Laberinto
El pasillo por el que caminábamos casi todos los viernes por la tarde era largo y estrecho, con las paredes lisas, desnudas y encaladas. Según avanzábamos se hacía más angosto y lúgubre. Él gustaba de colocar su mano sobre mi hombro. Yo, cuando me atrevía, observaba desde abajo su cara rechoncha, los mofletes abultados, el...