El fantasma que me amaba.

El fantasma que me amaba.

Naiara Tavira

07/02/2018

CAPÍTULO 1

Llegué a la casa de mi infancia, donde había crecido y vivido muy felizmente hasta los 20 años con mis padres, la que era mi única familia. Pero no estaba allí para recordar viejos tiempos ni para hacerles una visita, ojalá hubiese sido así; lo estaba porque mis padres habían fallecido hacía un par de semanas, en un accidente de coche, y la casa se había quedado completamente sola. Tenía la opción de venderla, pero guardaba demasiados recuerdos que no quería perder.

Yo tenía 24 años, y los últimos los había vivido en casa de mi amiga Lucy a las afueras de Barcelona, cerca de la universidad. Ese era el motivo principal por el que me mudé, mis estudios de Bellas Artes; soñaba con ser profesora en esta rama, aunque me apasionaba por igual el trabajo artístico en sí.[M1]

De modo que ahora me tocaba cambiarme de universidad: iría a la de Cerdanyola, muy cerca de mi casa, y ya había hecho todos los trámites necesarios. Mis padres me habían dejado una buena herencia, suficiente como para poder dedicarme plenamente a mis estudios.

Milu me miraba extrañado; era un gato persa de colores atigrados, la única mascota que tenían mis padres. Lo acaricié hasta que empezó a ronronear mientras miraba alrededor, y la pena me invadió al ver el cuadro que había encima de la mesa del comedor: salíamos los tres sonrientes y felices; éramos la típica familia a la que envidia todo el mundo, siempre teníamos buenas palabras entre nosotros. Además, no nos había faltado nunca de nada.

Abrí el primer cajón de la mesa, un mueble viejo de madera de nogal; ahí guardaba mi padre los álbumes de fotos. Saqué el primero que encontré y empezó a llegarme la nostalgia por aquellos maravillosos años en los que hacíamos barbacoas o nos bañábamos en la piscina del jardín. Luego cogí otro de nuestras vacaciones; habíamos visitado muchos lugares juntos, ya que yo no tenía apenas amigas; de hecho solo había tenido un par de novios y me duraron poco, el que más tres semanas. Siempre fui demasiado independiente con todo el mundo, excepto con mi familia, y pasaba de todos los chicos que se me habían acercado hasta entonces. Se puede decir que era demasiado “especialita”, o tal vez responsable, depende de cómo se viese.

Cuando los ojos se me empezaron a empañar de lágrimas decidí guardar las fotos donde las había encontrado. Después tomé mi maleta y me fui a mi habitación, que estaba en el piso de arriba; tenía mi propio baño y también vestidor. Todavía no era capaz de asimilar que debía ocupar la habitación de mis padres, así que, como si todo siguiera igual, deshice la maleta y me tumbé en la cama hasta que me quedé dormida.

Me desperté un rato después, sobresaltada por un fuerte ruido en el piso de abajo. Busqué mis zapatillas, pero no las encontré, de manera que bajé descalza. Miré por todas partes, buscando algo roto o cualquier cosa que me aclarase el estrépito que había notado, pero no encontré nada.

Miré también en el exterior de la casa y tampoco vi nada alarmante, todo estaba dentro de la normalidad. Salir al jardín me sirvió para comprobar lo cuidadas que estaban las plantas y también la piscina; hacía un sol radiante y me relajé por unos instantes antes de volver a entrar. En ese momento me fijé en el móvil y vi que tenía un mensaje de Lucy:

«Hola, Sara, ¿cómo va la mudanza?»

No quise contestarle, pensé que lo haría tal vez más tarde, ya en la cama antes de dormir. Todavía tenía que ir al súper a comprarme la cena y un poco de todo en general. Y al día siguiente empezaría las clases con mis nuevos compañeros, cosa que iba y venía en mi mente; no me gustan nada los comienzos, y además en aquella época era bastante tímida y me costaba abrirme.

Salí de casa, me metí en mi Ford Fiesta granate y me fui al súper más cercano. Había ido sin lista de la compra, y como soy bastante caprichosa vi muchas cosas que me gustaban, así que el carro se fue llenando hasta los topes. Cuando fui a pagar el cajero me miró a los ojos (los míos son marrones) y me saludó muy cordialmente. Él también los tenía oscuros y era moreno, demasiado normal, nada a destacar. No debía de tener mucho trabajo, porque se detuvo a preguntarme si era nueva allí. Recuerdo haber pensado que a él que le importaba; pero fui educada y le contesté, aunque con la mayor brevedad posible.

Cargué el coche y volví a casa; entré directamente en la cocina, que está justo al lado del recibidor, y me dispuse a colocarlo todo.

Cuando terminé de cenar dejé la bañera llenándose de agua caliente, cogí la pequeña radio inalámbrica e intenté poner algo de música, pero la verdad es que no me gustaba nada de lo que sonaba en las distintas cadenas; sentía un malestar general, y en esa situación solo había un tipo de música capaz de mejorar mi estado de ánimo: la instrumental, de piano concretamente, es mi favorita. Saqué el pendrive de mi bolso y lo conecté a la radio; la música comenzó a sonar y me hizo efecto enseguida. Me sumergí en el agua y dejé que pasara el tiempo; cuando fui a salir me di cuenta de que las zapatillas que no encontraba estaban justo al lado de la bañera, y lo cierto es que no recordaba en qué momento las había dejado ahí, pero debía de tener una explicación; eso fue lo que pensé. No di más vueltas al asunto, me las puse y me fui a la cama sin contestar al mensaje de Lucy; debido al cansancio lo había pasado por alto.

CAPÍTULO 2

A la mañana siguiente aparqué en el recinto de la universidad y me dirigí a la clase indicada en una de las hojas que me había proporcionado la secretaria. Ataviada con mi mochila negra a la espalda y mis Converse del mismo color fui observando a los que se me cruzaban: había gente de todo tipo y clase social, así que pasaba bastante desapercibida, tal y como yo quería.

Abrí la puerta del aula y observé que estaba llena de gente, todos hablando entre ellos. Me senté al fondo, donde no había nadie. Saqué el estuche y el bloc de notas y me dispuse a esperar, pero en ese momento entró alguien a quien no creía que volviera a ver en un tiempo: era el chico del súper, él también buscaba un sitio mientras un gran número de compañeros le saludaban. Se notaba que le tenían aprecio por la forma de recibirle. Justo detrás de él entró la que sería mi nueva profesora; llevaba una torre de libros entre sus brazos y le dijo al chico que se sentara de una vez y que no entorpeciera la clase. Cuando vi que él se acercaba a mi sitio me puse rígida: no estaba allí para hacer amistades, y menos con el líder de la clase, o eso me había parecido entender por la situación.

El chico me reconoció conforme se acercaba y me saludó:

—Eres la chica que vi ayer, ¿verdad? —Asentí sin decir nada. Él se acercó para darme dos besos mientras se presentaba—. ¡Soy Rubén! ¡Un placer!

—Yo Sara.

—¿Sara? Bonito nombre, es dulce, y tú lo pareces…

La profesora trató de poner orden haciendo callar a todos; tuve la gran suerte de que no me mencionara para nada, eso me fue muy bien para seguir la clase lo más tranquila posible. Pero el chico no parecía conforme, y quiso seguir hablando conmigo.

—¿Eres de aquí?

—¿Te refieres a si soy española?

—Sí.

—Sí, claro.

—Yo también.

—¿Y no tomas nota de lo que está diciendo?

—Bueno… acaba de empezar.

—A veces los principios son más importantes que los finales.

—Puede ser.

Me puse el dedo en los labios para que se callara, y así lo hizo.

A la hora del descanso intenté evitarle yéndome a una de las mesas yo sola, pero enseguida apareció de la nada, y eso que no paraba de hablar con unos y otros. Se volvió a sentar a mi lado.

—Bueno… aquí tal vez quieras hablar más conmigo.

Le dediqué una sonrisa forzada y esperé a que me hiciera la primera pregunta.

—¿Qué edad tienes?

—24 años.

—Eres más joven que yo…

—¿Cuántos tienes tú?

—36.

—Ah…, tampoco los aparentas.

—Me tomaré eso como un halago.

—¿Sabes? Ojalá me mantenga joven muchos años, igual que tú.

—Pero eso no está en el físico, eso está en la mentalidad.

—A eso me refiero, quiero decir que… me gustaría mantenerme joven por dentro y por fuera.

—Por fuera veo que lo llevas bien, pero por dentro… ¿haces algo para serlo?

—Sí, claro, hago todo lo que me apetece sin depender de nadie, ¿entiendes eso?

—No muy bien. Pero si te explicas, tal vez…

—Pues que si quiero comprarme algo de ropa, voy yo y nadie más, si quiero ir al cine, voy yo y nadie más, si quiero ir de viaje… voy yo y nadie más. Si quiero un helado voy yo… y me lo pido.

—¿Un helado? ¿Te gustan mucho?

—Sí, los domingos me quedo en casa comiendo helado mientras veo una película o estudio.

—Ah.

Hubo un silencio y luego él prosiguió:

—Pues si quieres podemos hacer eso un fin de semana, estudiar juntos, que tendrás mucho pendiente, mientras nos comemos un helado.

Me quedé callada; no sabía bien cuáles eran sus intenciones, de modo que simplemente asentí con la cabeza y añadí:

—¿Pero tú tienes todos los apuntes que me faltan?

—Claro, yo lo llevo todo al día.

—Pues te digo algo un día de estos.

—Mira, apúntate mi número y me llamas cuando quieras.

Saqué el móvil y memoricé su número como “Rubén clase”, aunque no tenía nada claro si lo llamaría.

Cuando llegué a casa saludé a Milu y me descalcé. No pude esperar a llegar al piso de arriba para ponerme mis zapatillas; eso sí, tenía la costumbre de ir a buscarlas de puntillas, para tocar lo mínimo el suelo frío.

Una vez me calcé y dejé mi maleta encima del escritorio bajé otra vez al salón, me senté en el sofá y cogí el portátil, pero antes miré a Milu, que reaccionó acercándose.

—¡Hola, guapo! —El gato buscó mi mano para que lo acariciase—. ¿Sabes qué? Si algún día tengo novio quiero que sea como tú, cariñoso pero que no esté todo el día encima de mí, que sea limpio y que no se enfade si me voy de casa y lo dejo solo. Si algún día tengo pareja quiero seguir siendo libre. Así que lo lleva claro el Rubén ese si cree que yo soy como las demás. Aunque tal vez solo quiera ser mi amigo, ¿tú qué crees, Milu?

Justo en ese momento vi cómo una sombra se movía justo al lado del cuadro de la mesa del comedor. No había sido mi imaginación, la había visto claramente y me asusté por ello. ¿Había alguien más con nosotros? Me levanté del sofá y en vez de encender la luz utilicé la linterna del móvil para iluminar ese rincón; después iluminé toda la habitación, pero no había nada por ningún lado.

—¿Hay alguien ahí? —dije con precaución, sin acabarme de creer que así fuera. Entonces acaricié a mi gatito y le dije—: Milu, tienes una dueña un poco diferente a lo acostumbrado, pero tranquilo, que cuidaré muy bien de ti.

Me puse música relajante y puse a hervir una olla con agua para hacerme arroz a la cubana. Pensé que me daba tiempo a plancharme la ropa del día siguiente, por lo que también enchufé la plancha y esperé a que se calentara. Cuando estaba casi lista empezó a sonar el teléfono; era Ruth, una amiga de la infancia. Lo primero de todo me dio el pésame. A mí no me apetecía dar muchos detalles de lo ocurrido, por lo que le cambié de tema y hablamos un poco de todo: de cómo era mi vida desde entonces y cómo era la suya desde que no nos veíamos. Me tuvo más de lo que me imaginaba enganchada al teléfono. De repente me acordé de la olla que había dejado al fuego; no era inducción, sino una cocina de gas, y lo había puesto al máximo, así que era muy probable que por el hervor el agua se saliera de la olla y apagase el fuego.

—Espera un momento. —Solté el móvil, lo dejé en el sofá y fui corriendo a la cocina tapándome la nariz para no respirar gas. Efectivamente, no había llama ya, pero cuando fui a apagarlo con el botón me di cuenta de que ya estaba apagado. No entendía nada, cómo era posible… era impensable…

A no ser que… alguien más estuviese ahí. Volví al salón y cogí el móvil de nuevo.

—¿Ruth?

—Sí, dime.

—Oye, me ha pasado una cosa rarísima.

—¿El qué?

—Es como…

—¿Como qué?

—Como si alguien estuviese en esta casa.

—Sara… relájate, ¿vale? No dejes que la pérdida de tus padres te afecte en tu día a día.

—Pero es cierto, yo…

—Hazme caso, descansa y ya te iré a ver un día de estos, ¿vale?

—Bueno, vale, olvida lo que he dicho.

—Ya está olvidado.

Nos despedimos y me quedé asustada. Me daba miedo estar allí, entre esas paredes, había visto muchas películas de terror y era lo único en que podía pensar, si había un asesino… o tal vez algo peor, un fantasma. Aunque también podía ser el espíritu de mis padres, pero eso era más improbable. Busqué en mi móvil alguien a quien llamar y que pudiese venir a mi casa, pero solo tenía el número de Rubén. Bueno, en mi estado ya me daba igual lo que pensara de mí; pulsé el botón de llamada.

No me contestó hasta el tercer tono.

—¿Sí?

—¿Rubén?

—Sí, ¿quién es?

—Soy Sara, la de tu clase.

—¡Ah, si eres tú! ¿Qué pasa?

—Era porque estaba pensando en estudiar un rato esta noche y me faltan muchos apuntes.

—Sí…

—Y me preguntaba si tú… podrías ayudarme, venir a mi casa y estudiar juntos.

—¿Esta noche?

—Sí, porfa, cenamos juntos si quieres aquí también.

—Me sorprende, la verdad, pero no te diré que no.

—Eso es genial, pero ¿tardarás mucho?

—Vives cerca del súper, ¿no?

—Sí, a 10 minutos en coche.

—Pues mándame ubicación por WhatsApp.

—Vale, pero… ¿a qué hora llegarás?

—A las 21:00.

—No tardes, por favor.

Él parecía estar contento, porque se reía.

—¿Llevo vino?

—No, no… No es una cita, ¿eh?

—Ah, entonces ¿por qué tienes tanta prisa por que vaya?

Me quedé pensando una respuesta coherente, pero lo único que se me ocurrió decir fue:

—¡Porque tengo ganas de verte!

Y lo último que me contestó fue:

—Y yo a ti, preciosa, ahora nos vemos, ¡ponte sexy!

Y antes de que pudiera replicarle me colgó el teléfono. Maravilloso… lo había confundido totalmente, él vendría con unas intenciones, y yo… no estaba por la labor. Pero al menos no estaría sola, así que perfecto.

No me vi capaz de quedarme allí, por lo que cogí a Milu, lo metí en su canasta de viaje y me fui al parque con él. Lo dejé al lado de uno de los columpios y empecé a balancearme; después me senté en un banco, le mandé la dirección a Rubén y por ultimo di una vuelta a la manzana. Todo para hacer tiempo. Hasta que me llamó.

—¿Dónde estás?

—Estoy allí en dos minutos.

—Vale, yo estoy aquí en tu puerta.

Colgué y a lo lejos ya lo veía. Conforme me iba acercando se le pronunciaba más la sonrisa.

—¿Qué llevas ahí?

—Ah, sí, es Milu, mi gato.

—¿Y sales a pasear con él?

—Sí, a él le gusta, porque le da el aire.

—Podrías comprarle una correa y que caminase también, ¿no?

No dije nada más, solo lo observé por un momento: llevaba el pelo engominado, camisa blanca, tejanos y unos zapatos negros. Demasiado elegante para la ocasión.

SINOPSIS: Sara vuelve a casa de sus padres tras el fallecimiento de ellos, y se encuentra con que tiene que cuidar del gato, la casa y acabar sus estudios en Bellas Artes. Pero no se encontrará tan sola entre esas paredes, ya que pronto descubrirá que alguien más vive allí. Se trata de Aitor, un fantasma muy peculiar: puede ser visto y tocado pero arrastra una maldición según la cual no puede mantener relaciones ni besar; el motivo es que en vida nunca consiguió amar. Además, al parecer en el entorno de Sara todos ocultan secretos que ella deberá desvelar.

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