La ciencia ficción ya es historia: Internet coloniza el cerebro humano. Especialistas españoles versados en cirugía prenatal, neurología y telecomunicaciones crean Neuronet, versión 10.0 de la World Wide Web cuya principal innovación radica en un nuevo y revolucionario interfaz neuronal. Gracias a éste, las nuevas generaciones vendrán al mundo real con el mundo virtual alojado, literalmente, en el interior de sus cabezas.
Dicho nanoprodigio electrónico, denominado neuronavegador, es implantado en el feto durante el último trimestre de gestación y permanece inactivo hasta que el futuro niño cumple la tierna edad de cinco años. A partir de ese momento, aquél es activado y el menor, con la asistencia y formación adecuadas, comienza un aprendizaje que le permitirá, en un período de tiempo relativamente corto, navegar por la red con la sola utilización de sus neuronas.
Entre muchas otras y diversas opciones. También podrá grabar mentalmente todo tipo de datos, proyectar imágenes en las «pantallas» de sus retinas, analizar de manera permanente el organismo gracias a una subred de sensores corporales… Más que nunca, querer será, simple y directamente, poder.
Por otro lado, semejante logro tecnológico no ha nacido exento de polémica. Sus detractores denuncian las aterradoras, y casi inevitables, posibilidades de manipulación social que el neuronavegador traerá consigo. ¿Nos convertiremos, se convertirán nuestros hijos, en «zombis» mangoneados por políticos y corporaciones? ¿Desaparecerá, si alguna vez ha existido, el pensamiento libre? Espiada nuestra mente, intimidad de intimidades, ¿qué nos quedará?
Tampoco es cuestión menor, afirman aquéllos, la relativa a la seguridad electrónica. Sobre todo, teniendo en cuenta que la seguridad absoluta no existe. Nada es infalible. Antes o después, algún hacker logrará burlar los sistemas de protección y sumarse a la corte de marionetistas que manejan, que manejarán nuestros hilos mentales. Así, como ocurre en Los sustitutos, vieja película de 2009, ¿nos convertiremos en eso, en impostores de nosotros mismos capaces de cometer los peores delitos? Ese hacker, quizá psicópata codicioso, ¿podrá torcer nuestra voluntad y obligarnos, por ejemplo, a atracar un banco, a entregarle el botín y a suprimir todo rastro de nuestro neuronavegador con un suicida tiro en la sien?
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