Hasta aquel día el espejo le devolvía la imagen de una niña sonriente de 10 años de tez trigueña que movía los labios haciendo como que cantaba la canción que sonaba en el tocadiscos: a por ellos, mis valientes, con la espada, con los dientes... Allí sola frente al espejo, ella era Marisol: actriz y cantante.
Todo lo que imaginaba y soñaba lo escribía cada noche en su diario y después lo leía en voz baja, susurrando y declamando. A solas en su habitación, sentía que, al escucharse, todo se volvía un poquito real por un instante. Pensaba, inocente, que si lo que imaginaba, lo escribía y lo leía, su sueño se podría hacer realidad. Tal vez, algún día…
Hasta aquel día en el que Juan, su primo, varios años mayor que ella, la tiró de un empujón sobre la cama y le dijo: te voy a enseñar cómo se hace un hijo. La sujetó por las trenzas, se tumbó sobre ella y le dijo: no grites niña. Y no, María, no gritó y él la rompió como antes había roto otros juguetes.
Aquel día María frente al espejo se cortó las trenzas, las riendas por las que su primo la sujetó. Lloró en voz baja a solas en su habitación una página sin escribir de su diario y dijo adiós a la inocencia de la niña soñadora de 10 años de tez trigueña que movía los labios haciendo que cantaba la canción que sonaba en el tocadiscos: a por ellos, mis valientes, con la espada, con los dientes... Desde ese día, frente al espejo, ella era ella, real y para siempre rota.
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