Superniño

Superniño

Corr Cosette

07/02/2025

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La bestia del otoño se había marchado por la noche. Pero no fue hasta la mañana siguiente, que los habitantes de Gran Jardín, por fin se atrevieron a salir de sus casas. Y como era de esperarse, lo que se encontraron fue un escenario lleno de destrucción, gritos de horror y caras de desolación absoluta.

La bestia, como en cada una de sus anteriores visitas, había dejado un reguero de hojas secas que ahogaban las calles y sepultaban los patios y hogares de aquellos que no habían corrido con tanta suerte. Hojas muertas que aplastaban los autos y contenedores de basura, y que derribaban cercas, árboles y postes de luz a lo largo de todo el pueblo.

Tommy Tomates, el sheriff, fue el primero en acercarse a la calle para quitar las hojas. Luego lo siguieron su familia y algunos de los vecinos que habían logrado sobrevivir la noche. Tommy se alegró un poco cuando vio lo numerosos que eran. Sin embargo, cuando Rebeca Rábano, una de las vecinas más gentiles y queridas, apareció caminado entre las hojas, llorando y gritando que la bestia se había llevado a su hijo, aquella pisca de alegría se esfumó como azul en el mar.

Desconsolado, Tommy miró al cielo. «¿Dónde estás?», pensó. «¿Dónde estás héroe de otro mundo?».

La Señora Tomates, la esposa de Tommy, al ver los esperanzados ojos de su esposo adivinó de inmediato lo que estaba pensando: pensaba en el superniño; aquel jovencito que solía llegar volando y derrotaba a los monstruos que atacaban Gran Jardín; con su capa, que era una sábana blanca atada alrededor del cuello, la cual le daba el poder de volar y desparramar las hojas que formaban a la bestia del otoño; con sus guantes de cocina que lo protegían del fuego y le permitían darle una paliza a la ardiente bestia del verano; y con sus fuertes botas de lluvia con las que podía hacer pedazos a la fría bestia del invierno.

A la Señora Tomates le dolía mucho la esperanza en los ojos de su esposo. Pues ella sabía que el superniño ya no regresaría. Ella tenía sus propios hijos y sabía lo rápido que estos maduraban, olvidando de a poco aquellos infantiles juegos al aire libre que solían disfrutar.

«Los niños crecen», pensó con tristeza la Señora Tomates. «Se cansan y pierden la imaginación».

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