1
Me senté sobre la puntiaguda roca, en la única parte donde parecía estar algo llana y libre de astillas afiladas, debajo de aquel puente que se erguía encima de mí, majestuoso, sorteando las frías aguas del rio y uniendo las dos partes de la ciudad, observé a mi alrededor, algo buscaba, pero no sabía que, alguna respuesta… Quizá más emocional que física… en este sitio, apartado, oscuro, frio… Justo aquí empezó mi historia, aquí dio comienzo mi vida, la vida más extraña que esta ciudad y seguramente este país haya conocido… Una historia que seguía sin tener final, al menos vivible en el horizonte, una historia sin sentido que a cualquiera que la escuchara me presuponía ebrio de alcohol o bajo los efectos de alguna droga o enfermedad mental… Pero era real… tan real como que estoy debajo de este puente ahora mismo.
Querido lector, ponte cómodo, podría resumir mi historia en pocas líneas, pero si lo hago pensarás lo mismo que pensaron todos los que la escucharon en su momento, leerás cosas que creerás inservibles para el desenlace de la historia, pero presta atención a todas mis palabras y juzga tú mismo… Tengo que empezar remontándome al año 2012, cinco años, en este mismo puente, tirado en el suelo a muy pocos metros de donde me encuentro ahora… Mi nombre es Joel y esto es lo que me sucedió…
2
El camarero apoyó el vaso de cartón encima de la barra, deslicé dos monedas en su dirección, me acomodé el café sobre la mano y taponé el pequeño agujero de la tapa de corcho para evitar que perdiese el calor de recién hecho, corrí hacia la puerta de salida del bar esquivando en el trayecto a una pareja de adolescentes que reían a mandíbula batiente mientras uno de ellos golpeaba con el puño cerrado el hombro de su compañero, observé una vez fuera de la cafetería D´Israel el semáforo de peatones, la muñeca verde comenzaba a parpadear lentamente indicando el inminente cambio a rojo, aceleré la carrera para cruzar los cuatro carriles y el descansillo de baldosas, el café chapoteó dentro del vaso y me golpeó el pulgar ardiendo como ascuas, hice prensa con la mano para evitar que ni una sola gota saliese de su prisión de cartón y encaré la entrada al hospital subiendo los escalones de dos en dos, tuve que detener mi avance un interminable segundo delante de las puertas correderas esperando que la fotocélula se percatase de mi presencia, una vez abiertas corrí en dirección a las escaleras convencido de ganar unos valiosos segundos que de seguro perdería esperando a que el ascensor me llevase a mi destino, entré por la puerta de emergencia que comunicaba las escaleras del pasillo de las habitaciones y volví a entrar a la 212, como cada mañana, posé el vaso sobre la mesa a la altura de Nuria que seguía con los ojos cerrados, destapé el recipiente liberando la esencia de cappuccino y dejé que las fosas nasales de mi mujer hicieran el resto… Nada amaba más Nuria que el olor al café italiano por la mañana.
Me dirigí a la parte inferior de la cama, destapé sus pies, o como decía ella sus pequeños y rechonchos pies, esbocé una sonrisa recordando que cada vez que los nombraba movía sus deditos, siempre me hizo gracia aquel baile. Comencé como cada mañana con un suave masaje sobre la planta, subiendo por sus dedos y estimulándolos, continué por sus gemelos, acariciaba, apretaba y de nuevo, estimulaba, repetí el proceso en todas las partes de su cuerpo, levanté su espalda y allí hice lo que fui capaz, una vez terminado besé sus labios… seguían calientes… Perdí mi nariz entre su pelo y al oído le susurré – Te amo -. Coloqué con cuidado su cabeza sobre la almohada, me dirigí al pequeño sillón negro de cuero y me recosté sobre él… El pitido de la máquina, ese infernal y a la vez esperanzador pitido que me recordaba a cada segundo que Nuria seguía en coma pero que continuaba con vida, froté mis ojos y tapé mi boca con la mano en un vano intento de no llorar, pero notaba como el dolor se apoderaba de todo mi cuerpo y empezaba a subir por mi estómago, escalaba buscando una salida, mis ojos… No aguanté mucho, mis defensas hacía tiempo que solo se centraban en que consiguiese andar en línea recta.
Una lágrima comenzó a resbalar por mi mejilla dibujando una hermosa línea transparente hasta la barbilla… Ese infernal pitido que emitía la única máquina que mantenía a Nuria con vida era un sonido que no me dejaba evadirme de la realidad, pero a la vez era un sonido que no quería dejar de escuchar.
Un hombre al volante de un coche de gran tonelaje, ebrio después de haber ingerido innumerables bebidas alcohólicas había perdido el control de su vehículo, impactando frontalmente contra el de Nuria, numerosas contusiones en la cabeza hicieron que volara hacia un coma profundo del que no sería capaz de volver. Mucho tiempo estuvo en este estado hasta que hace dos días recibí la visita del jefe de planta con una carpeta y unos papeles visibles, desconectar la máquina y dejar que la vida siga su curso era su mejor solución, en mi mano quedaba la decisión de ayudar a la mujer de mi vida a abandonar este camino de sufrimiento o de hacer lo posible por mantener la fe, una fe perdida hace harto tiempo. Conseguí dos días de plazo, dos míseros días, ¿Quién puede decidir algo así en solo dos días?, ni siquiera la compra de un coche se decide en solo dos días…
Me levanté del sillón y puse rumbo a la salida del hospital, se cumplía el plazo y era cuestión de tiempo que el médico apareciese con aquella carpeta y un bolígrafo a la espera de mi firma, una firma que nos llevaría a Nuria y a mí a abandonar este mundo, pero de dos maneras completamente paralelas.
Necesitaba pensar, despejar la cabeza, debía de encontrar una solución, debía traerla de vuelta, me negaba a creer que nada pudiese hacerse, comencé a andar por la acera ya fuera del agobiante clima del hospital y sin darme cuenta había puesto rumbo al encuentro con mi madre, tenía una pequeña floristería en el centro de la ciudad, quizá de manera inconsciente necesitaba una voz amiga, algo que me diese calidez, justo lo que hacía Nuria cada vez que escuchaba su preciosa voz, pero esta vez no la tenía a ella, no podía contar con su presencia, su tan necesitada presencia, seguía tumbada en aquella cama, esperando su inminente final, seguramente soñando conmigo, rezando por mí y por esa alma que hacía tiempo había abandonado mi cuerpo. Atravesé un par de calles con la mente en blanco, dejando que el aire me golpeara la cara, sintiendo su caricia sobre mis mejillas, respirando el aroma de los jardines que me encontraba, el tráfico era intenso a estas horas y la sinfonía de bocinas ponía banda sonora a una de las calles más céntricas de la ciudad, dejé que aquellos estridentes sonidos penetraran en mis oídos y me hice uno con ellos, incluso pude encontrar cierto patrón que habría inspirado a un cantautor, ralenticé el paso permitiendo que cualquier cosa que mis sentidos pudiesen captar lo hiciesen, necesitaba dejar sitio dentro de mí a algo nuevo, fuese lo que fuese, sacar el dolor y la angustia para que al menos durante unos segundos nada me consumiese por dentro, encerrar el terror, un terror al que era incapaz de hacer frente, un terror que cada vez que escapaba de su cárcel conseguía destrozarme en segundos, como un boxeador novato al que enfrentan con un campeón, me sacudía con fuerza, con tanta fuerza que no quería volver a levantarme, huir y encontrar el modo de encerrarlo era mi única salida.
Aproveché el disco rojo del semáforo para cambiar de acera, uno de los vehículos quedó atrapado en el paso de cebra y el conductor se quejaba amargamente del coche que le precedía mientras hacía aspavientos con los brazos, sortee el vehículo por la parte delantera y aceleré mis pasos para salir del infierno de asfalto, crucé una tienda de ropa de bebé que hacía chaflán, unos metros más adelante un coche de policía con dos agentes intentaban dialogar con dos hombres que discutían acaloradamente señalando partes diferentes de sus coches y de la calzada, reconocí la cara de mi hermano en uno de los uniformados, no hace mucho había tenido su primer hijo y habíamos perdido mucho contacto, no creí que fuese el momento de tener una amigable charla así que continué mi camino sin despegar mi mirada de él y como una llamada sensorial giró la cabeza en mi dirección, me dedicó una sonrisa mientras me saludaba y se llevó la mano a la oreja simulando una llamada de teléfono, asentí levemente y seguí andando.
Encaré la calle donde mi madre tenía el negocio, de nuevo el dolor y la ansiedad se habían vuelto a hacer dueño de mi cuerpo y lo que antes eran sonidos de paz se habían transformado en inquietantes ruidos que parecían rodearme dispuestos a destrozar mi mente.
Entré en Loliflor, era una reputada floristería regentada por la mujer más maravillosa que existía, su gran trato personal, atención dedicada a cada cliente y unos precios asequibles habían conseguido de mi madre una de las personas más queridas de la ciudad, ella atendía a una de sus mejores clientas contándole una anécdota de cuando yo era un querubín de solo unos meses mientras cortaba unos tallos de dalias, giró su cabeza hacia mí y me dedicó esa sonrisa de… Bueno, esa sonrisa que solo una madre sabe poner, le devolví el saludo con el mismo gesto, observé como la clienta pagaba su cuenta esperando que abandonase la estancia para poder abrazar a mi madre, llevaba ya mucho tiempo pasando frio y necesitaba algo de calor. La mujer salió apoyando su mano en el hombro de mi madre y ofreciéndome a mí una amplia sonrisa a modo de despedida.
—Hola hijo— Dijo mi madre abriendo los brazos.
—Hola mamá— Respondí cubriéndome en ellos y cerrando los míos sobre su espalda.
—¿Has firmado?— Preguntó con un hilo de voz.
—No… no lo he hecho, he huido antes de que llegara a presentarse… No puedo mamá… no puedo…— Dije con la voz rota.
—Lo sé… No imagino por lo que estás pasando, ¿Necesitas algo?—
—No, en realidad no, me apetecía verte—
—Me parece muy bien, quédate conmigo aquí en la tienda y así me ayudas con los clientes y nos hacemos compañía, ¿Te parece?— Dijo apoyando su mano sobre mi pecho.
Miré a mi madre a sus azules ojos, unos ojos llenos de calidez y vida, rotos en ocasiones por la extrema dureza de algunos episodios de su pasado pero recompuestos para seguir adelante, su cabello blanco cayendo hasta las orejas desprendía olor a rosas recién cortadas y la camiseta con adornos hippies a juego con su pantalón camuflaba su figura entre los tallos de su tienda, sesenta años de incansable lucha y amor desinteresado, ciento sesenta y cinco centímetros de puro corazón, allí, de pie delante de ella me quebré, me rompí en pedazos tan pequeños que necesitaría una vida entera de exclusiva dedicación para recomponerlos, con las manos en la cara y el estómago golpeándome por dentro lloré como jamás había llorado.
Pasamos el resto de la mañana charlando, contando anécdotas, humedeciendo flores, ayudando a clientes a decidirse sobre que ramos gustarían más a sus parejas, volviendo en ocasiones a caer en las redes de la pena, pero sobre todo, haciéndonos compañía… Una vez cerrado el negocio acompañé a mi madre hasta su casa y con la excusa de comer con un compañero de trabajo le di esquinazo a su invitación, mi estómago había cerrado su entrada con una llave de castillo impidiendo la ingesta de cualquier cosa que no fuera líquido.
Anduve por la ciudad un par de horas más sin un rumbo fijo, de nuevo me llenaba de aromas y sonidos, cualquier cosa para evitar que el monstruo del dolor volviese a aparecer y destrozarme por dentro, mis pasos dieron con el majestuoso río que atravesaba la ciudad, me incliné y apoyé los antebrazos en la barandilla y observé el discurrir del agua, bajaba calmada, como un desfile perfectamente sincronizado, pequeñas crestas blancas ponían algo de color al monocromático manto azul, mis ojos siguieron el curso inverso del agua y toparon con el puente que unía la división de la ciudad, debajo de él como una especie de descansillo, una zona de tierra con una gran roca en medio, parecía un lugar tranquilo y fácilmente accesible, un buen lugar para descansar, para recuperar algo de fuerza, para simplemente desparecer unas horas.
SINOPSIS
Gabriel es un atormentado hombre que ve como la vida de su mujer se consume sin poder hacer nada para evitarlo, en su precipitada huida de sí mismo sus pasos darán con un extraño ser que posee la capacidad de traerle de vuelta del coma profundo en el que está sumida, a cambio de borrar cualquier recuerdo o atisbo de existencia de Gabriel, en su propia mente y en la de todos los que le rodean.
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