El Pez Plateado

El Pez Plateado

Francisco Niemand

14/02/2025

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Por fin había acabado la lluvia. Hastiado de aburrimiento, el niño buscó hilo de pescar y un anzuelo en el cajón del abuelo. El verano anterior, lo había visto pescar un gran salmón en el río. Una vez afuera, el abuelo lo sujetó firmemente y, con un mazo de madera, le dio un golpe en la cabeza que inmovilizó al pez instantáneamente. Por la noche lo cocinaron en el fuego. 

Inspirado por tal acontecimiento, el niño se dirigió al río. La corriente había crecido con la lluvia; el sonido estridente ensordecía todo alrededor. De la tierra sacó un gusano que clavó en el anzuelo y, mientras este se seguía retorciendo una vez atravesado por las tres puntas, lo dejó caer en el agua.

Entonces esperó. Esperó largo rato, sujetando el hilo con la mano mientras miraba la corriente. Esperó tanto que estuvo a punto de abandonar su cometido. De pronto, sintió que algo tiraba del anzuelo. Recogió el hilo y vio aparecer desde la superficie a un pequeño pez plateado. Lo vio ondularse, asustado, mientras ascendía hasta llegar a sus manos. Le quitó cuidadosamente el anzuelo. ¡Su primer pez! Era viscoso y resbaladizo; le costaba trabajo mantenerlo firme cada vez que se movía para escapar. Encontró una vara de madera en la orilla (más pequeña que el mazo del abuelo, por supuesto, pero una rama de madera a fin de cuentas), y, con toda seguridad, golpeó al pequeño pez en la cabeza.

Pero este no murió; se seguía moviendo. Tras golpearlo por segunda vez con todas sus fuerzas lo invadió el miedo al ver que el pez aún intentaba escapar. Su corazón se aceleró. Pensó que debía matarlo rápidamente para terminar con el sufrimiento que ya le había causado. Lo golpeó una y otra vez hasta que un hilo de sangre corrió por su mano, pero el pez no moría. Vio que sus ojos distantes lo miraban mientras movía agonizante su boca, como preguntando: ‘¿Por qué me has hecho esto?’. Paralizado por el terror, lo lanzó de vuelta al agua, viéndolo desaparecer en la corriente, rogando que tal vez así pudiera sobrevivir, aunque sabía por dentro que ya era demasiado tarde.

No le contó nada al abuelo. Tampoco volvió a pescar, y durante el resto del invierno lo persiguió la mirada del pequeño pez plateado sangrando en sus manos.

Del gusano retorciéndose en el anzuelo, sin embargo, no volvió a acordarse nunca.

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