Hace doce años que
llegué a este pueblo. Mañana me voy al extranjero. Cuando mis
padres nos trajeron aquí, a mi hermana y a mí , yo creía que esto
era el extranjero.
Veníamos de un Madrid
asediado por un virus, con calles desiertas y sus habitantes
encerrados. Nos montaron en el coche de madrugada, mi hermana
lloraba. Del viaje solo recuerdo unos copos de nieve, las luces de un
coche de la guardia civil que paró delante del nuestro, y a mis
padres hablar con ellos. Después silencio. Desperté en una casa
grande a cinco kilómetros del pueblo. Alrededor no había aceras
pero si muchas moscas. La casa tenia muebles grandes y oscuros,
sillas con asientos de cuerdas y un aparato negro colgado en una
pared con una rueda en el centro, después me enteré que le llamaban
teléfono. Todas estas novedades no eran de mi agrado, pero
estaríamos solo unos días, nos dijeron nuestros padres. Se fueron a
la mañana siguiente. Allí nos dejaron con nuestros tíos y unos
primos mayores insoportables, y entonces el que lloraba era yo.
Recuerdo cuando pregunté si se podía salir a la calle y en qué
país estábamos. Mis preguntas provocaron las risas de todos aunque
no comprendí el porqué.
Hablar con mis padres
por aquel monstruo negro era casi imposible, pues yo hablaba por
donde se oía y no podía evitar meter el dedo en la ruedecita , y
así, las palabras se perdían. Me pasaba las horas mirando por la
ventana aquel campo tan extraño para mi; alguna vez veía un
caballo; otra una vaca; o a los tontos de mis primos echar humo
detrás de los arboles. Mi tío me señalaba unas antenas allá a lo
lejos, en la colina, que habían puesto para nada, decía él, y
ademas se querían llevar a la maestra del pueblo porque había pocos
niños.
Me estaba acostumbrando
a un país sin asfalto, cuando una mañana aparecieron mis padres con
el coche lleno de bultos y maletas y ya no nos volvimos a separar.
Pasaron años hasta que
me contaron las amenazas de nuestros vecinos de Madrid y los
insultos de los niños a mi hermana por el patio interior; tenían
miedo a que les contagiáramos, por eso huimos. Hasta que terminó la
pandemia, mis padres vivieron y trabajaron en un hotel convertido en
hospital, allí pasaron meses .
Nos quedamos a vivir en
el pueblo. Mientras arreglaban el consultorio médico mis padres
pasaban consulta en la primera planta del Ayuntamiento y se turnaban
para visitar los pueblos de alrededor. Una casa destrozada se
convirtió con mucha paciencia en nuestro nuevo hogar. Olvidé los
viajes en autobús al colegio y el olor a contaminación. A los pocos
mese llegaron dos familias más. También llegaron las nuevas
tecnologías y con ellas más familias aún. Las aceras, que al
principio eran escasas, ahora recorren todo el pueblo.
Mi abuelo no quiere
venir a vernos, él salió de un pueblo como este cuando era joven y
no quiere volver; “¡ quien nos lo iba a decir! ” es su frase
favorita. Mañana, con gran alegría por parte de mi abuelo, me voy a
estudiar a China, espero regresar.
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