Capítulo I –
La Plata, Buenos Aires, 1989.
Cada noche, alrededor de las tres de la madrugada, el Sargento Balcarce se quedaba dormido escuchando la radio portátil. La música lo ayudaba a relajarse durante la tediosa guardia en el edificio policial de las calles 72 y 137 en la Capital de la Provincia.Total, ahí sí que nunca venía nadie. Desde que el suegro le había conseguido esa changa extra, sólo había habido acción una vez, cuando dos micros se pegaron fuerte en la ruta. Fue impresionante sí. Hacía tres meses que estaba allí y esperaba con ansias poder dejar, aunque la situación económica y política del país no era la mejor. El Presidente anterior había entregado el Gobierno antes de tiempo y el nuevo estaba apuntando para el lado contrario al que todos esperaban. Por eso, antes de renunciar prefería sacar pecho y dejar sus temores en la puerta de entrada del viejo edificio.
– ¡Vamos hombre, por algo sos Policía! repetía Javier Balcarce. Pero esto era diferente. Una cosa era la calle, los tiros y hasta los muertos, pero otra, estar ahí a la noche, poca luz, olor a humedad, pasillos grandes, techos altos, eco del más mínimo sonido, el viento que golpeaba las enormes ventanas de postigones medio sueltos. De cero a siete y de viernes a domingo, el joven policía hacía guardia, caminaba un poco, pegaba una recorrida, miraba que todo estuviera en su lugar con cierto recelo. Después se sentaba en un viejo pero comodísimo sillón de pana gastada color tabaco, en el hall de entrada detrás de un escritorio de pesado roble y múltiples rayones. No se necesitaba más. Los que estaban afuera no querían entrar y los que ya habían entrado, descasaban para siempre. No daban problemas, pero sí le causaba escalofríos imaginar lo que pasaba una vez que los llevaban al subsuelo, donde estaba aquella helada sala a la que nunca quiso entrar.
El Doctor Díaz Aguirre, Médico Forense también dormía en las guardias, pero en la piecita del entrepiso. Cuando pasó lo de los micros hacía siete semanas que Javier Balcarce trabajaba allí. Él abrió la puerta y saludó con respeto. Los otros policías entraron doce bolsas negras cerradas y las llevaron al subsuelo. Se persignó tantas veces como pudo, rogando por las almas de los embolsados, y pidiendo ser valiente para volver al otro día. Eso no le gustaba. En los cuatro años en la Fuerza, nada le había impactado tanto.
A partir de entonces sufría pesadillas. Se despertaba sobresaltado, transpirado, y su mujer le comentaba que solía gritar y decir cosas entre sueños. Ella estaba agradecida de que su padre, Comisario de la Bonaerense, le hubiese ayudado a Javier a conseguir este trabajo adicional. Esther trabajaba en la zapatería de las calles 8 y 51 y entre los dos sumaban para vivir decorosamente y llegar a fin de mes. Querían terminar la casita antes de tener un bebé, por eso Javier aceptó esta guardia; mal lugar, mal horario, pero como le dijo su esposa:
– Ahí nadie te va a mandonear ni tratar mal. Vas, estás, salís, cobrás. Y capaz alguna noche tenés que abrir la puerta. Hasta podés dormir mientras. Te llevás el termo, la radio, un mantita. Qué riesgo vas a correr? La calle es más peligrosa.
Si ella supiera la causa de sus pesadillas y terrores se reiría, pensaba Javier. Mejor no comentarle que a veces cuando cerraba los ojos se le presentaban figuras como las del video Trhillerde Michael Jackson (1) que no paraban de pasar en la tele.
Había comenzado a lloviznar y el viento frío golpeaba cada tanto los postigones haciendo poner más nervioso a Balcarce. La luz parpadeó y puso la mano en el arma. Todo se normalizó. Pero el guardia seguía muy nervioso. No podía sentarse en su sillón como hacía habitualmente. Tomó coraje y caminó hacia el pasillo del fondo. Le pareció escuchar un murmullo y quedó paralizado. Dudó en avanzar o retroceder, en pedir apoyo. Recordó lo de enero en el Cuartel de La Tablada, y el ascenso que el Gobernador Cafiero le había concedido en una Ceremonia con Honores gracias a su coraje. Sacó pecho y dobló en ese recodo más oscuro que lo habitual, el que lindaba con el patio trasero. Le pareció ver unas figuras blancas que se alejaban rápido, medio distorsionadas en la imagen que reflejaba el vidrio sucio del ventanal. Dio la voz de alto, caminó en dirección a lo que había visto, y no encontró nada. Su corazón latía muy rápido y las piernas se aflojaban. Los dientes apretados le hacían doler la mandíbula y el arma se movía de arriba abajo al ritmo del temblor de las manos. Un chirrido en la misma dirección en la que las sombras se alejaron lo hizo retroceder tres pasos y con miedo a girar prefirió seguir adelante, con la gorra pegada a la frente por el sudor. Nada. Sólo las paredes, vacías, frías, sucias. El viento que seguía agitando los postigos, y Balcarce muerto de terror, persignándose. Corrió agitado, con los ojos desorbitados a ver al Forense que casualmente estaba despierto. Tartamudeando le explicó al Doctor que los fantasmas de los muertos que él tenía en la sala del subsuelo, andaban por el edificio, que él los había visto, los había escuchado y perseguido. El doctor le dio un tranquilizante y le explicó que todo el alboroto lo había causado el viento. Pero Balcarce insistió conque algo extraño sucedía, qué él había visto algo blanco, allí donde no hay cortinas. Por la mañana se presentó a sus superiores y solicitó el relevo. El Doctor Díaz Aguirre respaldó su pedido, alegando shock emocional y alucinaciones.
La Plata, Buenos Aires, 2018.
Casi treinta años le llevó al Inspector Javier Balcarce, volver a interesarse en el hecho de aquella fría noche de otoño, cuando los fantasmas lo acorralaron en su trabajo de guardia en la morgue de La Plata. Hacía poco más de un mes, empapado de la torrencial lluvia de mayo, se refugió en el Café El Lobo, con toldo blanco y azul de la calle arbolada del bosque, los colores de su querido Gimnasia. Pidió un té con limón, previendo un resfrío ineludible. Sobre una silla, quizás olvidado, quizás abandonado, encontró un diario enrollado desprolijamente. Había tormenta para rato y él no tenía apuro. Como siempre, las noticias policiales eran las que más le atraían. El título en la columna decía: EL VIEJO CASO DE LA MUERTE DE LAS PRIMAS. El artículo era una crónica de un hecho nunca esclarecido, sucedido en 1989.
Cuando era nuevito en la Fuerza, pensó el actual Inspector de Policía. Entre sorbo y sorbo, leyó con atención el desarrollo que hacía el cronista, especialista en policiales nunca resueltos. Manera de escribir pavadas, repetía cada vez que encontraba una de esas notas, para él superficiales, carentes de fundamento y conocimiento. Pero igual las leía, aunque fuese para criticar y darse cuenta de todo lo que podía la imaginación: Culpa nuestra, por inútiles. Si se resolviesen los casos, ninguno de estos tipos escribiría porquerías insistía ante sus subordinados habitualmente, cuando veían por televisión los relatos de los analistas criminales egresados de la Facultad de Periodismo, sin más conocimiento del tema que el de preguntar mucho e investigar poco.
Nada recordaba sobre las primas halladas muertas en la bañadera de su casa. En realidad, en aquél tiempo estaba más abocado a las guardias, poco tenía que ver él con la investigación. Era la época de joven cuando hacía consigna en la calle, y por un tiempito había tenido la changa en la morgue. ¡Qué julepe! Nunca se arrepintió de haberse ido. La licencia fue por unos meses y una vez recuperado, de vuelta a la calle, nada de muertos, ni fantasmas, ni ruidos raros. A la calle, con los vivos, con el sol y con el ruido.
Por la ventana del café veía los nubarrones cada vez más negros, los paraguas techaban la calle, y los autos levantaban tsunamis al borde de las aceras. ¡Agua para rato!, le dijo el mozo cuando le trajo el segundo té, esta vez con pan y manteca para acompañar. Balcarce leía la crónica que reflotaba la historia de dos chicas, primas entre sí, que habiéndolas hallado muertas a ambas en la bañadera de la casa donde vivían solas, nunca se había podido aclarar la causa. Se hablaba de pacto suicida, de homicidio, de accidente. Lo llamativo del caso había sido que los cuerpos presentaban unas dos semanas de descomposición; sin embargo, las muchachas habían sido vistas con vida, e incluso una de ellas atendida por un médico, la noche anterior al hallazgo. Se sospechó de un novio, se habló de una serpiente venenosa, se investigó un escape de gas. Las autopsias no llegaron a nada. Tiempo después, cuando el investigador a cargo quiso reabrir el caso, los corazones de las primas habían desaparecido misteriosamente de la morgue, en la Ciudad de La Plata.
(1) Hace referencia a la canción y video Trhiller (Terrorífico). Michael Jackson, EE.UU., 1982
SINOPSIS. El Inspector Javier Balcarce encuentra casualmente un diario en la silla de un café y se interesa en un artículo sobre un viejo caso policial irresuelto. Balcarce, movido por una sospecha, treinta años después, intenta reconstruir la historia, plagada de mitos, misterios y supersticiones. Dos muchachas fueron encontradas muertas en la bañadera; el deceso se produjo sin causa aparente. La descomposición de los cuerpos, mostraba al menos dos semanas desde el suceso. Sin embargo las jóvenes, que vivían solas, habían sido vistas con vida la noche anterior al descubrimiento de los cadáveres. Los testimonios contradecían la pericia policial, que no pudo establecer ninguna conclusión. Se caratuló la causa como “Muerte accidental por inhalación de monóxido de carbono” aunque la ventana del baño no estaba del todo cerrada. El misterio fue creciendo entre los vecinos, se tejieron mil historias, fantasmas, apariciones, voces, movimientos extraños, y sorpresivamente, otras muertes en la propiedad horizontal donde habitaban las mujeres. Poco después, los corazones de las chicas, pruebas que podrían quizás haber develado la causa de las muertes, habían desaparecido de la morgue. Otro misterio. El caso quedó irresuelto, cayó en el olvido de las crónicas policiales y se archivó definitivamente. Pero Balcarce recuerda un hecho que lo tuvo como protagonista, e intuye que no fue ajeno a esta intriga. Cuando treinta años después intenta investigar, encuentra un barrio donde las nuevas generaciones heredan la historia, se apropian de terrores y de fantasmas. Todo resulta adecuado para disparar su imaginación y ponderar sus fantasías. Los espíritus de las chicas siguen acosándolos, con hechos paranormales. Así, la trama crece desde la imaginación popular, la que se desvanece al internarse en su propia inconsistencia, hasta llegar a una explicación racional.
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