Nombre en clave «Bravo»

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CAPITULO 1: NOTICIAS HELADORAS

Era un miércoles helador en el extraño invierno de 2017, una ola de frío siberiano llevaba semanas asediando Europa, aunque en España no se habían sentido sus consecuencias hasta aquella semana. Felipe se encontraba en el metro de camino a la Biblioteca Nacional para continuar con su estudio sobre los sucesos históricos de principios del siglo XX en Madrid. Llevaba unos meses preparando su proyecto final para conseguir su mayor meta, un doctorado en Historia Contemporánea y así poder obtener una plaza de profesor en la universidad Complutense, en la cual, ya trabajaba como adjunto.

Ese día, a pesar del frío, decidió bajarse una parada antes ya que, debido al intenso frio, el metro estaba más abarrotado de lo normal y se sentía muy asfixiado.Al ascender por las escaleras de la boca de Metro de Alonso Martínez, respiró profundamente el gélido aire de la Calle Génova, lo cual le provocó un ligero pinchazo en los pulmones que le hizo toser de forma intensa. En ese mismo instante, su teléfono móvil de última generación comenzó a vibrar en el bolsillo del pantalón. Tras recomponerse como pudo de la tos, respondió a la llamada; ¡era su padre!

  • – ¿Felipe?
  • Dime, ¿pasa algo? – Preguntó preocupado al ver que su padre le llamase tan temprano y un día entre semana.
  • No, bueno, sí, pero no es nada fuera de lo común, es la tía Beatriz, que como es muy mayor, pues…, bueno, está mala y han tenido que llevarla al hospital de León.
  • ¿Es grave? – Preguntó Felipe con una intensa preocupación.
  • Ayer empezó a sentirse muy agotada por la tarde y esta mañana ya no podía ni hablar, no hemos sido capaces de sacarla de la cama hasta que han venido los de la ambulancia. No te voy a engañar, yo creo que no va a durar mucho tiempo, si puedes, ven lo antes posible y así por lo menos te despides de ella, que sabes que te quiere como a un hijo.

Felipe en ese momento se quedó petrificado en el medio de la calle, con su cartera de cuero sobre el hombro derecho y la mente en blanco, su tía, la mujer que sacrificó la juventud por cuidar a sus hermanos, una mujer que había visto nacer a tantos niños, la cual, se desvivía porque sus sobrinos pudiesen tener todo lo que necesitasen, incluyendo unos buenos estudios. En esos pensamientos estaba, cuando el aluvión de gente que salía de la boca de metro le sacó de su bloqueo mediante empujones, ya que continuaba en pleno desembarco de la escalera que da acceso al metro y oyó a su padre que le llamaba insistentemente.

  • ¡Felipe!, ¡Felipe!, ¿me oyes? – Le inquiría el padre pensando que se había cortado la comunicación.
  • Sí, perdona papá, me has dejado bloqueado, no me esperaba esto la verdad.
  • Ya hijo, pero nos hacemos mayores y es ley de vida, ¿Puedes venir entonces?
  • Por supuesto – Felipe sentía la necesidad de ir a ver a su tía en aquella situación
  • Paso por casa a por algo de ropa y cojo un tren lo antes posible.
  • Gracias hijo, avísame cuando sepas la hora a la que llegas y te recojo en la estación.
  • Vale, hablamos más tarde.

Tras colgar el teléfono, Felipe se dispuso a llamar a su director de tesis, que a su vez era su profesor titular en la universidad. Le comunicó que estaría fuera de Madrid, explicándole que su tía había sido hospitalizada y que necesitaba ir con urgencia a León. En ese instante, Don Bernardo Moreno, como era de esperar, le indicó, que sin ningún tipo de problema contase con su apoyo y que fuese con cuidado en el viaje. Tras agradecer a Don Bernardo permitirle dejar los asuntos laborales resueltos, compró un café en un Starbucks que había junto a la boca de metro para intentar despejarse y entrar en calor, ya que, desde que había emergido del cálido abrazo que aportaba el aire de los túneles del metro, su cuerpo había sufrido una fuerte bajada de temperatura, aunque no sabía si esta era fruto del invierno o del shock por recibir la noticia.

Al salir del local con su café en la mano, comenzó a caminar con paso lento en dirección a su pequeño apartamento en la plaza Lavapiés, este estaba dentro de un corral con más de 100 años, al que le crujían todas y cada una de las columnas de madera que lo constituían y en el que se oía perfectamente la conversación de los vecinos, por no decir otras situaciones más privadas, aunque lo peor era el olor proveniente del restaurante que regentaba una familia turca en el local ubicado en el bajo, se filtraba por las paredes, puertas y ventanas e impregnaba hasta la ropa. El apartamento se componía de una habitación que hacía las funciones de salón y cocina al mismo tiempo, pero, además poseía un pequeño cuarto de baño oculto de forma muy elegante en lo que parecía un armario empotrado. Aunque aquel habitáculo de veinte metros cuadrados no fuese un gran hogar, a él le servía más que de sobra para su propósito de acudir diariamente a la Biblioteca o la facultad hasta finalizar su tesis, día en el cual, tenía previsto mudarse a algún barrio en la periferia y comprar un piso modesto, aunquede mayores calidades que el actual, en el que poder alojar a sus padres o amigos cuando viniesen de visita, e incluso encontrar una mujer con la que compartirlo, ya que con los estudios nunca se había planteado el asunto muy en serio.

Durante el trayecto hasta su casa, Felipe fue pensando en su tía, sobre todo, recordaba lo aventurera y atrevida que le había parecido siempre, fue rememorando los viajes que había hecho por Europa, las famosas historias de sus aventuras sacándose el carné de conducir a la no menos importante edad de 56 años y las desventuras de su desvencijado vehículo. Caminaba sumido en sus pensamientos cuando se percató de que había llegado a casa en lo que le pareció un tiempo que se le antojó ínfimo. Aprovechó a preparar una cápsula en la cafetera para entrar en calor e intentar desperezarse y tomó la decisión de elaborar un estudio histórico de vida de su tía de la misma forma que lo hacía de otros personajes desconocidos. La verdad, llevaba años queriendo iniciar ese proyecto, ya que para él sería el mayor honor al que aspirar en su carrera como historiador. Estudiarla a ella, que fue la que le inició en la pasión por su oficio contándole historias de la guerra civil, de la segunda guerra mundial e incluso de la guerra fría, las cuales fingía leer en un pequeño cuaderno de notas con las tapas de un precioso cuero color encarnado como decía ella.

Preparó unas cuantas mudas limpias, camisas y pantalones vaqueros en la pequeña maleta que su madre le compró el día que decidió mudarse a Madrid en el año 2014, cuando su vida cambió por completo y dejó de visitar el maravilloso Café Victoria en el barrio húmedo de León todas las semanas junto a su tía. No lo había advertido hasta aquel instante, pero acababa de comprender que aquel Café de los domingos era dónde ella brillaba como una súper estrella, parecía un accesorio de época más de la decoración del local, o como si llevase tomando café allí desde su apertura, todo el mundo la conocía, tenía reservada siempre la misma mesa de la segunda planta junto a la barandilla, así podía ver a la clientela que accedía al local, en definitiva, se podía decir que aquel era su lugar.

Tras tomarse el café que había preparado, Felipe procedió a comprar un billete de tren con su pequeño ordenador portátil, ese que tantas horas de trabajo y estudio había sufrido junto a él y que requería una renovación inmediata a la que sinceramente, él se resistía. Cuando accedió a la página de Renfe, comprobó que ya eran las 12 de la mañana, por lo que el siguiente tren que podía coger era el AVE 4149 con destino León que salía de la estación de Chamartín a las 14:40. Tras cuatro intentos, consiguió que el sistema de pago on-line aceptase su tarjeta de crédito y acto seguido, imprimió el billete y salió de casa decididamente hacia la estación, pero no sin antes parar por la papelería a comprar un par cuadernos nuevos para tomar las notas para el estudio que había pensado iniciar sobre la vida de su tía, los cuales, curiosamente, eran idénticos al cuaderno rojo que ella siempre llevaba en el bolso, aunque más modestos y con las tapas de cartón sujetas por una goma elástica.

Al llegar a la papelería a la que acudía habitualmente en la Calle de Buenavista, su propietario al que todo el mundo llamaba Julito le saludó.

¡Hombre!, si ha venido a visitarme el mejor historiador del barrio – Dijo efusivamente.

Julito era un madrileño castizo en toda regla, eso sí, solo de adopción porque, aunque se sentía como si hubiese nacido bajo los arcos de la propia plaza mayor de Madrid, realmente, su humor y los restos de un antiguo acento gaditano lo traicionaban. Lo que más caracterizaba a Julito era que pese a la calle en la que se ubicaba su comercio, tenía un ojo de cristal, eso sí, él mismo lo denominaba “el ojo bueno”, a causa del dinero desproporcionado que tuvo que gastarse en él.

  • Hola Julito, siempre da gusto venir a verte, animas hasta el más oscuro de los días. – Le dijo con tono divertido.
  • ¿Qué necesitas majo? – Dijo Julito mientras se adentraba en la trastienda y alzaba el tono de voz para que poder continuar charlando con él – He recibido una nueva remesa de cuadernos de notas como los que siempre te llevas, pero de otra marca que se llaman leuchur o como se diga en alemán y con unos colores un poco más alegres que el típico negro que usas siempre.

En aquel momento se le oía en la lejanía mientras sonaban cajas abriéndose y golpes por doquier en la trastienda.

Saca el que más te guste a ti Julio, voy a empezar un proyecto personal y…

En aquel momento mientras Julito salía de la trastienda acompañado de lo que parecía un fantasma, Felipe se quedó petrificado y no podía articular palabra.

  • A ver Felipe hijo mío, ¿qué color te gusta más? – dijo mientras desprecintaba unos paquetes de cuadernos de colores.
  • So…. ¡Son idénticos! – Masculló Felipe sin poder desprenderse del bloqueo en el que se había sumido su cuerpo.
  • ¡Claro que son idénticos! si eso ya te lo he dicho yo, hay que ver cómo sois los jóvenes de desconfiados. – Comentó en tono jocoso el dependiente.
  • No, perdona, es que esos cuadernos rojos son idénticos a uno que mi tía ha tenido toda la vida y me ha impactado, por que salgo ahora mismo a visitarla al hospital y además voy a utilizarlos para un estudio sobre si vida.
  • Así me parecía a mí que te había dado un paralís, ¡pues decidido, llévate los rojos, que dadas las circunstancias son los ideales!

Tras comprar cuatro cuadernos y un par de bolígrafos Bic azules, los metió en su cartera de cuero y despidiéndose del dependiente sintiéndose aún un poco bloqueado se dirigió al metro para ir a la estación de Chamartín.

Al llegar al vestíbulo principal de la estación, observó el panel de salidas y comprobó el reloj asegurándose de que le daría tiempo a tomar un pequeño tentempié. Tras dar buena cuenta de un bocadillo de tortilla con pimientos y una botella de agua, decidió que era un buen momento para sentarse en un banco a leer para amenizar la espera, aunque tras rebuscar en su equipaje comprobó que su maravilloso y recién adquirido libro electrónico se había quedado en la mesilla de su habitación. Decepcionado, tomó la determinación de pasar por el pequeño puesto de prensa ubicado en la misma estación ya que si no le fallaba la intuición, pasaría muchas horas entre trenes y hospital en las que tendría que matar el tiempo con algún libro. Encontró una novela histórica que no tenía mala pinta y que, aunque fuese raro, aún no había leído, estaba inspirada en la época de la primera república española. Tras pagar la que sabía que era una buena elección, ya que, aunque el libro no le gustase, siempre podría evaluar la calidad de los estudios realizados por el autor sobre la época en la que basaba su novela.

A las 14:30 mientras recorría el andén diez para subir al tren; encontró el vagón dos y se acomodó en el asiento que tenía asignado. Descubrió que su vagón estaba vacío, lo que apreció como un beneficio para poder sumergirse en sus pensamientos y disfrutar del resto del viaje.

Un fuerte crujido procedente de los frenos del tren detonó el inicio de la marcha de este. Mecido por el suave traqueteo, Felipe abrió el libro que acababa de comprar y se dispuso a leer, aunque a los cinco minutos se dio por vencido, ya que no podía quitarse a su tía de la cabeza y no estaba concentrado en la lectura. Guardó el libro en su cartera de cuero y sacó uno de los cuadernos de apuntes que había adquirido esa misma mañana, un bolígrafo, un rotulador indeleble de punta fina y el ordenador para comenzar a desarrollar sus notas sobre la historia de su tía.

De igual manera que hacía siempre, procedió al etiquetado de las tapas del cuaderno. Lo identificó como “Beatriz Castro – Tomo 1” y en la primera página del cuaderno anotó la información básica del personaje a estudiar tal y como hacía siempre, solo que en este caso era mucho más sencillo que otras veces o eso le parecía ya que, cuando procedió a desarrollar en el ordenador una pequeña línea temporal con los sucesos de la vida de su tía en el marco histórico de la época en la que ocurrían, se percató de que desconocía bastantes cosas, por lo que fue creando una pequeña lista en su cuaderno de notas para poder completarla, situación que le provocó un sentimiento de culpabilidad al desconocer la vida de su familia.

Cuando se quiso dar cuenta estaban llegando a León y recordó que no había avisado a su padre de la hora de llegada con todo el ajetreo del viaje. Aprovechó a llamar mientras se acercaba al coche restaurante a comprar un refresco y le indicó que llegaría sobre las 16:50. Una vez de vuelta a su asiento, se cruzó en la puerta de cristal del vagón con un caballero de unos ochenta años, con un traje de raya diplomática negro y unos zapatos de charol tan limpios y pulidos que podrías utilizar como espejo. Felipe cedió el paso amablemente al caballero, el cual le saludó dando los buenos días y agradeciendo su gesto con una sonrisa y mirándole fijamente a los ojos. Felipe le cedió el paso quedando impresionado con la presencia y elegancia innata de aquel hombre e intentando comprender por qué le resultaba tan familiar la curiosa figura de este, aunque no recordaba haberle visto en el vagón anteriormente, su cara le resultaba muy familiar, por lo que supuso que se lo habría cruzado en la estación y sin darle más importancia, continuó caminando hacia su asiento sumido en los hechos históricos de su tía cuando encontró que las libretas que había dejado colocadas sobre el asiento contiguo y su cartera estaban colocadas de forma distinta a cómo las había dejado antes de levantarse. Comprobó que no faltase nada y comprobó que continuaba solo en el vagón. En ese mismo instante, se apreció una ligera disminución en la velocidad punta del tren, lo cual le llevo a comprobar el reloj digital adosado en la pared que tenía frente a su asiento y comprobó que era la hora de llegada a la estación, por lo que comenzó a recoger todo el material que tenía disperso por el asiento lo más rápido que pudo y comenzó a dirigirse en la dirección hacia dónde se había ido el caballero del traje para preguntarle si había visto a alguien tocar sus cosas. Antes de poder llegar a recorrer medio tren, este se detuvo y abrió sus puertas, momento en el que Felipe salió como una exhalación al andén y comprobó gracias a su pequeña diferencia de altura sobre la media a ver si veía a aquel caballero mientras se dirigía a la salida. En aquel momento un hombre embutido en su bufanda y con el cuello de un abrigo de paño subido cubriendo su cara le interceptó en el vestíbulo.

SINOPSIS

La vida de Felipe no dista mucho de la de cualquier historiador; da clases en la universidad y le gusta pasar las horas en la biblioteca nacional en busca de nuevos personajes sobre los que estudiar. Sin embargo, su vida está a punto de dar un giro inesperado. Lo que se suponía que era una simple recopilación de datos de la historia familiar, se convertirá en una apasionante carrera rodeada de peligros recorriendo algunos acontecimientos de la historia del último siglo en busca de la verdad.

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