De entre todos los habitantes de la ciudad, Vanina podría parecer afortunada, pues pertenecía a una de las familias patricias más importantes, sin embargo, ella no se lo consideraba para nada en absoluto. Era una joven de diecinueve años a la que la suerte le había otorgado la bendición u maldición de la belleza. Esbelta, de piel blanca sin llegar a ser pálida; el pelo negro y ondulado rematando en unos perfectos rizos y unos oscuros ojos redondos que parecían mirar al vacío. Todo esto hacía de Vanina una valiosa mercancía para su familia, un mero objeto diplomático que debía cumplir su cometido. Casarse; sus padres le habían arreglado un matrimonio con el hijo de una familia de comerciantes, que, a pesar de no ser patricia, era la más rica de todas. Si se casaba con aquel chico ególatra, mal educado y consentido, según sus pensamientos, su familia obtendría una cuantiosa fortuna y tratos comerciales, mientras que la de su futuro marido el estatus de noble, la honra, como solía decir su padre. Además, que el pretendiente al que había visto solo dos veces no fuese precisamente muy agradable a la vista y un corto no ayudaba demasiado.

Esto no era lo peor, pues Vanina era una chica noble distinta al resto, mientras que las otras solo ansiaban parecer bellas e ir a banquetes, bailes y demás entretenimientos pudientes, ella prefería hacer algo extraño, leer. Así es, era una gran lectora y no de novelas románticas precisamente; a Vanina le apasionaba la magia y los relatos de los invocadores famosos, siendo su favorito el legendario Duflaine, del que poseía un conocimiento casi enciclopédico. Si por ella fuese, se dedicaría de pleno al estudio de la magia, pero solo los guardias santos de La senda del Rector podían aprenderla, y ese no era trabajo para una noble, pues combatir a seres extraños y patrullar durante la noche no estaba muy bien visto por los patricios básicamente porque se tenía que renunciar al apellido y a todos los bienes que conllevaba.

Ni tan siquiera recordaba el nombre de su futuro marido, probablemente debido al desprecio que manaba de ella. Todo el mundo pensaba que era una chica educada y correcta que nunca había cometido ninguna trastada ni escapada. La realidad era contraria, bajo esa falsa apariencia se escondía un alma curiosa y rebelde. Como siempre obedecía en todo a sus padres, estos se habían creído que la Vanina perfecta fruto de su educación existía. La realidad era que no le gustaba nada su vida ni los quería porque, desde el principio, habían deseado un varón, un heredero. Lo que ella más anhelaba sin duda era a Jean, su secreto.

Lo había conocido en uno de los canales de la ciudad, donde le encantaba leer ya que el sonido del agua, la madera de las balsas y las canciones de los barqueros la ayudaban totalmente a abstraerse y sumergirse en el libro. Él la había abordado preguntándole qué estaba leyendo. Pensaba que, si aquel día hubiese ido vestida con su pudiente ropa habitual, Jean no se habría ni acercado.

Era un chico de su edad, alto y atlético, su pelo era castaño rizoso y lo llevaba corto, pues trabajaba de panadero en el negocio de sus padres y sudaba mucho. Vanina siempre recordaría aquel día porque estaba leyendo: Tratado de eones y otras invocaciones porque la había interrumpido cuando Duflaine hablaba de La emperatriz del bosque Sat— en— Aras.

Ella le contestó sin expresividad alguna sin apartar la vista del libro, fue entonces cuando Jean le dijo:

— Yo no sé leer, y es raro que una chica normal sepa.

Desde aquel día comenzó a enseñarle a leer a escondidas, al terminar la primera semana le confesó quién era y él al principio se lo tomó a broma, pero cuando vio que Vanina hablaba enserio se asustó. Si llegaban a verlo con ella podría ser un gran problema, pero esto solo sirvió para acrecentar el interés de ambos del uno por el otro, hasta que al final, tras verse en secreto varias veces, se besaron.

Cuando Jean se enteró del futuro matrimonio de Vanina se derrumbó, pero acordaron fugarse de la ciudad. Ella robaría todo el dinero que pudiese de su familia y escaparían juntos de la República Belisia hacia cualquier lugar el Imperio Valtio, gran enemigo de la república. Hasta este punto era capaz de llegar.

Jean, eres lo más bonito que me ha pasado en la vida.

Decidieron reunirse durante la noche, pues ninguno de los dos creía en lo que decían los religiosos de La Senda del Rector, que las criaturas de la oscuridad, portadoras del mal, vagaban cuando el alba yace escondida en busca de víctimas. Estos dos jóvenes ingenuos pensaban que la prohibición de salir durante la noche se debía a motivos políticos para mantener a los ciudadanos controlados tras la última guerra. Meros cuentos de terror.

Es aquí donde comienza nuestra historia porque Vanina, pese a todo lo que había leído desconocía que muchas historias de terror son reales.

Caminaba deslizándose por las calles poco iluminadas lo más arrimada a la pared, si era silenciosa sería muy difícil toparse con un guardia. El corazón golpeaba su pecho como herrero el yunque. Se había dado cuenta de que era la primera vez que se adentraba sola y sin la guardia de su casa en la noche y entonces supo que tenía que ser producto de un dios oscuro, aquella ciudad que tanto le gustaba parecía un mundo distinto donde reinaban las tinieblas.

Algo iba mal, no era capaz a encontrar el camino, lo cual era imposible debido a que se sabía las calles de memoria. Se sentía atrapada en un laberinto de paredes desnudas; ya con el rostro exangüe, se detuvo a descansar y a calmarse, aún tenía tiempo. Jean estaría en el lugar pactado esperándola con su pequeña barca. Intentó tranquilizarse cuando se le despertó la paranoia, aquellas historias de monstruos vagando durante la noche era un invento de los religiosos.

Si en verdad existen tales criaturas, se oirían ruidos de combate de los guardias contra estas, y nunca ha pasado nada parecido. Ni destrozos, ni muertes… nada

Fue entonces cuando se dio cuenta de que no había avanzado en absoluto, pese a todos los callejones recorridos y rodeos que había dado, siempre llegaba a la misma calle, una que no conocía. Probablemente no lo había percibido producto de su prisa y cansancio.

Oyó un ruido a su espalda, como si alguien hubiese tirado un saco de harina desde un tercer piso, un golpe seco, se volvió.

Nada.

¿Había sido imaginación suya?, en un principio pensó que sí. Hasta que se vio rodeada de paredes. La calle había encogido y no había una salida visible, tan solo unos viejos muros de ladrillo, el suelo se había vuelto totalmente negro.

Una enorme figura se incorporó a su espalda, pudo oír cómo aquello estiraba una parte de su cuerpo. Si lo descubrió fue porque varias gotas de saliva habían caído en su hombro. Quiso volverse, ver aquello, pero no pudo. Su cuerpo no era ya más que un mar de temblores. Frías y silenciosas lágrimas manaron de sus ojos.

— No quiero morir ahora, quiero ser libre, quiero a Jean— empezó a repetirse en sus adentros como si de un salmo se tratase.

Sintió como unos finos, pero putrefactos dedos la envolvían, con una mano tan grande aquella cosa debía medir por lo menos cuatro metros. Su tacto era frío y mucoso. La levantó dos metros del suelo, ella seguía de espaldas, con los ojos cerrados, ardientes de tanto llorar en silencio, pues no podía ni gritar.

­Jean

Ese habría sido su último pensamiento si no se hubiese caído bruces y rodado unos metros. Un enorme chillido estuvo a punto de reventar sus tímpanos y una sangre negra y pútrida manchó parte de su cuerpo. Vanina logró moverse para ver qué había pasado, pero apenas pudo discernir nada, veía todo borroso y confuso. Tan solo pudo percibir a una figura humana… no, no podía serlo, pues su pelo era blanco e irradiaba terror, combatir a una bestia de unos cuatro metros del color de la arena y con dos protuberancias que parecían alas.

Monstruos…

Cerró los ojos.

Todo había salido bastante bien a pesar de la intervención de la chica. No sabía qué hacía ahí pero incluso él había podido percibir su poder. La joven era una fuente de energía constante, solo que ella no lo sabía.

En un principio se había airado al darse cuenta de que no estaba siguiendo el rastro del noctívago, sino el de una niñata. ¿Qué haría pululando por la noche?, en realidad no le importaba, su intervención le había sido muy útil porque su poder había atraído a la criatura. Al final le había servido como cebo, lo que se significaba trabajo fácil porque si algo lo asqueaba profundamente era tener que perseguir noctívagos, pues a pesar de su tamaño eran muy difíciles de rastrear.

Le cortó el brazo de un tajo bastante firme intentando no herir a la chica. Normalmente no le habría importado, pero temía que, si la mataba, carente de presa, la criatura huiría inmediatamente. No, el noctívago lucharía por cada pedazo de ella porque al ser tan grande, necesitaba grandes dosis de energía mágica para sobrevivir.

La criatura lo miró, si es que podía ver con las cuencas vacías de sus ojos y gruñó enseñando su boca desdentada. Percibió que carecía de la nariz puntiaguda y larga como una aguja que solían tener los de su especie; así como sus alas esqueléticas, que ya no podían volar.

No solo era viejo y poderoso, sino que también sabía emplear hechizos de confusión. Menos mal que el cebo había aparecido, no le apetecía tener una noche larga. Posó el mandoble sobre su hombro con aire provocador, esperando a que la hambrienta criatura atacase.

El noctívago chilló y se abalanzó contra él. Sonrió, hoy iba a volver pronto a casa. Corrió hacia su enemigo dispuesto a dar una estocada, el monstruo supo leer su movimiento y se deslizó torpemente hacia la izquierda. Lo que no contaba es que ese era el plan de su adversario, quién rápidamente y con una sola mano cambió la dirección del golpe y le rajó todo el cuello.

El noctívago cayó ya moribundo y entonces supo la verdad, aquello no era ni uno de los suyos ni un humano, era algo peor. El portador de un mal más antiguo incluso que él mismo, por eso había podido tumbarlo de un solo golpe; y por primera vez en su longeva existencia, tuvo miedo.

— Tú y yo no vamos a divertirnos un poco.

Dicho esto, le clavó una y otra vez la espada en todas y cada una de las partes de su cuerpo hasta que la criatura dejó de chillar. Leithan lo miró disgustado, no había durado ni cinco minutos; al principio había aceptado este trabajo pensando que el noctívago le iba a dar una buena dosis.

— Odio a los que tienen prisa por morir—. Contempló el cadáver del noctívago y pensó que algo tenía que estar pasando en la ciudad para que un ser así se pasease por la noche en aquellas calles. Ya hacía años que no se veía a un monstruo tan grande por la República Belisia.

Cuando se dispuso a irse volvió a ver a la chica, parecía dormir plácidamente pese a estar manchada de sangre. No sabía lo que le iba a esperar cuando recuperase la consciencia. Pensó en despertarla y matarla lentamente allí mismo. El hechizo de confusión todavía iba a durar un tiempo, estaba seguro de que, propinándole meros cortes, aquella niñata sí que iba a darle una dosis decente. ¡Qué más daba que lo hiciese!, Iba a morir torturada de todas formas, al menos, si él la mataba, sería útil.

Volvió a mirarla una vez más, le pareció oír que susurraba un nombre.

— Bah.

Y la oscuridad de las calles lo tragó.

Sinopsis: Vanina es una joven noble descontenta con su vida ya que se siente un simple objeto. Su vida cambia completamente cuando intenta fugarse en un intento desesperado, girando tanto los acontecimientos que acabará teniendo una nueva vida junto a un maestro de magia algo inestable, un afable cocinero orco, una alegre vampiresa y un joven guerrero con el cabello completamente cano cuyo perfil izquierdo de su mandíbula es completamente visible. Vanina deberá tomar un nuevo nombre y enfrentarse a dos fuerzas divinas que escapan a la comprensión humana, a las incansables luchas por el poder político y a su propia venganza personal junto al monstruoso guerrero que fue humano una vez.

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