ÉL ES PARTE DE MI PERIODO AZUL

ÉL ES PARTE DE MI PERIODO AZUL

Agostina Biritos

13/02/2018

Crónica de las mentiras que dijo, las mentiras que dije y las verdades que solo confesamos al final.

RESEÑA: Una historia de amor nacida desde el Rock and Roll

Inspirado en hechos reales

Pista 1: Hola, Te amo

Él tiene el pelo azul. Sí, azul. Un rabioso y artificial color azul que casi te lastima los ojos de tan brillante. Dos anillos en el lado izquierdo de la nariz y uno en el labio inferior. Tatuajes casi tantos como pecas en la nariz y la espalda. Una cicatriz enorme le recorre la mejilla derecha siguiendo la línea de la mandíbula y le da un aspecto torturado. No terminó la secundaria. ¿Y yo? Bueno yo soy una “nena bien”, mamá y papá siguen casados después de 30 años y por supuesto tengo un título universitario. Bien dicen que los opuestos se atraen. Pero la atracción es tan superflua, efímera. Es como una estrella fugaz. Cuando desaparece el cielo vuelve a quedar oscuro, y es como si nunca hubiera existido. No deja rastros, no hay memorias. Son las cosas que tenemos en común lo que realmente cuenta. Eso es lo que nos une indisoluble e inevitablemente. Lo que nos transforma en una estrella binaria. En nuestro caso era la música. Esa era la masa común alrededor de la cual estos dos cuerpos celestes que éramos él y yo orbitábamos. El infame Rock and Roll.

Nos conocimos hace un año. Ese Julio de 2017 fui a visitar a un amigo, Martin, que se fue a vivir a California un tiempo atrás. Y en la ciudad de Los Ángeles encontré un demonio.

La noche de mi llegada salimos a tomar algo. Martin estaba ansioso por mostrarme los mejores lugares de la ciudad y aunque el jet lag me estaba matando accedí. Llegamos a una calle muy animada, llena de gente que hablaba a los gritos para hacerse oír sobre el volumen altísimo de la música que salía de los bares y restaurantes. En una esquina había un antro con pocas luces y las paredes llenas de graffiti. No parecía uno de los más populares o concurridos de la cuadra pero esa estética rockera de los 90’ para una amante del grunge como yo es difícil de ignorar. Una pared de casi 5 metros llena de fotos de artistas famosos que lo habían visitado en otros tiempos me terminó por convencer. El lugar tenía historia y tenía personalidad. Ahí, le dije a Martin, ahí quiero ir. Y todavía parada en el medio de la calle a medio camino del barcito que había elegido visitar mi primera noche en Los Ángeles lo vi.

Lo vi y sí ¿Por qué mentir? Me encantó. El pelo azul, los tatuajes que le invadían todo el cuerpo ganando cada vez más terreno sobre esa piel perfecta, su forma de caminar, la guitarra en una mano y el cigarrillo en la otra. La sonrisa.

Me vio mirándolo y me guiñó un ojo. Desvié la mirada cohibida y me puse a hablar con mi amigo para disimular. Pero podía sentir que todavía me miraba y eso me gustaba. Martin me dijo que entráramos y yo lo seguí. Me di vuelta rápido pero el chico de pelo azul ya no estaba ahí. Se me borró la sonrisa. Pero sólo durante cinco minutos porque una vez que flanqueamos la entrada y nos acercamos a la barra para pedir el primer trago de la noche ahí estaba de nuevo. Preparando un Gin Tonic con una camisa negra desprendida que le dejaba el pecho oscurecido de tinta al descubierto.

Seguro estaba roja como un tomate pero tratando de fingir indiferencia me apoyé sobre la barra para gritarle mi pedido. Se me acercó desde el otro lado hasta que casi se tocaron nuestras narices y antes de que pudiera decirle que quería un Jack Daniels él se me adelantó:

-Hola, Te amo.

-Perdón ¿Qué?

Una sonrisa de nene travieso y me señaló un parlante que había encima del mostrador.

-La canción. ¿Te gusta The Doors?

-Ah- me quería morir de vergüenza. La verdad no había prestado atención, tan concentrada estaba en él y su pelo azul. Pero ahora que me lo decía podía escuchar el registro poético y casi dramático de Jim Morrison que parecía recitar con esa cadencia mística tan característica suya -¿No me vas a decir tu nombre?- Esa era la línea que seguía de la canción pero ahora también era algo que yo estaba interesada en saber.

-Te gusta The Doors- ahora era una afirmación. -No me gusta mi nombre. Además me parece que los nombres son una construcción social aburrida y asfixiante. Un grillete más que te ponen tus viejos desde el momento en que naces para afirmar un sentido injustificado de posesión sobre tu individualidad, privándote de tomar tus propias decisiones como seguramente querrán seguir haciendo el resto de tu vida hasta que seas vos el que rompa las cadenas y busque su propio camino.

Qué cantidad de boludeces dice este chico, es lo que hubiera pensado cualquiera. Pero la verdad es que cuando él lo decía no sonaba pretencioso. Al margen de que claro yo no era una autoridad imparcial en el asunto. Pero de verdad no parecía el discursito ensayado de un hippie insufrible que se cree la reencarnación del Che Guevara. Sonaba sincero porque él te miraba a los ojos cuando lo decía y porque él no usaba máscara. Él no se avergonzaba de lo que pensaba y no tenía miedo de decirlo a cualquiera que quisiera escuchar. Admiro ese valor. Yo más que nadie sé lo que es tener que quedarse callado en un grupo de amigos porque si decís eso o escuchas esa música, van a pensar que sos “raro”

-Prefiero un apodo, me parece más honesto. A mi todos me dicen Blu’- y se señaló el pelo levantando los hombros ligeramente en un gesto de disculpa que parecía decir: Si ya sé, re original.

-Blu. Me gusta. Yo soy…- y le dije mi nombre. Sí como figura en el pasaporte. Segura de que si volvíamos a vernos él se iba a encargar de proporcionarme el apodo. Tenía razón.

-Mucho gusto, … y bienvenida a Los Ángeles-

Y ese fue el principio.

Esa noche hablamos de todo. De música más que nada. Me contó que tenía una banda y que tocaban en ese mismo bar algunas noches. Dijo que su sueño era escribir una canción que se volviera famosa pero que no pudiera ser reclamada por la cultura dominante. Creo que lo entendí. Esas canciones que todos cantan pero de las que sólo algunos pueden realmente entender la letra. Y antes de que nos despidiéramos me dijo que no me enamorara de él porque iba a morir joven. A los 27.

Todo por esa leyenda que circula en el mundo del Rock and Roll. El club de los 27 está formado por un grupo de músicos que murió a esa edad y que además comparten la particularidad de haber dejado este mundo en circunstancias especialmente trágicas y rodeados de alcohol, drogas y excesos.

Lo miré entre escéptica y curiosa -¿Y cuántos años tenés?

Me dijo su edad y yo me reí. -Faltan 3 semanas entonces-

-Corrección faltan 27 días-

¿De verdad nos habíamos conocido exactamente 27 días antes de su vigésimo octavo cumpleaños?

Si era una broma no me parecía de buen gusto. Le respondí en tono cortante:

-No tenés mucho tiempo entonces.

-Suficiente.

Todavía no sabía si me estaba haciendo una broma o hablaba en serio. Pero me miró con esos ojazos azules que combinaban con su pelo y dejé de hacerme preguntas. Esos ojos que me habían gustado desde el primer minuto. Porque me encanta el color del cielo y porque no me gustan los días nublados. En mi razonamiento pensé que si pudiera mirarlo a él siempre a los ojos nunca iba a volver a estar triste. Pero ya me había equivocado antes.

-Hagamos que cuente.

Continuará…

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