Caída de otoño

Caída de otoño

Laura

04/05/2020

   A veces solo hace falta un segundo para que todo cambie. Un solo segundo para que tu vida dé un giro de ciento ochenta grados. Un segundo para perder el rumbo y no encontrarte. Un segundo de dudas, miedos, incertidumbre. Un segundo de alegría o un segundo de tristeza. Un segundo para dejarse llevar o un segundo para permanecer… Tan solo un segundo…

En medio del otoño, cuando las hojas se han cansado de aferrarse a las ramas de esos árboles que les dieron la vida, cuando se amontonan unas tras otras en el suelo y el viento las zarandea de lado a lado sin rumbo, sin saber dónde van a terminar cruzándose unas con otras (algunas pisadas o aplastadas, otras que flotan en algún río, otras que acaban entre las páginas de un libro mientras su dueño ha parado la lectura de esa historia), miles de hojas que nacen se caen sin saber cual será su destino final. Como ella: nacida en un bonito parque en el centro de una ciudad del norte, aferrada tanto a su árbol del que no quería desprenderse. Pero el tiempo y el viento no pudieron evitarlo e hicieron que se soltara y se fuera volando atravesando bosques y montañas hasta una gran ciudad donde el ruido no la asustó tanto como pensaba. Es más, le gustó. Así que decidió quedarse por una temporada a descubrir nuevos lugares y aprender.

Pero el viento no la dejó estar allí mucho tiempo. La movió por otras ciudades diferentes y llegó incluso a llevarla a otro país, otra ciudad, otro idioma, otras normas, otra cultura a la que intentaba adaptarse y acostumbrase día a día. Y aunque era feliz y este nuevo destino le encantaba, se preguntaba si ese sería su nuevo hogar para siempre o si debería buscar una nueva corriente de aire que la llevase otra vez a sus orígenes, a esa primera gran ciudad, o al parque donde había nacido, a sus raíces. Estaba tan perdida que no sabía lo que tenía que hacer, lo que debía de hacer. Ni siquiera podía saber lo que quería hacer.

Se había convertido en eso: una hoja perdida que deambulaba de un lugar a otro. Una pequeña hoja que había repartido su corazón por todas partes y que cuando se dio cuenta ya no pertenecía a ningún lugar. Nada volvería a ser como antes. Todo había cambiado. Fuera donde fuera, volviese, se quedase o el viento la llevara a otro nuevo lugar, nada volvería a ser igual. Todos esos caminos que había recorrido desde el día de su desprendimiento, le hicieron cambiar, crecer, madurar, vencer miedos y tener otros nuevos. Se acostumbró a echar de menos y le obligaron a estar consigo misma aunque quisiera huir. Porque podemos huir de muchas cosas, pero no de nosotros mismos. Y eso a veces no es nada fácil. Allá donde estuviese siempre estaba ella con todas sus inquietudes, dudas y preguntas y eso quizás era lo más difícil de todos esos viajes.

El viento la movía de un lugar a otro pero siempre le faltaba algo y no sabía cómo hacer para estar completa. Con el paso del tiempo se dio cuenta de que no tenía que tener miedo. El viento no la dejaba estar quieta pero ella era fuerte. Se dejó llevar o por lo menos lo intentaba. Quizás ese era el viaje de su vida: encontrarse a ella misma. Y quizás hasta que no lo hiciese no podría volver a sus raíces, no podría volver a volar al lado del árbol que le dio la vida. Así que voló, sin rumbo, igual que un día inesperado dejó sus orígenes sin previo aviso. Quizás las corrientes de aire volviesen a llevarla a su lugar cuando menos lo esperase. No sería la misma, pero sería un poco más ella.

Dedicado a todas las personas mecidas por el viento.

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