1

Por ese entonces me hice muy amigo de Alejo. Alejo me invitaba todos los días a salir. En las ocasiones que estuvimos departiendo, Alejo me presentaba muchos conocidos suyos, personas diferentes, que, en cierta forma, fueron alejando mi mente de los constantes pensamientos de ansiedad que procuraba invertir en Janis Alcira. La amistad con Alejo me gustaba, pero más tarde él me confesaría que era “gay”. Además,porque a pesar de su inteligencia, era un individuo afectado por un complejo físico que solía deprimirlo las más constantes veces. Sólo tenía el brazo derecho, su brazo izquierdo era una prótesis que cubría siempre con una chaqueta o un saco negro.

En una de nuestras salidas a visitar los bares de la ciudad de Medellín, me presentó a Juan Cabral, un hombre ya maduro, de rasgos fascinantes, mirada lujuriosa a simple vista.

Nos reuníamos con Juan Cabral algunas veces en el centro de la ciudad de Medellín y también por la municipalidad de Caldas, urdiendo planecillos de rumba y éxtasis estéreo por los más prestigiosos bares citadinos.

Para Juan Cabral y mi amigo Alejo era inconfesable mi heterosexualidad. Y ellos querían sexo conmigo, a como diera lugar.

Sin embargo, salía con ellos, sin importarme demasiado los cuestionamientos. Y me mantenía, por supuesto, alejado de una que otra propuesta maliciosa y sospechosa.

Andábamos despreocupadamente por las calles de la ciudad, íbamos a bares y nos reuníamos con gente extraña, individuos de ropas gastadas, de tendencias roqueras casi infrahumanas, de ideales extravagantes y forajidos. Pensábamos que era lo foráneo y habitual de la cultura pop tendiendo a muchas sub-culturas, a la génesis de muchos personajes.

Salíamos en busca de lugares y de seres nocturnos.

Esas escapadas de mi casa me hacían olvidar los recuerdos que estremecían de añoranza mis poros. Pero, a pesar de que había vuelto a hacer nuevos amigos, me sentía solo y desorientado. Además, porque creía que era considerable darme un tiempo para estar solo y resanar.

Pronto me di cuenta de las perversiones sexuales de Alejo y de Juan Cabral, que parecían estar dispuestos a armar reuniones y fiestas con propósitos desmedidos. Me vi sumido en esas reuniones y alocadas fiestas y tertulias. Conocía mucha gente importante hasta donde llegue la eficacia de la palabra, hombres adinerados y mujeres de sofisticada mascarada, otros espacios y otros ofrecimientos y propuestas de diversión y entretenimiento.

Mi pasado iba muriendo, quedando atrás sin remedio.

2

Cuando Juan Cabral abandonó la casa de sus padres, ya sabía que era vagar por los intrincados caminos de las ciudades del mundo.

Anduvo por muchas calles y por muchos pueblos miserables, por muchos senderos troncados de montañas filosas y escarpadas, expuesto a los peligros y a las vicisitudes de la realidad.

Como era hijo de comerciantes, volvió a estar involucrado en algunos “extraños negocios para poder ganarse el diario y convencer a sus colegas de su buena voluntad de trabajar y pensar en formar una familia. Pero sus gastos eran demasiados y era muy despilfarrador.

Aun así frecuentaba las tabernas y se emborrachaba hasta la saciedad, pero también aprovechaba que era joven y que tenía atributos corporales muy llamativos, para seducir a las mujercitas de las veredas y a los hombres que tampoco les pasaba desapercibida su belleza y virilidad.

La casa vieja y alquilada donde vivía era un fortín gigantesco donde podía aguantar los embates del tiempo en su desaforado curso.

Antes vivía en otra casa, por una avenida muy concurrida de la ciudad de Nueva York.

Sus tristes pensamientos, sus ilusiones difuminadas por el aspecto cambiante de la realidad cotidiana, truncaban la normalidad de sus días.

Pudo recoger algún dinero para sus gastos.

Además, la esperanza de ser millonario crecía en su espíritu con ansiedad.

Entonces su vida se transformó en una laberíntica odisea.

Siempre fue alocado y disoluto.

Entonces abandonó aquellos antros y volvió a la errancia de su vida.

En aquel juvenil destierro no menguaron sus fuerzas para proseguir.

3

Me llamo Juan Cabral. Tengo 30 años. Soy blanco, flaco, alto. Soy serio, reservado, sin voces raras, me gusta salir a caminar, hacer deporte, leer todo tipo de literatura, asistir al cinema, deseo conocer hombres serios, nada de plumas desesperadas, hombres descomplicados, introvertidos al mismo tiempo, casi solitarios, de veinticinco hasta cuarenta y tres años, reservados y bien parecidos y discretos, que les guste salir a pasear por las montañas, el camping, la naturaleza y la filosofía de la vida. La buena compañía alimenta el alma. Soy un hombre divertido, discreto y sincero. Profesional y de mente abierta, disponible a entablar conversación con aquéllos que disfrutan de la vida sana y responsablemente. Pienso que ser auténtico es la mejor carta de presentación. No se puede pretender ser alguien diferente con la absurda intención de agradarle a todo el mundo; eso te roba energía, tranquilidad y paz mental…, como lo quieras llamar. No hay razón para complicarse más la vida. El ser uno mismo es suficiente para tener por lo menos el mejor de los amigos; es la mejor ganancia que puedes lograr. Me gusta hacer disfrutar a la otra persona del momento. Eso no quiere decir que no sea serio o reservado. Márcame si te interesa algo… Soy muy complaciente e insaciable…

4

… bueno mi amor, estoy muy agradecido y quisiera estar pronto en la ciudad de Medellín contigo, pero tengo que esperar unos días porque debo estar seguro y quiero escribirles a algunas personas que conozco de allá.

Aquí veo gente todos los días, pero no tengo amigos.

A veces me escribo con un “man” de allá.

A mí me gusta ver hombres en cuero y botas, por eso compré vestimentas de cuero y látex, pero es sólo una fantasía. Espero tener muchas fantasías.

Tampoco es que esté aburrido de vivir aquí, sólo quiero cambiar de ambiente y ver la gente de Medellín que es una ciudad que me gusta mucho.

Tuve un amigo especial que trabajaba allá en el call center, pero él no pudo conseguirme trabajo. A los meses después se murió de cáncer.

Tampoco es que necesitara un trabajo, sólo me quería ocupar en algo, es tan insoportable no hacer nada y pasar simplemente a ser una decoración más de la mampostería de los lugares. Eso suele provocar náuseas y sentimientos engorrosos.

Por eso llené algunas hojas de vida, con resultados desastrosos. Nadie me quería contratar para nada. Intenté conseguir ocuparme con ayuda de algunos amigos influyentes.

Me están llegando muchos inconvenientes, porque aquí tengo que hacer otras actividades, me llaman para entrevistas de trabajo, pero no me dan porque es difícil y todavía no manejo bien el inglés.

No sé cómo decirte dónde me voy a quedar, además lo que pasa es que tengo que arreglarme una muela que vale como lo del pasaje a la ciudad de Medellín y es importante que me la arregle, no sé qué hacer…

5

No he estado bien de salud…

Te aclaro lo siguiente, no quiero molestarte, sé que tú me vas a ayudar, quiero estar contigo inmediatamente, aquí no estoy bien de ánimo, no tengo a quien pedirle ayuda, no creo que me la den, espero poder conseguir un trabajo más adelante, te aviso cuando pueda ir, de todos modos, nos veremos, haré todo lo posible para estar contigo.

Quiero volver a Medellín.

Yo te llamo y te aviso todo el mismo día que decida partir.

Sé que será muy pronto, pero por ahora creo que es mejor que me quede aquí y cuando mi estado de ánimo se levante y ahorre suficiente dinero para ir un fin de semana.

Necesito hacerme un tratamiento odontológico.

Pero quiero hablar contigo, para saber si me ayudarás a ubicar mi vida en Colombia.

Tengo que explicarte muchas cosas de mí, para que tú estés seguro de tu chico.

Pero no te preocupes, todo irá bien, ojalá tú pudieras venir pronto a Nueva York, te esperaría siempre.

Gracias mi amorcito lindo, siempre seguiré queriéndote, un día no muy lejano estaremos juntos y la pasaremos rico, haré todo lo posible para que se cumpla mi viaje.

Medellín es un poco lejos y no es una ciudad económica.

Pero sé que puedo quedarme en el Hotel donde trabajas, quiero esperar para después, habrá tiempo para pensarlo.

Quiero agradecerte por tus lindos mensajes, me gusta mucho que te preocupes por mí, te amo y estaré pronto a tu lado.

Como te dije este año he estado muy deprimido por motivos personales, espero que sigamos adelante.

Ahora vivo en una buena casa.

Las veces que he ido a Medellín, he pasado por la autopista sur o Regional como la llaman, aquí también hay una autopista muy parecida a la de allá, ahora hay un centro comercial muy grande, cerca de mi casa, también hay grandes almacenes.

Vivo con una familia, pagando una alcoba, no es nada fácil, de esto nadie sabe porque es privado.

¿Tu familia vive en Medellín?

Quisiera saber cuánto tiempo llevas trabajando en aquel Hotel.

Espero me escribas pronto.

Cuando vaya quiero explicarte muchas cosas de mi vida, a veces tan embrollada como si se desarrollara en medio de nudos que no soy capaz de desanudar.

Espero entiendas lo que trato de decir, metafóricamente.

Creo que todo lo que te escribo y digo es como una metáfora.

Como sabes, mis dos hermanos viven en Miami, pero no me hablo con ellos, si me hablara con ellos ya estaría allá y se me quitaría la depresión, porque es una ciudad diferente.

6

Una bonancible mañana de domingo, Juan Cabral abordó el avión que lo sacaba de Estados Unidos.

El avión lo llevó hasta el aeropuerto de Rionegro, en La Ciudad de la Eterna Primavera.

Cuando llegó en la tarde a La Terminal Aérea, tomó un autobús que lo conduciría hasta su destino, volvía a la ciudad de Medellín.

Había sido un viaje fatigante.

Los turistas, las amas de casa, obreros y estudiantes en vacaciones, hacían tumulto en el interior del autobús, con sus pesados equipajes.

Ahora vagamente, Juan Cabral recordó los rostros de sus amigos en la ciudad de Medellín, y pudo de nuevo palparlos en medio de las brumas del recuerdo, acercándose con las voces del pasado.

Y con la sensación de que el viento con sus voces trae los rostros.

Una tarde de domingo veraniego, solamente era un pasajero más, sentado en el interior del autobús atiborrado de turistas, como una sombra macilenta, buscando huir de sí misma.

Llevaba poco equipaje, unas cuantas cosas y un fiambre.

Las panorámicas de la hermosa ciudad de Medellín se abrían ante sus ojos, aparecían frescas y lozanas, con relieves extraños y geométricos, asomaban vegetaciones xerofíticas, pues el sol parecía evaporar de la tierra todo residuo de agua.

Le parecieron siempre tierras extraordinarias las de Antioquia, mientras el autobús se adentraba cada vez más a la ciudad.

Disfrutaba del paisaje con un mutismo absorbente en contraposición de la alharaca de los turistas, sus ojos fijos en la lejanía de las montañas grises y verdosas y las serranías amarillas dándole al paisaje un viso marciano.

Súbitamente a su mente vino el imborrable recuerdo del rostro de Daniel, como un vaho, pero resultaba ser imperceptible y al mismo tiempo tan notorio como el viaje entre las tierras colombianas.

7

Lo recibió la monótona y agitada ciudad de Medellín, luego de un viaje interminable.

El cansancio del viaje ahogaba la visión de sus ojos.

Los ciudadanos saltaban de un túnel a otro, de una calle a otra, como una jauría de perros salvajes vagando enloquecidos.

La luna anclada en la distancia crepuscular asomaba tímidamente entre las cúspides de los rascacielos de la Ciudad.

Juan Cabral continuaba por la calle a pie, dando zancadas, parecía feliz por vez primera, tal vez por la sensación del regreso.

A cierta distancia divisó la casa de Daniel, en el epicentro de una calle.

Daniel vivía con su madre y con su hermana, en una casa dentro de una urbanización.

Pero no era conveniente ir directamente a tocar allá.

La fachada iluminada de la casa resplandecía por los rayos lunares, los techos estaban cubiertos por las umbrátiles ramas de una ceiba gigantesca donde anidaban aves viajeras.

Por los relucientes cristales de las ventanas de la casa se veían los interiores de unas estancias amplias y bien decoradas, se veía movimiento de personas.

Tal vez Daniel parecía aproximarse exhausto hacia algún objeto o no era muy seguro si lo llevaba entre las manos.

El paisaje que se abría ante sus ojos era majestuoso, con la avenida de carros al fondo pitando como cocuyos gigantescos, y la céntrica casa de Daniel al fondo.

Quería verlo. Sólo verlo estimularía su melancolía, alejaría todas sus inquietudes y preocupaciones.

Caminó hacia la casa, con la mirada ansiosa y una emoción iluminando un poco su lúgubre rostro invadido por los poderosos embates de la zozobra.

Pero al entrar de lleno a la calle, el viento revoloteó por doquier sus descuidados cabellos.

Caravanas de negros y rojos carritos querían devorar los pavimentos.

Y dentro de la casa de Daniel, sólo descubrió la sofocante vida cotidiana y nocturna de sus habitantes refugiados entre paredes y cuartos extraños.

Pasó la noche en vigilia sintiendo que se le entumecían los dedos de las manos y un dolor agudo que recorría su espinazo.

Hasta que vio salir a Daniel presuroso de la casa, a las cinco de la mañana.

Se levantó adolorido y lo llamó a gritos.

Daniel que no sabía quién lo llamaba se detuvo.

Aparecía Daniel, bello, musculoso, sediento.

– Hola.

– ¡Juan!

Daniel lo miró sorprendido.

– Sí, soy yo.

– ¡Has vuelto! ¡Qué sorpresa!

Y se abrazaron.

– ¿Por qué no avisaste que vendrías?

– Te escribí, no sé si habrás recibido mi carta…

– Pero me hubieras llamado… ¿Cómo ha estado tu viaje?

– Sin novedad…

– ¡Debes estar cansado! Hombre, ¡bienvenido!

– Muchas gracias. ¿A dónde te diriges?

– Voy a trabajar ya al Hotel. Puedes acompañarme si lo deseas.

– Claro que sí –se entusiasmó Juan Cabral.

Caminaron cruzando la avenida.

– ¿Y cómo te está yendo con el Hotel?

– Bien. No me quejo…

No tardaron en llegar al Hotel Z.

Se encontraron en la entrada con un portero lúgubre que parecía terminar su turno nocturno.

Trabajaban varios chicos y algunas empleadas con uniforme azul que seguramente eran las encargadas del aseo.

Los hombres hospedados allí, dentro del Hotel Z, una casa grande con muchas habitaciones para pasar el rato, parecían ser individuos con mucha reserva.

– ¿Ya desayunaste?

– No.

– Mandaré a que te preparen algo… ¡Qué alegría verte! Tenemos mucho de que hablar…

– Por supuesto…

– ¿Te vas a quedar todo el día?

– No estoy muy seguro, pero sería lo ideal…

– ¡Ah, ¡qué bueno!

– Quisiera que nos desatrasáramos de muchas cosas, tengo mucho que contarte…

– Sí, así será.

Daniel, presuroso, mandaba a que le prepararan el desayuno, parecía estar más ansioso de lo que pensaba Juan Cabral que también estaba excitadísimo con tan esperado encuentro.

Compartieron el desayuno junto a un aparador mientras hablaban, buscando una conexión que los uniera con el tiempo que habían estado separados.

Daniel parecía ser muy amable y dispuesto a escucharlo.

– No puedo demorarme mucho contigo, como sabrás tengo que trabajar y ya deben de estar reclamando mi presencia en recepción, podemos continuar nuestra charla en la tarde, ¿te parece?

– Sí, no hay problema.

Al menos el verlo había sido reconfortante.

Entonces Daniel se levantaba de la mesa junto al aparador y se marchaba para la recepción del Hotel Z, dejando a Juan Cabral allí solo, disfrutando de su desayuno. Por breves instantes retuvo el aliento varonil de Daniel en su olfato.

Al rato, Daniel, asomaba su rostro por los cristales de las ventanas, ya borrosos, invadidos por la lluviosa escarcha de la noche pasada, mirando maliciosamente, seguro de haber visto a un hombre que deseaba observar y que lo atraía, pero que, en definitiva, no era Juan Cabral.

Toda la mañana permaneció Juan Cabral, sentado esperando que Daniel volviera con él.

Seguramente el joven estaba muy ocupado con los asuntos del manejo del Hotel.

Ya el cansancio lo vencía y quería irse a dormir un poco.

Entonces se recostó varios minutos en el sofá abollonado del lobby del Hotel.

Toda la ciudad era un versículo rondando por las lluvias de la madrugada, poblada de los sonidos discontinuos de la emergente ciudad que despertaba.

8

Pensó que los mejores años de su vida había querido ser a última hora el hombre feliz, pero se dijo a sí mismo que todo había acabado y seguía la tristeza del suicidio.

Un hombre como él, sólo puede pensar en eso, en última instancia.

Recordó a sus padres: su pobre madre y su padre comerciante. Y, por supuesto, a sus amigos, lejos de acá, quizá inmersos en fiestas, en cantinas, en orgías dentro de las frías paredes de huracanadas casas de citas y placeres.

Ahora albergaba sentimientos tan confusos.

Y a Daniel. Su novio, que a las luces de la noche de la ciudad, abría los ojos dentro del Hotel Z tratando de alcanzar alguna persona o algún objeto mientras salía de la estancia o sorpresivamente caminaba hacia alguna alucinación llamada puerta, con el rostro quebrado por el desvelo de las noches orgiásticas e interminables, sus cabellos pelambrados y sus manos temblorosas y frágiles.

Esos tristes recuerdos ahora no aliviaban su mirada.

– ¿Te vas a quedar un rato más?

– No estoy muy seguro.

– ¿Dónde te estás quedando?

– Voy a hospedarme en un hotel del centro.

– Hoy puedes amanecer acá… Si quieres…

– Gracias por el ofrecimiento.

Y todo su ser se estremeció de pies a cabeza, al contacto de su voz.

Pero estaba lleno de espanto mientras retenía sus amargos alientos.

Sacudió la cabeza de un lado a otro, su rostro estaba sumergido en un rictus misterioso y sus manos no dejaban de temblar.


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