Alemania 1871
Después de casi un año sin verla, volvía ansioso a su encuentro. La guerra había sido larga y cruel. “Erika, mi amor, cuánto te extraño”, parecía gritar su corazón dolido por tanta vigila de odios y violencia. Pasó el verano y el frío invierno en la frontera alemana-francesa y de nuevo la primavera, devolviendo su vida a la esperanza, al renacer. Recordaba a la perfección el óvalo de su cara de muñeca, sus labios rosados y brillantes, la pequeña nariz respingada, los bellos ojos negros enmarcados por espesas y largas pestañas y uñas bien delineadas cejas, y los pequeños pómulos levemente rosados. Y adornando su bello rostro la espesa cabellera castaña, larga hasta la cintura con suaves ondulaciones. ¡Era una mujer preciosa de dieciocho años! Y pensar que si no fuera por Otto Bismark, hubieran sido ya marido y mujer.
Un feo presentimiento lo siguió desde que partió en su busca. “Es la ansiedad que me domina”, se dijo. Iba un grupo de cien hombres a su mando. Ahora era capitán. Su alto cuerpo, trabajado y vigoroso, con sus músculos de acero hacían de Rudolph un verdadero héroe. Su cabellera castaña combinaba con sus ojos celestes, fríos en la adversidad y cálidos en la intimidad, le daban una belleza legendaria a su rostro varonil. Parecía los héroes de las leyendas germanas. Su imponente figura lo destacaba, era elegante y montaba a la perfección. No le temía al peligro, pero si a no ver más a su novia. Era admirado y aclamado por sus soldados. “Sobrevivir con valor y honor”, era su lema.
Debían hacer un alto y descansar, prendieron el fuego para asar la comida y dormir, ya que al alba partían y en un par de horas, estaría entrando en su tierra prometida: Füssen.
Cerca de allí, Erika estaba sentada a orillas del lago Stamberg, recordando los besos de su amor, cuando el ruido de unos caballos y gritos la sobresaltaron. Miró desesperada a su alrededor, y antes que pudiera incorporarse se vio rodeada por el grupo de hombres con el uniforme francés. Lucía, su doncella que venía con flores, alcanzó a esconderse detrás de unos pinos, pero pudo escuchar todo.
Presa del pánico no atinó a moverse, sintió que podía morir en ese instante, y el dolor de no ver a Rudolph sería el peor de los castigos.
-Buenas tardes, madeimoselle. Qui êtes-vous?
-Soy Erika von Veltheim, prometida del capitán Rudolph von Gulik, respondió con un hilo de voz al tiempo que era apresada por los malvados.
-Ella nos permitirá consumar la venganza de nuestros muertos en ese endemoniado capitán. Nos llevará a Rudolph von Gulik.
Mientras tanto, Rudolph miraba pensativo el horizonte, y un dolor le pesaba en el corazón. En medio de la noche, vio sombras acercarse y buscando las armas, alertó a la patrulla.
-Alto ahí. Identifíquese, -gritó.
-Capitán, soy amigo del duque Maximiliano. Vengo con caballos porque es urgente que nos acompañe. Su prometida ha sido emboscada por un puñado de rezagados franceses, que se la han llevado… No pudo acabar la frase que Rudolph, como enloquecido, buscó sus cosas, despertó a sus más leales, se subió al brioso corcel que le ofrecían, y partió sin demoras. Conocía el bosque de Baviera como la palma de su mano. “Su amada en manos de salvajes y lujuriosos hombres”.
Llegó al castillo a dónde estaban escondidos los traidores. Daba miedo verlo. Parecía un lobo hambriento de sangre, y hacía honor a su nombre, ya que Rudolph significaba “lobo”.
Rudolph se encaminó hacia la fortaleza. Se bajó del caballo, con sumo cuidado, y escuchó risotadas. Apretó fuerte la pistola y en un abrir y cerrar de ojos bajó a tres hombres. Corrió por el oscuro pasaje lleno de humedad y escuchó correrías en medio de la penumbra. -Vienen por la chica, rápido, a buscarla a la pieza del fondo,- repetía el jefe.
En ese momento, Pierre intentaba sacarle la ropa a Erika, mientras ella se defendía con las manos y pisotones, mientras esquivaba las impúdicas manos del francés. Cuando había logrado dominarla, hizo un gesto triunfal. -Ahora serás mía, y después llamaré a todos mis hombres para ver cómo se divierten contigo, te destrozaré-; pero no pudo terminar su frase, ya que la puerta se abrió de una patada y un puño se descargó en plena cara. No hizo falta mirar para saber quién era. Sintió en el pecho una puntada fuerte, la sangre caliente que brotaba, y entonces la luna dio de lleno en la cara de Rudolph: -Miserable bastardo, no creas que te daré una muerte rápida y limpia, disfrutaré cada momento. Y fue despellejándolo lentamente, separando la cabeza del cuello a tirones brutales. Los esfuerzos del francés eran en vano, fueron unos segundos eternos. Llegaron los otros, y la voz de Rudolph dio la orden que lo arrojaran a los lobos, para que hicieran el final del trabajo. Escuchó los gritos de Érika, llorando aterrada en una esquina de la habitación. Entonces la vio: hermosa como siempre. Corrió a su encuentro y al abrazarla lloró él también, tembló al pensar que había sido maltratada.
-Amor mío, llegaste a tiempo. Me desmayé y me tiraron aquí. Desperté y tuve tanto miedo de no verte más,- y las lágrimas salían de sus enormes y bellos ojos.
Él la abrazo con tanta fuerza, que casi no la dejaba respirar. -Gracias a Dios, mi vida. Aquí estoy, para siempre a tu lado. Te lo juro, no más guerras que me separen de ti. Viviré para cuidarte y amarte hasta el fin de mis días, y en la eternidad también. –Se besaron con dolor, esperanza y pasión.
– En cuanto amanezca serás mi esposa.Y sin esperar el permiso del padre de Erika,subió a su caballo, sintiendo el cálido abrazo de ella. Se internaron en el bosque, la luna brillaba cómplice en la pasión y el amor triunfó.Y se casaron sencillamente pero colmados de dicha. Y la pasión resurgió, y abrazados miraron el paisaje de bosques y flores, y renacía la esperanza.
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