El hombre del saco.

El hombre del saco.

Javier Rubens

11/01/2025

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Cuando mi padre me llevaba el fin de semana a casa de mi tía yo debía tener 8 años. Una de las primeras cosas que me llamaron la atención de esa casa es que no había televisión. Recuerdo un transistor que descansaba encima de una estantería de madera de la cocina junto a unos potes de cristal, donde mi tía guardaba el arroz y las legumbres secas; ese aparato de radio estaba encendido las 24 horas, solo después al final de la tarde, mi tía bajaba un poco el volumen, pero el aparato seguía escupiendo música popular todo el santo día, mientras una locutora de voz impostada y aterciopelada disparaba anuncios entre canción y canción, el mismo bloque de música se repetía, con variaciones apenas perceptibles, cada tres horas.

La casa era una pequeña construcción de madera y hormigón a un nivel en una zona residencial apartada de la ciudad. Al entrar te topabas con un comedor que siempre olía a cerrado. Si te asomabas por una de las ventanas del comedor podías ver en la parte oeste de la casa una pequeña parcela de césped quemado por falta de riego que era de un color cobrizo y dos árboles raquíticos al borde de su extinción como mínima expresión de la naturaleza.

Mi tía vivía sola, fumaba continuamente, cuando sonreía un diastema muy marcado se hacía patente entre sus dientes, su pelo normalmente estaba grasiento y sus manos olían siempre a lejía. Cuando yo iba a casa de mi tía, había un hombre que solía estar allí. Yo no sabía quién era ese hombre, solo sabía que no era de la familia. Yo lo llamaba el hombre del saco. No era muy alto, pero sí ancho y fuerte, tenía unas manos poderosas, con unos dedos gordos como salchichas de Frankfurt, y unos brazos musculosos tatuados con dibujos de colores de dragones y monstruos que escupían sangre y fuego. A veces ese hombre pegaba a mi tía. Mi tía a menudo tenía moratones y arañazos. Al anochecer él hacía lo que tenía que hacer con mi tía, porque yo podía escuchar los ruidos desde el cuarto contiguo, luego él venía y me hacía cosas a mí.

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