PRÓLOGO

La lluvia caía incesante sobre el pavimento, pero eso no impedía al pequeño Rómulo jugar alegremente a la intemperie. Le gustaba correr por la Via della Conciliazione desde el Castillo de Sant’Angelo hasta el Obelisco de la Plaza de San Pedro, generalmente compitiendo con otros niños. Y aunque a veces lo hacía solo, nunca se aburría, porque zigzaguear evitando personas era una de sus actividades favoritas. Llegó a hacer una tabla de valores, en donde a cada grupo se la asignaba determinada cantidad de puntos; pero se le hacía muy complicado correr, fijarse si eran turistas, monjas, curas o políticos, esquivarlos y sumar, todo a la vez, por lo que solía perder la cuenta a la mitad del camino.

Ese día era especial, porque aquella lluvia sería una de las últimas precipitaciones naturales que los romanos iban a presenciar. Rómulo, a pesar de ser un niño pequeño, estaba al tanto de ello. La Burbuja que se estaba construyendo por encima de Roma y el Vaticano iba muy avanzada, y en la calle se especulaba sobre cuándo culminarían las obras.

Era certero, ya que estaba a la vista, que dichas obras terminarían pronto. De todos modos, la realidad era que se habían prolongado mucho más de lo que se hubiese querido originalmente. Las comisiones de planificación pasaron años debatiendo los límites de la Burbuja, hasta que finalmente, luego de acaloradas discusiones y algún que otro escándalo de corrupción mediante se pudo llegar a un acuerdo.

Pero el tema no terminó allí, el comienzo de la construcción se dilató aún más dado que los ingenieros tuvieron algunos inconvenientes para resolver lo que ellos llamaban el “sellado”. Esto era, la parte de la Burbuja que debía pasar sobre los ríos, en este caso, sobre el Tíber. El tiempo apremiaba, por lo que dejaron de lado el orgullo nacionalista y solicitaron asistencia internacional. Expertos ingleses y franceses se ofrecieron a ayudar, ya que hace algunos años habían tenido que afrontar esta misma cuestión con el Támesis y el Sena respectivamente. Agradecieron a ambos pero optaron por trabajar en conjunto con los primeros, esgrimiendo razones técnicas para justificar la elección. Esto dio lugar a otra demora, ya que una pequeña polémica estalló cuando se filtraron conversaciones de importantes jerarcas italianos diciendo que “no estaban tan desesperados para ser ayudados por los franceses”. Una vez resuelto el tema diplomático, las obras finalmente pudieron comenzar y avanzar luego a buen ritmo.

Rómulo, ajeno a todas estas cuestiones, se recostó plácidamente en la Plaza y disfrutó de la lluvia cayendo sobre su rostro. Se quedó allí, hasta que la última gota recorrió su mejilla. Para muchos, lo especial de la jornada terminaba con aquella última gota, pero para Rómulo recién comenzaba. Sería un día que nunca iba a olvidar, pero no lo sabría hasta dentro de unas horas.

Se incorporó, tenía hambre, por lo que mendigó unos minutos hasta que consiguió un trozo de bocadillo que un turista estaba a punto de desechar. Tras devorarlo, corrió a una parada de bus, se coló rápidamente y luego hizo lo mismo en el metro. Atrás quedaba la ebullición del centro, mientras se dirigía a las afueras de la ciudad, a la “Roma que no importa”, como le decían algunos.

Ya había oscurecido, pero la Luna y las estrellas brillaban con fuerza. Camino a casa se cruzó con trabajadores cansados y con personas que solo aparecían en la calle por las noches. Era una zona peligrosa, pero nadie se metía con el pequeño Rómulo, todos lo conocían.

Anduvo un par de cuadras, intercalando caminata con pequeños brincos, hasta que se detuvo en la puerta del Blue Pub, un modesto negocio regenteado por un amable anciano al que todos llamaban Don Bari. Generalmente había poca clientela, pero ese día estaba particularmente concurrido. Eso, y el hecho de que en la puerta había un moderno y compacto camión que nunca había visto, despertó la curiosidad de Rómulo, por lo que decidió hacer una pequeña escala antes de volver a su hogar.

Si bien la fachada del edificio estaba venida a menos, con sus ladrillos rotos y la puerta azul de madera muy gastada, el interior era realmente acogedor. Una gran barra de madera dominaba el espacio, pero también había pequeñas mesas de distintos estilos, materiales y tamaños, desperdigadas por el lugar y sin orden aparente. Cada una de ellas estaba coronada por una tenue luz anaranjada, con bombillas que simulaban ser de filamentos y que le daban un toque añejo al lugar.

Rómulo empujó con fuerza las puertas y apenas cruzó el umbral, Don Bari se percató de su llegada y lanzó un grito.

─¡Eh, Rómulo!, ven aquí ─dijo, y acompañó el llamado con un movimiento de manos. Salió de atrás de la barra y abrazó al pequeño ─. ¿Cómo estás? No deberías andar solo a estas horas, tu madre va a estar preocupada.

─Mamá ya debe estar trabajando… y nunca se preocupa por mí ─espetó Rómulo.

─No digas esas cosas. De cualquier modo, ya deberías estar en tu casa.

─Tengo hambre.

─Bueno, siéntate allí ─dijo Don Bari, mientras señalaba el lugar ─. Te voy a dar una hamburguesa con queso, de esas que te gustan.

─Gracias ─dijo Rómulo, con una amplia sonrisa que no pudo disimular.

Fue a sentarse al rincón indicado. Estaba oscuro, y las personas que estaban a su alrededor no notaron su presencia. Mientras esperaba la comida se puso a escuchar la conversación que mantenían en la mesa de al lado un par de sujetos a los que no conocía.

─Lindo camión, ¿es eléctrico o deslizante?

─No, no, es eléctrico. Además no es la gran cosa…, es un poco viejo, no tiene mucha potencia y el bloqueo de puertas suele fallar. Un milagro que no lo hayan robado. Igualmente, no es mío, es de la empresa.

─Sí, lo sé, pero ¿por qué lo tienes? ─preguntó, con cara de desconcierto.

─Me lo dieron porque hoy es el día. Tengo que empacar mis cosas y las de mi familia. Nos vamos.

─¿¡Cómo!? Y me lo dices ahora…

─Hoy me lo confirmaron, por eso te invité aquí a conversar.

─A despedirnos, dirás ─lanzó apesadumbrado.

─Sí, pero es un “hasta luego”, yo supongo que no estaremos mucho tiempo. No te pongas sentimental.

─Son varios años de amistad. No te voy a mentir, me pone un poco triste. Además, si te dijeron que lleves a tu familia, no creo que vayas por poco tiempo.

─No lo sé exactamente, pero tengo entendido que luego de construir la Burbuja de Luca podríamos volver.

─¿Lucca?, ¿como tu ciudad natal? Qué coincidencia.

─¿Qué clase de amigo eres? Yo nací en Pisa.

─¡Ah, es verdad! Bueno, están cerca, no seas rencoroso.

─No hay rencor. Igualmente, no es Lucca como la ciudad… es Luca como mi primo. La verdad, no se quién elige los nombres de las regiones.

─¿Ya tienen regiones? No nos enteramos de nada aquí, cuéntame más detalles.

─Sabes que no puedo hacerlo, es confidencial ─espetó, negando con la cabeza.

─¡Vamos! considéralo un último gesto en honor a nuestra amistad.

─Bien, pero no le cuentes a nadie, ni siquiera a tu mujer.

─Hecho ─dijo sonriendo.

─El proyecto de colonización prevé la división de la Luna en seis regiones: Daurat, Nordos, Kintaca, Zela, Hanzi y Luca. Los japoneses se están encargando de Daurat y, obviamente, se estima que será la capital.

─¿Obviamente?

─Y sí, ya sabes como son. Creo que llevan dos Burbujas construidas allí, pero se dice que tienen en mente hacer varias más, incluso en otras regiones. De todos modos, no sabría decirte el avance del trabajo en las otras, ni qué países son los que se encargan de cada una. Lo que sí es seguro es que Italia pudo negociar la construcción de al menos tres Burbujas, en conjunto con Alemania, y que esa región se llamará Luca.

─¡Ja! Va a ser la peor de todas.

─No me tienes fe. Soy un buen constructor.

─No es contigo la cosa. No confío en los políticos o en las cabezas detrás de todo esto.

─No creas, está todo bastante bien organizado y cada región tendrá sus funciones o propósitos. Imagina la superficie de la Luna como un rectángulo más ancho que alto, apaisado, dividido en seis regiones, cuatro en los bordes y dos en el centro.

─Espera, más despacio ─suplicó, mientras sacaba un bolígrafo del bolsillo de su camisa y tomaba una servilleta de papel del pequeño canasto ubicado en la mesa que tenía, además, cubiertos y aderezos.

─¿Quién anda por la vida con eso en el bolsillo? ─dijo en tono burlón.

─Un Contador siempre anda armado. Nunca se sabe cuando habrá que firmar un cheque… o dibujar un mapa en un bar.

─Bien, dame eso ─dijo, tomando los elementos. Continuó hablando mientras hacía un pequeño croquis esclarecedor ─. Vamos de vuelta. Aquí tienes el rectángulo, cuatro regiones en los bordes, dos en el medio. ¿Se entiende?

─Sí, ahora lo veo mejor.

─Perfecto. En la esquina superior izquierda estará Daurat, la que seguramente sea la capital y la que administre al resto de los distritos. Nordos, en la esquina superior derecha, en donde se encontraron los yacimientos de agua y en donde están construyendo las minas

─Bien, las dos de arriba Daurat y Nordos. Me gustan esos nombres.

─Hanzi, abajo a la derecha, es donde estarían las “granjas” de la Luna, todo lo relacionado con la alimentación correrá por cuenta de ellos. Abajo a la izquierda, según pude ver en algún plano, estaría Zela, el distrito subterráneo.

─¿Y eso?

─Suena raro decir “subterráneo” en la Luna, pero la idea con Zela es experimentar en la construcción de estructuras que se encuentren por debajo de la superficie lunar. Además, será la región “puerto” por excelencia, porque allí es donde está la plataforma a la que actualmente arriban las naves, pero tengo entendido que construirán varias más, previendo un tráfico mucho más fluido a futuro.

─Interesante. ¿Y Luca? ¿y la otra región de nombre extraño?

─Luca, en el centro, sobre Zela, será la región productiva, porque allí se instalará la mayor parte de las industrias, laboratorios y similares. De Kintaca no hay mucha información aún, es un misterio, y sólo se que estará también en el centro, sobre Luca, pero no mucho más.

─Todavía no puedo creer que estemos colonizando un nuevo mundo. ¿Cuánto tiempo nos queda?

─¿Qué?

─Que cuándo te vas…

─¡Ah! En un par de horas debería volver a casa a seguir empacando. No me queda mucho por hacer, porque mi madre seguirá viviendo allí, así que le dejo algunas cosas, pero no puedo estar demasiado tiempo aquí porque partimos a la madrugada.

─Que no se hable más entonces, ¡vamos a emborracharnos!

─Brindemos por nuestra amistad.

─Atesora estos momentos, perro, porque vas a terminar de amigo con algún alemán loco allá arriba.

Ambos rieron, chocaron sus copas y bebieron un largo trago de cerveza helada. Rómulo, que ya había recibido y terminado su hamburguesa casi de un sólo bocado, se puso de pie para retirarse. Agradeció a Don Bari nuevamente y salió a la calle. Por primera vez en mucho tiempo no corrió. Iba despacio, muy despacio, mirando el cielo y entrecerrando los ojos, intentando enfocar mejor la vista para poder distinguir las Burbujas que se estaban construyendo en la Luna. Fue imposible, pero no se desilusionó, porque seguía caminando, fascinado con la historia que había oído, imaginando el nuevo mundo, los nuevos olores, sonidos y colores. Soñaba con ser un astronauta, con viajar al espacio y con alejarse de aquella antigua ciudad que parecía estancada en el tiempo y que apenas le daba breves momentos de felicidad.

Las penetrantes luces de un auto policial lo hicieron salir de su ensimismamiento. Sin darse cuenta había llegado a su cuadra, y se encontró con un grupo de vecinos agolpados en la entrada del ruinoso edificio donde vivía. Comenzó a abrirse paso entre la multitud. Escuchaba palabras sueltas y fragmentos de conversaciones mientras avanzaba… “murió”, “está muerta”, “pobrecito”, “la prostituta”…

─Rómulo Costello, ¿eres tu? ─le preguntó amablemente un policía mientras se hincaba para ponerse a su altura.

─Sí ─respondió él, titubeando.

─¿Cuántos años tienes?

─Casi 10.

─Voy a necesitar que nos acompañes.

─No quiero.

─Tranquilo. ¿Tienes algún familiar o alguien a quien podamos contactar?

─Sólo tengo a mi mamá.

El policía intentó abrazarlo, pero él había comprendido toda la situación. Logró zafarse de los brazos del uniformado, y explotó en llanto. La multitud se conmovió y otros intentaron consolarlo, pero Rómulo los esquivó a todos. Los empujó y se alejó de allí. Corrió como nunca lo había hecho en su vida.

Anduvo cuadras y cuadras, sin dirección, girando en las esquinas e incluso pasando varias veces por los mismos lugares, pero sin importarle por dónde iba. Pasaron unos minutos y se desplomó, desconsolado, le temblaba el cuerpo, especialmente las piernas, los ojos le ardían y le costaba respirar.

Gritó y lloró un poco más, pero nadie lo sintió. Estaba solo, en todos los sentidos posibles. Se recostó contra un muro y miró a su alrededor, para comprobar que efectivamente no había siquiera un alma en la calle. Los únicos ruidos, movimientos y luces parecían provenir de un lugar a una esquina de distancia. Se secó las lágrimas y pudo distinguir que se trataba del Blue Pub. Se puso de pie y marchó hasta allí, con la esperanza de encontrar el afecto de Don Bari.

A medida que se acercaba, el bullicio se hacía más audible y a unos metros ya se distinguía el tintineo de las copas, el choque de los cubiertos en los platos y la mezcla de charlas de los comensales. Se detuvo afuera del edificio y quedó mirando perdidamente en dirección a las deterioradas puertas azules.

Rómulo era pequeño, pero educarse en la calle lo había convertido en un niño muy maduro para su edad. Sabía lo que había pasado, entendía las consecuencias y estaba pensando en sus opciones. Tenía muchas ganas de entrar y apretujar a Don Bari, la única persona que lo abrazaba con verdadero cariño, pero a la vez sabía que él iba a ofrecerse para cuidarlo y alimentarlo, y no quería ser una carga. Era difícil resistirse, pero su espíritu independiente fue más fuerte. Dio media vuelta y se dirigió al camión eléctrico estacionado frente al pub.

Sigilosamente y con mucho cuidado, intentó forzar las puertas traseras del vehículo. Cedieron con relativa facilidad, por lo que, sin pensarlo dos veces, subió raudo y se escondió entre algunas cajas vacías. El nuevo mundo lo esperaba.

SINOPSIS

El hombre se preparó para lo que sería un colapso climático de escala mundial. Las principales ciudades del mundo fueron cubiertas con Burbujas que pretendían protegerlas del desastre. Dichas estructuras fueron replicadas en la superficie lunar, creando así distintas regiones especializadas, organizadas para garantizar la supervivencia de la especie.

El pequeño Rómulo, que llegó de polizón a la Luna, fue testigo de la implacable furia de la naturaleza. El cambio climático no tuvo piedad, millones murieron y el mundo no volvió a ser el mismo.

Debieron transcurrir muchos años luego del Cataclismo para que pudiera retornar el orden. En la Luna (que pasó a llamarse Selenia), ese orden llegó de la mano de un gobierno dictatorial, regente de las seis regiones del satélite.

En Luca, el distrito industrial, el legado de Rómulo se mantuvo intacto, llegando a ser una enorme influencia en la vida de los hermanos Salas, a tal punto que uno de ellos se vio involucrado en un crimen que lo llevó a prisión. El otro hará todo lo posible por ayudarlo a salir, pero no sin antes enfrentarse a diversas historias de romances, intrigas políticas, rebeliones e investigaciones policiales, que se irán entrelazando en este inmenso nuevo mundo, haciendo que ese reencuentro filial se demore más de lo deseado.

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