Ni siquiera lo pensó. Cerró los ojos y apretó el gatillo. Una fuerza invisible la hizo retroceder y tambalear. Cuando abrió los ojos, realmente comprendió lo que había hecho. ¿Cómo pudo ser capaz de quitar una vida? A lo mejor, no era demasiado tarde… Si se acercaba estaba segura de poder escuchar una débil respiración. Pero no pudo avanzar. ¿En qué la habían convertido? ¿O fueron sus decisiones las que la convirtieron en una asesina? Prefería pensar que ellos la habían empujado a eso.

Volvió a mirar el cuerpo que yacía a pocos pasos. Ese hombre fue el responsable de todo lo que había sucedido. Su mente se aclaraba poco a poco. ¿Y si llamaba a la policía? No, porque si ellos no entendían…

Se empezó a sentirse muy cansada, le dolía cada hueso de su cuerpo y sentía que su cabeza iba a estallar en cualquier momento. Se sentó en el suelo y su mente la llevó hacia atrás…

La mañana comenzó como cualquier otro día, de cualquier semana. Martina no trabajaba. Su marido poseía una pequeña flota de camiones con lo que podían vivir sin preocupaciones. No tenían hijos y esa decisión tomada hace años, hoy le pesaba. En un par de años cumpliría cuarenta y su tiempo se estaba agotando por eso iba a hablar con Daniel sobre el tema.

Fantaseaba sobre el nombre que le pondría a su bebé cuando sonó el timbre. No pensó en atender y no esperaba a nadie. Seguro era un vendedor que ofrecía algo que ella no necesitaba. Cuando volvió a sonar comprendió que la persona del otro lado no iba a irse tan pronto como ella deseaba. Tomó su billetera para comprar lo que fuese y terminar con este asunto cuanto antes.

No recordaba haberse sentido intranquila cuando vio a dos policías uniformados del otro lado. Sólo las palabras «Hubo un accidente. Falleció en la ambulancia» resonaron en su mente durante horas. Pero en ese momento, lo único que podía pensar era si correspondía ofrecerles un café a los oficiales.

-¿Necesita asistencia médica? – preguntó el más joven.

Martina lo miró a los ojos intentando recordar lo que le habían dicho. Optó por inventar una excusa que la sacara de la situación.

– Creo… que… debo hacer… Sí, debo hacer algunas llamadas y yo los estoy demorando…

Los oficiales se miraron entre sí y se retiraron tras explicarle los pasos burocráticos a seguir. Martina cerró la puerta y se quedó allí hasta que sonó el teléfono cuatro horas después.

– ¿Hola? – dijo sin ningún tipo de emoción en su voz.

– Martina, soy Paula. Estoy organizando una reunión muy informal para el próximo sábado. ¿Cuento con ustedes dos? – tras una pausa de silencio, continuó – Martina, ¿estás ahí?

– Sí. Creo que no voy a poder ir. La policía acaba de notificarme que Daniel murió en un accidente. Lo siento – Y cortó la comunicación.

Cuarenta minutos después Paula estaba frente a la puerta de su amiga. Tenía la misma edad que Martina, dos ex maridos, tres hijos y una renta vitalicia acordada tras sus divorcios. Su única preocupación era su apariencia combinando ropa, zapatos, carteras, accesorios y maquillaje. Pero esa tarde era la excepción. Vestía jeans, zapatillas y una remera. Tenía el cabello húmedo sin cepillar sin accesorios ni maquillaje. Lo único que llevaba en la mano eran las llaves del auto.

Mientras atravesaba la ciudad para llegar a la casa de Martina, esperaba encontrar a su amiga en un mar de lágrimas. También consideró la posibilidad de encontrar algunas cosas rotas, producto de un ataque de nervios, aunque lo descartó casi de inmediato. Martina nunca se comportaba de esa manera. Había sido ella misma quien destrozó un juego entero de vajilla mientras atravesaba su primer divorcio, pero Martina nunca perdía la compostura.

Al ver a su amiga, se sorprendió no ver lágrimas en su rostro. Parecía la misma de siempre pero algo en ella había cambiado. Sus facciones se habían vuelto gélidas, sus ojos estaban muertos con la mirada fija en un pinto distante y su voz era la de una máquina sin emociones.

– Martina, no sé que decirte… Pero ya estoy acá para lo que necesites…

– No era necesario que vinieras. Lamento causarte tantos problemas – respondió la dueña de casa. Y tras una pausa prosiguió – Todavía estás en la puerta. debí hacerte pasar en cuanto llegaste.

Las dos mujeres entraron al living. Martina caminó hacia el aparador y sacó dos tazas, dos platos, una bandeja, la azucarera, la cremera…

– Yo te voy a ofrecer café y ni siquiera sé que hora es…

Paula se acercó a Martina, le sacó la vajilla de las manos y le dijo con voz tranquila:

– No vine por un café. Ni siquiera me peiné para llegar lo más rápido posible. No me interesa que hora es ni si la comida está lista o no. Vine porque me dijiste que tu marido murió. Y no puedo imaginar ni por aproximación lo que debes estar sintiendo. Vine para estar con vos, para escucharte o para quedarme al lado tuyo en silencio las horas que hagan falta. Lo único que tenés que decirme es lo que necesitas. Y yo me encargo de todo

El llanto de Martina estalló por toda la habitación. Durante horas lo estuvo conteniendo y ahora no podía parar. Las lágrimas mojaron su rostro y el hombro de Paula. Con el correr de los minutos, el llanto se fue aplacando hasta desvanecerse dando lugar nuevamente al silencio. Un silencio que ambas sabían que tenían que romper para hablar de lo que ninguna de las dos quería mencionar, pero debían hacer. y Paula sabía que le tocaba tomar la iniciativa y llevar a su amiga hasta la morgue para reconocer el cuerpo y comenzar los trámites funerarios.

Quería evitar que su amiga pasara por esa experiencia, pero no se le ocurría ninguna alternativa. Sabía de la existencia de un primo pero no vivía en la ciudad así que lo descartó. Luego se le vino a la mente la idea de una hermana de Daniel. Él jamás la había nombrado, pero estaba segura de no equivocarse. Alguien la había mencionado alguna vez… Pero era una locura suponer que esa hermana pudiese ocuparse de reconocer un cuerpo en la morgue. No sabía su nombre, ni dónde vivía… Hasta era posible que estuviese muerta. Tras prolongar el silencio un tiempo prudencial hizo los comentarios apropiados que causaron el efecto deseado, haciendo que Martina hablara de la morgue, la comisaria, las firmas y otras cosas más que debían hacerse.

Salieron de la casa casi a las seis de la tarde. Afortunadamente aún quedaban algunas horas de luz. A Paula, la idea de ir a la morgue de noche no la entusiasmaba para nada y como era ella quien conducía, pensaba ir directo y sin escalas hasta allí y salir mientras el sol todavía brillara en el cielo.

Todo el trayecto transcurrió en silencio. Paula no quería abrir la boca porque estaba segura de decir algo incorrecto. Martina simplemente no tenía nada que decir. Aunque serena por fuera, su cabeza iba de un lugar a otro anclándose en cosas que parecían importantes y resultan haber perdido toda razón de ser. De pronto se encontró pensando que Alejandro era un lindo nombre si tuviera un varón. Un segundo después comprendió que ya no tendría ningún hijo, que Daniel ya no estaba para tomarla en sus brazos, acariciar lentamente su cuerpo, recorrer con sus labios cada centímetro de su cuerpo para transportarla a un universo de éxtasis y placer…

– Llegamos – La voz de Paila interrumpió el momento de ensueño.

En silencio, bajó del auto mientras Paula hacia lo mismo por la otra puerta. En el mismo momento en que se encontró de pie, sintió un ligero momento que la hizo tambalear. Pensó en el estrés de la situación que estaba viviendo y prefirió no darle importancia al asunto. Paula no era de la misma opinión. No quiso sermonear a su amiga sobre el cuidado de la salud porque sabía que no era el momento. Pero quería asegurarse que todo estuviese dentro de los parámetros normales.

– ¿Estás bien?

– No es nada. Un pequeño mareo… Seguro salí del auto demasiado rápido…

– ¿Cuándo comiste por última vez? – Interrumpió Paula sin más rodeos. El titubeo de Martina le dio la respuesta – Vamos a tomar algo…

«Después de todo, Daniel no va a ir a ningún lado». Apenas terminó de pronunciar estas últimas palabras, se sintió culpable. Intentó disculparse consigo misma diciendo que los pensamientos son tan rápidos que no se pueden frenar y en una situación trágica, la mente se dispara con frases que se pueden considerar inoportunas como método de defensa… ¿A quién quería engañar? Daniel ya había muerto, era obvio que no iba a ir a ningún lado; en cambio, Martina estaba viva y su trabajo era lograr que siguiera así por mucho tiempo. y en ese momento ella necesitaba comer. Era así de simple.

Entraron a una confitería que estaba como aguardando por ellas. No era como las que solían frecuentar, de hecho no se parecía en nada a ninguna de las que alguna vez hubiesen visitado. Unas cuantas mesas ubicadas por aquí y por allá cubiertas con manteles a cuadros en rojo y blanco. Un televisor sintonizado en el canal de los deportes, un hombre de unos cincuenta años sentado tras la caja registradora con la vista fija en el partido y una mujer de aproximadamente la misma edad que se encargaba de atender las mesas, completaban un pintoresco cuadro del cual Paula no quería ser parte. Pero no tenía otra opción y pensó que lo mejor era no mirar el entorno con mucho detenimiento y concentrarse en Martina que era la que necesitaba todo su apoyo en ese momento.

Se sitúan en una mesa junto a la ventana. Paula la eligió: se sentía más segura viendo el exterior. La camarera se acerca y les entrega una hoja plastificada, el menú. Paula lo recibe esbozando una sonrisa y mirando directamente a la mujer parada junto a ella. Le pide un tostado y dos cafés. En realidad, apenas había entrado decidió que lo mejor era no consumir nada de ese lugar. Un minuto después, cambió de opinión porque no se vería del todo bien que sólo una de las dos comiera algo. El pedido demoró unos diez minutos lo que constituyó un interminable silencio para Paula. Intentó romperlo en un par de ocasiones, pero lo único que se le venía a la cabeza eran frases tan intrascendentes como «Que calor que hizo hoy» o «Vi unas botas espectaculares que me combinan divino con el pantalón que me compré hace un par de días». Martina permaneció todo el tiempo mirando a través del vidrio con la mirada puesta en quién sabe qué lugar distante.

La camarera trajo el pedido. El no saber para quién era el tostado le permitió a Paula articular un par de sonidos que no lograron entablar un diálogo con su amiga. Martina comenzó a trozar el sándwich y se lo llevaba a la boca con extremada lentitud. Al cabo de un par de minutos fue ella la que comenzó a hablar.

– Es la primera vez en muchos años que no tengo que pensar en la cena. Y ahora que lo pienso, eso era algo extenuante para mí. ¿Será ese el lado positivo de toda esta situación?

– No. Definitivamente no tendrías que penar en eso ahora. De hecho no creo que buscar el lado positivo te ayude en algo. No puedo hablar por experiencia, pero los próximos días van a ser muy difíciles. Pero no vas a estar sola… Si es necesario, me voy a mudar a tu casa. Lo más importante es que te cuides. No deteriores tu cuerpo ni tu salud porque vas a necesitar estar fuerte para…

– Tengo miedo de no extrañarlo – interrumpió Martina.

Paula dejó sobre la mesa la taza de café que no llegó a beber.

– ¿Qué? – Definitivamente el comentario la tomó por sorpresa. tras una pequeña pausa agregó – Ustedes eran una pareja encantadora. todos querían ser como ustedes. ¿Cómo que no lo vas a extrañar? ¡Lo vas a hacer! Por eso vas a necesitar fuerzas…

– ¿Y si no lo amaba como yo creía que lo amaba?

Nuevamente el comentario dejó atónita a Paula que esta vez mantuvo el silencio mientras su amiga continuaba con sus pensamientos.

– Teníamos una vida perfecta. Todo como debía ser. Pero ahora me pregunto si lo que sentía por Daniel era amor. Tal vez hace unos quince años cuando me casé lo amaba… o a lo mejor no. Viendo todo retrospectiva siento que simplemente me acostumbré a vivir con él, me acostumbré a hacer todos los días lo mismo, me acostumbré a llevar una vida social. Ir a reuniones, recibir gente en casa, ir de compras, planear vacaciones… Daniel era alguien que debía estar ahí porque era mi marido. – Hizo una pausa que Paula no se atrevió a interrumpir – Por primera vez no tengo que pensar en la cena ni en nada más. ¿Te das cuenta que mañana puedo hacer lo que se me antoje sin preocuparme por los horarios? Mañana voy a ser libre.

Paula tenía miedo de hacer la siguiente pregunta. Pero salió de su boca antes de poder detenerla.

– ¿Eras feliz?

La puerta que estaba detrás de ellas impidió que Martina hablase. Un hombre de unos cuarenta años entró e inmediatamente fijó su mirada en ambas mujeres. Se sentó en una mesa bastante alejada de ellas pero no dejó de mirarlas en ningún momento, no siquiera cuando la camarera se acercó a llevarle el menú.

Esto hizo sentir incómoda a Paula que al cabo de un rato solicitó la cuenta mientras buscaba dinero en el bolsillo de su pantalón. El hombre tras la caja registradora se acercó a ellas y les informó que el caballero que recién llegaba pagó la deuda. Paula le dedicó una fría sonrisa como agradecimiento y se preparó para salir. El hombre caminó hacia ellas antes que salieran y se presentó.

– Buenas tardes. Rara vez uno encuentra dos bellas mujeres como ustedes en un lugar como este. Y cuando eso sucede siento que es mi deber invitarlas… espero no haberlas ofendido.

– No, de ninguna manera – Paula trataba de ser lo más amable posible pero la situación le resultaba incómoda – Tenemos que irnos y además este no es el mejor momento para entablar una nueva… amistad.

– Al menos intenté acercarme a ustedes de una manera no invasiva. – Sacó de uno de sus bolsillos una tarjeta y se la ofreció a Paula – Esta es mi tarjeta. Pueden llamarme cuando decidan el mejor momento para entablar una nueva amistad.

Paula no recibió la tarjeta de aquel hombre quien entonces la dejó sobre la mesa junto a las tazas y se retiró sin agregar nada más. Martina la levantó y la guardó en su cartera.

– Me parece descortés dejarla sobre la mesa. Después de todo pagó el café.

Ambas salieron del lugar y caminaron hacia la comisaria para comenzar todos los trámites. Ninguna de las dos se percató que el extraño caballero pidió la cuenta apenas ellas salieron del café y las siguió a una distancias prudencial.

SÍNTESIS

Martina acaba de cometer un crimen. Un homicidio. ¿Fue en defensa propia? No. ¿Fue en un ataque de ira? No. ¿Fue una venganza? Es lo que más se acerca a la realidad.

El accidente automovilístico de su marido setenta y dos horas atrás no fue un accidente. Lo descubre por casualidad, pero no tiene pruebas suficientes… A decir verdad, no tiene ninguna prueba.

¿Por qué se embarca en la búsqueda de evidencias que prueben que su marido fue un asesinato? No lo sabe. En una de esas, nunca lo averigüe. ¿Lo hace por amor? No. Poco después de conocer la triste noticia se pregunta si realmente amaba a su esposo.

Entonces, ¿por qué lo hace?

Para sentirse viva. En cuestión de horas cambia su aspecto por completo. Muta de mujer en mujer… De personaje en personaje. Y la aceleración de los latidos de su corazón ante cada nuevo escenario al que se enfrenta, la hacen sentir viva por primera vez.

Pasa de ser un ama de casa a ser una ejecutiva de una multinacional en tan sólo una noche. Y eso es solo el principio. Descubre que existe un mundo muy diferente con sólo atravesar las puertas de su casa, conoce gente muy diferente a ella, pero con quienes se puede sentir identificada.

Y llega hasta Fermín, el hombre que ordenó el accidente de Daniel. Quien es este personaje? Debe descubrirlo. Y lo más importante es que este hombre no puede sospechar nada. Debe engañarlo, mentirle, ser más inteligente. No será fácil… Debe ser más astuta que el mismo Diablo…

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