber, más tarde llegó el amor al dar yo mis primeros pasos que fueron tardíos. Nací con un mal en los huesos por el que tengo las caderas hinchadas de un ama de cría, andares rencos y el cuerpo torcido. No fui la primera que llegó así a casa, ya Joaquina, mi hermana mayor, tiene ese mal que le curva el cuerpo. Y yo me río al ver sus andares, y los míos, y pienso que somos los paréntesis entre los que se encierra la historia de nuestra familia. La mayor y la más chica, parece que Dios quiso jugar con nosotras.

Mi familia vive toda ella en la baja Extremadura, tierra de inviernos fríos y veranos sofocantes, de austeridad y aire limpio. Nací en Santa Marta donde mi abuelo, después vivir mil vidas, llevaba la administración de las tierras que por allí tiene el duque de Feria. Los problemas económicos habían empujado a mi madre y hermanos a solicitar el amparo del abuelo Felipe. Mi padre pasaba la mayor parte del tiempo en el campo y murió al poco añorando su juventud, cuando defendía la causa del Rey don Carlos. Mi padre; que siempre fue un héroe hermoso, que enamoró a mi madre igual que enamoraba a todo el que lo conocía. Murió en la tristeza del 98, hace ya nueve años, después de padecer la vergüenza de su España.

Aprendo con la experiencia de mis mayores. Dios quiso entregarles unas vidas azarosas, no sé qué castigo merecerían. O quizá no fuera un castigo, sino una oportunidad generosa. Ya sé a mi corta edad que son las dificultades las que hacen al hombre avanzar hacia un lugar mejor, que la vida es más vida si se le exprime la última gota. Algunos no pueden con el peso de tanto castigo y sucumben, como mi padre. Otros no flaquean, aunque la gana les falte, aunque la edad los aplaste, como mi abuelo. Y sabiendo de mis mayores, me miro y sólo veo un vacío paso del tiempo. Quizás ahora Dios me regale un destino mejor, el de ser cronista de la gloria de mis héroes.

Amanece. Ha llegado el día sin avisar. Pronto iré por agua caliente a la cocina donde Casiana ya habrá prendido el fuego y me lavaré con atención mientras mi ropa limpia se calienta sobre la alambrera del brasero. Me arroparé con el percal planchado que huele a jabón, las medias de lana, el vestido negro. Y el pelo estirado, no quiero rizos en el entierro de mi abuelo, nada que me disturbe, sólo los recuerdos.

Ayer llegaron tío Mariano y tía Concepción desde Madrid. Joaquina los avisó hace días y cogieron el primer ferrocarril hasta Zafra, desde allí un coche de punto. Llegaron a tiempo de despedirse, así mi tío está en paz. Dice que publicarán una necrológica en La época, parece que aún queda en la capital quien se acuerda del coronel Solís con cariño. También vendrán otros parientes y amigos, trabajadores y gente del pueblo que aprecian sinceramente al abuelo. Del pasado no se espera a nadie, muchos habrán muerto hace años.

¡Qué triste el olvido! Pobre abuelito, él será mi faro en este camino que comienzo. He de hacerte saber, sombra amable, que la obediencia debida, el honor y el amor a Dios y a la patria, fueron la guía de los pasos de mis mayores. No sé si esto los liberará de sus culpas, si al final merecerán tu aprecio o tu mayor repulsa.

SINOPSIS

La obediencia debida es una novela basada en una historia real.

Remedios es una joven de 15 años, hija menor de una familia de diecisiete hermanos, coja, rara y callada. El día de la muerte de su abuelo, su mayor apoyo, decide contar su historia. Una historia apasionante a pesar de su edad y de vivir en un pueblo de la baja Extremadura. Es una historia montada con los recuerdos de la gente que la rodea.

Así relatará la implicación real de sus mayores en destacados episodios de la historia de España del siglo XIX. La primera guerra de África, segunda y tercera guerras carlistas, las intrigas políticas de las que era protagonista principal don Antonio de Orleans, duque de Montpensier. El duelo entre él y el don Enrique de Borbón, duque de Sevilla, el asesinato del general Prim. Intercalará con esos recuerdos su vida en el campo extremeño, los viajes a Méjico y a Argentina, donde emigraron algunos de sus hermanos buscando una vida mejor encontrando apoyo en el café Negresco, en Mercedes, cuyo propietorio es un francés que les tomó gran estima.

El desenlace de esas vidas es la vida de Remedios, en su pueblo extremeño, donde su familia sobrevive a pesar de las dificultades, donde un mundo nuevo se abre a la vez que comienza el nuevo siglo.

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