Capitulo 1


Ignoro el tiempo que estuvo alojado en mi cabeza el zumbido intermitente y cansino del despertador, por fin alargué el brazo derecho y alcanzando la maquinita digital la golpeé sin querer arrojándola al suelo desde la mesilla de noche, consiguiendo así el silencio que necesitaba.

Otra mañana más en este largo invierno, ¿acaso era lunes hoy? me costaba un mundo saber en qué día vivía, lo que estaba claro es que debía levantarme temprano una vez más.Tardé en apartar la sábana y el nórdico comprado dos meses antes, pero conseguí sentarme en lacama a oscuras todavía.

Pasados un par de minutos me incorporé y, en bragas y camiseta, fui dando tumbos hasta el baño situado frente a la habitación. Cualquiera que me hubiera visto en este estado solo podía pensar que estaba ebria, sin embargo la verdad era que el profundo sueño que me invadía cuando sonó el despertador, aún no me había abandonado.

Abrí la puerta del aseo, palpé el interruptor en un lateral del espejo y la luz iluminó la estancia. Frente al cristal me fijé en la mujer que veía al otro lado, sonreía. Su pelo corto, ensortijado, revuelto, y las marcas de la sábana en su rostro le otorgaban el aspecto de alguien que hubiera estado luchandotoda la noche con un ejército de fantasmas que le impidieran dormir.De golpe me vino a la memoria lo sucedido la noche anterior, despedí a Pablo de casa antes de que se pusiera demasiado pesado e interpretara a su manera la invitación a «tomar una copa arriba».

La verdad es que le debía una desde que se ofreció a ayudarme a llevar a buen término el último proyecto en el que estaba implicada, o más que eso, empantanada. Pensé que la cita en el café Gijón y la posterior invitación a un par de vinos anoche en un lugar de moda cerca del barrio sería suficiente para compensar su esfuerzo profesional.Sin embargo él esperaba algo más, y se puso, digamos nervioso. No es que yo sea una estrecha, es que sencillamente no me apetecía y lo que, en un principio, había comenzado con una conversación relativamente interesante y un mínimo flirteo, se fue convirtiendo con el paso de los minutos en un empalago que rozaba ya la impertinencia y el baboseo, así de sencillo.

Creo que fue un error invitarle a subir a casa y darle pie a pensar que yo sería presa fácil, en fin, ya daba igual. Abrí el grifo del lavabo, esperé a que el agua estuviera templada y humedecí mi cara hasta que poco a poco fui sintiéndome persona otra vez. Acto seguido me di la vuelta y acercándome a la bañera conecté el chorro de la columna hidromasaje, me volví a girar y levantando la tapa del inodoro me desnudé tomando asiento en la taza.Después de tirar de la cadena entré en la ducha y mi cuerpo se perdió entre la humedad y el vapor.

El agua empapaba mi pelo y descendiendo, desde la nuca, exploraba las partes más onduladas de mi anatomía. La zona más erógena de mis pechos se revelaba al contacto con el líquido transparente y éste, resbalando, seguía su camino gravitatorio por el resto de la piel encontrando mis nalgas, o el bello del pubis, antes de desembocar y morir en mis contorneadas piernas.

Después de quince minutos disfrutando cerré la ducha y me escabullí de la mampara envolviéndome en la toalla que me esperaba en el colgador de la pared. Sequé mi cuerpo y con ésta aún enrollada en él fui hacia la cocina a preparar un café.

Recordaba que tendría que estar en la oficina a las diez, tenía comprometida una reunión rutinaria de seguimiento de mis proyectos en la empresa.Aún tenía tiempo para ir tranquila, cargué la cafetera con mimo y la arrimé a uno de los fuegos de inducción, encendí la radio que reposaba en la encimera que separaba la cocina del office y me puse a buscar las noticias locales del tráfico.

Madrid era un desastre, la verborrea del locutor de turno se limitaba a describir el caos circulatorio en la mayoría de las entradas a la ciudad. Habría de llegar un momento en que el alcalde se vería obligado a tomar medidas para limitar la circulación en el centro, vamos, cortar el tráfico. Caótico. Después de escuchar la descripción del laberinto urbano que me esperaba decidí pulsar el dial digital buscando una emisora musical de moda, preparé un zumo de naranja con el exprimidor automático, unas tostadas acompañadas con aceite de oliva y me serví el café que ya gruñía en la cafetera.

Era afortunada al poder disfrutar de un ático de cien metros cuadrados situado en una zona residencial al norte de la gran urbe. La terraza o «mi rincón», como así la llamaba, era lo más parecido a un pequeño y exótico jardín. Había inventado un reducido invernadero en el que hallaban su espacio algunas plantas tropicales, el resto era ocupado por algunas especies más acostumbradas y resistentes al frío invernal o al caluroso y seco verano madrileño.

Abandoné la cocina con la bandeja del desayuno y la apoyé en la pequeña mesa rectangular que lindaba con la cristalera que daba al exterior.Aunque la primavera no andaba lejos, lo avisaban ya los tempraneros brotes de algún frutal, todavía había que ser valiente para salir a desayunar ahí fuera.

Sentada y escuchando la música de un grupo en la radio, de nombre «despistaos», me quedé inmóvil por un momento, sin pensar en nada, mirando a través del cristal, observando ese espacio verde natural ideado por mí y que me trasladaba a un lugar no concreto en una dimensión desconocida.

Bebí otro sorbo de café y empapé en el aceite un trozo de tostada de pan integral.

Transcurrieron diez minutos más. Sin saber por qué, poco a poco, fui centrando mi pensamiento hacia el recuerdo de mi madre. Sentía que no me ocupaba lo suficiente, que a veces podía hacer algo más por ella, en realidad no era así pero no dejaba de reprochármelo a menudo.

Manuel y yo, Julia, los hijos que Dolores tuvo con su marido Alberto, vivíamos felizmente situados en un entorno económico y social acomodado. Mi hermano, dos años mayor, estudió telecomunicaciones en Madrid y era el responsable, junto con otro socio, de una pequeña empresa de dispositivos móviles ubicada en Barcelona. Había contraído matrimonio con una chica mona de un barrio pudiente de esta ciudad y el padre les había regalado un piso en una de las zonas nobles de la misma.Su situación económica era holgada y socialmente no tenían pudor alguno en relacionarse con quien les pudiera interesar.

Yo no tenía hijos, y después de un largo noviazgo, con boda final por todo lo alto y una efímera experiencia conyugal acabada en divorcio exprés, me centré más aún en mi trabajo como respuesta al desengaño matrimonial.

Quizás buscaba ocupar el tiempo sin dejar espacio al ocio, no fuera invadido por los recuerdos de mi vida pasada.

Licenciada en la facultad de Informática de la universidad Complutense de Madrid, y con un expediente académico espléndido, conseguí una beca en una empresa líder dedicada a la consultoría internacional. Ahora, recién cumplidos los treinta y cinco gozaba de una excelente reputación y un buen puesto de primer nivel en la gerencia de la empresa.

Conocí a Fernando en la facultad de Informática, en el primer curso, desde entonces empezamos a salir. Los primeros años de noviazgo fueron poco intensos, no nos veíamos demasiado, cada uno sumergido en sus estudios y dedicando tiempo a su respectiva familia. Solo en los fines de semana se nos veía juntos alguna tarde. Buenos estudiantes y novios correctos, salíamos de vez en cuando con gente de la universidad aunque no se podía decir que formáramos una pandilla. Desde luegoen nuestra relación y de cara al exterior dábamos la impresión de ser la pareja perfecta.Así fueron transcurriendo los cursos, los años y nuestras vidas. Cuándo finalizamos los estudios y después de disfrutar de una beca en Inglaterra para perfeccionar el inglés, decidimos casarnos.

La boda se celebró sin recato monetario alguno y acorde con la condición social de las familias respectivas, que gozaban de una posición económica holgada. «Los Jerónimos» y el Hotel Palace de Madrid fueron lugares de celebración que no defraudaron a los invitados.

Después de un paradisíaco viaje de novios por algunas islas del Océano Índico costeado por los padres de Fernando, la relación conyugal duró un año. Nadie supo con certeza que es lo que falló, acaso pudo ser el compromiso de cada uno con el trabajo lo cual no permitió habituarnos al nuevo estado civil. O quizás la convivencia, no todo el mundo está preparado para ella. Puede que sencillamente nuestro noviazgo fuera poco sincero y con algo de pose para la galería sin existir detrás una sólida y sincera relación.El caso es que tras doce meses de falta de entendimiento, banales discrepancias que se convertían en acaloradas discusiones, simples malentendidos que se transformaban en ofensas, o incluso algunos episodios de celos infundados por parte de Fernando, concluimos de mutuo acuerdo no seguir juntos y nos divorciamos con la máxima rapidez que en ese momento nos permitió la ley.

Recogí la bandeja del desayuno y aparté el plato y la taza dejándolos en la pila, «Maica», la chica que limpiaba a diario el apartamento se ocuparía del resto.

Habían pasado ya tres años desde el divorcio y, unos meses después del mismo, conseguí adquirir el ático donde habíamos vivido los dos. Me hipotequé hasta las cejas y me negué a la ayuda económica que mis padres me ofrecieron.Ya por entonces mi padre no disfrutaba de muy buena salud y no quise añadir más problemas de los que ya existían en la familia en ese momento. También era cierto que al disfrutar de una posición privilegiada en mi empresa no me costaría demasiado esfuerzo económico realizar la inversión yo sola.

Intenté sacudirme mis reflexiones familiares y volver a la cruda realidad de cada día, extraje el portátil del maletín dispuesta a repasar la agenda de hoy.Además de la reunión a las diez de la mañana, el Outlook me indicaba que a las docetenía que impartir una charla sobre metodología de bases de datos y a las cuatro de la tarde otra reunión con la gerencia de otra área de la empresa.La cita al mediodía casi diaria con el gimnasio tenía que ser pospuesta para el día siguiente. Desde luego el Pilates había sido un auténtico descubrimiento en mi vida, estaba convencida de la energía extra que me aportaba para afrontar la rutina semanal.

Volví a mi dormitorio, elegí unas medias negras y me puse un traje de chaqueta color canela que acentuaba aún más mis curvas.

Una vez maquillada y peinada escogí una gabardina del armario, y con el bolso y el portátil en el brazo salí de casa. El ascensor me llevó hasta el segundo sótano del edificio donde me esperaba el Mercedes biplaza que me correspondió tras el reparto de bienes con mi exmarido.

Ya fuera del garaje el vehículo enfiló calle arriba. Aproveché los dos siguientes semáforos en rojo para afianzar el rímel y remarcar la raya de los ojos y, buscando la nacional uno, me integré con la marabunta de coches que se dirigían hacia la vorágine urbana que, a lo lejos, nos esperaba.

Fin del capítulo 1

SINOPSIS de la obra:

Escrita en primera persona y situada en el Madrid actual, Julia (protagonista de la novela) con una carrera profesional en auge en el mundo de las comunicaciones ve truncada su progresión por un episodio, en su rutina diaria, inesperado y degradante.

A raíz de esto y de un encuentro casual, su vida va rotando hacia otro mundo totalmente distinto y sugerente que le va cautivando poco a poco, y que le obliga a tomar una decisión sobre su futuro inmediato.

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