El retorno de los protestatários.
Luego de la dispersión de la diáspora venezolana por el mundo, muchos de ellos, en diversas latitudes logró estabilizarse; pero con la adversidad de la pandemia originada por el Coronavirus COVID-19 , las oportunidades de trabajo fueron mermando y desapareciendo toda posibilidad de subsistencia. Ante esta fatalidad, la urgencia de retornar a los suyos en su Patria, era de vida o muerte, pues las subvenciones de los gobiernos en cualquier nación, desconoce a migrantes no establecidos legalmente.
El retorno desde lugares tan distantes como Argentina, Chile, Brasil, Ecuador (por citar algunos) aprovechando cualquier tipo de locomoción, y en la seguridad de sus propios pasos como última posibilidad real en el desande, fue asumida grupalmente; niños, jóvenes y viejos, como en una procesión penitencial, se aprestaron por todo tipo de carreteras, caminos y trochas, pues muchos países habían ya cerrado fronteras y ordenando la cuarentena.
Cuantas angustias y horas de hambre y dolor, aunadas al desprecio por xenofobia tendrían que soportar; muchos quedarían a merced del clima, muertos en los páramos andinos, otros a la soberbia y prepotencia de conductores que sin importar la seguridad de los caminantes, les acosarían hasta llegar en algunos casos a generarles la muerte. Un hecho ocurrió el primero de Mayo de dos mil veinte en la carretera Panamericana Norte en Paramonga, Perú. y estas, son las imágenes reales.
Pero esa es la triste realidad de la condición humana; existe mucho bien… existe mucho mal. En algunos lugares han recibido apoyo inesperado, como en el caso de Colombia; que les brindó transporte público desde muchos lugares y hasta su frontera en la ciudad de Cúcuta, al paso internacional por el Puente Simón Bolívar, al que llamo, Puente de los Lamentos, pues la angustia, el desasosiego hasta el llanto, de muchísimas personas, son reflejo de una funesta realidad vivida en Venezuela, la Patria de Bolívar, unida por esta estructura vial con la República de Colombia.
Extraños entre coterráneos.
Viven en su propio terruño, (porque aún continúan llegando en vía crucis), horas aciagas. Lo último que faltaba, y como extraña maldición que acompaña al gentilicio Venezolano, la diáspora en retorno ya en su patria, es retenida por sus propios hermanos, como si fueran una plaga proveniente del averno.
Ancianos, jóvenes y niños llegados de diversas latitudes, son ubicados en lugares improvisados y a manera de cumplir una cuarentena signada como penitencia.
Si de sufrimiento hablamos, desde lo político, físico y espiritual, acompañan a un pueblo que por falta de memoria histórica dio la oportunidad de ser gobernados, por un sujeto oscuro, inculto, soberbio e improvisado; cuyo único fin fue sembrar el odio y divisionismo de clases…
José Gabriel Pinilla Gómez
Cúcuta, 03-05-2020
Scripta Manent.
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