SINOPSIS NOVELA

Cuando el avezado periodista marplatense Eduardo Bazán decide escribir su primera novela, es abordado por un intrigante personaje, perteneciente a un grupo denominado “Imaginarios”. Comienza así una búsqueda con la intención de develar quiénes son y qué quieren. Independientemente de estas acciones, dos niños corren por una calle donde el silencio se ha enseñoreado de todo. Los dos hermanos van tras una luz muy visible en el espacio, que se acerca cada vez más a la Tierra.

La acción obliga al periodista a conocer el trasfondo de una verdad ineludible: se ha producido una “guerra en los cielos”. El “Origen de todas las Cosas” ha decidido eliminar la raza humana, ya que no ha cumplido con los objetivos propuestos en su creación. Sus dos mejores mariscales entran en conflicto. Luzbel es el único que cree en los humanos.

Y es allí donde nuestro antihéroe se ve envuelto en una vorágine de aventuras. En medio de este furor, su profunda vocación de escritor, lo llevan a narrar estos sucesos. Comienza su novela y en el primer párrafo establece una relación con la acción de los niños, quienes aparecen en capítulos cortos, entremezclados con el guión original.

Se desarrollan nuevos personajes de Imaginarios, trasladando los hechos a las ciudades de Tandil, Alta Gracia y Buenos Aires. Una poderosa organización paramilitar trata de eliminar a todos sus integrantes. Sólo Bazán puede entender el porqué. La luz cegadora llega.

Sentado ante su escritorio, armando los escritos para darle un buen final a su novela, siente el perturbador silencio de su primer capítulo. La eterna lucha entre el bien y el mal está presente en la obra. Dos mundos contrapuestos que se unen en un “ahora” sorprendente.

Un periodista de vieja data, junto a varios personajes inolvidables, dan vida a un thriller fantástico: La caída del Ángel.

PREFACIO

“Haber escrito algo que te deja como un fusil disparado, que aún se sacude y humea, haberte vaciado por entero de vos mismo, pues no solo has descargado lo que sabés de vos mismo, sino también los que sospechas y supones, así como tus estremecimientos, tus fantasmas, tu vida inconsciente y haberlo hecho con sostenida fatiga y tensión, con constante cautela, temblores, repentinos descubrimientos y fracasos, haberlo hecho de modo que toda la vida se concentrara en ese punto…” Cesare Pavese (1908-1950) – Escritor, poeta y filósofo italiano

CAPÍTULO 1

“En cada niño nace la humanidad.” – Jacinto Benavente (1866-1954)

LA LUZ

La luz: cegadora, blanca, intensa… siempre la luz. Melisa corría delante. Su paso, veloz, se ajustaba al de Nicolás que venía detrás. Pequeñas gotas de sudor enmarcaban su frente, pero no podía dejar de correr. La mochila de la escuela le molestaba y cada tanto, sin dejar de marchar, se acomodaba la ropa para sentirse mejor. Nico, a sólo unos metros, también comenzaba a cansarse. Llevaba el guardapolvo blanco manchado por el revolcón de hacía unos minutos. Pero tampoco él podía, ni quería parar.

CAPÍTULO 2

“Somos lo que narramos y, a la vez, somos narrados por otros. – Valeria Sardi (1971)

NARRAR ES IDENTIFICARSE

El cigarrillo se había consumido casi sin ser fumado. Apagué la colilla en el cenicero, tomé el paquete, lo puse en la campera y con ella en la mano dejé todo como estaba. Salí a la Editorial. El portazo de la puerta de vidrio, conmovió a los que estaban más cerca. El cartel con mi nombre: Eduardo Bazán – Redacción, tembló por la inercia. Ceñudo y bastante molesto, saludé casi en murmullos. Pero… vayamos atrás unos minutos.

Llevaba años de escribir. Como periodista de una agencia de noticias, con una experiencia que rayaba los cuarenta años, mi oficio era ese: escribir. Realizaba mi trabajo a conciencia porque saboreaba la satisfacción que me brindaba. No lo veía difícil. Había que concentrarse e incentivar la imaginación hasta que cada párrafo, por más pequeño que fuera, se insertara en el relato. Narrar, contar, informar. La vida diaria debía convertirse en eso, noticia escrita para que los demás pudieran apasionarse y transformar la lectura en algo propio, en algo de que hablar.

Lo había logrado. ¡Sí que lo había logrado! Años de amaneceres fríos y lluviosos buscando la noticia. Calurosos veranos bajo el ardiente sol detrás de un comentario. Dinero que se iba tras los acostumbrados informantes, que poco a poco me imponían la necesidad de descubrir al falso del legítimo, y un montón de experiencias más.Todas con el correr del tiempo, fueron adaptándose a mis normas, que dieron buenos resultados, pero cansancios infinitos.

Cada ser humano tiene su historia escondida. Y cuando uno es lo bastante paciente, puede acabar conociéndola. En mi trabajo, sobre todo es útil. Contar la naturaleza del hombre es un ejercicio apasionante, noble hasta lo irreal por sus actitudes positivas, pero desolado y triste cuando se desnuda el alma y aparecen los horrores. El ser humano es capaz de realizar las acciones más sublimes, pero también las más aborrecibles.

En todo este tiempo de redactor, había visto demasiado: héroes anónimos que habían dado su vida por los demás sin pedir nada a cambio. Pero también atrocidades que despertaban el temor hacia lo irracional en lo profundo de mi ser. Todo siempre estuvo allí. Está allí, dentro de nosotros. Lo bueno y lo malo. Fuerzas contrapuestas, el bien y el mal, la armonía y el caos.

Dejé el cigarrillo sobre el cenicero y me estiré sobre la silla. Mi pensamiento se elevaba como esa pequeña columna de humo que se retorcía gris y anhelante buscando las alturas. Recorrí el cuarto con mi vista: mi cuarto de redacción.Todo un compendio de mí mismo.Aunque el edificio de dos pisos era bastante moderno, mi lugar de trabajo no lo era tanto. Era eso, muy mío. La doble ventana de la esquina me dejaba ver el balcón y sobre él, casi toda la “Avenida de Los Tilos”. En esta época del año, con sus árboles sin hojas, me hacía acordar a los versos de María Wernike que tan bien cantó Luciana, allá por los 70´. Pero más acá, casi debajo de mí, la ciudad bullía, desordenada y atrapante, con su propia vida latiendo sin importarle nada más.

La biblioteca, abarrotada de libros que ya sobrepasaban su capacidad, se había vuelto un gran compendio. La era tecnológica me había alcanzado, pero todavía confiaba en la lectura de los libros impresos. Ellos siempre me habían sido fieles, como yo a ellos. El piso de madera lustrada, concordaba con mi viejo escritorio de nogal, grande y cómodo. Allí se reunían los mil rastros de la última investigación. El secreter, con su tapa corrediza, guardaba las cosas de mayor importancia. Y estaba el sillón, el viejo y querido sillón; ese que más de una vez fue compañero de quimeras. Sobre él, había creado los mejores escritos, y sobre él, ahora, estaba pensando muy en serio: “Las narraciones forman parte de nuestra cultura. Somos lo que narramos y, a la vez, somos narrados por otros. La narración modela nuestra forma de estar en el mundo, según cómo narremos nuestra experiencia vital podremos saber cómo somos…”

Estas palabras de la Lic. Valeria Sardi, las había leído hacía tiempo, no sé donde, pero las tenía conmigo en una carpeta de borradores. Un “toque” magistral había quedado grabado en mi: “Somos lo que narramos…” La frase rondaba mi cabeza desde el primer momento en que la descubrí. ¿Sería tal vez la necesidad de contar algo que no fuera la realidad cotidiana de todos los días, o había algo más? Todo había comenzado con muy poco, un sueño. Un sueño que casi se volvería premonitorio. No tenía nada que explicar, ni nadie a quien convencer, pero notaba que empezaba a gestarse en mi interior algo que palpitaba por salir. No estaba seguro si podría hacerlo. Lo que si sabía era que iba a intentarlo. No hay nada nuevo bajo el sol, reza la sentencia. Todo ha sido hecho ya antes, sin embargo me propuse averiguarlo.

Necesitaba un buen café y si le sumaba algunas gotas de licor, mejor todavía. La cabeza hervía de pensamientos y quería aclarar las cosas. Así que, pegando un portazo salí. Bajé las escaleras desde el segundo piso, apresurado y veloz. Con mis 55 encima funcionaba bien. Salí a la calle y el pandemónium del tránsito me golpeó de lleno: bocinazos, rumor de automóviles, sirenas a lo lejos, en fin… la ciudad de todos los días. Me paré en seco para acostumbrarme al nuevo fenómeno y luego de unos segundos comencé a caminar hacia el viejo café de la esquina. Crucé la Diagonal, pasé por el Paseo de los Artesanos y entré. El ambiente cálido y acogedor se hizo sentir de inmediato.

Los viejos clientes siempre estaban allí. Me contaba entre ellos. Los saludos, las charlas, las últimas novedades, todo fue hecho como siempre. Me senté en mi rincón preferido, pasando la barra de entrada con vista a la calle. Cuando Lorena -la camarera-, me trajo el café con cognac, supo a maravillas. Aletargándome un poco por esa sensación de bienestar que me embargaba, me dejé estar. Reflexionando, me di cuenta que el tema en cuestión de la escritura comenzaba a tener forma. Algo que siempre había considerado y mucho.

CAPÍTULO 3

“No siempre somos capaces de ver la realidad de nuestra realidad.” – Marina Castañeda (1956)

IMAGINARIOS

Apenas había terminado de dar vueltas a esas ideas, cuando una sombra tapó la luz que entraba por el ventanal y la voz me sacó de mi ensoñación.

—¿Me puedo sentar?

El hombre, casi de mi edad, de altura superior a la mía, tenía la tez pálida, con una sombra de barba negra sobre su rostro. Los ojos inquisidores, el pelo lacio castaño y achatado hacia atrás. Una mandíbula redondeada, denotaba un carácter disciplinado. Se encontraba de pie delante de la mesa. Usaba lentes sin marco. Un viejo gabán abotonado dejaba entrever una camisa azul y los zapatones gastados revelaban mucho trajinar. Sus manos grandes, de dedos largos, sensitivos, se mostraban nerviosas; encerraban una carpeta marrón. Lo estudié hasta que al sentirlo molesto, le hice un ademán y corriendo la silla frente a mí se sentó.

Tengo algo para Usted —dijo. Y extendiendo el cartapacio lo abrió y comenzó a sacar varias hojas manuscritas.

Me las tendió y comencé a hojearlas. La escritura apretada, difícil, denotaba tal vez incertidumbre.

—¿Quién es Ud.?

Por ahora eso no importa —contestó.

—¿Qué quiere decir con no importa?

—¡Eso mismo, no importa!¡Todo a su tiempo!

—¿Qué es esto?—comenté en voz baja.

—Algo que debe saber, algo de lo que debe enterarse.

—A qué se refiere —inquirí—.¿De qué se trata?

—Cuando termine de leerlo, Ud. me buscará y me encontrará. Y cuando lo haga, hablaremos, pero no ahora, no aquí. Recuerde, la moralidad no existe, existe la moral.

Se levantó rápido. Dejó un pendrive sobre las hojas. Pequeño, insignificante, pero… como más tarde comprobaría, ¡cuánta carga emocional llevaba dentro!

Pegó media vuelta y cuando quise acordarme ya casi había traspuesto la puerta de entrada. Rápido, casi choco con un mozo que llevaba una bandeja cargada, salí a la vereda, pero se había perdido entre la gente que a esa hora caminaba por la plaza. Entré, me senté despacio, terminé de tomar el café y me dispuse a leer el manuscrito.

Lo primero que leí fue: 1.- La Gran Guerra había comenzado – Centuria I

«¡Perdiste Eduardo…! Te encontraste con un excéntrico que te deja una narración de ciencia ficción. ¡Qué bárbaro! ¿Quién sería? ¿Qué querría?»

Me obligué a seguir leyendo:

El Portador de Luz fue el favorito, el más glorioso e iluminado de toda la Creación, hasta que algo lo llevó a rebelarse contra el Origen de Todas las Cosas, dirigiendo una revuelta en El Cielo que culminó en una guerra angelical. ¿Luzbel se reveló porque deseaba derrocar a Dios y obtener el poderío celestial? Existen dogmáticos que suponen otra teoría: el misterio de la Divina Encarnación. Les fue revelado a los ángeles y todas las jerarquías celestiales debían postrarse ante su gloria. Pero… ¿sería esto cierto?

2.- El Gran Mito – Centuria IV

¿Cuál fue el primer texto donde comenzó a hablarse de Lucifer? La respuesta es: en la Vulgata, la traducción al latín de la Biblia en hebreo, transcripción hecha por San Jerónimo a finales del siglo IV. Así se originó el verso: “¿Cómo caíste del cielo, oh Lucifer, hijo de la Aurora?”, verso que acarreó el nacimiento del mito y de todas las miles de páginas que a lo largo de la historia se habrían de producir en torno a dicho ¿equívoco? Pero debemos considerar que al insertar el nombre, se presentaban diferentes variantes muy convenientes: Opacar y en cierto modo cristianizar el mito grecorromano del dios menor Lucifer, hijo de la diosa Aurora y de la misma Venus. Desacreditar al muy influyente Lucifer, un obispo pagano de la Iglesia Romana. Hacer que las palabras cobraran más fuerza a través de un pasaje del Antiguo Testamento. Brindar a la Iglesia mayor poder de control sobre sus fieles al exaltar la virtud de la humildad, a partir de la construcción del poderoso mito del ángel que descendió por su rebeldía. Al final la traducción de San Jerónimo, originó un enorme problema teológico. No resulta extraño entonces, que se hayan generado dudas, confusiones e incertidumbre.

3.- La realidad de la verdad – Centuria XI

El nombre que se da a los ángeles caídos, hace referencia a Lucifer. La enseñanza autorizada de la Iglesia sobre este tópico, se plasma en los decretos del Cuarto Concilio de Letrán (1215/1216). Aquí en forma clara se establece que el Diablo y los otros demonios son criaturas espirituales o angélicas creadas por Dios en un estado de inocencia y que se volvieron malvados por un acto de su propia voluntad. La doctrina que se puede inferir, proveyó un tema fructífero para la especulación teológica de los Padres Escolásticos y Teólogos, quienes trataron el tema en forma exhaustiva. Por otra parte, también ha sido objeto de muchas opiniones equivocadas y heréticas, algunas de las cuales deben su origen a sistemas de ocultismo pre-cristiano. En años más recientes, los racionalistas rechazaron la doctrina de plano, intentando mostrar que el Judaísmo y la Cristiandad la tomaron prestada de sistemas religiosos externos, presentándola como una forma de desarrollo natural del Animismo primitivo.

4.- Inteligencia Vigilante – Centuria XXI

¿Cuál fue la naturaleza del pecado de los ángeles rebeldes? Sería el tope de la enajenación, preferir la oscuridad en vez de la luz, el mal en vez del bien. Parecería que sólo puede ser explicado como ignorancia o la influencia de alguna sobrecogedora pasión. Pero la mayoría de estas explicaciones se ven imposibilitadas por los poderes y la perfección de la naturaleza angélica. Independientemente de los dones y poderes que le puedan ser conferidos al más alto de los príncipes celestiales, él todavía estaría apartado por una distancia infinita de la plenitud del Poder y la Majestad de Dios, de modo que una rebelión exitosa, implicaría una imposibilidad absoluta. Además, los más altos de los ángeles, por razones de su mayor iluminación intelectual, deben tener clarísimo conocimiento de esta completa imposibilidad de llegar a la igualdad con el Origen de Todas las Cosas. Lo que ha sido dicho hasta ahora puede bastar para mostrar el papel que ha desempeñado el Diablo en la historia humana: persecución, racionalismo, superstición, fanatismo y exacerbación. Sería bastante malo si todas estas fuerzas actuaran en forma separada y sin objetivo definido, pero… ¿los peligros de la situación no son acrecentados cuando todos ellos pueden ser instaurados y administrados por inteligencias vigilantes y hostiles?

Imaginarios

“La moralidad no existe, existe la moral”. ¿Qué querría decir con eso… y las “inteligencias vigilantes y hostiles”? Guardé todas las hojas en la carpeta, puse el pendrive en el bolsillo superior de la campera, pagué el café y salí hacia la plaza

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS