UNO

Todo comenzó cuando al desmantelar el retablo hallamos el cadáver momificado de un hombre…

Por aquel tiempo fui nombrado asesor y supervisor de las iniciativas que los diferentes agentes de acción pastoral proponen sobre la ejecución de obras de mantenimiento, rehabilitación y restauración de los bienes muebles e inmuebles de carácter histórico artístico dependiente de la archidiócesis.

Mi formación en historia y en la gestión del patrimonio cultural además de mi condición de sacerdote, debió influir en el arzobispado a la hora de decidirse por el candidato a ocupar el puesto vacante dejado por el antecesor en el cargo tras su repentino fallecimiento.

Mi primer cometido fue la supervisión de los trabajos de restauración del imponente retablo ubicado en la iglesia del convento de Las Siete Palabras de Sevilla.

Recuerdo que los trabajos comenzaron una lloviznosa mañana de lunes y en la espadaña de la iglesia un reloj secular marcaba las ocho, no obstante consulté mi reloj de pulsera confirmando en el cotejo que la inveterada artesanía relojera no ha de estar reñida con la tecnología helvética y que llegaba puntual a la cita con Jacinto Renovales, a la sazón jefe del equipo de restauración…

Era patente el deterioro que sufría el retablo por los siglos de exposición al humo de los cirios y a los vapores del incienso; efluvios que en connubio con la humedad y la erosión provocada por el paso del tiempo, abrieron grietas y desprendieron la policromía de gran parte de su superficie.

—Será indispensable desmantelarlo—dijo Jacinto Renovales —, muchas tablas necesitan aditamentos nuevos, además de que en la caravista es posible no ver anomalía alguna y, sin embargo, los interiores pueden presentar graves problemas de deterioro.

— ¿Qué lectura arrojan los termohigrómetros?—pregunté yo.

—Han resultado alarmantes las variaciones en los valores de humedad, junto con el polvo acumulado ha propiciado el ataque de los xilófagos.

— ¿Anobium punctatum?

—Sí, señor: nuestra amiga la carcoma. Propongo la aplicación de Xilamón y el sellado de los orificios con resina Araldit SV-400. Toda la madera vista, es decir, la que por su ubicación aparece sin policromar ni dorar, se impregnaría con insecticida a base de permetrina, que tiene efecto curativo y preventivo… ¿qué opina usted?

—Estoy de acuerdo, nos conviene realizar los trabajos in situ, para que la madera no sufra más de lo necesario con los cambios bruscos de temperatura y aquí no podemos realizar una desinsectación por anoxia, así que por lo que a mí respecta me parece bien.

Una vez anclada la estructura de andamiaje se procedió con el desmantelado y clasificación de las piezas quecomponen el retablo y que supuso una ardua tarea, puesto que a diferencia de los retablos góticos de estructura sencilla y carácter planimétrico articulada generalmente en cuerpo central, guardapolvo y banco, los de estilo barroco, como era el caso, adoptan estructuras complejas, con una composición arquitectónica formada por multitud de piezas ensambladas entre sí; un auténtico rompecabezas que requería de orden y método para garantizar una reunificación de las partes lo más fiel posible a su estado primigenio.

Bajaron, sujeto con cinchas como en un redivivo descendimiento en el Gólgota, el crucificado que culmina el ático. Jacinto Renovales se ajustó las gafas al caballete de la nariz, apartó con una brocha el polvo acumulado en una zona de la escultura y dobló el cuello torculado de una lámpara orientando el foco de luz para examinar la talla con detenimiento. El Cristo estaba cubierto de telaraña, más enmarañada en la corona de espinas y en los relieves del pañolón que oculta las pudendas partes; diríase que la telaraña amenazaba cubrir la efigie en su totalidad para formar una crisálida, una cápsula continente del corpus caeleste como un imago latente que aguarda el momento de la metamorfosis y con ella el resurgir, la ecdisis, el renacer, la resurrección de la carne…

Una capa de polvo vedaba la trilingüe sentencia que aparece escrita en el Titulus cruci y la carnación, resquebrajada y ausente de estofado en algunas zonas, dejaba al descubierto la madera horadada por los insectos anóbidos, dotando a la figura de una apariencia lazarina…

A continuación bajaron el resto de las imágenes que conforman el calvario (y que al igual que el Cristo están realizadas según las leyes de perspectiva de Vitrubio, siendo las esculturas de mayor tamaño conforme se alejan del observador) y que son dos: María, de pose genuflexa y doliente, vestida con una aristada túnica color sangre y tocada con un manto negro que acrecienta aún más la palidez de su compungido rostro; tiene María los brazos extendidos y las palmas de las manos vueltas hacia arriba como símbolo de resignación… del pecho sobresale la empuñadura y un dedo de la hoja de un puñal: único trozo impenetrado en la sin mácula carne que busca lacerante elcamino hacia el desolado corazón.

Y Juan, el discípulo amado, a la izquierda del crucificado y a la derecha de quien observa la escena. Tiene el discípulo un aire amanerado, atenuado quizás por un bigotito ralo y pubescente que traza una línea breve y apenas visible por encima del labio.

La expresión de angustia reflejada en su rostro está acentuada por la disposición oblicua de las cejas que enarcan unos ojos arrasados. El cabello es un prodigio del manejo de la gubia que hábilmente barrenó y caracoleó la madera tallando una auténtica cascada de rizos que cae por los hombros como suele ser característico en la iconografía sanjuanista, así como la pierna izquierda adelantada que genera en la figura un acusado chiasmo o contrapposto…

Durante semanas se desarbolaron metopas, triglifos, pedestales, columnas y molduras como si de un gigantesco loculus o stomachion de Arquímedes se tratara…

Una vez desmontada la impresionante estructura de catorce metros de altura y cuando se procedió a retirar la predela encontramos el cuerpo. Su estado de conservación era asombroso, como sucede con los restos de San Carlos Borromeo que viera (transido, debo reconocerlo), en tiempos de seminario, en la cripta de la catedral de Milán, o con Catalina de Bolonia, mostrada seduto in trono o como tantos otros que, aun encontrándose en lugares con excesiva humedad, fueron hallados muchos años después del óbito con el frescor de la vida en el semblante.

El interfecto estaba vestido con un jubón pardo, una camisa de lienzo y unas calzas amarillas; llevaba puesto un mandil de cuero, estaba calzado con unas botas altas de piel de becerro y tenía atada a la cintura una bolsa que contenía herramientas propias para el desempeño de la labor de ensamblador.

Advertimos que presentaba una fractura en la base del cráneo por la que había manado una abundante hemorragia a juzgar por la gran mancha pardo-negruzca improntada en el piso.

—Pudo haber caído por el hueco que queda entre el muro y el retablo cuando realizaba, probablemente, alguna reparación o modificación sobre la obra ya terminada—especuló Renovales—, supongo que intentarían sacarlo pero, como es obvio, no lo consiguieron. La verdad es que no debió haber sido tarea fácil a tenor de la cantidad de pernos que anclan el retablo al muro. Caer caería con relativa facilidad empujado por la fuerza de la gravedad, pero el subirlo debió ser harina de otro costal porque en este retablo, como todos sabemos, resulta casi imposible retirar una parte sin desmontar previamente el resto de la estructura. Así que para sacarlo de allí tenían que desmantelarlo prácticamente todo.

Imagínense: el retablo por fin terminado, encolado y claveteado ¿cuánto tiempo se empleó en su construcción, cuatro, cinco años tal vez? demasiado trabajo para echarlo todo abajo…

—Si en sagrado yace —expuse yo—sea pues su sepultura, habrían acordado… Además, mucho me temo que no murió en el acto, pues tiene aferrada una cruz en su mano derecha como si se hubiera encomendado al Señor en el último hálito que le quedó de vida…

—Desde luego parece plausible—admitió Renovales—aunque, como es lógico, cabe la posibilidad de que nadie se percatara de que había caído allí.

¿Estábamos ante el cuerpo de un hombre que vivió en el siglo diecisiete y que trabajó en la elaboración del retablo?

Teníamos la certeza de que el retablo no había sido movido de su sitio desde la fecha que aparece escrita en un pedestal y que dice:

“Acabose/IHS/MAR/ (ia).Anno de 1643.

¿Estaba allí desde entonces?

Despejamos las dudas cuando al registrar sus ropas hallamos en una faltriquera, junto con algunas monedas (cuatro reales de a ocho de plata) que parecían recién acuñadas y que estaban en circulación en el siglo diecisiete), un documento manuscrito en papel de culebrilla, en el que pudimos leer lo siguiente:

(Sic) Sepan quantas esta ca bieren como yo Diego de Olivares maestro ensamblador vecino de Olivares otorgo y doy carta de pago ael convento priora y monjas de Las Divinas Palabras desta ciudad de Sevilla de nueve mil e setecientos reales por tantos se concertó un rretablo de madera para el altar mayor de dho convento que tengo acabado y puesto según las condiciones de la escritura de concierto que sobre ello se otorgó toda la cual dha cantidad me doy por satisfecho y entregado porque con mil e cien reales que ahora e rrecivido me la tienen pagada y satisfha en diferentes beces y partidas de que tengo dadas cartas de pago a diez y seis días de mil seis cientos y cuarenta y tres.

Informé al arzobispo del macabro descubrimiento y despaché con las autoridades competentes para que procedieran según el protocolo establecido, siendo trasladado el cuerpo al Instituto de Antropología Forense donde sería sometido a un exhaustivo examen que arrojaría información relevante sobre el paciente y las causas de su muerte…

Sor María de la Cruz, madre superiora del convento de Las Divinas Palabras, tiene la expresión severa y despectiva y su mirada es celeste y acuosa, como si una turba de llantos acumulados durante toda su vida estuviera a punto de prorrumpir en cualquier momento por sus pálidas mejillas. Y aunque aparentemente está desprovista del más mínimo atisbo de humanidad, por su aspecto adusto, frío y puritano que recuerda al retrato de la monja Jerónima de la Fuente que retratara el genial Velazquez, es en realidad, persona de trato afable y actitud bondadosa: ejemplo vivo de que a veces las apariencias engañan.

Solicité permiso para estudiar los archivos de la congregación, solicitud que fue aceptada sin restricción alguna por la madre superiora, aunque con manifiesta desaprobación por parte de Sor Ágata, la archivera, a quien no parecía gustarle lo más mínimo que alguien manoseara sus queridos papeles custodiados por ella desde los tiempos de novicia, habida cuenta de que no hacía mucho ya estuvimos fisgoneando en los archivos, cuando emprendimos el proyecto de restauración, no hallando prueba documental de la hechura del retablo debido a un incendio acaecido en 1880 a causa de unas reyertas de insurrectos partidarios del Absolutismo contra afectos al Liberalismo tras la muerte del conde de Floridablanca, porque en dicho incendio se destruyó gran parte de la documentación archivada por la congregación.Se barajaron varios nombres para la autoría pero sin que se llegara a alcanzar claro consenso de los especialistas, puesto que la retabilística fue compleja y muy variada en las escuelas locales. Con los trabajos de restauración esperábamos obtener una información más sólida al respecto… por lo tanto era consciente de que poca o ninguna documentación habría de hallar concerniente al retablo, pero tenía la esperanza de encontrar, en los documentos supervivientes de la fecha, alguna pista que pudiera llevarme a solventar qué ocurrió y si de algún modo indirecto se constató el fallecimiento del malogrado Diego de Olivares; en no pocas ocasiones un documento aparentemente intrascendente nos lleva a otro relevante…

Durante días me imbuí en la tediosa lectura de las anotaciones de los libros de teneduría,los libros de réditos y pagos y toda una vorágine de actas, libretas y legajos de espinosa lectura sin saber qué estaba buscando exactamente.

Por fortuna no tardé demasiado en dar con algo que despertó mi interés: se trataba de un nombre que aparecía en algunos registros del convento como benefactor del mismo y que había donado a la congregación fincas e importantes sumas de dinero destinado a realizar diversos trabajos, como reparaciones en la cubierta o remodelaciones en el refectorio y que, por razones que desconozco, se reseñaron en unos apuntes contables paralelos a la contaduría oficial: una especie de cuenta B, a la que accedí ( es justo reconocerlo), por pura casualidad:

“(…) Don Sebastián Pulido y Pimentel dota a la congregación de Las Divinas Palabras de ocho mil ducados para la decoración mayor de la iglesia.”

¿Era aquella “decoración mayor”la construcción de un retablo y Don Sebastián Pulido y Pimentel su patrocinador?

Cuando regresé a la iglesia el equipo de restauradores ya se había marchado.

Renovales, como tenía por costumbre, se había parado en el bar de la esquina.

— Hay novedades— dijo cuando me vio aparecer por la puerta—, acompáñeme a tomar algo y le cuento… ¿ha probado las anchoas?, son insuperables, caras, pero insuperables. Las traen desde Santoña. Pues bien—dijo al fin—, al proceder con la limpieza dela predela encontré algo curioso. En una primera instancia pensamos que no eran sino simples arañazos en la madera. Después, tras un análisis más detallado vimos que se trataba de letras, cosa que, por otra parte no supone nada extraordinario, a veces, como usted sabe, se encuentran en este tipo de obras grafismos de los propios artistas: anotaciones personales, medidas, cuentas … pero en este caso hay algo diferente, inquietante diría yo.

Con un Bic garrapateó en una servilleta las palabras: “ME ASESINARON…”

—Extraño ¿verdad? No hay duda de que el autor fue el desdichado que encontramos tras el retablo. Escribió el mensaje ayudándose con la cruz de oro que tenía en la mano ¿recuerda? Eso lo podemos afirmar con rotundidad porque observando al microscopio una lasca procedente del graffiti se aprecia claramente trazas de oro. Era lo único que tenía a mano porque como usted pudo comprobar, la bolsa de las herramientas quedó bajo el cuerpo, siéndole imposible, en tan angosto hueco, acceder a ellas, así que, a falta de un punzón o un clavo como más apropiado instrumento caligráfico echó mano de la cruz para escribir el mensaje.

—Asume que no va a vivir mucho tiempo — expuse yo— y quiere asegurarse de que se vengará el crimen, ¡pobre

iluso!, porque aunque le sacasen de allí ¿cómo iba nadie a reparar en el mensaje?, es evidente que estaba completamente aturdido por el terrible golpe y escribe como puede la palabra ME ASESINARON…, pero las fuerzas le abandonan y muere antes de escribir los nombres de sus asesinos.

— ¡Mon Dieu, quel mystére!—farfulló Renovales—, pero vayamos a la iglesia para que lo vea usted mismo.

SINOPSIS

En el proceso de desmontaje para su restauración del retablo ubicado en la iglesia de un convento en Sevilla, es descubierto un cadáver momificado que debió corresponder, según apuntan todos los indicios, a uno de los trabajadores que,en su momento, siglo XVII, procedieron a su ensamblado.

A partir de este enigmático hecho, el protagonista se embarca en una labor detectivesca para averiguar quién fue el malogrado y, lo más importante, cuáles fueron las causas por las que se produjo su muerte, si fue fortuita o, por el contrario, hubo oscuros intereses. La trama requiere de una vuelta al pasado, al momento en que el montaje del retablo tuvo lugar, para averiguar en qué contexto se desenvolvió el fatal acontecimiento. Y aquí es donde se descubrirá la turbulenta historia que los personajes implicados vivieron en ese momento, con una suerte de pactos, suplantaciones de personalidad, engaños y traiciones que reverberan en el presente, atrapando sin remisión a los que ahora se inmiscuyen, en una renovada dinámica criminal en la que nada es lo que parece.

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