Isaac Asimov lo visionó en sus novelas de ciencia ficción en 1950, la ciencia lo ha hecho realidad un siglo después. David de Pedro, neurocirujano y director del Grupo de Neuromodulación Avanzado del Hospital de Hebrón, ha conseguido lo que ya se veía venir hacía tiempo: Implantar el cerebro humano en un androide.
En 2015 ya se vislumbró la punta del iceberg: el microcirujano chino, Ren Xiaoping, consiguió después de mil operaciones, que al trasplantar la cabeza de dos ratones estos respiraran por su cuenta. Todo un éxito si se tenía en cuenta que los pioneros, Vladimir Demikhov (URSS, 1954) y, Robert White (EEUU, 1970), no habían conseguido que sus animales se movieran ni sobrevivieran más de una semana.
En 2017 el cirujano Canavero retó al comité ético de la comunidad científica al trasplantar el primer cerebro humano en el cuerpo de un donante fallecido. Canavero abrió la puerta de la esperanza al proporcionar la movilidad a las personas que estaban condenadas a la postración permanente por culpa de enfermedades degenerativas o accidentes.
En 2050, David de Pedro, formado en la Universidad de Medicina de Kiev, pasará a la historia por dar una nueva vuelta de tuerca al insertar el cerebro del multimillonario John Smith, patrocinador del proyecto, a un «Geminoid». El científico japonés, Hiroshi Ishiguro, creador de los primeros robots con apariencia humana, aunó los esfuerzos con el neurocirujano hasta realizar el sueño del americano.
De Pedro ha conseguido lo que nadie había hecho antes: Unir todos los líderes religiosos y gran parte de la comunidad científica para manifestar su repulsa ante semejante práctica. Con esta hazaña, discutible o no desde el punto de vista ético, el afamado neurocirujano ha invertido el proceso de implantar prótesis biónicas en cuerpos humanos a la posibilidad de traspasar órganos humanos a robots humanoides.
La televisión norcoreana, país donde se ha realizado la operación, ha emitido hoy la primera entrevista del androide de John Smith demostrando que la adaptación ha sido instantánea. La polémica está servida: ¿Queremos jugar a ser Dioses y otorgar la vida eterna, aunque sea en un robot? Juzguen ustedes.
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