El niño con los ojos del mediterráneo

El niño con los ojos del mediterráneo

Pablo Capasso

04/05/2020

Corría el año 1949 cuando el niño con los ojos del mediterráneo estaba cumpliendo sus once años de edad embarcado con destino a un territorio desconocido, al sur del continente americano llamado Argentina. Era primero de mayo el día de su nacimiento, en tiempos que significaron el preámbulo de la segunda guerra mundial. Sus primeros años de vida se vieron subsumidos en la irracionalidad más grande de la especia humana, el hambre era una constante inalterable.

El niño caminaba por la zona pedregosa de su amada Catania, mirando con respeto al Etna perteneciendo al paisaje natural de su vida, corriendo por los caminos empinados jugaba con sus amigos y su hermano menor, uno de sus juegos preferidos era buscar comida silvestre, el hambre se vislumbraba siempre protagonista en su niñez.

Al niño le encantaba nadar en el mar, sumergirse, cazar cangrejos para comerlos, los juegos son parte del mundo de los niños aunque el panorama sea atroz. El niño era el mayor de sus hermanos y tenía que ayudar en su hogar en la búsqueda de alimentos, iba en la parte trasera de la bicicleta de su padre mientras este último pedaleaba, cruzaban por la Piazza del Duomo, el niño se quedaba maravillado por la Fontana dell’Elefante, lo observaba y transportaba su mirada al cielo logrando apreciar cuando el mismo se encontraba en silencio sin el sonido de los aviones.

El niño era indómito, le gustaba recorrer su pueblo, tenía sus rodillas y brazos lastimados por los golpes que se daba cuando jugaba. Un día se despertó su imaginación y pudo inventar un carrito con rulemanes, el cual tuvo la aprobación de su padre hasta que pudo notar que le había utilizado todos sus tornillos, el castigo físico era severo reflejaba La frustración familiares de la época por la limitación de los recursos sumado a la incertidumbre por el futuro.

Muchas veces su padre dejaba de comer para dejar la comida a su familia, el hambre convivía con el niño, en el paisaje observaba a madres amamantando a bebes que se desmayaban por la falta de nutrientes. Lugares corroídos por la destrucción, amalgamando belleza natural con construcciones quebrantadas, agrietadas, polvillo y escombros como constante.

Un día el niño tuvo mucho miedo cuando caminaba con su madre, las sirenas sonaban, el ruido de los aviones era ostensible, tuvieron que correr junto a un gran número de personas a esconderse en una cueva cercana, el temblor, el sonido de la eclosión de las bombas era cada vez mayor. El niño cerró sus ojos y se abrazaba a su madre con un miedo existencial que nunca había sentido. Su madre lo contenía con sus brazos. A lo largo de su vida nunca fue simpatizante de los fuegos artificiales, ni de los sonidos estruendosos característicos de las fechas festivas. 

La familia tenía un gato de mascota, lo llamaban vagabondo, era muy querido por el niño ambos compartían una característica, el cual era poseer un espíritu aventurero y la curiosidad.

Un día mientras el niño exploraba con sus amigos para crear juguetes uno de los integrantes encontró un objeto llamativo, lo tomó con sus manos, el niño se estaba por aproximar cuando siente que lo toman del brazo y lo hacen correr alejándose. Escucha un ruido de explosión y un grito agudo de dolor, era una bomba de racimo, una que había quedado escondida. El niño ya se encontraba viviendo una época de posguerra, la misma todavía tenía victimas, esta vivencia quedó en la retina del niño quien nunca pudo olvidar el grito de su amigo que simplemente estaba buscando un juguete en una tierra asolada por la incoherencia humana.

En esos años previos los padres del niño estaban frente a la necesidad de tomar una decisión que dependiendo su elección cambiaría el destino de sus vidas. La incertidumbre de sus tiempos, el temor a una nueva guerra, sumado a los efectos catastróficos que se mantenían al finalizar la misma. Finalmente la familia del niño decide emigrar al continente americano, otra cultura, un idioma distinto, ni siquiera sabía en donde se ubicaba en el mapa mundial.

La Argentina fue un territorio en donde pudieron progresar, con mucho esfuerzo y trabajo consiguieron desenvolverse haciendo que el hambre sea un recuerdo lejano. La vida del niño tuvo su desarrollo en la nueva tierra, el provenía del viejo continente en donde se desprendía la historia de la República de Roma, su conversión en Imperio, los gladiadores, la riquísima filosofía occidental.

La música siciliana era una constante en la familia, la tenían incorporada de su tierra natal, en épocas de guerra convergía la crueldad con las canciones de las personas, afrontando la calamidad de esa etapa, el niño fue testigo de esta situación incorporando la música y el canto en su personalidad.

El niño siciliano logró formar su familia en la Argentina, hoy en día ya es bisabuelo, habla, charla cuenta anecdotas con felicidad de Italia, la maldad de ese entonces no fue obstáculo para mantener vivo el amor por su tierra.

Siempre recuerda con melancolía Catania, su corazón posee dos territorios al que él estima con su alma. Actualmente se encuentra en la ciudad de Mar del Plata, siendo poseedora de costa como su Sicilia. El niño nunca quiso regresar a su tierra natal, temiendo por los cambios en su pueblo, protegiendo de este modo sus recuerdos como un tesoro invaluable.

El pasado primero de mayo del corriente año, el niño cumplió 82 años, lo festejó de manera presencial con una hija y nieta que viven con él, los integrantes faltantes de la familia se comunicó con sistemas electrónico, es uno de aquellas personas que es testigo de dos acontecimientos inéditos de la humanidad una guerra mundial y una pandemia nunca vista, él niño las puede distinguir y diferenciar, asimismo encuentra una similitud resumida en una sola palabra que describe estos acontecimientos «incertidumbre». Logra tener el temple necesario conteniendo a su familia con charlas pausadas calmadas y alegres, lo que pueden interactuar con él pueden observar un niño con los ojos del mediterráneo.

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