SINOPSIS:

La novela se desarrolla en un pequeño pueblo de New Jersey, en una comunidad muy selecta del lugar. Allí las damas de la caridad se reúnen en la iglesia para asistir a los mas necesitados, colaborando con dinero y trabajo social. Esta iglesia tiene al frente a un pastor que dirige los trabajos comunitarios de las damas y fiscaliza los ingresos que por donaciones tiene en la cuenta. Nada honesto el pastor mantiene relaciones amorosas con mas de una de esas adineradas damas con el solo fin de aprovecharse de ellas y de la fortuna que sus maridos manejan. En un momento al pastor se le complica la situación ya que varias de esas damas se enteran que no son las únicas en la cama del sujeto, y da comienzo a una serie de intimidaciones, al principio intentando refugiarse en el anonimato, luego, al ver que no resulta, hace uso de la cercanía de la relación con cada una de ellas y trata de persuadirlas con amenazas y violencia.


NOVELA

Por esta época del año, Dunellen se ve hermoso.

Sus calles amplias, sus veredas limpias, las casas con techos a dos aguas de tejas rojas y chimeneas humeantes son un deleite a la vista.

El suburbio de Dunellen, al norte de Jersey, es el mejor lugar para vivir en tranquilidad.

Dunellen tiene una vida activa de viejos habitantes que adoptaron el lugar como propio para disfrutar de su paisaje

y de esa hablada tranquilidad.

Casi todos allí se conocen, muchos ya no están, son sus hijos los que habitaban el lugar y lo hacencon la misma religión que sus antecesores.

Se cuida mucho el espacio, desde el Ayuntamiento tienen un plan permanente de forestación y de cuidado de todos los espacios verdes que allí existen.

Especialmente en esta época del año sus grandes pinares nevados alegran la vida.

Los suaves vientos, la intensa nieve hace del lugar la postal lugareña y también de muchos otros lugares.

Curiosamente en la víspera de Navidad, llegan visitantes de New York para admirar el lugar

y festejar en sus restoranes la llegada del año nuevo.

Muchos adinerados de ese estado cercano a Dunellen, han adquirido propiedades para pasar allí sus días de invierno.

Así es Dunellen, en donde nací, en donde crecí, en donde me forme.

Este Dunellen que cobija dulcemente a todos los que allí eligieron pasar su vida,

lejos del ruido citadino de las grandes urbes comerciales.

Dunellen que en su fundación fue el centro de los granjeros, luego el crecimiento comercial e industrial atrajo gran cantidad de inmigrantes,

todos ellos irlandeses, los que le dieron al pueblo un toque europeo, y que aún continúan con sus tradiciones.

En ese pueblo vivo y creo que en ese pueblo moriré.

Esa mañana desperté sobresaltado, encendí la luz, mire el reloj. Era demasiado temprano, más temprano de lo habitual.

Sentía en mí una inquietud que no podía definir.

Me levante, quede sentado a la orilla de la cama como pensando qué ocurría en mí. No lo supe.

Me incorpore definitivamente, camine hacia el ventanal, corrí las pesadas cortinas de lienzo blanco y pensé: ¿para qué tan pesadas?, ¿cuál era la finalidad?

De inmediato recordé que las había mandado hacer para que los molestos rayos de luz no interrumpieran mi sueño.

Mire hacia la calle, los vidrios estaban mojados, preste atención y vi que caía una fuerte lluvia.

Corría el mes de diciembre, era un invierno frío y húmedo.

Pensé en la distancia que me separaba desde la casa hasta la oficina y me estremecí.

Hice mis ejercicios habituales, dos o tres abdominales, luego unas flexiones, estire las piernas,

me canse rápidamente, no tenía ánimo para seguir

Decididamente me dirigí al baño, puse a correr el agua para darme una ducha reparadora.

Mojado fui hasta la cocina, prepare un café, lo hice bien fuerte, lo necesitaba, o algo en mi lo necesitaba, no lo sé.

Me vestí apresurado como si ya fuera demasiado tarde, tomando el café a sorbos largos mientras me anudaba la corbata,

deje la taza en el vestidor, me puse una chaqueta, luego busque el impermeable y un paraguas y salí decidido a la calle.

Abrí la puerta, la vereda estaba totalmente mojada, sus desniveles formaban charcos.

la lluvia caía pesadamente sobre los adoquines, mantenía un rítmico sonido al hacerlo.

Camine las ocho cuadras que me separaban de la oficina tratando de no mojarme, buscando las llaves para no demorar al llegar al portal.

Ya estaba en la puerta, metí la llave en la cerradura, la gire, se abrió la pesada puerta y entre.

Fue un alivio al hacerlo.

Me dirigí al ascensor marque el número de piso en el que estaba mi oficina.

Mientras fumaba corroboraba algunos datos que tenía como posibles pistas para el caso del que me estaba ocupando.

El ruido de la puerta del ascensor me llego claro.

Preste atención, escuche pasos cortos en el pasillo.

alguien bajo del elevador, los pasos se dirigen hacia la puerta de mi oficina.

Golpean, golpean con insistencia y nerviosismo, me apresuro a abrir, al hacerlo, allí frente a mí, una mujer.

Era alta, de pelo negro, tez blanca, tan blanca como la palidez misma,

manos de dedos largos pero bien formados, ojos azules profundos, labios carnosos, llenos de sensualidad.

De figura bien formada, turgente y provocativa.

Quede impactado.

ella parecía tener miedo, percibí un temblor en su cuerpo que me indicaba su temor.

La hice ingresar, cerrando a sus espaldas la puerta para brindarle cierta seguridad y tranquilidad.

Ofrecí un vaso de agua, le pedí que tomara asiento.

Luego de algunos minutos de silencio, en los que nos miramos como estudiándonos, se animó a hablar.

Me dijo:

–Soy Tyrone Smith.

Me planteó una situación tan común como insólita.

Hacía ya varios meses que la actitud de su marido había cambiado para con ella,

se mostraba agresivo en demasía, había notado que era seguida en todos sus movimientos,

había recibido llamadas telefónicas y cartas amenazantes.

Abrió su bolso y lentamente saco de él unas cartas sujetas con una cinta,

con calma aparente me las ofreció, al tomarlas, las sostuvo firmemente como reteniéndolas para sí, y rápidamente abrió su mano.

Desaté la cinta con cuidado, extraje una carta y leí con detenimiento.

En cada línea se percibía una carga emocional negativa, algo como si quien la escribió estuviera acusándola de sus frustraciones

o haciéndola responsable de algo grave.

Quede en silencio pensando en ello.

Levante la mirada, enfoque directo a sus ojos, la mire fijamente intentando encontrar en ellos algún signo que me orientara en mis pensamientos.

Estaba frente a mí, serena e imperturbable, en un movimiento rápido saco unas gafas oscuras y se las coloco,

se puso de pie, irguió su pecho, me estiro su blanca mano en un saludo, y su voz salió como un susurro.

–Por favor, le encomiendo el caso, siento miedo. Sólo estaré segura si sé que Ud. se ocupa de él.

Le respondí con un movimiento afirmativo de cabeza, y dije:

–Descuide, acepto su caso y le daré el tratamiento necesario para protegerla,

le pido me mantenga informado ante cualquier novedad que Ud. crea imprescindible.

Me levante, salí detrás del escritorio que nos separaba y la acompañé hasta la puerta,

la vi partir con paso firme por el pasillo.

Entré, me senté y quedé inmóvil pensando en las cartas y en la fría actitud de la mujer

que hacía minutos había tenido frente a mí;

parecía tan engañosa como suave, transmitía toda la insidia que la serpiente le dio a Eva.

El primer movimiento que imaginé para dar comienzo a develar este misterio, fue conocer al marido.

Me ocupé de que él no supiera quien era yo, y el porqué de mi interés.

Intenté el primer paso en un encuentro casual que dio resultado.

Fue en un bar cercano a su oficina, por suerte para mi ese bar estaba lleno y el único lugar libre era a su lado.

Me senté, pedí una taza de café, encendí un cigarrillo y abrí lentamente el periódico que tenía en mi mano.

Sabiendo que se dedicaba a movimientos bursátiles, abrí el periódico y lo hice en la página económica.

En voz baja pero audible hacía comentarios, al mismo tiempo que leía, sentía la mirada del sujeto sobre mí.

Me observaba con atención, no sé si por mis rezongos o por querer entablar una charla.

Al final poco importó el motivo, ya que me abordó ofreciendo sus conocimientos de bolsa.

Levanté la vista del periódico y clavé mi mirada en sus ojos.

Me devolvió la mirada sin pestañar y habló pausadamente.

Su voz era grave,tranquila, tenía una calma en su rostro que no dejaba entrever nada que lo pudiera inquietar

o algo que ocultara ex profeso.

Para ello había dos razones.

Una que fuera un gran actor y manejara perfectamente las situaciones emocionales

o que nada lo hiciera sentir mal como para ocultarlo a la vista de las demás personas.

De ninguna de las dos me fie.

–Disculpe Ud., mi nombre es Samuel Garbrield, veo que no tiene claridad en su decisión bursátil, no es tan difícil en estos momentos.

–Mucho gusto, No soy un inversor avezado, en realidad no tengo casi conocimientos en movimientos económicos.

Me dirigió una mirada indulgente a la vez que decía:

–Si me permite, le dejare mi tarjeta de presentación, puede llamarme y con gusto lo asesorare en mi oficina.

Me mostré sorprendido, y pregunte:

–¿Es Ud. economista?

–Si, lo soy. Me dedico exclusivamente a movimientos de bolsa. Intento la mejor inversión para mis clientes.

Me hizo una rápida reseña de lo que podría hacer por mi respecto a las intenciones de inversión y me bombardeo a preguntas.

Manejaba los números con una agilidad inusitada, me sorprendió el amplio conocimiento de los distintos mercados,

de la lógica matemática que aplicaba a cada una de las alternativas que se presentaban para el juego financiero.

En un momento me asusté, ya que mis conocimientos eran tan básicos casi rayanos en la ignorancia. Le contestaba las preguntas con dificultad.

De pronto se da vuelta, me mira fijo a los ojos y me pregunta:

–¿Cuál es su necesidad financiera? Esto es en razón para determinar los pasos a seguir.

Le respondí:

–Si lo cree conveniente, seguiremos esta charla en su oficina. Me interesa.

Por favor, ¿podría Ud. escribir esa ecuación financiera que acaba de referir? Por favor.

Y alargue la tarjeta que él mismo me había dado hacia unos instantes.

Garabateo algo y me la devolvió, de inmediatose levantó, me estrecho la mano y acepto mi visita.

Espere unos minutos, llame al camarero, pague mi cuenta, salí a la calle.

Eran pasadas las 11 de la mañana, la ciudad había tomado su pulso normal a pesar de la fría lluvia.

Caminaba presurosa la gente en sus distintas actividades, casi como corriendo, como escapando a las frías gotas de la lluvia.

La calle mojada me invito a caminar, un poco para aclarar mis ideas, ordenar lo sucedido en el café.

Estaba confundido, la impresión causada por el marido de mi cliente no era la que generalmente provoca un acusado.

Todo lo contrario, recordar sus gestos, sus palabras, lo alejaban un poco de la escena que me ocupaba, y que ahora me preocupaba.

Tenía cumplido un paso. La letra de Samuel.

Camine lentamente, sin rumbo fijo.

en un momento me di cuenta que estaba en la plaza general de la ciudad.

Pocas personas se encontraban allí debido a la lluvia,

pero no faltaban los que sacaban a sus perros a pasear,

para que hicieran sus ejercicios diarios

ya que la gran mayoría vivía en edificios de departamentos.

Busque un banco libre, me senté, encendí un cigarrillo, cerré los ojos.

Cualquiera que viera la escena abra pensado que era un pensador,

nada más lejano a la realidad, era tan solo un investigador que por primera vez se encontraba desorientado.

No existía un punto de coincidencia con los dichos de mi cliente,

respecto al supuesto incriminado, su esposo.

No se veía como, habitualmente se muestran, las personas que están perpetrando una conspiración o quieren realizar un ataque a otra, ya sea de mano propia o por encargo. Más me parecía una víctima que un victimario.

nuevamente intente pensar como involucrado directo y no como investigador.

Ya en mi oficina, tome el teléfono, llame a mi cliente,

al otro lado de la línea se escuchó la voz sensual y acariciadora de ella

–Hola.

Tome aire, y dije:

–Sra. Tyrone?

–Si, ella habla.

–Habla Martín, el investigador

–Ud. dirá en que puedo ayudar.

–Necesito hablar personalmente del caso con Ud.Me gustaría fuera en su casa.

–Perfecto, respondió ella, que sea el viernes por la tarde.

–Gracias, le respondí, allí estaré casi a las 5 pm.

De inmediato escuche el clic del teléfono cuando ella colgó el auricular.

Me senté, abrí la carpeta que estaba sobre el escritorio, hojee algunas notas que había tomado durante su visita.

Mientras más leía, más me desorientaba,

Deje de preocuparme y pensé que el viernes aclararía varios puntos que me parecían débiles en esta investigación, que no terminaban de convencerme, es como si estuvieran fuera de escena.

El timbre del teléfono me saco del pensamiento.

Respondí presuroso, era el japonés de la tintorería avisando que mi traje estaba ya limpio.

Agradecí con una sonrisa y dije que pasaría por su negocio en cuanto tuviera tiempo.

La noche había caído, sin darme cuenta ya habían transcurrido más de 15 horas desde que mi cliente, Tyrone, apareciera en mi oficina.

No podía alejar sus ojos de mi pensamiento,

Tenían un misterioso brillo que resultaba atrapante,

no sé si por su intensidad o por la manera misteriosa de mirar.

Me llamaba la atención el relato hecho por ella.

Una parte era consistente y otra estaba al borde del naufragio.

Había algo, algo intangible que estaba presente pero no lo podía ver.

Intente alejar el caso de mi cabeza y le di paso a las necesidades de mi estómago,

tenía hambre, hacía varias horas que no comía, se me antojo un gran bistec a medio asar con una guarnición de papas y ensaladas diversas,

presuroso me encamine al restorán que habitualmente visitaba,

me senté y le hice al mesero mi pedido.

Más parecía el pedido de un hambriento que el de un hombre casi normal.

Disfrute de mi cena y de un exquisito vino,

al borde de la saciedad pedí mi acostumbrado café fuerte,

cuando éste llego, encendí un cigarrillo y nuevamente vino el caso a mi mente.

En la paz del lugar, pude ordenar algo en mi cabeza,

para en la mañana siguiente poner en práctica lo que se me había ocurrido mientras cenaba.

Salí del restorán y me dirigí a paso lento a casa, ya no llovía.

Es viernes, a las 5 de la tarde tenía que llegar a la casa de mi cliente, ordene ciertas actividades para desarrollar durante la mañana para tener elementos ciertos y resolver el caso prontamente.

Me dirigí a la cafetería, busque un lugar poco concurrido para disfrutar de mi café.

De pronto, casi como un chispazo, apareció ante mí el rostro de mi cliente, claramente vi la sonrisa oculta en sus labios cuando hablaba encendidamente de su esposo, posible agresor.

Apure mi café, salí casi corriendo, pare un taxi y le di la dirección de las oficinas de Samuel, el esposo de mi cliente.

Subí las escaleras hasta el primer piso, en donde se encuentran las oficinas de Inversiones y Movimientos Bursátiles, me acerque a la recepción y a la secretaria le dije que venía a ver a Samuel Garbrield.

Levanto el teléfono, dio mi nombre, seguidamente me pidió que pasara a la oficina que se encuentra al final del pasillo.

Oficinas exquisitamente decoradas, con moblaje de estilo, y cortinados de brocado que realzaban el ambiente.

Se abrió la puerta de la oficina y allí apareció Samuel, quien con amabilidad me invito a pasar cerrando a mis espaldas la pesada puerta.

Mantuvimos una charla animada, y cordial.

Siempre uso su tono calmo de quien intenta convencer a su posible cliente.

Le pedí que me escuchara un solo momento, y le dije:

–Samuel, mi presencia aquí obedece a una investigación que estoy realizando.

Me miro sorprendido y respondió:

–¿Puedo saber qué tipo de investigación Ud. lleva a cabo?, ¿Por qué recurre a mí?

–He sido contratado por la Sra. Smith para investigarlo a Ud., ya que, de acuerdo a sus dichos, teme por su seguridad pensando en un atentado a su persona.

No se inmuto en absoluto al escuchar mis palabras, su rostro permanecía impasible y su mirada se fijó más atenta en mí. pregunto:

–¿Y de qué manera puedo yo colaborar con su investigación?

–Simplemente aportando datos y respondiendo alguna de mis preguntas, siempre que Ud. lo crea conveniente para aclarar la situación.

Se quedó un momento pensativo, como analizando mis palabras y respondió:

–Sr., no me molesta responder a sus preguntas, no tengo nada que ocultar y si he sido mencionada por la Sra. Tyrone Smith, que es mi esposa, también me interesa darle claridad a este asunto.

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