Feli, profesora de minfulness , enseña técnicas de relajación y consejos de vida, para ganarse la vida. Experta en psicología positiva, lleva dos años en tratamiento por depresión aguda desde que su marido la dejó por una chica de la edad de su hija mayor. Para colmo su hija pequeña, Vivi, ha interiorizado tanto las lecciones sobre paz interior que enseña su madre, que ha decidido deliberadamente raparse y seguir religiosa y fielmente al Dalai Lama, incluso dice que algún día se casará con él. Y serán las excentridades de ésta, las que lleven a Feli y a su socia Dori a recorrer el mundo en busca de la rebelde Vivi hasta la ciudad de Dharamsala, un pequeño pueblo en la zona norte de la India situado a los pies del Himalaya.
El Síndrome de la Capa Roja muestra los clichés actuales por los que inconsciente o muy conscientemente estamos encadenados: Sé la mejor madre, el mejor padre, el más atractivo, sé madre pero ni se te ocurra engordar, sé la mejor profesional, sé un héroe, una heroína… Se trata de una disparatada historia que intenta plasmar lo disparatado de nuestra vida diaria, nuestras preocupaciones y aspiraciones marcadas por una sociedad profundamente vacía y al mismo tiempo, tremendamente perfeccionista que llama a la heroicidad como único camino al éxito cuando ni ésta misma sabe cómo llegar.
CAP I.
Nauseas en las manos, eso comenta Jean Paul Sartre en su diario, de tal suerte o desgracia que, a medida que envejece, los objetos, las cosas comienzan a crearle un sentimiento de repugnancia, de miedo.
Desde que cumplí cuarenta años, hace dos años y medio, se podría decir, y sin temor a equivocarme, que algo parecido me pasa a mí con mis alumnos del grupo de apoyo. No les soporto. Están ahí sentados observándome con esas miradas inquisitivas esperando a que suelte la “frase milagrosa” capaz de penetrar en sus confusas mentes y, de una vez por todas, acceder a la tan sobrevalorada felicidad, a la vida fácil y sencilla libre de preocupaciones. Para que me entendáis, sumirse en un estado de encefalograma plano permanente, la famosa “mente en blanco”.
No les juzgo, pienso que todos lo buscamos a todas horas. Incluso yo. Sobre todo con esas pastillitas que me receta el psiquiatra y sin las que ya no podría vivir. Con ellas todo es más llevadero, me ayudan a no pensar. Hacen que, literalmente, me resbale todo.
-Entonces, para ser más consciente de lo que ocurre a nuestro alrededor ¿inspiro dos veces y exhalo tres? O ¿es mejor exhalar cuatro?-. Él es Marco, lleva asistiendo a mis clases de mindfulness desde que su mujer murió hace cinco meses en un accidente de tráfico. Realmente el accidente ocurrió hace tres años, dejando a la pobre mujer en un estado vegetal irrecuperable. Su corazón seguía bombeando, pero cerebralmente estaba muerta. Hace cinco meses decidieron desconectarla. El tribunal médico concluyó que resulta inútil seguir manteniendo con vida, y con el consiguiente gasto de recursos, a una persona que ni siente ni padece, y lo que es peor, que nunca más lo hará. Desde entonces, Marco busca eso mismo, no sentir, no padecer. El encefalograma plano.
– ¡Largo de aquí! ¡Fuera! Vieja supersticiosa….-. Los gritos de Dori me espantan a la clase cuando estamos en plena meditación. Siempre me hace lo mismo. -¿Pero se puede saber por qué coño gritas? ¿Qué coño te pasa ahora Dori?-. La cara de Dori es un cuadro mezclado entre histeria y furia. Tiene los ojos muy abiertos y hace esos gestos raros con la boca, como siempre que la sacan de sus casillas, de su infinita paz interior. Es como si aguantara tanto a lo largo de los días que cuando consiguen hacerle explotar, se le congela el rictus en una mueca que haría llorar de miedo a cualquier niño.
– Pero tú te crees la loca esa, que me dice que no viene más, que deja mis clases porque el párroco de su barrio le ha dicho que la relajación es una práctica satánica… ¡Satánica! ¡Lo que me faltaba por escuchar!-. Realmente satánica o demoníaca era su cara en ese momento, siento volver a lo mismo, pero es algo verdaderamente desagradable.
Dori es mi socia, fuimos juntas a la facultad de psicología en la universidad. Nos gustaba acudir a los seminarios sobre neuropsicología que impartía Guillem. Dori acudía para desmontarle su teoría sobre el estrés post traumático, yo, en cambio, estaba enamorada de él. Y así fue como comenzamos a reunirnos todos los martes en el Van Gogh Café, en el que disfrutábamos discutiendo sobre el dichoso estrés post traumático hasta las tantas; ella acompañada por un té de bayas Goji, yo con un café negro de fuerte aroma cubano. Desde entonces no nos hemos separado, y nuestras quedadas en Café Van Gogh se han vuelto de cumplimiento religioso. Dori eligió martes por el dios romano Marte, y es que las charlas que allí tienen lugar, terminan en auténticos campos de batalla bañados por mucha teína y todavía más cafeína.
Dori, mi socia, es de origen asiático, de hecho nació por ahí en un pueblo perdido de Corea del Sur. Realmente es norcoreana, pero sus padres escaparon al sur sobre los 70 durante el régimen de Kim Il Sung, al parecer, al gordo, se le fue un poco de las manos. Y sí, es el antepasado del loco ese que sacan todo el día en la tele. Dori dice, como gran psicoanalista de sí misma, que por eso es lesbiana, una lesbiana por rebeldía; cosa que no le hace mucha gracia escuchar a Miri, su novia desde hace diez años. Aun así, se lo pasa porque está profundamente enamorada de mi socia, le trata como a una verdadera princesa asiática.
Miri metió a Dori en movimientos feministas hace algún tiempo, y por eso ahora no se depila, o algo así me pareció entender. Joder, pues yo tampoco me depilo y desde hace mucho más tiempo que ella, desde que mi marido me dejó. Así que supongo que yo también soy feminista, ¿no?
Estamos a mediados de mayo en Madrid y hace un frío de infarto. ¿Será cierto eso que dicen que el tiempo se está volviendo loco? O ¿somos nosotros los que le estamos enloqueciendo? A mí me gusta comparar el tiempo con el ser humano, con ese toque de locura, multipolar por naturaleza. Nos empeñamos en demostrar, en creer que la tierra se está alterando progresivamente, que la estamos destruyendo. ¿Acaso nunca existieron los cambios de clima? ¿Es realmente una anomalía? Lo mismo ocurre con las personas, alguien estableció un día de gran lucidez, lo que se considera como “normal”. Y si te sales de ahí, estás perdido. Las encasillamos de raras, que sufren algún tipo de trastorno de personalidad o lo que sea. Y no. El hombre es una montaña rusa, sube y baja, no es constante, no hay día o momento que sea igual a otro. La gente puede sentir rabia y al momento declararse el ser más feliz, puede amar con locura para después odiar con el alma, incluso llora y ríe a la vez. ¿Sufriremos nosotros también de calentamiento global?
Me sirvo un café y sigo mirando por la terraza del salón. Me instalé aquí con Mauro, mi ex marido, nada más casarnos. Siempre me encantó esta casa. Situada en el barrio de Lavapiés, justo en frente del mercado de San Fernando. Me enamoré de la casa en cuanto la vi, cuando Mauro y yo todavía éramos unos críos.
Solíamos quedarnos hasta las mil en la Plaza de Cabestreros, ahora Plaza de Nelson Mandela, bebiéndonos escondidos a besos y algún que otro trago de cerveza. Él, entonces, me prometió que viviríamos en esa casa, en la que formaríamos una familia. Pero entonces, entonces él me amaba.
La casa sigue igual desde que lo dejamos, los muebles que él eligió, las cortinas que él me regaló, incluso su biblioteca particular en la que sólo figura un escritor de pacotilla, él. Siento que la rabia me empieza a carcomer, ¿por qué siguen ahí sus libros de mierda? Cojo una pila de ellos, y como si algo hubiese poseído mi ser, los lanzó con fuerza por la terraza.
-¡Socorro! ¡Terremoto!-. Mierda, ni la había visto. Es la mendiga del barrio, casi la mato.
En ese momento entra Nika en casa.
-¡Mamá! ¿Pero se puede saber qué haces? ¿Pero a quién se le ocurre lanzar cosas por la terraza? ¡Podrías haber matado a alguien!
-Eh, yo no…yo, yo solo quería que ella les echara un vistazo…-. Nika se acerca a donde estoy y su cara me hace sentir ridícula, es experta en hacerme sentir ridícula.- ¿La mendiga? ¿Querías que les echara un vistazo la mendiga?
Le aguanto la mirada, tratando de mostrar seguridad, mientras asiento – Sí hija, claro que sí- Nika está petrificada, piensa que no estoy bien de la cabeza, lo noto. Tampoco creo que haya sido para tanto.
-Mm, ya… -. En ese momento opta por cambiar de tema.-Por cierto ¡ya he decidido qué quiero estudiar! ¡Es perfecto! Y encima el curso empieza en octubre, así que pienso pegarme un verano de flipar…
-¡Qué alegría hija! Cuenta, ¿qué carrera es la afortunada?- Nina me observa con ojos entusiasmados, me alegra verla así de feliz. Sin duda son estos momentos los que me hacen salir de la cama día tras día, seguir viviendo.
-¡Ingeniería Agrónoma! ¿No es genial?
No sé dónde mirar. No puede ser. ¿Ingeniería qué? Pero ¿eso acaso existe? ¿Partiéndome la espalda trabajando, para que mi hija quiera ser granjera? De ninguna manera. Mierda, sus ojos están clavados en mí. Disimula Feli, disimula.
-¿Y bien? ¿Qué te parece?
-¿Te apetece un café? Lo acabo de hacer. Es que, el frio que hace hoy no es normal… ¿No te parece?
Su sonrisa va transformándose poco a poco. ¿Qué he dicho?
-¡Basta ya! Siempre me haces lo mismo. Tú eres siempre la “perfecta”, y yo, yo está claro que no te importo ¿qué quieres qué haga? ¿El mindchufla ese que haces? ¿Escuchar todo el día la mierda de la gente? Oh no espera, crearé una página web especializada en cornudas como tú, yotambiénsoycornuda.com ¿Qué te parece?
Histérica, Nika abre la puerta de casa y se va. ¿Es que nunca hago nada bien?
Decido ir a la habitación de Vivi, necesito desesperadamente un abrazo.- ¡Vivi! Qué te parece si nos vamos a tomar algo a… Pero qué…pero hija mía ¿quién te ha hecho eso?
Está sentada en mitad de la habitación en posición flor de loto. Ha hecho una especie de semicírculo con velas a su al rededor que ha combinado con una música siniestra de fondo. En su regazo hay una montaña de mechones de cabello rubio color miel. Todos los mechones que deberían estar en su cabeza, la cual reluce ahora como una bombilla de luz blanca.
-¿Qué has hecho con tu pelo? ¿Te encuentras mal? ¿Es por algún chico? Oh claro…ya entiendo. No pienses que me pilla por sorpresa…
Vivi se gira hacia mí inmediatamente con los ojos como platos.
-¿Lo sabes? ¡Pero eso es imposible! Nunca se lo he contado a nadie…
-Vivi, te olvidas que soy tu madre, y, aunque no lo creas, siempre lo he sabido.
-Oh Mamá ¿de verdad? No sabes el peso que me quitas de encima…Yo no sabía cómo…
-¡Pues claro tonta! Tu madre ya no se asusta de nada. A parte, la transexualidad está de moda en esta época. No es raro sentirse en un cuerpo que no te corresponde. Créeme que de una manera u otra, eso nos pasa a todos.
-¿Transexual? ¡¿Pero de qué hablas?!
Yo estaba enamorada de él. Pero entonces no lo sabía. Supongo que hay que aceptar la realidad tal cual es, nos guste o no, eso nos hará más libres. O por lo menos eso les enseño a mis alumnos. Dicen, que el sufrimiento perfecciona al hombre en cuerpo y alma; como el dolor, capaz de elevar al hombre, de impulsarle a seguir escalando, aunque solo sea de poco a poco.
El día ha amanecido raro, la niebla lo inunda todo, como si quisiera borrar cualquier resto de recuerdo de tiempos mejores. Y en cierta manera, yo me siento así.
Después de una ducha relámpago de agua congelada voy a prepararme mi café. Ese café solo mío. Ese café que me reduce a la nada con su olor, en el que mis problemas deciden ahogarse con cada sorbo. Me gusta agrio, fuerte, sin una pizca de dulzón susceptible de desviarme de la esencia de su placer, de lo contradictorio de su sabor.
En la cocina, Nika lee la revista de moda, mientras que Vivi hace tostadas sin parar. Lo de siempre.
En ese momento recuerdo que tengo que llevar a Dori al médico, dice que está embarazada de Miri. Insiste en que sí, en que es un engaño del Gobierno el que las parejas homosexuales no puedan tener hijos de forma natural, que lo único que buscan es tratar de extinguirles y librarse de ellos. En fin, puede que tenga razón.
-¿Pero se puede saber dónde estás? ¡Llevo esperándote media hora!- La llamada de Dori me hace espabilar. Abandono mi café a la mitad y me voy sin despedirme. No soy capaz de mirar a Vivi desde nuestra última conversación, me siento bloqueada.
Cojo el bolso y salgo.Creo que llevo las llaves… Si os soy sincera, siempre he sido bastante caótica, en el buen sentido de la palabra. Un espíritu libre, un tanto despistada y una gran soñadora. Sin embrago, muchas veces los sueños te pegan de bruces, sin consideración alguna contra la realidad. Una realidad que creías misteriosa, diferente, llena de pasión, capaz de hacer vibrar hasta el último rincón de tu piel. Y eso, eso es lo me provocaba Mauro, me hacia querer caer y sumergirme en lo más hondo de la locura, de una pasión adictiva de la que no querrías rehabilitarte nunca. Eso me dio Mauro. Una vida en común de peleas, de risas, de cenas románticas, de silencios y gritos, de hijos, de amor.
Y, si acepto la realidad tal cual es, es que el ya no está. Que ha cambiado mi celulitis, mis arrugas y mi menopausia por juventud, diversión y locura.
Una vez en la calle, comienzo a avanzar de forma apresurada. Aún me esperan diez minutos andando hasta mi punto de encuentro con Dori. Vivi vuelve a mi cabeza, quiero creer que solo pretendía asustarme. Eso prefiero pensar a reconocer que apenas conozco a mi hija.
Mi mente ocupada en tales cavilaciones, me impiden percibir lo que sucede a tres pasos de mí. Una figura lleva largo rato observándome. Parece que ha decidido acompañarme en mi camino.
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