-Tranquilícese. Nada de lo que diga aquí provocará que mi juicio personal sobre usted incida en mi trabajo como psicóloga, puede sentirse a salvo en estos escasos seis metros cuadrados. Al fin y al cabo, para eso ha venido usted aquí, ¿no es así, señor Utrecht?

-¿Para sentirme a salvo, dice? Cómo podría estarlo revelándole precisamente a usted mis sombras más interiores y oscuras…¿se da cuenta de lo que dice?- replico con descaro mostrándome profundamente dolido por su ingenuidad, su inocente pretensión de que pudiese tratarme bajo mi voluntad ella, justo la persona por la que me había sumido en este caos. Acto seguido, me levanto del diván de terciopelo burdeos en el que permanecía acostado bajo su mirada cual Freud, uno de sus máximos referentes, en cualquiera de sus psicoanálisis, incrédula de verme por allí. Sin dirigir la mía hacia la suya me voy, con cinco minutos en mi cuerpo de auténtico torbellino emocional. Cuando estoy cruzando el umbral de su puerta pronuncia mi nombre de pila suavemente…y lo hace de tal manera que me cercioro una vez más de que todavía no estoy preparado para enfrentarme conmigo mismo, o lo que es lo mismo, con ella y su manía intrínseca de querer analizar todo cuanto digo. Esta vez sí, me giro y levanto mi mirada hacia esos ojos color miel que tanto me duelen mirar.

-Espero verte mañana.- Por un momento me emociono como si eso fuese a ser una cita hasta que en el mismo segundo pienso en la lástima que me debe tener y en que simplemente desea ayudarme, aunque me ayudaría mucho más si me rechazase como paciente suyo.- Y, si no es mañana, cuando esté preparado, aunque de no asistir a mis consultas puede que no logre por si sólo estarlo nunca. Sabe que puedo ayudarle.

Su cambio repentino de tono acompañado de su habla formal me devuelven a la realidad. La cruda realidad de que efectivamente ella es la única persona en el mundo que puede ayudarme y pese a ser consciente de ello me niego a aceptarlo. Después de todo, ¿cómo puede ser capaz de tratarme de usted con esa frialdad? la cual, dicho sea de paso, me cala hasta los huesos. En fin, seguramente confunda el saber hacer su trabajo con profesionalidad independientemente de nuestros asuntos personales, o más bien, íntimos. Si quisiese confundirme, lo tendría fácil tuteándome como en aquél instante previo a salir despavorido de su consulta.

Paseo de vuelta a ese lugar al que llamo casa sólo por ser donde como y duermo bajo un techo mugriento de humedad fijándome en las grietas de los bloques de piedra sobre los que camino. Se me viene a la mente que incluso algo con tanta dureza como lo es una piedra está llena de surcos y recovecos sobre los que se cuelan todo tipo de cosas. Me distraigo pensando en la similitud que tienen con los corazones. Por muy duros que lleguen a ser, por mucho peso que puedan soportar, están también llenos de grietas…o dicho de otro modo, están marcados por personas, momentos, palabras, lugares, animales…que se cruzan en nuestra vida y la sellan para siempre debido a su intensidad.

Cuando de repente unos ojos llenos de la pureza más infinita que haya visto jamás me impiden continuar tanto con mi trayecto como con mis pensamientos. Un cachorro está jugando a los piés de las raíces de un roble con un palo astillado de arriba a abajo y lleno de babas que deduzco fácilmente ha estado en su boca por mucho tiempo. Me rindo ante la escena y busco a su dueño para preguntarle por la raza, porque nunca había visto un ejemplar igual. No veo a nadie en lo que me alcanza la vista en todas las direcciones posibles. ¿Lo habrán perdido? de ser así alguien estará como loco buscando a esta preciosidad. Lo cojo en mi regazo de rodillas y me doy cuenta tarde de que, como ha llovido por la mañana, el suelo todavía está mojado y me ensucio. Tendré que lavar los vaqueros en cuanto llegue porque es lo único que tengo decente para ponerme cuando salgo a la calle. Eso me recuerda la pereza que me supone ir hasta la ciudad para comprar todo lo que necesito en mi vida si quiero volver a la normalidad y civilizarme un poco, porque parezco una alimaña y este ser que no para de lamerme la barbilla con barba de tres semanas tiene muchísima más presencia que yo, pese a tener todo su pelaje embarrado. En vista de que nadie responde a mis gritos y a lo largo de los extensos prados verdes que nos rodean al cachorro y a mi no diviso ni una alma, continuo con él en mis brazos mi vuelta a casa con la idea de volver por la mañana al pueblo y llevarlo a la policía local puesto que ya está anocheciendo pese a ser las seis de la tarde. Es lo que tiene el invierno.

No debe tener ni dos meses y me preocupa su salud, pese a tener buena apariencia, un cachorro de esa edad debería seguir alimentándose de su madre. No estoy muy puesto en temas caninos, así que le preparo un cuenco con leche de vaca recién ordeñada de esta mañana y le hago un revuelto de huevos en aceite de oliva con la esperanza de que le guste y sea buen alimento. Me asombra lo obediente que me mira desde el suelo, sentado y apoyado con la espalda contra el mueble de la cocina en el que guardo mis especias. Apenas ha pronunciado una sola “palabra” desde que le vi. Qué extraño. Cuando considero que el revuelto está a una temperatura adecuada para que pueda empezar a cenar el cachorro, le pongo el cuenco en frente y de repente, me quedo estupefacto observando su hambre voraz. Pobrecito, puede que lleve más de un día perdido. Me reafirmo en la palabra perdido esperando que no sea abandonado, porque jamás lograría entender cómo alguien puede no hacerse cargo de un ser tan noble. Cuando termina dejo que juegue lamiendo el cuenco y le pongo la leche para que se sirva a su antojo. Estoy buscando algo que pueda valer para que duerma agusto, encuentro una vieja manta de lana de cuadros rojos y verdes en lo alto del armario de la habitación y la acomodo cual cama a los piés de la mia. Así podré tenerlo controlado, pienso.

Mientras ceno, sentado en la alfombra en frente de la chimenea francesa con una bandeja de madera que yo mismo hice entre mis piernas, recapitulo mi reencuentro con Deirdre de esta tarde. O con la doctora Brennan debería decir, puesto que el trato fue básicamente como si de dos desconocidos se tratase. No la había visto desde el entierro de papá hace tres meses. Y sin duda no hubiese vuelto a verla de no ser por la carta que me entregó el abogado de la familia una semana atrás. Paro de comer y aparto la bandeja a un lado para buscar la carta en el cofrecito de bronce herencia de mi bisabuela que tengo dentro de un hueco entre una de las paredes de piedra y así volver a leer las palabras que me dejó mi padre:

Hijo mío, mi amado Ulises…

Me muero. Sé todo lo que te has preocupado por mi desde que tengo la enfermedad y todo lo que has dejado de lado. Te has apartado de tu investigación sobre la magnífica águila dorada que de vez en cuando decide deleitarnos con su presencia sobrevolando nuestra casa. Por atenderme a mi y a mis animales. Desde luego que me queda muy poca vida para agradecértelo, porque yo nunca te lo pedí y tú nunca lo has dudado. Antepusiste mis necesidades vitales a las tuyas siendo tan joven y yo tan viejo… Así que sin nada más que ofrecerte que mi humilde hogar, con mi ganado y estas tierras que no valen nada, espero poder compensarte de algún modo dándote un último consejo de este loco: vive tu vida, no vivas la mia. Lo peor que me ha dado la picadura de esa maldita garrapata negra ha sido tener que ver tu desesperación. Tu incansable búsqueda para saber acerca de qué demonios estaba pasando en mi cuerpo. Has dejado tantas cosas de lado que te has olvidado de que yo me iré, ahora que sé en el estado en que se encuentra mi enfermedad de Lyme, en la última etapa con la bacteria diseminada hasta el último vértice de mí, sé que pronto. Y tú te quedarás pero a tu lado no se quedará nada ni nadie, porque has alejado a todos con tu apatía por la vida, tu frustración e impotencia en querer ayudarme a sanar algo que por desgracia ya es incurable. Confío en que no me malinterpretes y entiendas esta carta como un último sermón de tu padre. Nada más lejos de la realidad. Esto es para que te conciencies, cuando puedas asumir mi pérdida, de todo lo que has echado por la borda por mi causa. Me has demostrado que he sido tu persona en el mundo, al igual que tú eres la mia. Por eso por favor, Ulises, no permitas que entre en el Valhalla retorciéndome entre los truenos de Thor por ver cómo sigues malgastando tu vida. Ve a la consulta de Deirdre y pídele perdón, por ser un cobarde insensato que no pudo abordar toda la situación como el hombre de 28 años que eres con un doctorado en ornitología a tus espaldas. Haz que siga tan orgulloso de ti como lo estoy. Eres mi máximo logro y lo sé porque eres mi único amor en la vida. Mi motor. Tras casi toda una vida en solitario con mis vacas y mis ovejas entre estos parajes del noroeste de Irlanda, sé lo que es vivir sin amor. En mi caso me faltabas tú por estar en España con tu madre, pero tú lo tuviste desde que lo encontraste y todavía lo tienes al alcance de tus manos para si quieres el resto de tu vida… Y te confundes. Pensando que ella fue la que no supo estar a la altura de las circunstancias. Yo me apago ya, pero prefiero hacerlo ahora antes de ver cómo te sigues hundiendo y la arrastras a ella en tu agujero.

Me despido de ti así porque después de este año y medio en el que te he observado sé que sólo algo tan drástico puede hacer algún tipo de “click” en tu mente y, como el ave Fénix por el cual te iniciaste en el estudio de estos animales, resurgirás de tus cenizas. Sé que no me fallarás. Ella es la única persona que puede ayudarte puesto que yo en vida no lo conseguí.

Tu padre,

Cathal.

Mo grá thú=eres mi amor.

Me recuesto en el sillón orejero verde pistacho con el cachorro encima y comienzo a llorar desconsolado. Lloro todas las lágrimas que no derramé en los últimos casi dos años con una sensación extraña de que el diminuto cuerpo que sostengo y que me mira con extrañeza y expresión de preocupación es capaz de recoger en si mismo toda mi pena para quitármela a mi. Es la primera vez que permito desflorar mis sentimientos sin pronunciar palabra, sólo llanto. Un llanto intenso y descontrolado porque la vida puede ser tan puta como maravillosa y es lo que más me jode de ella. Que siempre tenga que llevarse a los buenos, a los que viven en paz y armonía sin hacer daño a nadie. Que tengamos que pasar las adversidades más jodidas para poder apreciar lo bonitas que son las cosas cuando todo va bien. Pierdo la noción del tiempo y me quedo dormido como un bebé asustado que parece estar acogido en el regazo de un cachorro y no al revés.

Me despierto por una sensación de calor apabullante pero veo que el fuego se ha apagado y es casi todo oscuridad, salvo una leve luz tenue de luna que se cuela por la ventana de la cocina hasta donde estoy. Miro hacia abajo con nerviosismo recordando a quién tenía conmigo por miedo de haberlo aplastado y descubro que no está pero que me ha dejado un recuerdo como marca de su territorio. – Por eso tenía yo tanto calor en la entrepierna. – Me río lamentándome de mi mismo y en el acto pienso en hace cuánto tiempo algo no me hacía gracia. ¿Cómo es posible no llevar ni 24 horas con Thor y haberme hecho ya añicos a llorar y a reír? Algo que no me sucedía desde que…desde que estaba con Deirdre. Caigo en que inconscientemente ya le he puesto nombre debido a la lectura de la carta de mi padre, un fan absoluto de la cultura vikinga y en especial de sus dioses.

Son las siete de la mañana y el viento en Horn Head azota las contraventanas de la humilde casita que me dejó mi padre como herencia. Aunque después de volver a leer la carta, comienzo a pensar que su auténtico legado son los consejos que siempre me daba y me sigue dando, como lecciones de vida y que, sin duda, permanecerán eternamente en mi memoria. Estamos a finales de noviembre y el frío en esta zona se hace más patente debido al aire que corre de manera asidua. Ahora mismo resulta gélido, como si intentase atravesar cada poro de mi piel para petrificarme. Lo cierto es que llevo viviendo como una piedra mucho tiempo, espero que no sea tarde para reconducir mi vida, ya no sé si quería hacerlo…sólo se que me lo pidió él. Y, en fin, a él no hay nada en el mundo que pueda negarle. Siempre creyó que me vine hasta esta punta remota de Irlanda para observar las aves, la majestuosa águila dorada, pero eso no es del todo así. Podría incluso aventurarme a decir que estudié lo que estudié y llegué a donde llegué por él. Toda mi infancia se basó en una fascinación por querer saber en más profundidad dónde vivía y cómo lo hacía. Mi madre sólo me llevó a los ocho años desde España hasta aquí con la esperanza de que a esa edad pudiese recordar poco y no prefiriese irme con mi padre. Desde que me vine he sentido que la he decepcionado, que en cierto modo al final elegí. Y puedo asegurar que mi decisión de partir a mi gran desconocida Irlanda no ha sido por querer más a mi padre que a ella. Mi madre me ha dado toda mi vida, ha trabajado incansablemente por mí, porque llegase todo lo lejos que pudiese y nunca se entrometió en mi camino. Es precioso cuando te dan la oportunidad de ser quien quieras ser, sea lo que sea, sin importar. Pero aquél viaje me marcó soberanamente. Pude apreciar la fuerza de la naturaleza en su máxima expresión. Fue la primera vez que vi un acantilado y desde entonces, soñé con ellos todos los días hasta que pude verlos cada mañana al levantarme. Hay días en que el viento es devastador pero es un precio muy pequeño para pagar por vivir en este lugar tan lleno de cultura ancestral, como si ésta no hubiese perecido en el tiempo. Siempre he creído en la fuerza innata de algunos sitios para cambiarte el alma. Creo que hay rincones especiales esparcidos por el mundo esperando salvar a alguien de su propio caos. Yo me refugié en la punta de Horn Head primeramente por mi padre pero, en cuanto sentí sus brazos rodeando todo mi ser tuve que quedarme. Sin embargo, esa decisión se volvió un hecho cuando me crucé por primera vez con la mirada de Deirdre. Me caló tan hondo como cuando observé los impresionantes acantilados de Slieve League, los más altos del país. La furia del Atlántico batía feroz y salvajemente contra estos gigantes de piedra y al verla a ella sentí que su mirada me había atravesado por completo con la misma furia, la misma intensidad y de la misma manera: sin vuelta atrás.

Decido coger la carretilla roja, ya algo destartalada, para poner a Thor rodeado por la manta de cuadros y que vaya más cómodo en el camino hacia el pueblo de Dunfanaghy. Es verdad que me da una pereza enorme tener que caminar desde mi casita en Horn Head hasta allí, porque estaba acostumbrado a vivir en el centro del condado de Donegal y siempre disponía de transporte público para ir a cualquier sitio. Pero debo aceptar que mi decisión de mudarme con mi padre cuando su enfermedad se acentúo más, trae consigo algunas desventajas notables como esta, por ejemplo. Otra es que Dunfanaghy pese a ser el pueblo más cercano, es también precisamente en el que vive Deirdre y donde ella tiene su consulta (lindante con la antigua cantina de mamá) por lo que cada vez que salgo de mi cueva para entrar en contacto con la humanidad me arriesgo a entrar en contacto con ella. Pese a que ayer fui por mi propio pie a buscarla para que me atendiera, con cita previa, me siguen temblando las manos cuando creo que la voy a ver de repente, donde menos me lo espere, como cuando la conocí.

SINOPSIS:

Ulises se siente atraído por toda fuerza voraz de naturaleza en estado puro.

Las costas del noroeste de Irlanda parecen un buen lugar para emprender sus sueños.

Pero él no contaba encontrarse con Deirdre.

Y Deirdre alberga en si misma la revolución que genera el mar al batir contra los acantilados.

Pero los encuentros no siempre son fortuitos… A veces la vida te pone en situaciones inesperadas para las que deberás demostrar de cuanta resiliencia dispones. Y si tienes la valentía suficiente de no marchitarte en el intento.

Adéntrate a averiguar si Ulises aprende a conservar algo tan inconmensurable como lo es el amor…

Propio.

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