El olvido que recuerdo.

El olvido que recuerdo.

Noise Noise

10/02/2018

Sé que mucha gente mira las nubes intentando buscarle forma, yo miro mi vida intentando exactamente lo mismo. Pensando en retrospectiva, siempre tuve las aspiraciones de una mujer común; casarme, tener una familia, quizás una mascota, pero era difícil comprender de qué manera iba a consolidar ese anhelo, pues todo se fundamenta en el amor, y mi modo de procesar el amor, no era el más sencillo, ni el más solicitado.

Miguel Ángel y yo nos conocimos en la universidad, todos decía que hacíamos una linda pareja, que debíamos casarnos, que debíamos tener hijos y quizás una mascota. Su familia estaba feliz, mi familia ni hablar. Era muy agradable, inspiraba protección, calidez, seguridad. Compartíamos mucho tiempo, en el que conversábamos sobre temas diversos, estábamos de acuerdo en casi todas las conversaciones que surgían en una tarde. Parecía como si pudiera soportarme. Llegamos a conocernos perfectamente y a aceptarnos con amabilidad, sin asperezas ni ánimos de cambiar. Me era grato escucharle relatar con tanta emoción los acontecimientos más importantes de países, de pueblos, de civilizaciones enteras, sentir su euforia al describir la acepción de una teoría confusa, o de las cosas que hubiera hecho diferente si fuera alguien diferente.

Aun con su personalidad y grandes cualidades, algo no terminaba por consolidarse, y para no ser pesimista, lo otorgué al dicho de que “nada es perfecto”, sin indagar a profundidad en el asunto, aunque no era algo posible de ignorar. La cuestión era más clara de lo que hubiera querido. No lo amaba, no había mariposas en el estómago, no había suspiros al silencio a consecuencia de su ausencia, no había una pequeña emoción previa a nuestros encuentros, no se trataba de él, era el hombre ideal y yo no sentía nada, ése era el asunto y no había nada humanamente posible que me permitiera remediarlo.

Pasado un tiempo llegó el impostergable día en que no podía seguir evadiendo los planes de Miguel Ángel , y sin haber planificado meticulosamente cómo decirle que no podía ser parte de su vida, en medio de una cena de aniversario, en el bar de siempre, en un tono moderado y como haciendo un comentario le dije: «ya no podemos seguir estando juntos». Y tras un silencio ensordecedor, él se echó a reír, y lo entendí perfectamente. Era difícil no confundir mi declaración con un chiste. Al cabo de un rato y tras una y mil explicaciones tediosas sobre por qué no podíamos seguir, le pude convencer de que mis aseveraciones eran tan ciertas como la luna llena de aquella noche. El respeto con que manejó la situación fue realmente de admirar, lo comprendió y lo lamentó en órdenes diferentes una y otra vez. Hablamos de temas aislados, y a la vez haciendo un recuento de lo que vivimos hasta el momento, fue como despedirnos limpiamente. No somos amigos actualmente, y creo que sería algo cínico de ser así.

No me sentía herida, dolida, ni urgida… No era tan joven, pero seguía siendo joven, podía esperar, acertar o fracasar, me sentía con tiempo, incluso de perder el tiempo unos años más. Busqué rápidamente la forma de ser independiente en muchos aspectos, pues a pesar de que era feliz siendo como era, muchos a mí alrededor se sentían aludidos. Mi madre seguía sin superar lo de Miguel Ángel, y digamos que en aquellos tiempos nos queríamos un poquito menos, no nos entendíamos mucho. Opté por la distancia como el mejor mediador, y con suerte y algo de tiempo, las cosas podían mejorar.

Por tranquilidad había decidido esperar con mucha calma las mariposas en el estómago, la emoción sin causa aparente, al amor mismo en cualquiera de sus presentaciones. No esperaba un príncipe azul, pero no quería salir con ninguna persona sin estar segura de que realmente estuviera, lo más parecido posible, a enamorada. Me volví cada vez más perfeccionista y a descartar todo en base a fundamentos rebuscados, conseguía excusas en los contextos más inaccesibles, pero afortunadamente me di cuenta de eso y en consenso conmigo misma planteé la posibilidad de simplemente salir con alguien, de no ser tan rígida, de salir con personas por mero placer y nada más.

Una tarde, mientras estaba en el bar de siempre, conversando con mi amiga Marina sobre los preparativos de su boda, entró un rostro conocido, nos saludamos, se trataba de Luis Alejandro, un ex compañero de clases que estaba fuera del país y con el que alguna vez pensé en iniciar una relación, él andaba con unos amigos y yo estaba con Marina, así que no era el momento adecuado para reencontrarnos como tal, sin muchos rodeos quedamos en salir el fin de semana siguiente.

Ese día estaba metida de lleno en el papel de ser indecisa, imprecisa, subjetiva y ambigua. Esto resultaba muy irritante para Marina, pero era mi mejor venganza por todas las horas que llevaba escuchando sobre centros de mesas, ramos de flores y vestidos de novias. Finalmente ella decidió que ya podíamos irnos. Pagó la cuenta, su prometido nos fue a buscar, me dejaron en casa y continuaron su marcha.

Entré a la casa, vi los platos sucios en la cocina, y seguí mi camino a la habitación tan rápido como me fue posible. Miré el techo un largo rato, y proyectaba las determinadas situaciones en general. Me agradaba mi soledad voluntaria, mi espacio permanente, mis platos sucios, mi cama de punta a punta, pero seguía sintiendo que algo faltaba y me dormí tratando de adivinar qué podía ser.

La rutina era mi mal necesario, me destruía y me reconfortaba, era una retroalimentación amoral y justa, pareja pero asimétrica. La semana pasó rápido, entre diligencias, trabajo y lavar los platos finalmente.

No se me apetecía en lo más mínimo salir con Luis Alejandro, pero se suponía que solo saldría con él por salir, por pasar el rato, o simplemente como excusa para ir al bar, que realmente era como un mar de posibilidades, donde las penas se aproximan a ser ahogadas. Esto último me convenció, así que sin pensar más en la indisposición, le escribí un mensaje para confirmar el encuentro. Ese día salí unos minutos antes del trabajo, sin embargo al llegar al bar, ya él estaba ahí y tenía una mesa reservada. Desde la entrada le sonreí como señal de que ya lo había ubicado, me fui a sentar con él, al principio charlamos gratamente, me contó lo que había sido de su vida mientras estuvo fuera, los planes que tenía en marcha. Hablamos poco de mí, gracias a mis evasivas constantes, solo se habló lo necesario para llegar al momento donde él constata que no salgo con nadie, acerca su silla y me habla muy de cerca hasta conseguir un corto beso.

Fue algo precipitado y mi incomodidad fue evidente, él lo pudo notar. La conversación se tornó aburrida, sentía como si estuviera con Marina hablando de la boda, quería irme y no sabía cómo decirle sin que pareciera que estaba huyendo. Estábamos en una misma mesa, él esforzándose por captar mi interés y yo, solo veía el cuadro que estaba detrás de él, que era pálido, abstracto, inexpresivo y daba la impresión de que no estaba terminado. La media noche puso fin a su monologo, había sido fatal, no había puesto ni una pizca de mi parte para intentar establecer una conexión con Luis Alejandro, fortalecer al menos una amistad del pasado. Salimos del bar, y quedamos en vernos en algún otro momento, pero por ese día había sido suficiente, por lo que decidí irme caminando sola a casa.

La semana comenzó muy pesada, y el clima de esa tarde iba muy bien con mi desgana. Antes de irme a la casa, quise pasar por un nuevo bar que estaba en mi ruta, había escuchado que no estaba nada mal, que había buena música y se podía pasar un buen rato. Al entrar tuve un leve presentimiento, que me hizo dudar un poco, desde la entrada podía verse una densa nube de humo flotar en el aire y de fondo se podía escuchar I Won’t Forget de poison, entonces pasé, me senté en una mesa que estaba desocupada, aún era temprano y por ser jueves o por estar lloviendo mucho, habían pocas personas ahogando sus penas.

Dejé mi bolso en la mesa, me quité la chaqueta que estaba un poco húmeda y pedí una cerveza. Eché un vistazo, y pese a que no buscaba a alguien en particular, el resultado es que no había algo mejor a la canción que aún estaba sonando, canté el coro mientras volvía a mi mesa. Me preguntaba a mí misma cuánto tiempo debía pasar para dejar tantos prejuicios, y volvía a tararear el coro… pensaba un poco en lo que había pasado con Luis Alejandro aquella, todavía era pronto para escribirle, había pasado semana y media, todavía faltaba para poder verle a la cara y no sentirme avergonzada por haber sido tan apática.

Pedí otra cerveza y quedé conmigo misma en que luego de esa me marcharía, seguía lloviendo mucho, pero emborracharme un jueves por la tarde, no era parte del itinerario, esperaría el fin de semana y quizás saldría con Marina, si es que ya me había perdonado por no ir a su boda, le había escrito varias veces, pero no me contestaba. ¡Ni que fuera para tanto! Las bodas, los bautizos, los funerales, no son de mis eventos favoritos, y ella lo sabia, pero de todas formas aproveche para escribírselo, por si ya lo había olvidado, ya ni esperaba una respuesta, así que al menos quería molestarla un poco más, para que decidiera si me iba a odiar por siempre o me iba a hablar de una vez.

Ese día sentía como si hubiera pasado tres años con gripes, seguía con desgana, siempre analizaba cada cosa, era como una enfermiza obsesión en conseguirle un defecto a todo, estaba un poco molesta conmigo misma. Entre trago y trago, me entretuve un buen rato pensando en mi patético presente y quise ir por otra cerveza, pero al sentarme nuevamente, mi mirada se encontró con un misterioso desconocido. Se sentó en la barra, pidió un trago y colocó su chaqueta en la silla de al lado, y parecía que estuviera esperando a alguien, como si reservara el lugar. Era alto, de cabello medio liso, medio castaño, no podía ver desde mi lugar el color de sus ojos, pero de lejos se notaba que era muy simpático, lo que me hizo incomodar un poco, me apenaba tan siquiera levantarme para ir al baño, me había atrapado con esa mirada intimidante, ya no pensaba en mis desgracias, algo estaba pasando en ese justo momento.

Deseaba de forma relativa que terminara de llegar a quien esperaba. Seguí tomando largos tragos de cerveza y fingía que miraba a otra parte, pero en el momento en que le clavaba una mirada, él volteaba y veía que le estaba mirando, lo sabía por la media sonrisa que venía luego. Ya había pasado varias veces y me comenzaba a sentir muy tonta. Por un momento me distraje leyendo un afiche en la pared, y cuando le busqué con la mirada ya él no estaba, al menos no en el mismo lugar, ahora estaba frente a mí. Me miró muy sonriente, y casi inmediatamente dijo –me llamo Diego. y preguntó si podía sentarse, en ese momento sonaba Everytime You Go Away, No pude pronunciar palabra, pero mi lenguaje corporal accedía a su petición. Charlamos por largo rato, sus ojos eran color miel, su sonrisa era su mayor atractivo, y el cabello era liso, solo que un poco desaliñado porque estaba húmedo. Nos mirábamos, reíamos, había una extraña complicidad para hacerle una mala juagada a la desdicha que normalmente hubiera profesado la noche.

Contó que tenía poco tiempo viviendo en la ciudad, le gustaban los niños, quizás las mascotas y era casado, muy a mi pesar, pero intenté no pensar mucho en eso, específicamente en eso de que estaba casado. Seguíamos tomando, hablábamos de los pensum universitarios inconclusos, las relaciones infructíferas y cómo era la vida de una mujer de veinti-tantos, que vive con su gato y una terrible forma de ser.

Su encanto era inminente, parecía más una habilidad adquirida por medio de mucha práctica, se me hacía imposible pensar que se le daba de forma natural. El tiempo había pasado muy rápido, las cervezas comenzaban a manifestar sus efectos, al menos en mí, que ya me había tomado varias antes de que él llegara, quizás por eso no paraba de hablar, le contaba de Miguel Ángel, de Marina y su matrimonio, de mi madre, de mi gato, de mi trabajo…en un movimiento brusco él acercó su silla a la mía y me beso, y aunque fue más un “cállate” que un beso, no pode ser indiferente. Ahí estaban las mariposas, la emoción, la torpeza hecha mujer. La cordura no tardó en regresar. Me levanté y salí casi corriendo al baño, me lavé la cara, me miré en el espejo, me dije “loca” varias veces, me maquillé nuevamente, recogí el cabello, me sequé el sudor y me rocié perfume y salí. Él venía de la barra con dos cervezas, las dejó en la mesa y me dijo que bailáramos, estaba sonando In The Air Tonight , no era lo más bailable que había sonado en oda la noche, pero quizás solo era una excusa para que nos abrazáramos, ya casi amanecía y una despedida se aproximaba.

El rodeó mi espalda con sus brazos, tocaba mi rostro con su nariz, me acariciaba el cabello, y luego colocaba mi cara contra su pecho. Mi corazón latía muy fuerte, no entendía todos esos sentimientos desbordados por aquel simpático hombre que estaba en mi vida desde hacía cuatro horas, podía ser un asesino en serie, un estafador, quizás roncaba, era esquizofrénico, no podía saberlo, ni quería saberlo, en ese momento él era perfecto. Me sentía como una adolescente y él estaba como pez en el agua.

La canción terminó y fue I Want to know what love is , lo que inició la conversación final. Le dije que era tarde, que me tenía que marchar. Él seguía mirándome fijamente, como memorizando mi rostro, en comparación a mí, él no se veía nada ebrio, o normalmente era así, no lo sé, cuatro horas era poco tiempo para conocer mucho a alguien, pero antes de despedirme ya le comenzaba a extrañar. Nos tomamos de la mano, salimos del bar, él se ofreció a llevarme a mi casa, le insistí que vivía cerca, que no era problema, además ya estaba amaneciendo. Pude convencerlo de irme sola, no sin antes intercambiar números telefónicos. Él se fue desdibujando mientras caminábamos en direcciones opuestas. Me sentí muy tonta por ser tan racional, y en esa particular ocasión sentí la enorme necesidad de preguntarme: ¿por qué simplemente no me acosté con él? Llegué a casa, coloqué mi bolso en el piso, dejé el abrigo en el mueble, me quité toda la ropa y me metí bajo las frías sábanas, abracé mi almohada, aun olía a cerveza, con humo de cigarrillo y su perfume aparecía de a ratos, al igual que su rostro en mi mente. Me dormí con un gesto de sonrisa.

Ese día me levanté casi de noche, miré mi celular esperando un mensaje suyo, inútilmente claro, él era casado, era yo quien debía dar ese paso estando ya en conocimiento de su situación, eso según mi análisis enfermizo de siempre. No sabía si era feliz , pero ¿qué importaba eso?, ¡estaba casado!, y eso me hacía sentir una especie de lástima hacia mí misma y también sentía pena por una mujer a la que no conocía, solo por pensar en acostarme con su marido. No se me daban esas cosas, quizás ese era el motivo de que a mis veinte muchos me haya dedicado de lleno al trabajo, a la lectura, y a buscar una relación atípica por no querer acoplarme a los estándares existentes.

Era una holgazana organizada, se me era difícil olvidarme de los procedimientos que rigen cada acción, o dicho más claro, se me era difícil acostarme con ese hombre, y también se me era difícil negarme si se llegase a presentar nuevamente la oportunidad. Opté por olvidar el asunto, por sumergirme en el trabajo, quedarme más horas en la oficina, llegar cansada y dormirme. Funcionó bien todos esos días. Terminó venciéndome el hastío otra vez, y en esta ocasión llamé a mi amiga Marina, quien por cierto ya me hablaba, justo cuando dejé de escribir, ella decidió que perdonarme, con unas cuantas condiciones que no pienso cumplir, pero debía decirle que sí. Ella accedió a acompañarme al bar, a nuevo bar, esta vez sentía necesario ahogar cierta pena. Quería contarle todo a Marina y cerrar el caso. Había mucha gente esta vez, y lo primero que hice fue visualizar si él estaba por ahí, pero no. No había llegado, no había ido, o ya se había marchado. Marina me animó a que le llamara, me sorprendieron sus recomendaciones, sobre todo porque es una mujer casada, y aun así se solidarizó con la ramera y no con la esposa.

Busqué dos cervezas, las llevé a la mesa y fui al baño, al salir una penetrante mirada me hizo exasperar, era Diego.

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Muestra en diferentes situaciones a una mujer muy complicada, que no está conforme con sus relaciones, porque siente que no ha estado realmente enamorada, se desgasta analizando motivos inexistentes para no volverlo a intentar. Termina con relaciones que parecen ir orientadas a la estabilidad. Piensa tenerlo todo meticulosamente planificado, incluso las rupturas necesarias. Visita frecuentemente “el bar de siempre”, hasta que decide cambiar de lugar, y es allí donde sin avisar llega el amor verdadero, y pone de cabezas el ordenado mundo que había conocido hasta ahora.

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