Corazón con mermelada

Corazón con mermelada

MATILDE ROMAN BUJ

07/02/2018

«Ocultaba su dolor con sonrisas, con el tiempo, ser amable se convirtió en su oficio»

ROBIN NERVOOD

Es la historia de una mujer que sufre la enfermedad de complacer y sólo al llegar al inicio de su vejez encuentra su paz y su sitio.

A Sabina le gusta tomar café fuera de casa, se nota, se siente bien en el bar. Eso mismo me pasa a mi desde muy joven, desde que con 17 años trabajaba de secretaria en un Laboratorio Farmacéutico de la Avenida de Aragón. Había un bar que se llamaba «Casa Aurelio» y me tomaba un delicioso café con leche en vaso y una tostada de bimbo pringada de mantequilla hecha en una plancha con restos de cientos de tostadas o sandwiches mixtos y una mermelada de melocotón que sacaba de una lata abierta. A mí me sabía a gloria..Aurelio me miraba los pechos y mi melena negra y yo me encogía azarada. Si era verano me decía por lo bajini…»tienes unos muslos que valen un Imperio»…yo no entendía nada. En mi casa mi madre, delgada y elegante, me imponía una dieta de acelgas y pescadilla cocida.

– Estás muy rellenita, ¿No ves el estilo que tiene la Twiggy?. La ropa sienta mucho mejor. Mira que te lo digo por tu bien, con lo guapa que eres de cara.

De cara, era una gorda guapa de cara. Entonces no existía la bendita talla XL , Las chicas con sobrepeso íbamos siempre de colores oscuros comprados en el departamento de Señoras de GALERIAS PRECIADOS o el Corte Inglés o en alguna tienda de Antonio López que tenía vestidos de flores oscuras para yayas. En el año 1972 era un tormento ser gorda en una casa de asténicos y altos como Quijotes, así eran mis hermanos, todos varones, todos flacos, ninguno tenía piedad conmigo. Siento como si se hubieran avergonzado. Ahora apenas tenemos trato. Fueron demasiados años de silencio y de desprecio. Nuestra relación es de tanatorio/boda/hospital si se da el caso , nos vemos cada año o cada dos, más viejos, más manchas en las manos, menos pelo. Por extravagancias del destino ahora yo estoy delgada y tengo el pelo largo, me conservo, dicen, bastante joven a mis 64. Ellos han cogido algo de peso y están mayores pero siguen conservando esa buena facha. Lo reconozco. Ya no sufro por este tema. Son cosas de la vida.

Y desde aquel año he seguido desayunando siempre fuera aun en mi época de ama de casa, madre de tres hijos y con un marido con querencia a los gritos e insultos. Era como una adicción. Sentarme en una mesa, que me sirvieran ese café calentito y esa gloriosa tostada , fijarme en la gente, imaginarme sus vidas, sus amores, sus desgracias…

Hay gente que me dice que es un vicio prescindible, que al mes supone un gasto de 70 euros que ahora mismo es mucho para mí. Hay quien lo considera un exceso, una extravagancia pero para los corazones solitarios como el mío, los cafés son como el salón de una casa elegida, no impuesta, donde nos atienden sin juzgarnos demasiado, El camarero , la camarera es amable porque va en el sueldo e incluso puede no serlo, da lo mismo. Tú estás sentada, esperando que alguien haga algo por tí, cuando toda la vida te la has pasado al servicio de los demás, padres, marido, hijos, suegros, algún novio. Ahí, en Manila, en el Corte Inglés, en Nebraska, en Rodilla, en Mallorca incluso, en la Mallorquina, o en el bar de abajo de mi calle actual, da lo mismo. Te atienden, te preguntan…¿Que le pongo?…si son latinos añaden cariño, corazón o linda, lo que no me molesta, es bonito. Es bonita la gente que te llama corazón. Me gusta. Si son españoles son más parcos…¿Qué va a ser, lo de siempre?. Pero sonríen, te dan los buenos días, por una media hora da la sensación de que le importa tu salud y tu estado de ánimo a alguien, quizás es rutina, quizás oficio, pero sirve.

Y luego leo la prensa, Miro vestidos maravillosos de noche en revistas que llevan famosas que siempre están delgadas y posan en alfombras rojas. Me fascinan los vestidos de noche. Hubo un tiempo en en que una costurera que venía a mi casa me cosía alguno que yo misma diseñaba . Se me da bien dibujar, no me pidas otra cosa. Dicen que tengo gusto, no lo sé, tengo facilidad. Y conservo alguna foto de las bodas de hermanos o primos con esos modelos caseros copiados del HOLA y quedaron muy bonitos.

No llevo un vestido largo desde el año 2001 que se casó la sobrina mayor de mi entonces marido en Sevilla. Ya se sabe que los sevillanos se arreglan mucho y hubo que tirar la casa por la ventana. Encontré en un almacén de LA VENTILLA un vestido malva de corpiño y falda con pedrería con el que quedé bien y conseguí que mi hijo mayor se alquilara un chaqué. A mis dos hijas, adolescentes y hermosas, altísimas y delgadas les compré unos vestidos bastante bien de precio en EL CORTE INGLES . Miro la foto y parecemos una familia de revista, casi. Sólo que mis ojos tienen ese halo de tristeza que me ha acompañado toda la vida hasta hace poco, hasta que decidí vivir lo que me quedara de vida a mi aire, sin teñirme el pelo, con una melena canosa que no me sienta mal y curada, por fin, de mi enfermedad de complacer y servir a todos.

Pero cada mañana bajo a mojar mi corazón de mermelada en un buen café

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