Llegaron nuevos con el curso empezado y cada uno entró en su aula. No hubo consenso en el colegio de cual de lo dos hermanos era más guapo.
Roberto era el más infantil, hasta que conoció a Francis, que en cuánto pudo, lo llevó a un cuarto oscuro cogió sus manos y las colocó en su pecho. Fue el primero que lo hizo. Y ella siempre presumiría de que el más guapo del cole había caído rendido a sus pies. Sin embargo a él le desconcertó no sentir su corazón debajo de aquella mullida coraza.
– Como ahora mamá, que todos quieren salir con las que tienen tipazo.
– Había otra chica, Soledad, que también estaba enamorada de él.
– Ves, como a mí, que casi nadie me habla por Instagram. Todos prefieren a las “Francis”.
-Pues mira, años después Roberto comenzó su fugaz relación con la dulce Soledad.
Una noche Roberto se fijó en ella y le dijo que era la chica más simpática que había visto nunca. A Soledad le llamó la atención el cumplido. Ella no había dejado de mirarlo desde que llegó al colegio y él a ella la había mirado por primera vez aquella noche.
Acabaron besándose en una casa cerca del castillo.
La madrugada del viernes siguiente Roberto se subió a su moto y nunca regresó.
– Ay mamá, que triste. ¿Cómo fue?
– No había flecha que le pudiera hacer daño pensó mientras en una milésima de segundo, la euforia por sentirse amado y acrecentada por los efectos del alcohol se transformaba en una inmensa imagen en pantalla, donde toda su vida en un tapiz sin tiempo aparecía ante sus ojos.
De repente se vio sentado en clase de tercero B, el grupo al que no había pertenecido, y luego apareció marcando una canasta con un equipó de Basquet, él, que siempre había jugado al fútbol. Y en el patio del colegio, al lado de Soledad, percibiendo la suavidad de su piel y de su alma, mientras Francis le pasaba totalmente desapercibida. Se vio recogiendo las notas de un curso que decidió abandonar.
Y así fue recorriendo todas las decisiones de su vida que no había tomado.
Ya no habría flechas en su alma. No vio la última, una flecha blanca con fondo azul. Y se metió en el carril equivocado.
– ¿Y cómo sabes tú todo eso?
-Porque yo soy Soledad.
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